El cielo de los gatos
Por Guillermo Ramos Flamerich
Al gato Tim, amigo entrañable de Tom
Cuando Tom murió a su dueña le dijeron que se había ido con una novia gata muy simpática. La niña no respondió, fue a su cuarto a imaginar a su extraviado amigo. Se quedó dormida y enseguida comenzó a soñar con el lugar donde se encontraba su pequeño gato, sin proponérselo se había adentrado al cielo minino.
En el cielo de los gatos hay ríos de leche, montañas de basura para comer, ratones para jugar, muebles para rasguñar y almohadas y camas para dormir. El pescado es infinito y un desierto sirve como la caja de arena más grande de todas.
La niña caminaba por las montañas de basura, conocía la predilección de Tom por los desperdicios, pero allí no estaba, tampoco a las orillas del gran río lácteo. Caminaba sin cesar en búsqueda de su gato: «¿Dónde estará Tom?» Se preguntaba con una expectativa cada vez mayor.
A lo lejos, una bola de pabilo gigante con una pequeña silueta gatuna se divisaba. La niña corrió tan rápido como pudo, frente a los inmensos hilos se veía la reconocible faz de Tom. Era él, con su pelaje gris, ojos azules y manchas marrones en sus patas. Tenía unas pequeñas alas y una aureola que alumbraba todo su ser. Lo secundaba una gata rosada, era su nueva compañera en las alturas. La niña sonrió al verlo. Tom soltó un miau entendido como: «Muchísimas gracias».
FIN