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Transición venezolana, hablemos de la reconstrucción

Viñeta de Claudio Cedeño aparecida en el vespertino El Mundo, el lunes 1 de septiembre de 1958

Viñeta de Claudio Cedeño aparecida en el vespertino El Mundo el lunes 1 de septiembre de 1958.

Transición venezolana, hablemos de la reconstrucción

Por Guillermo Ramos Flamerich

«El próximo medio siglo ha de ser, necesariamente, el que cierre para nuestro país el recurrente ciclo de golpes y contragolpes, de cuartelazos y dictaduras, de rebeliones esperanzadas y de tenaces frustraciones. La vía que escogeremos será –ya lo hemos escogido hace cerca de un año– la constitucional y legal. Lo fundamental es que sea también el año que marque el inicio de la transformación profunda de la estructura venezolana», así despide 1959 el vespertino El Mundo en su editorial del miércoles 30 de diciembre. En el artículo le pide a los partidos ser más políticos para así dejar a un lado lo politiquero y a que se aparten del «pecado capital» de la mezquindad. También reconocen la voluntad existente para establecer un sistema democrático y lograr acuerdos mínimos de gobernabilidad.

Más de medio siglo después –entre doce gobiernos y varios desgobiernos– hoy nos debatimos no solo en cómo construir una democracia incluyente, renovada, de instituciones sólidas y coherentes, sino en cómo salir de una caricatura totalitaria que ya cuenta con 95 presos políticos (En datos del Foro Penal), igualmente inquisidora como corrupta, así como cruel y llena de un profundo odio por Venezuela. Al hambre de justicia y libertad se suma la fisiológica. Gente escarbando en la basura buscando de comer, niños con dolores de cabeza, náuseas y lágrimas por la falta de alimentos. Gente que hace colas a pesar del sol, de la lluvia, de la muerte. La vida en esta república ha dado paso solo a la existencia. Una triste y degenerada existencia, atemorizada cada día no solo por malandros, pranes y grupos violentos, también por la constante burla que desde la silla de Miraflores hace un hombre sin escrúpulos. Hora de ira y muerte esta, la de Nicolás Maduro. Tiempo de frustraciones y llantos cuando el futuro parece secuestrado. Pero es  también momento para seguir trabajando, superándonos y confiando con nuestro esfuerzo lo que será la transición y la reconstrucción.

La crisis no juega carrito

Un paraíso imaginado por la creencia de que éramos un país rico con recursos mal distribuidos encumbró a la Revolución Bolivariana. La incompetencia de sus primeros tres años se vio paradójicamente recompensada por una poderosa dirigencia opositora tan temeraria como suicida. Los precios petroleros subieron,  por ende la renta y todo pasó a las manos de una persona. No sé cuánto de carisma ni cuánto de petrodólares, ni cuánto de contexto internacional agregar a la receta de un Hugo Chávez erigido para continuar la nueva ola del socialismo en el mundo. Pero todo fue un fracaso. Ni se acabaron con los vicios de la democracia representativa, no se construyó una participativa y su solidez se centró en la renta y la fuerza de las armas. Es así como llegamos a un Nicolás Maduro más malo que maquiavélico, subestimado, burlado, odiado, de momentos temido, heredero y continuador de una destrucción que en este momento ya ha tocado las bases más profundas del país. Hay instantes en que el daño parece irreparable y que de tantas malas ideas puestas en práctica, de tantos inventos nefastos, solo queda partir.

Los que estamos convencidos de que Venezuela puede ser un país democrático, plural y próspero (la mayoría de los venezolanos), sabemos que el actual gobierno está en fase terminal. Se les acabó el tiempo histórico. Podrán seguir destruyendo, apresando y burlándose de los venezolanos, pero ya están cruzando la recta final. En etapa culminante, como promocionaban aquellas telenovelas que ya no producimos. El tema es que cada uno de esos capítulos finales, está lleno de sangre y amargura.

Transición a la venezolana

Estamos transitando en arenas movedizas. Mientras más rápido intentamos salir del lodo, más nos traga. Si nos relajamos también nos traga. Parece un recorrido imposible de superar, aún así hay que caminarlo, trotarlo, también correrlo. Siempre aparecen los ejemplos históricos de lucha no violenta en el mundo: desde Gandhi hasta Luther King, pasando por Mandela y hasta la misma caída del Muro de Berlín y la URSS. Son buenos ejemplos, los mejores, pero también hay que comprender que son de largo aliento y que más allá de reconocernos en ellos, también debemos vernos reflejados en lo que hemos sido como nación: el nosotros venezolano.

Si en 1936 miles de caraqueños salieron a las calles del centro de la ciudad a reclamar y exigir algo que no habían conocido en su vida: la Libertad. Si en 1946 otros cientos de miles hicieron del voto un instrumento de lucha irreversible y si en 1958 la dirigencia política decidió llegar a un acuerdo antes que caer en un conflicto y luchas estériles y mortales, los venezolanos de estas primeras décadas del siglo XXI tenemos no solo la capacidad, también la conciencia de unirnos para enfrentar el sistema que hoy nos oprime y construir-reconstruir uno que de verdad nos pertenezca.

Para ello la dirigencia democrática hoy agrupada en la Mesa de la Unidad debe entender que cuando el destino toca la puerta, no queda otra que tomar esa responsabilidad, hacerla valer, lucirse, aunque sea una papa caliente a punto de estallar. Como concluye el amigo Carlos Carrasco en un artículo publicado en Entre Política el jueves 15 de septiembre: «En las transiciones, no hay almuerzos gratis, todos los actores deben pagar un precio en nombre de la libertad y el futuro».

Si la Unidad anda calculando que después de Maduro un eventual gobierno de transición presidido por lo queda del chavismo será quien tome medidas, tan impopulares como explosivas, dejando el sistema estabilizado para su contraparte, está pecando de ingenua. También si piensa que el manejo militar pasa únicamente por un cambio de gobierno, no está viendo lo que ha sido nuestra historia. Ni hablar del narcotráfico enraizado en las instituciones, así como de los pranes, grupos violentos y guerrillas goberneras. Si concibe el cambio solo como un encuentro entre élites, sin transparencia ni ciudadanos movilizados, estaría soberanamente pelando gajo.

La (re)construcción

El éxito del cambio y la eventual transición pasan por la inteligencia de nuestro liderazgo, ahora sí que se medirán las capacidades y se verá lo aprendido. Es momento de decisiones, acertadas, claro está. También se demostrará la valentía, no del que más grita, sino del que se mantiene firme, pero también avanza, a pesar de las dificultades. El manejo de la Caja de Pandora militar y cómo sumar a sus miembros a ser una institución que defienda la democracia, no a ser jueces ni supuestos vengadores, es otro de los grandes retos. Crear un nuevo pacto social donde la diversidad sea vista como un atributo y no como una mancha, es parte de esa nueva Venezuela que nacerá no solo cuando se vaya Nicolás Maduro del poder, sino cuando dejemos claro como nación que somos los únicos dueños, valedores y constructores de nuestra vida en libertad.

*Publicado originalmente en Polítika UCAB el 16 de septiembre de 2016

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La Revolución Xenófoba

«Por más que estas acciones sean pasajeras, las imágenes de los hombres, mujeres y niños cruzando el río Táchira, con sus pertenencias a cuestas, se suman al vergonzoso imaginario de la Revolución Bolivariana. Época violenta, de derroches y corrupción; años de intolerancia y mezquindad» (Foto de Carlos Julio Martínez / Revista Semana)

La Revolución Xenófoba

Por Guillermo Ramos Flamerich

… estoy aquí, amigos, sencillamente por mi antiguo

y empecinado afecto hacia esta tierra en que una vez fui joven,

indocumentado y feliz, como un acto de cariño

y solidaridad con mis amigos de Venezuela, amigos generosos, cojonudos

y mamadores de gallo hasta la muerte. Por ellos he venido, es decir, por ustedes.

Discurso de Gabriel García Márquez

 al aceptar el Premio Rómulo Gallegos en 1972

En el episodio Indiferendo fronterizo (1998) de la serie animada colombiana El siguiente programa, Chichombia y Chamozuela entran en guerra por un pedazo de yuca que tomó un chichombiano. El capítulo se desarrolla entre críticas y chistes crueles. Aparece la comandante «Irene Chávez» y los chamozolanos logran invadir Cúcuta. Al final gana Chichombia, después de lanzar a un indigestado soldado Pito López como arma química contra el invasor. Y es que las relaciones colombo-venezolanas siempre han dado que hablar. Desde las reclamaciones y asuntos territoriales (el Golfo, los llanos), el incidente de la Corbeta Caldas en 1987, el narcotráfico, la presencia guerrillera y el accidentado movimiento de tropas que ordenó Hugo Chávez en 2008. Son dos países hermanos, con tantas semejanzas y diferencias como posibilidades existen.

Pero el ataque que desde el gobierno venezolano se está haciendo a los colombianos fronterizos del Táchira, es un hecho aparte. Una acción de Estado que busca estigmatizar a un grupo de personas por su nacionalidad. El «Socialismo Humanista del Siglo XXI» ha mostrado su rostro más enfermo, su raíz facha. Porque por más de tres lustros los que hoy retienen el poder en Venezuela, en su discurso se han querido presentar como reivindicadores de la dignidad humana, pero son intransigentes, queriéndose imponer como los únicos dueños de la verdad. Todo lo que no apoye al sistema, es nocivo.

Esa actuación maniquea es la que los lleva, ante una crisis de país y unas elecciones que tienen perdidas, a ejecutar maniobras sensacionalistas, donde se revuelven los peores sentimientos de cualquier sociedad: la xenofobia, racismo, clasismo e intolerancia. Estrategia despreciable de momentos que se creían ya superados. Pero pareciera no ser así.

El Estado Islámico, los grupos políticos europeos anti-inmigración, los disparates de Donald Trump en una campaña de polémicas en seguidilla… Las acusaciones de Nicolás Maduro contra los colombianos fronterizos, colocándolos a todos como paramilitares, delincuentes, contrabandistas. Mientras en seis municipios de Táchira rige el Estado de Excepción, un problema más para un pueblo que ha sido humillado por este gobierno. Mentalidades retrogradas que atacan al más débil, que no han entendido que somos ciudadanos del mundo y no debemos ser juzgados por nuestro origen, apariencia y creencias. Lo que nos diferencia es nuestra libertad para tomar decisiones y cómo eso influye individual y colectivamente. Estos personajes que se creen con toda la potestad para establecer el bien y el mal, son tristes perdedores de la esencia humana.

Por más que estas acciones sean pasajeras, las imágenes de los hombres, mujeres y niños cruzando el río Táchira, con sus pertenencias a cuestas, se suman al vergonzoso imaginario de la Revolución Bolivariana. Época violenta, de derroches y corrupción; años de intolerancia y mezquindad. Etapa de duro aprendizaje para los venezolanos, los que siempre nos habíamos creído  generosos y solidarios. Momento para examinarnos y asumir las responsabilidades y compromisos que se tengan que asumir.

*Publicado originalmente en Polítika UCAB el 29 de agosto de 2015

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Tres momentos de nuestra democracia

Tres momentos de nuestra democracia

Por Guillermo Ramos Flamerich

Los sucesos de la historia contemporánea de una nación no se encuentran sólo en los libros y museos con inventarios de valor documental. También en los recuerdos de quienes los vivieron, en los hogares y objetos de la cotidianidad. Hace apenas dos semanas conseguí en casa de mi abuela un trío de papelitos los cuales me parecieron interesantes.

Eran tres cédulas de inscripción electoral de los años: 1946, 1952 y 1968. Ni corto ni perezoso tomé esos pedacitos de historia contemporánea y me di a la tarea de revisar lo que se hallaba en su menudo tamaño. La de 1946 era de mi abuelo Victor Guillermo. Las otras dos (1952, 1968), pertenecían a mi abuela Dilia.

Todas eran intransmisibles y pedían la escritura a mano del nombre completo de la persona, su edad, el número de mesa electoral y su circunscripción. La firma, las huellas del pulgar derecho e izquierdo y la autorización del secretario de la junta mediante su rúbrica. Más allá de ser piezas curiosas, históricas y del pasado familiar, son testimonio tangible del país de mediados del siglo XX.

Después de los sucesos del 18 de octubre de 1945 (golpe de Estado, revolución, golpe convertido en revolución, como se quiera denominar), el país entra, de repente, en una etapa de libertades presta para la instauración de un régimen democrático. El 15 de marzo de 1946 se promulga el estatuto electoral para la elección de la Asamblea Nacional Constituyente y los venezolanos, parafraseando al historiador Germán Carrera Damas, adquieren de manera definitiva la ciudadanía. Es así como mi abuelo, quien ya tenía 35 años para la fecha y había participado en alguno que otro proceso de segundo grado o en la elección de autoridades locales, se convierte en protagonista de decisiones nacionales mediante la utilización de su cédula electoral. Las mujeres y los analfabetas, renegados a la montonera, entran por primera vez al juego ciudadano. A tener derechos y deberes para con esta tierra.

El segundo pedazo de cartón data de 1952, también con el calificativo de «intransmisible» impreso en su portada. Otros actores están en la silla principal del palacio de Miraflores. Nuevos comicios son convocados para el domingo 30 de noviembre. Se busca la elección de una Asamblea Nacional Constituyente. El país vive desde 1948 (luego del derrocamiento de Rómulo Gallegos) bajo el poder de sus Fuerzas Armadas. Los seis años de la dictadura «desarrollista» de Marcos Pérez Jiménez estaban próximos a ser inaugurados.

Participan los partidos: COPEI, URD y el FEI (Frente Electoral Independiente, pro gobierno). Acción Democrática ya está en la clandestinidad. Jóvito Villalba el «eterno estudiante» es la figura que unifica a la oposición venezolana.

El gobierno al verse perdido electoralmente, comete fraude. La situación la relata Mario Briceño Iragorry en su texto Sentido y Vigencia del 30 de Noviembre: «Las elecciones fueron directamente intervenidas por el Ministro de Relaciones Interiores. A todos los estados se enviaron agentes que cambiasen las actas. Se trataba de realizar una cesárea post mortem para dar vida a un feto ya difunto». El 2 de diciembre de 1952 Pérez Jiménez toma definitivamente el poder. Es designado presidente provisional de los Estados Unidos de Venezuela. Teniendo entre sus primeros decretos la suspensión de garantías constitucionales.

La tercera cartilla, la más reciente de todas, da cuenta de otro país. Ese que había regresado a su democracia en 1958. Era el documento oficial de los ciudadanos para votar en las elecciones presidenciales de 1968.  Los sufragios de aquel año sirvieron como premio a la constancia a Rafael Caldera. El candidato de COPEI se impone con 27% de los votos. Son 1.082.941 electores frente a los 1.051.870 del candidato de Acción Democrática: Gonzalo Barrios.

Lo particular de este hecho, además del reñido desenlace, es la maduración que logra la democracia venezolana. Se da el traspaso de poder de un partido con más de una década en el gobierno hacia la principal alternativa de oposición. Por eso el lema de Caldera: «El cambio va». La transición no es traumática pero al ser inédita trae pequeños inconvenientes que logran ser solventados. Sobre eso hablará el nuevo mandatario en su discurso de toma de posesión en marzo de 1969: «El hecho mismo, por su novedad, ha puesto de relieve la falta de un instrumento legal adecuado para regular el breve pero delicado lapso comprendido entre la elección y la transmisión de poderes». Quienes participaron en las elecciones presidenciales de 1968, atestiguaron un suceso que hasta la fecha era extraño a nuestra historia política. Se decía que era el paso definitivo para la consolidación del sistema.

Son tres momentos de nuestra democracia representados por objetos cotidianos. Los tres cartones estaban juntos, ordenados cronológicamente, cuando los conseguí. Arrimados en un rincón de una gaveta. Muy cerca de una pila de revistas: Resumen, Estampas y Venezuela Gráfica. Representantes de un país que a pesar de sus aventuras, venturas y desventuras, ha seguido una continuidad democrática. Entorpecida por momentos oscuros de la historia, pero con una ciudadanía constante, perseguidora de los más nobles valores de libertad.

Tres momentos de nuestra democracia

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Franklin Brito, testimonio gráfico de una época

«Y al negar su humanidad, traicionamos la nuestra», Elie Wiesel, Premio Nobel de la Paz, 1986. Caricatura de Edo

Franklin Brito, testimonio gráfico de una época

Por Guillermo Ramos Flamerich

Publicado originalmente en el blog Planta Baja el 7 de septiembre de 2010

Recuerdo la noche del 30 de agosto de 2010. Mi twitter retumbaba con mensajes acerca de la muerte de Franklin Brito. Opiniones y reflexiones se publicaban por montones. Un shock séptico dejaba sin vida a una persona que antepuso sus creencias y valores por encima de la comodidad física. Por primera vez los venezolanos evidenciábamos de manera tangible eso denunciado durante años: la indolencia del Estado ante la calidad de vida y realización de sus ciudadanos. El Gobierno nacional podrá desmentir su responsabilidad en el hecho, pero lo que trasciende es su obligación tanto constitucional como moral por procurar la felicidad de nosotros.

Aunque pensamientos del Libertador Simón Bolívar sean reiterados infinidad de veces por parte del primer mandatario nacional, sobre todo uno que indica: «El sistema de gobierno más perfecto es aquel que produce la mayor suma de felicidad posible, la mayor suma de seguridad social y la mayor suma de estabilidad política», con su omisión y la negación a una solución consensuada, el Estado venezolano se reafirma como un gigante que de manera desmedida busca el poder como fin último, la permanencia en el poder. Se evidencia también la incompatibilidad del «socialismo del siglo XXI» con la productividad de pequeños y medianos empresarios, así como el no reconocimiento del ciudadano, que sólo es visto como una masa uniforme.

La imagen ya raquítica de Franklin Brito, convertido prácticamente en huesos, es testimonio gráfico de la indiferencia. Al recordarla, me viene a la mente la impactante fotografía de Thích Quảng Đức al inmolarse en 1963, a raíz de la persecución a los budistas por parte del presidente vietnamita Ngô Đình Diệm. La tradición comenta que del monje sólo su corazón quedó intacto, el cual se convirtió en reliquia y legado para su gente. Las repercusiones de la muerte de Brito serán evidenciadas con mayor fuerza en un largo plazo, cuando la noticia se convierta en leyenda.

Otra cavilación sobre este hecho, y regresando al tema de la indiferencia, es el cambio profundo que se ha producido en nuestra forma de ser. La solidaridad a veces es omitida por intereses personales o familiares, para los cuales existen argumentos válidos. Pero situaciones como la de Franklin Brito poco a poco dejan de ser extraordinarias, para convertirse en cotidianas. La desunión de la ciudadanía sólo fortalece a quien poder ya tiene. El desinterés también puede estar relacionado con un profundo temor a quien gobierna. Para concluir, y recordando al Premio Nobel de la Paz, Elie Wiesel, sobreviviente del III Reich, en uno de sus discursos acerca de la indiferencia: «Y al negar su humanidad, traicionamos la nuestra». Sólo una ciudadanía protagónica, es capaz de recuperar su dignidad y así su fuerza como generadora de cambios.

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