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Majenye, más allá del arte «post-chabacano»

Carlos Luis Sánchez Becerra (2021). Foto: Anthony González López

Majenye, más allá del arte «post-chabacano»

Por Guillermo Ramos Flamerich

Carlos Luis Sánchez Becerra (Maracaibo, 1987), de seudónimo Majenye, es un artista visual y cantautor que está sintetizando en su obra la tradición, humor y clichés venezolanos con las reivindicaciones por la diversidad

Personajes con rostros de animales, un Simón Bolívar Shivaista o con unos glúteos enormes, Arturo Uslar Pietri voluptuoso pidiendo que se escuche su mensaje, Homero Simpson en Carora, o el doctor José Gregorio Hernández multicolor. Parece que casi ningún tema es ajeno a Majenye, mientras esto pase por el tamiz de trastocar las cosas con elementos populares y locales. Como el dúo imposible de Michael Jackson y Alí Primera, no solo por haberlos dibujado juntos, también por versionar Los techos de cartón con la música de Billie Jean. De avatares como estos está poblada su obra.  

«Pipa de fumar que usaban los antiguos», eso significa Majenye en yukpa. El artista recuerda cómo llegó a ese nombre. En el 2009 viajó con varios amigos a la Sierra de Perijá (estado Zulia). Allí, durante la visita a la comunidad indígena en Chirime, a cada integrante del grupo le dieron un nombre particular. El de Carlos fue Majenye. Una de sus alegrías al atesorar ese nombre no es solo su origen, también porque como es una palabra «casi única» (dice el artista que también es el nombre de una marca africana de maquillaje), cuando la gente lo busca en Google aparece sobre todo su obra.

La historia de Carlos antes de ser Majenye comenzó en Maracaibo, donde nació un 18 de julio. De padres tachirenses, todos los años viajaba a San Cristóbal, mientras tanto y de regreso a su ciudad, los contrastes entre lo zuliano y lo andino quizás fomentaron su timidez: «Sentía que hablaban diferente. Una vez una muchacha se me acercó a hablarme y no le entendí nada y me puse a llorar».

¿Cómo te iniciaste en el dibujo?

Desde niño dibujaba todo el día en clase. Me refugié en el dibujo como una manera obsesiva y algo terapéutica. Comencé pintando dibujos animados que veía: He-Man, Dragon Ball, Sailor Moon, Tortugas Ninja, los Ositos Cariñositos, Mi Pequeño Pony. Me hubiese gustado leer más, pero solo veía televisión. Después de ver comiquitas me puse a investigar el surrealismo. Pero ahora he vuelto a esa etapa infantil y estoy haciendo mis propias caricaturas y animaciones.

Y de allí directo a estudiar arte…

—Me gradué en La Universidad del Zulia, en artes plásticas mención pintura. El Zulia influyó en mi trabajo, el colorido de sus artistas. A diferencia de Caracas el Zulia tiene muchos artistas figurativos. Pero en Caracas, desde Soto y Cruz-Diez, es más importante la abstracción geométrica y el cinetismo. Pero en Maracaibo la figuración con artistas como Ángel Peña, Henry Bermúdez, Carmelo Niño es muy importante. También las cuatro etnias indígenas influyen en la forma del arte que se hace, el colorido es increíble. Por eso empecé a dibujar con marcadores, para recrear esa fuerza del color de los tapices wayuu.

Y el color se convirtió en su energía. En 2008 ganó una mención honorífica en Alicante, España, en la bienal de pintura «Miradas de Hispanoamérica». En 2012 vivió una temporada en el «Nuevo Circo de Caracas», lugar en el que aprendió algo de contorsionismo. A los 27 años partió de Maracaibo y se fue a vivir a Carora con su pareja actual.

—¿Cuáles son las principales temáticas de Majenye?

—A mí me interesan muchas cosas: lo venezolano, lo queer, lo humorístico, la literatura venezolana… Si te pones a pensar, cualquier hecho local puede ser muy universal si uno lo desgrana, lo pelas como un cambur. Siento que si uno investiga y busca muy bien se consiguen formas de originalidad que no van a haber en otros países. Muchos pintaron a Madonna, pero muy pocos a Lila Morillo.

Y el artista menciona a Lila Morillo no por simple retórica. Es uno de los personajes de la cultura pop venezolana que más ha dibujado y con la cual ha buscado hacer una simbiosis con referentes de la cultura pop mundial. Lila en todas las formas y situaciones: como David Bowie, Frida Kahlo, como protagonista de Resident Evil, Michael Jackson, Xena, en fin…

Las dos Lilas (2014).

—Lila Morillo, ¿musa y obsesión?

—Tengo muchos años ya que no pinto a Lila Morillo, porque había exagerado. Me dediqué dos años a dibujarla. Al principio lo hacía a manera de chiste. Yo estaba en Valencia, en casa de un amigo, viendo televisión. En un programa del día de las madres, le hicieron un homenaje a la mamá de Lila Morillo. Fue algo enternecedor y gracioso. Decidí hacer una caricatura de Lila Morillo como Pocahontas. De tanto investigar terminó gustándome. Porque me di cuenta de que tenía una voz demasiado preciosa, unos vestidos, una estética muy particular. El hecho de que cantara canciones del folklore venezolano, de que se haya sometido tantas a tantos tratamientos estéticos, para verse a los ochenta años tan bien, implica un compromiso como artista escénico. El hecho de que esté tan presente en la cultura venezolana. Yo hice un meme de Lila con todos los presidentes de Venezuela que han vivido mientras ella ha vivido y una foto de ella en la época. Con eso también hice una canción.

Pero Lila no es el único personaje del universo Majenye. Al revisar sus redes sociales encontramos todo un desfile: Diosa Canales bañándose con un barril de petróleo, el caníbal Dorángel Vargas, Led Varela, Simón Díaz. Anécdotas de Óscar Yanes, cuentos de Julio Garmendia, Renato Rodríguez y Antonieta Madrid. Y durante un buen tiempo caricaturas de denuncia política.

—¿Por qué has dejado de hacer dibujos con contenido político?

—He hecho caricaturas fuertes contra Nicolás Maduro. Pero ya no siento que el arte haga algo. Hay una desesperanza de un cambio político a través del arte. Pero no la hay con la vida diaria. A pesar de que hay un montón de carencias y hasta cuesta viajar de un estado a otro. Sumado a la pandemia y a la crisis económica. También está la amargura que uno debe llevar por subir contenido político. El arte envejece muy mal cuando trata temas muy cotidianos, aunque se vuelve un archivo histórico. Pero el archivo histórico y el arte no son lo mismo.

Este año subiste a tus redes una canción animada en la que recorres la historia del arte venezolano, de lo precolombino hasta lo que denominas como «post-chabacano». Majenye, entre la pintura, el meme y el comic, ¿es un artista post-chabacano? 

—Hay una frase del escritor Milan Kundera que dice «la belleza es un mundo traicionado. Solo podemos encontrarla cuando sus perseguidores la han dejado olvidada en algún sitio». Yo siento que hay un montón de cosas que nos parecen chabacanas, ordinarias, de mal gusto, kitsch, que tienen un gran valor estético, conceptual, emocional y cultural. Trato de encontrar eso para darle una validez artística, por eso me interesa tanto la cultura pop venezolana como «Maldita mujer» del programa Justicia para Todos.

—¿Qué viene ahora para Majenye?

—Estoy realizado un libro de 12 páginas, una historia corta. Va a ser serigrafiado a mano. Una historia totalmente surrealista y fantástica en la que me autorretrato en diferentes situaciones y paisajes. La edición será en la Macolla Creativa. Mis libros van a ser pintados a mano la portada y la contraportada. La portada es mi cara, la contraportada es la parte de atrás de mi cabeza, pero con ojos y bocas. Algo muy perturbador.

*Publicado originalmente en La Gran Aldea el 2 de julio de 2021

Bolívar caroreño (2019).

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Mariano Picón Salas entrevista a Isaías Medina Angarita (1945)

La presente entrevista (p.p. 9-15) la tomamos de su publicación de la guía Venezuela 1945 (El Mes Financiero y Económico, 1945), dirigida por Plinio Mendoza Neira, bajo la dirección artística de Santiago Martínez Delgado.

Es importarte aclarar que a pesar de ser una exaltación al gobernante de turno, es un testimonio de interés histórico, dado los personajes presentes en el diálogo, como el año de se publicación, el cual se convertiría en el último de su gobierno al ser derrocado el 18 de octubre de 1945.

El presidente Isaías Medina Angarita y el escritor Mariano Picón Salas. Despacho del Palacio de Miraflores, c. 1945.

El gobernante y su pueblo

Entrevista de Mariano Picón Salas con el Señor General Isaías Medina Angarita, Presidente de Venezuela en el periodo constitucional 1941-1946

Varias definiciones sugiere la personalidad del General Isaías Medina Angarita, ahora que las circunstancias políticas y su extraordinario don personal parecen marcarle un misión más duradera que la de un Presidente de los Estados Unidos de Venezuela: la de ser el líder de un gran partido político, el animador o interprete de un movimiento juvenil y popular como no había conocido nuestra historia contemporánea. Quienes le estimamos y seguimos no queremos que al final de su periodo presidencial el General Medina entre en un retiro dorado, porque le están necesitando las asambleas, los grupos entusiastas que se han decidido a hacer marchar a este gran organismo histórico –tanto tiempo dormido y estancado– al que damos el nombre de Venezuela.

Pueden ensayarse sobre el General Medina varias definiciones aproximadas. Podría decirse, por ejemplo, y como primeros rasgos del retrato, que «es un hombre alto y vigoroso, con una tez suave»; que «crea adonde llega una atmósfera amistosa que nos hace olvidar su poder»; que «es político de excelente salud y jovial ánimo, aquí donde tantos hombres públicos llevaron el encono de su hígado enfermo»; que «cuando va a hablar en público y mientras que otros doctores acuden a leer su papel y parecen enredarse en las metáforas y párrafos complicados, él improvisa la palabra justa, sencilla, que da como una flecha certera en quienes le oyen».  Mientras que los oradores están sumidos en sus manuscritos o en la contemplación interior de las frases que quieren decir, él observa al pueblo y es precisamente de los rostros de los auditores, de donde saca la frase que todos aguardan.

Puede ocurrir que usted esté en un grave acto pedagógico –por ejemplo, en la inauguración de alguna escuela– y hay un orador de orden que preparó para la ocasión el discurso de mejor sintaxis y el más severo traje negro. De pronto, para reducir aquel alarde oratorio a las modestas proporciones humanas, el Presidente se pone a hablar con una de las chicas o chicos que eran sufridos espectadores del acto cívico, o tiene una anécdota amable para la maestra, y todo es más eficaz, más elocuente que las anteriores cláusulas castelarianas o ciceronianas. Y ocurre también, en las manifestaciones obreras, como las que se celebraron junto a los pozos de petróleo del Zulia, en 1942, que un sociólogo joven o un líder sindical prepara su alocución con demasiadas teorías, pero de pronto el Presidente, que para estas oportunidades viste una simple chaqueta blanca apropiada al calor y al entusiasmo de las multitudes, se pone a hablar, ya no sobre libros o tesis sindicales, sino de las necesidades inmediatas de aquellos trabajadores que se sentían cohibidos y a quienes la risa ancha del General Medina parece devolver del acto solemne a la sencilla emoción de la vida. Y luego en el sindicato se había improvisado un almuerzo para el Presidente: se tuvo mucho cuidado con el protocolo y se deseaba que el General Medina se colocase al lado de uno de sus ministros, a quienes ve todos los días; pero él llegó, dejó su jipijapa de viajero en cualquier sitio y se puso a beber –porque había sido jornada de mucho sol y muchas ceremonias su vaso de cerveza helada con Juan Pérez o Pedro Peña, hombres del montón, pero que saben más sobre el trabajo y la auténtica «cuestión social» que muchos presuntos doctores.

Los líderes venezolanos que aparecieron después de la dictadura de Gómez tenían demasiadas teorías políticas que no siempre graduaron y dosificaron para el consumo de las masas, e insistieron con exceso en todos los elementos de rencor que quedaban flotando en la vida nacional, pero con mucha frecuencia olvidaban el contacto directo del pueblo después que se apagaban los aplausos multitudinarios. Y la sorpresa de Venezuela en los últimos años es haber encontrado en el joven General Isaías Medina Angarita un líder cordial, un hombre que sin movilizar ningún argumento de odio o pasión túrbida, se puso a hablar en un lenguaje afectuoso, directo, de gran alcance emotivo que constituía una invitación irrenunciable a trabajar por nuestra tierra. Otros presidentes de Venezuela dividieron a sus compatriotas en dos grupos: los buenos y los malos; los buenos eran los que estaban con ellos y los malos aquellos a quienes por ser opositores se les mantenía en un especie de excomunión civil. Y en un país donde prevalecieron por tantos años las formas más orientales de política, la intriga y el chisme palaciegos, la preocupación de los validos que querían poner entre el Gobierno y el pueblo una rígida barrera de fórmulas, el problema más serio de un presidente es bracear y abrirse paso como un nadador hábil entre tantos arrecifes que acumuló la tradición y el prejuicio y ponerse a ver las cosas por sus propios ojos. Pero con gran intuición, Isaías Medina Angarita no hizo caso de aquella clásica frontera entre «buenos» y «malos»; a todos –incluso a aquellos que lo injuriaron en la lucha– quiso conocerlos con la objetividad humana del que comprende que la política no es exclusión, sino más bien pacto o armonía de fuerzas que siempre pueden buscar los puntos de coincidencia.

Hemos hablado con el Presidente en los sitios más diversos: en su despacho del Palacio de Miraflores, en un hotel de New York, en la simpática cabaña montañesa que tiene en El Junquito o en el jardín de su casa, cuando al anochecer, después de una agobiante jornada de audiencias o de un «Consejo de Ministros» llega buscando la sonrisa de sus dos hijas o pide al camarero, a quien trata con la afabilidad que se tiene por un antiguo ordenanza, que prepare ese «Whiskey» bien frio, de antes de cenar, que abre el camino a las conversaciones más directas. Y de todos esos encuentros he querido resumir en un solo diálogo algo de lo que me ha dicho sobre Venezuela y lo que puede llamarse el perfil más general de su política. La señora Irma de Medina Angarita asiste a una de esas conversaciones y completa el retrato privado, que es el antecedente necesario para juzgar al político. 

–Cuando lo conocí  –dice la señora Medina Angarita me pareció ante todo, cordial y emotivo. Su gran sonrisa optimista deshacía todo obstáculo. Y acaso el rasgo más curioso de carácter es que lo mismo que posee como pocos hombres, el don de hacerse amigos, nada lo hiere más que la negativa o el rechazo de aquellos que pudiendo colaborar, se niegan por miedo o por inercia.

—Hombre para trabajar en equipo, para animar ese gran «team» que también se llama la Política –agrego yo– Fíjese usted cuando está en una reunión de amigos. No se aísla con ninguna persona. Puede estar conversando con un Ministro cualquier asunto de Estado, pero está pendiente, al mismo tiempo, de que todos los huéspedes lo pasen bien y ninguno se sienta inferior o deje de participar en aquel coro de voces, de buenas voluntades que allá se armoniza. Y le ayuda su buena memoria, porque puede entrar de improvisto un hombre de Guayana o de Trujillo, del más apartado rincón de la Republica y en el noventa por ciento de las veces, el General Medina sabe el nombre del visitante o tiene un amable recuerdo que asociar al aparecimiento del huésped.

—General Medina –le pregunto de improvisto– ¿cuál ha sido la mayor aspiración de su política?

—Usted dirá –me responde– que le contesto con un lugar común, porque estas cosas tan generales a veces solo pueden definirse con frase que todo el mundo emplea. He querido, con la mayor sinceridad, toda la alegría, todo el bienestar para el pueblo venezolano. Pero esto requiere un necesario complemento: primero como militar y como jefe de tropa, luego en mis jiras por todo el país, estuve siempre en contacto con el pueblo de este territorio inmenso y lleno de contradicciones geográficas que se llama Venezuela. Y entre soldados de la tropa, primero, y después como mandatario, aprendí a querer y a sumar las virtudes distintas e integralmente positivas de nuestro pueblo. Hay una condición unánime que consiste en que los venezolanos somos todo, menos gentes dormidas. El hombre venezolano (aunque venga del más oscuro analfabetismo rural, de la situación económica más deplorable), es siempre despierto, vivaz y de extraordinaria adaptación a cualquier progreso.

Pero es importante, además, poner de relieve lo que pudiera llamarse las virtudes regionales de nuestra gente. La agria tierra de Coro, sin agua, tierra de médanos y cactus engendra, por ejemplo, un hombre sufrido, de formidable aguante físico, de maravilloso estoicismo moral que ha hecho de aquella comarca una tierra de excelentes soldados. Con la fortaleza y el espíritu de sacrificio absoluto de un coriano se puede ir a cualquier sitio del mundo. El hombre del oriente de Venezuela, el cumanés, que mira al mar más azul y la costa más luminosa de nuestro territorio, tiene una imaginación brillante, rápida; imaginación un poco de poeta. El margariteño es un marino nato. El hombre andino que siembra sus conucos en los repliegues de la formidable serranía es, ante todo, tenaz y metódico. Dentro de su espíritu, a veces callado y taciturno, dispone de una admirable cabeza organizadora.

La inmensidad llanera, a pesar del tremendo combate con la soledad y la naturaleza, forma paradójicamente un hombre muy seguro de sí mismo. El llanero como superando con su potencia humana el difícil medio natural, es optimista; cree en sí mismo y cree en su tierra y aunque viva en las ciudades o en los ambientes más civilizados, siempre sueña con volver al llano. El maracaibero es, como pocos, uno de los pueblos con mayor inventiva económica. Antes de que se desarrollase en aquella región la riqueza del petróleo ya el maracaibero se las había ingeniado para hacer de su comarca el más activo centro de negocios de todo el país, y en cierto modo el hombre menos dependiente del presupuesto. Y así en toda Venezuela, una serie de virtudes particulares se suman para crear una psicología nacional variada, ágil y muy despierta, que es lo que necesita interpretar nuestra política. Puede hacerse y debe hacerse en Venezuela una política que no niegue sino auspicie la alegría y el entusiasmo.

—¿Y cree usted –le interrumpo– que nuestro pueblo ha alcanzado ya capacidad suficiente para disfrutar sin limitaciones de la plena vida democrática?

—Las últimas elecciones para los Concejos Municipales y para las legislaturas de los Estados en este mes de octubre –responde el Presidente– demuestran que las masas venezolanas, por la admirable conciencia cívica con que participan en los comicios, han logrado una madurez política que refuta y deshace todas las malas previsiones de los agoreros. Ni el más pacato podrá negar dos cosas: la imparcialidad con que el Gobierno permitió que se expresaran todas las corrientes de opiniones y la disciplina con que el pueblo sufragó en las urnas. Si una nación así no merece la democracia, yo no sé dónde podrá aplicarse.

—Una política –interrumpo al Presidente– se hace concreta, pasa de la teoría al hecho por medio de la acción administrativa. ¿Cuáles de las obras administrativas emprendidas por su Gobierno lo han entusiasmado más?

Y en orden numérico el General Medina recuerda la urbanización obrera de El Silencio –la más vasta y mejor planeada que tenga ningún país de la América Latina, según la opinión de los entendidos ; el estupendo plan de ensanche y transformación del puerto de La Guaira que ha comenzado a realizarse; la vasta edificación escolar que en los grandes bloques educativos de Caracas y de las principales ciudades venezolanas, sustituye las estrechas escuelas sin aire y sin luz por esta arquitectura de grandes ventanales y patios de juegos donde se formará una juventud más alegre y animosa; y el nuevo gran edificio de la Escuela Militar que será el símbolo de un ejército moderno, poderosamente tecnificado que seguirá contribuyendo al progreso civilizador de Venezuela y no a la aventura política como en otros días depresivos de nuestra historia.

El General Medina Angarita es no solo el Presidente de Venezuela sino el gran animador también del Partido Democrático, que hace pocos días recibió su entusiasta bautizo electoral y la calurosa rectificación del pueblo.

—¿Qué augurio, qué aspiración quisiera imprimir usted a su partido? –pregunto al Presidente.

—Anhelo, me dijo, a que cumpla, ante todo, la siguiente línea política:

1.–Reafirmar cada día más las instituciones democráticas. Pasó ya en Venezuela la época del «personalismo» como sistema político y el Partido debe ser un marco para que los hombres luchen por sus ideas de progreso venezolano y se destaquen ante el pueblo por sus propios méritos y por la obra realizada.

2.–El ascenso  de los hombres ante la conciencia pública se deberá pues, al empuje del Partido y a la manera como los luchadores se hayan aprestigiado ante el país.

3.–Antes la política era como una «gracia» o favor que concedía la personalidad que estaba en la cima del poder; ahora corresponderá al trabajo y la actividad responsable de cada cual. Es este el auténtico camino de una política democrática.

Había que hacerle al Presidente Medina una pregunta final; aquella que constituye el desvelo de todos los venezolanos que sienten con más ardor que nunca la tarea que les impone su país, la esperanzada interrogación de las nuevas generaciones  que ahora se aprestan, superados ya los prejuicios y las ligaduras espirituales de ayer, a enfrentarse al combate del porvenir.

—Presidente –le dije– durante mucho tiempo nos enseñaron a los venezolanos que nuestra historia pasada fue tan fulgurante y gloriosa que casi nuestra única tarea como nación era sumirnos en la nostálgica contemplación de aquellos recursos. Por eso, quisiera una última opinión, acaso un pronóstico de usted sobre el futuro de Venezuela.

—Cuando yo expresé en un discurso en 1939 –respondió el Presidente– aquella frase de «Hasta aquí la historia», quise determinar que había llegado el momento de que nuestro pasado heroico superase la etapa puramente contemplativa para convertirse en estimulo del porvenir. En efecto, hubo en Venezuela larguísimos periodos en que prácticamente los hombres no pudieron actuar. Su pensamiento que entonces no tenía vigor para transformar las realidades contemporáneas, se sumía únicamente en la contemplación de las glorias pasadas. Pero ahora la contemplación debe ceder el paso a la acción. Si pensamos en la historia heroica no es para contemplarla con la inferioridad de otras etapas de la vida venezolana sino para que ella nos sirva de conjuro y acicate a preparar un mañana igualmente glorioso.

Venezuela progresa y será, sin duda, una gran nación, pero hay que cumplir y preparar aún una serie de etapas. La primera etapa consiste en el adiestramiento de nuestros hombres para entender todos los complicados hechos y las complicaciones técnicas de la vida moderna. Coincide con esta etapa, el fortalecimiento de nuestro potencial humano. Nuestro pueblo debe crecer demográficamente con todas las medidas de salud e higiene pública, con la política de protección social que es necesario acrecentar y con el desarrollo de un plan de inmigración. Si esta política de hombres, de «potencial humano», se complementa con la valoración racional de todos nuestros recursos naturales, hay que ser profundamente optimistas sobre el futuro de esta tierra.

Numerosos huéspedes están esperando en la antesala del Presidente. Telegramas que llegan y llamadas telefónicas interrumpen constantemente nuestro diálogo. Y cuando al finalizar la charla y escribir la última palabra de estos apuntes, el General Medina Angarita nos tiende otra vez su mano afectuosa, en ella parece afirmar el fervor y responsabilidad del gran momento que vive Venezuela. El General Medina es un hombre joven, y es de la actitud generosa y sin prejuicios con que entra a la historia política, de lo que puede esperarse más, no solo como signo y derrotero de su obra personal, sino también de su influencia colectiva.

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Carlos Cruz-Diez: Nostalgia y futuro de Venezueña

Maestro Carlos Cruz Diez

Carlos Cruz-Diez, París, 2017 © Atelier Cruz-Diez París. Foto de Lisa Preud’homme.

Carlos Cruz-Diez: Nostalgia y futuro de Venezueña

Por Guillermo Ramos Flamerich

Próximo a cumplir 96 años, en el maestro Carlos Cruz-Diez (Caracas, 1923) existen dos cualidades que lo acompañan junto con su obra. La primera, su infatigable entrega al trabajo. Presentando exposiciones desde Bruselas hasta Houston; desde Panamá hasta el Reino Unido. Por España, pasando por Austria. Una galería privada, un museo, una fundación, una pasarela cromática en Viena. En fin.

La segunda, es esa capacidad de relatarnos su propuesta artística, y de vida, con la sencillez de quien se sigue maravillando por el despuntar de cada mañana. Sus palabras son trazos que evocan, viven, pero, sobre todo, son apuestas por un futuro mejor.

Al acostarse cada noche, ¿existe algo de Caracas, un aroma, una imagen o una sensación, que siempre esté allí, que no haya pasado ni sea pasado, solo presente?

Ante todo, quiero decir que yo me fui de Caracas, no porque me desagradara, todo lo contrario. Fue la decisión de rediseñar mi vida y desarrollar mi discurso en una plataforma de proyección internacional. Por eso siempre tengo presente mi país y además, se lo he inculcado a mis hijos y nietos. Yo nací en la parroquia de La Pastora, en la esquina de Torrero y los recuerdos son imborrables. La niebla a las cinco de la tarde sobre la plaza o el olor a tierra mojada después de la lluvia.

¿Se puede conectar con la ciudad, con el país sin nostalgia? ¿Qué es para un hombre de 95 años la nostalgia? 

La imagen que tengo es la de la ciudad que viví. Recuerdo con nostalgia su bellísima luz y la transparencia del cielo en los meses de noviembre, diciembre y enero. El paisaje del Ávila que cambia de color todo el tiempo… A veces la nostalgia del país nos invade, pero pienso que nunca volveré a vivir lo que viví, los viejos amigos ya no están, los tiempos cambian y cada generación les deja un nuevo significante. Lo pasado es pasado, por eso vivo intensamente el presente.

Lo que sí recuerdo con nostalgia, es lo que en el futuro seguramente llamarán «el renacimiento». Que fue entre los años 1940 y 1975 donde la actividad cultural fue de una gran intensidad. A Venezuela venían las grandes figuras universales de la literatura, la música y el arte y se crearon grandes museos con colecciones extraordinarias.

Sofía Ímber dijo que usted llevó a Venezuela al mundo y el mundo a Venezuela. ¿Qué cosa del mundo actual entregaría a la Venezuela de hoy?

La paz y el entendimiento… Que no se pierda el sentimiento de la amistad, tan característico en el venezolano. Creo que la noción de amistad es fundamental para nosotros.

¿Qué quiere seguir diciendo Cruz-Diez, o qué cosa nueva ha visto Cruz-Diez que debe transmitirle a la gente?

El arte es el más bello y eficaz medio de comunicación que ha inventado el hombre. Que el arte siga siendo el refugio espiritual de la humanidad.

¿Ser venezolano implica una propuesta artística?

El arte no tiene fronteras. Los artistas venezolanos, gracias a la comunicación inmediata, hacen el arte que está en juego en cualquier parte del mundo.

La Cámara de Cromosaturación del Museo Cruz-Diez es símbolo de los que se quedan en el país. El piso del Aeropuerto de Maiquetía, es la imagen predilecta de los que se van. ¿Cómo vive el hecho de ser un símbolo de la venezolanidad?

Me llena de orgullo, pues, muy pocos artistas tenen ese privilegio, pero me da mucha tristeza que el piso del aeropuerto sea el símbolo de la salida obligada del país. Espero que también sea el símbolo del retorno.

¿Cuál es el siguiente paso después de darle movimiento al color?

El universo cromático es inagotable, queda mucho por investigar y hacer evidente.

*Publicado originalmente en el suplemento cultural Verbigracia de El Universal, el sábado 15 de junio de 2019

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Elisa Lerner: de una soledad a otra

Entrevista a Elisa Lerner

Entrevista aparecida originalmente en la revista Ojo (cultura universitaria) edición número 24 – año 2013

Elisa Lerner: de una soledad a otra

Por Guillermo Ramos Flamerich

En un apartamento más bien pequeño pero acogedor de Los Palos Grandes, Elisa Lerner, junto a su empleada de años Juana, convive con sus recuerdos, pero estos son interrumpidos continuamente por el presente. En el estrecho pasillo de entrada está un cuadro de Manuel Quintana Castillo firmado por sus compañeros del grupo Sardio en la ocasión de una fiesta de cumpleaños; también una pequeña pintura de Mercedes Pardo alusiva a su signo zodiacal junto a alguna caricatura dedicada por Pedro León Zapata; muñecas de trapo mexicanas y libros de colección. Todo esto bajo la mirada tranquila de viejas fotos familiares. Pero lo que sobresale de la salita-comedor es la luz que proviene del Ávila. Al fondo se abre una vista serena, es la montaña que guía a la ciudad. Al llegar la tarde solo ese rincón cambia de color. Diferentes tonalidades de anaranjado se logran percibir hasta que cae la noche y se escucha el primer grillo.

Es domingo, el final de una tarde y de semana, Elisa ofrece torta de chocolate y té. La entrevista comienza recordando aquel libro del español Enrique Vila-Matas sobre los escritores que dejaron de escribir: Bartleby y compañía. Menciona el caso venezolano de Andrés Mariño Palacio, precoz escritor que fue dejado al olvido a causa de su enfermedad.

Repasa los años de Rómulo Gallegos y su derrocamiento, los cuales retrata «de manera sesgada» en la novela De muerte lenta, coedición de la Fundación Bigott con Equinoccio en 2006: «Habíamos caído de la manera más tonta en una dictadura». Al poco tiempo ya no quiere hablar de ello: «Cuando escribo algo es porque ya salí de esos fantasmas. Si caigo en la reiteración siento que me estoy convirtiendo en poseedora de un pasado que también le pertenece a otros».

La «aurora galleguiana» es una de las cuatro ocasiones en la vida de Elisa en que ha sentido la euforia de un posible enderazamiento nacional. La primera, en los albores de la infancia: la apertura de Eleazar López Contreras; la segunda, al final de la infancia: el 18 de octubre de 1945; y el 23 de enero de 1958, en plena juventud. Todo esto la ha vuelto algo susceptible cuando se le habla de enrumbar la nación. No confía o desconfía, solo observa como de esas esperanzas se retorna al dolor histórico. 

No tan lejos del temblor del mundo

También está la historia menuda de la «muchachita blanquita que vestía a la europea», de padres rumanos, pero muy caraqueña. La que iba en familia al teatro mucho antes de entrar a la escuela primaria. El vago recuerdo de una actuación de la argentina Paulina Singerman en el Teatro Municipal, unos cosacos que se presentaron en el Teatro Nacional, o el sabor de las tablitas de chocolate Duncan que compraban antes de la función. Es la Caracas de los años treinta y cuarenta, pequeña y humana, «no muy lejos de la belleza y del temblor del mundo», como recuerda en la crónica El sueño de un mundo, recopilada en Carriel para la fiesta (1997).

Su madre Matilde se comunicaba con su hermano en el exterior a través de cartas: «No podías marear la perdiz, o escribir para entretener el paso del tiempo». De un tío viajero, Elisa recibía cartas en inglés, gracias a esas experiencias comprende «que escribir es algo muy serio, es un camino en el que se va de una soledad a otra».

A pesar de sus estudios de derecho en la Universidad Central de Venezuela, convertirse en escritora fue un afán desde la infancia. Cuando leía las secciones literarias de los periódicos, los reportajes de Ida Gramcko, pensaba en la posibilidad de ser periodista, diplomática y escritora. Se ha cumplido, en los años ochenta fue consejero cultural de Venezuela en España. Por insistencia del escritor José Balza publica una compilación de sus ensayos y crónicas bajo el título de Yo amo a Columbo (1979) y gracias al apoyo del historiador Ramón J. Velásquez otra colección de crónicas: Carriel número cinco (1983).

El pulso de la escritora

Para Elisa la escritura ha sido una pulsión sanguínea: «No sabía cuál género escoger, no premedité nada, solo sabía que debía comunicarme». A principios de los cincuenta esas inquietudes la llevan a formar grupo con otros jóvenes con los mismos propósitos. La mayoría, son los amigos del Liceo Fermín Toro, otros van apareciendo poco a poco, en el camino: Adriano González León, Guillermo Sucre, Luis García Morales, Salvador Garmendia, son algunos de los nombres de la inquieta vanguardia: «Para nosotros era el cine, el comienzo de un nuevo y sorprendente teatro, lo barato y asequible de  las singulares ediciones argentinas que podían conseguirse en la modernísima librería Cruz del Sur». Es la gestación de Sardio, y ella la única mujer participante. Las reuniones ocurren a pesar de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Al llegar la democracia el grupo adquiere mayor libertad y puede editar hasta su propia revista.

Precisamente es en la revista Sardio, en su  edición número 7 (abril-mayo, 1960), donde publica su primera pieza, el monólogo de La bella de inteligencia, el cual surge de sus tiempos de recién graduada, cuando busca trabajo y para ello debe leer el periódico por completo, no solo la sección cultural.

La siguiente obra: En el vasto silencio de Manhattan, nace de su experiencia en Nueva York: «una señora presbiteriana que quería aprender español porque cuando la pensionaran quería ir a Bolivia a encontrarse con su hermano». La cena era el momento perfecto para escuchar sus cuentos. Pero es Vida con mamá (1975) la de mayor éxito, no solo por taquilla, también por la crítica. El filólogo Ángel Rosenblat dirá que el español utilizado en ella «es uno de los más puros y hermosos», también el escritor Mario Vargas Llosa tendrá una buena opinión sobre la pieza. Para finales de los setenta Elisa escribe para la revista El Sádico Ilustrado. Toca temas cotidianos, de la cultura popular y de la mujer. Con ingenio y burla se adueña de un género mal visto para la reputación del escritor: lo cómico. Mucho más si se trata de una mujer.

Sus crónicas poco a poco han tomado un estilo más narrativo, se han convertido en relatos como los tres de Homenaje a la estrella (2002) y De muerte lenta, su primera novela. Si los compromisos le permiten, podrá finalizar lo que está escribiendo actualmente. Sobre el movimiento literario del país, editoriales y festivales de lectura en la actualidad, cree que ayudan a escribir con más esperanza: «En un país donde hay escritores de diferentes gamas, el lector puede tener preferencias y no un único poeta o novelista. Es ese un país donde el espíritu se asoma generosamente».

Elisa Lerner y Guillermo Ramos Flamerich

Elisa Lerner y Guillermo Ramos Flamerich. Foto: Luis González del Castillo

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Tomás Straka, el historiador y su tiempo

Tomás Straka, el historiador y su tiempo

Entrevista aparecida originalmente en la revista Ojo (cultura universitaria) edición número 20 – año 2013

Tomás Straka, el historiador y su tiempo

Por Guillermo Ramos Flamerich

 «El romero se paró al pie de la ermita que se levanta a un lado del camino, en la colina desde donde se domina la villa de muros encalados y techos de tejas. El romero pidió agua y los monjes le ofrecieron el pan y el fuego.», así comienza el relato Eclipse, publicado en el Suplemento Cultural de Últimas Noticias el 21 de noviembre de 1993. El autor es un aspirante a profesor en el Instituto Pedagógico Nacional. Busca abrirse paso en la escritura y aunque esas líneas son solo ficción, su destino será investigar, analizar y plasmar con su prosa parte de la historia venezolana. Su nombre es Tomás Straka

Al mostrarle la página del periódico donde aparece publicado, amarilla y con dos décadas a cuestas, Tomás se impresiona y todo lo encierra en una frase: «Te has convertido en un arqueólogo». Él también lo ha sido.

El sitio más cómodo para comenzar esta conversación es una biblioteca, la del Instituto de Investigaciones Históricas de la UCAB. Esa atmósfera húmeda, el sabor a libro mojado, los bombillos fluorescentes y el historiador sentado, dan pie a cualquier tema que tenga que ver con el ser humano, la memoria y el país. No todo es análisis y academia, también existe una vida que contar. Pero el tema político en estos tiempos siempre será el primer plato.

Vivimos una etapa donde la mediocridad parece superar eso que se ha llamado el  «bien del intelecto».

–Creo que estamos comenzando a dejar atrás lo más grueso de la mediocridad. A lo mejor somos muy optimistas con el pasado, tal vez le hubieras preguntado a algún constituyente de 1946  sobre este tema y te respondiera: «aquí si hay mediocridad». En un congreso de Juan Vicente Gómez había mucho talento, pero hicieron cosas mediocres. Eso los hace más culpables. Pero en estos años también ha surgido una nueva cosa, en todos los ámbitos. Montones de escritores, que hace apenas una década eran unos muchachos y la gente no los conocía, han aparecido. Así como el liderazgo de la oposición. Los que están en la cabeza, salvo Ramón Guillermo Aveledo, los tres fundamentales, hace quince años eran desconocidos.

Tomás tranquilamente puede ser etiquetado en función a esa generación intelectual emergente. Aunque le ha tocado entrar al «boom» que ha permitido a parte de sus colegas, no tan jóvenes y con trayectorias más largas, vender libros sobre la historia nacional con un éxito inusitado y los ha fortalecido como líderes de opinión. Tal es el caso de: Inés Quintero, Elías Pino Iturrieta o el fallecido Manuel Caballero. Tomás se integra a ellos y con mayor frecuencia los medios de comunicación buscan su opinión, sus deseos y hasta predicciones. Muchos intentan encontrar en el pasado algún mapa que ayude a transitar un presente complejo.

¿Los comienzos se dieron con la escritura o la lectura?

–Yo creo que empecé escribiendo. Desde muy niño. Mi primer concurso de cuentos lo gané a los siete años. Con el cual recibí una beca que me duró hasta que estuve en el Pedagógico. Fue un cuento sobre mi familia, sobre sus características. La premiación se dio en el parque Los Caobos, estaba la primera dama Betty de Herrera. Recuerdo que el primer premio de la beca eran 120 Bs mensuales y el segundo una bicicleta. Desde mi mirada de niño quedé bastante decepcionado, hubiera preferido la bicicleta. Pero me gustaba escribir, mi papá era un hombre de libros. Se jubiló cuando yo estaba pequeño y leía mucho y escribía. Mi abuelo también escribía. Ya somos tres generaciones de Straka que hemos publicado cosas.

Alguna vez escuché que Tomás era el «historiador más grande que tenía Venezuela» y en parte, de manera literal, lo es. Dos metros de altura, quizás unos centímetros más, forman su figura. En él, los rasgos de la mezcla. Su padre, Hellmuth Straka, antropólogo, espeleólogo e investigador de origen checo. Por parte materna, con ascendencia de El Callao y Barlovento. Tomás caracteriza a buena parte de los venezolanos nacidos a partir de la segunda mitad del siglo XX, al convertirse el país en un receptor de culturas, y formador de nuevas maneras de sentirse venezolano. Él es de 1972.

–Eres parte de una generación que se le acusa no querer involucrarse o saber de política, ¿cómo afectó la política tus inquietudes juveniles?

–En bachillerato fui miembro de centros de estudiantes. Nuestra vocación era más cercana a la izquierda, pero la caída del Muro de Berlín nos afectó. Fue un hecho trascendental en nuestras vidas, un punto de no retorno. Entrar al Pedagógico era otro mundo, la burocratización de la protesta, y un grupo representante de los restos de una izquierda a la cual yo veía muy corrompida, que habían perdido todo miramiento ideológico y se habían enquistado allí.

Su etapa de estudios en el Pedagógico la vive en un país con una creciente crisis política e institucional. Pero estos años también sirven para mejorar la técnica de escritura, conocer las teorías de Federico Brito Figueroa, formar parte de la revista Tierra Firme, dar clases en liceos y colegios privados. Así como descubrir su corriente de investigación y mostrarse consecuente con Marc Bloch cuando definió la historia como «el hombre en el tiempo».

–¿Qué entiendes de lo que ha ocurrido en Venezuela en los últimos meses?

Una cosa muy hermosa, que la libertad humana se impone. Por eso quienes creen encontrar leyes históricas para predecir el futuro, suelen equivocarse. Se ha demostrado que en última instancia la humanidad puede tomar decisiones que no están previstas. Sin embargo esa libertad, esas decisiones, puedes conectarlas con otros procesos. Esto que ha ocurrido en los últimos meses lo que ha hecho es acelerar un curso que ha venido desarrollándose desde el 2007 para acá. El cambio se está dando, lo que no sabemos es para qué. Uno ve una tendencia, hay una propuesta que está en declive, otra en ascenso. Pero no está escrita la última palabra.

–¿Tu obra fundamental está por llegar?

Ojalá. Porque si mi obra fundamental es cualquier cosa de las que he escrito, iría al cielo o al infierno con muy poca satisfacción.

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