Archivo mensual: abril 2011

Amante de facebook

Amante de facebook

Por Guillermo Ramos Flamerich

Juan estaba solo. Era un oficinista joven, con poco trabajo que hacer y demasiado tiempo para el ocio. Su única distracción durante la jornada de trabajo, era revisar la red social facebook. Los estatus, álbumes, actualizaciones y sobre todo la información sentimental de sus contactos. Juan añoraba poder cambiar su información personal. Siempre «soltero (a)». Desde la aparición de facebook, Juan sólo había tenido un noviazgo, el cual terminó gracias a esta red social.

— ¡Martha! Creo que esta relación subió a un nuevo nivel, te sugiero que cambies tu información sentimental. ¡Anda chica! Tenemos una relación, publícalo en facebook. Comentaba Juan.

Martha, su novia desde hacía diez meses, era amante de la privacidad. Para ella el facebook era la «comadre chismosa» de los nuevos tiempos. Ella  disfrutaba la compañía de Juan, pero estaba harta de su insistencia. No quería agregar información personal, era su última palabra.

— ¡Mi amor! Tú sabes cómo soy yo. Nuestra relación es y será duradera, pero eso de que lo nuestro, esté en boca de todo el mundo, creo que empava un maravilloso noviazgo —decía Martha con ternura.

Juan, cada día se obsesionaba más con la idea de publicar su relación en facebook. Veía como la mayoría de sus amigos comentaban sus amoríos a diestra y siniestra. Martha y Juan tenían etiquetadas una importante cantidad de fotos, pero esa situación no calmaba el afanoso empeño del novio.

Todas las peleas se relacionaban con el asunto. Juan argumentaba que al no apoyar su decisión, Martha estaba negando su relación. Ella a su vez reclamaba a Juan que tenía que aceptar su forma de ser.

El idilio, gracias a este amigo virtual, se fue rompiendo poco a poco. Una de las últimas peleas, se produciría por un escrito publicado en el muro de Martha por uno de sus amigos: «Mi amor, pendiente el fin que viene para una reu en mi casa».

— ¡Martha! Por eso no quieres publicar lo nuestro, lo entendí. Quien sabe que estarás haciendo.

— ¡Nada de eso! Si nos vemos todos los días. Juan, esto ya me tiene harta, es mejor que terminemos. No quiero saber más nada de ti o tu facebook. Aseveró Martha de manera agresiva.

Al poco tiempo, por cuestión de orgullo, Juan la bloqueó como amiga y des etiquetó todas las fotos que tenían juntos.

Así pasaron los meses. La monotonía de la oficina y el facebook. Por cosas del destino, Juan consiguió una novia muy parecida a él: Ana María. A los dos días de comenzar el romance, ya el facebook publicaba con bombos y platillos su compromiso. La alegría de Juan era incalculable, escritos en el muro, álbumes y todo lo que se puede hacer por esta red social para demostrar amor. Mas a los tres meses de noviazgo, durante una de esas tardes de oficina, aparecía publicado en el computador de Juan: «Ana María está soltera».

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La euforia

La euforia

Por Guillermo Ramos Flamerich

 «Camina, camina, es hora». Llegaba tarde a mi primer día de trabajo en Cementos Porvenir,  no había podido estar más temprano ya que un corazón roto llenó de sangre la calle principal del sector donde resido. Estaba emocionado, yo, en el trabajo de mi vida, mezclar y revolver el cemento que será vertido en las grandes construcciones de la ciudad. Utilizaba mi mejor pinta para la ocasión, desde un corbatín vino tinto, hasta unas medias doradas, todo un maestro del cemento.

Llegar media hora tarde, pienso no es pecado, pero así lo creía el reloj que tenía por jefe. Con sus inquietantes agujas me reclamó mi falta: «Mucho cuidado y continuas así». Estaba asustado, pero la euforia podía más. Todo resultó tranquilo en la primera hora, a excepción de un pan que la agarró conmigo, lo único que hacía era fastidiarme y fastidiarme, hasta que decidí darle un mordisco. Mezclaba y mezclaba cemento en mi oficina, el tiempo se fue volando en un helicóptero de la compañía. Faltaban pocos minutos para finalizar la jornada, en eso, una hermosa computadora se presenta ante mí. Con una pantalla insinuante, empezó a pedir que ejecutara programas varios en su sistema, yo le dije que no, ya que podía tener un virus, entonces me contestó: «A mí lo único que me ha dado es gripe, más nada».

Terminado el primer día de trabajo, decidí celebrar con los recién conocidos compañeros. Fuimos a un bar de jazz, allí un trombón tocaba música de Charlie Parker. Amanecí entre copas rotas, vencidas por pandilleros vasos de whisky. El día era hermoso, un tenue verde se asomaba por las nubes, lástima que al verlo se asustó y se fue. « ¡Otra vez tarde!», gritó mi jefe con voz molesta. Tenía razón y presenté mis excusas. A pesar de lo feliz que me sentía dentro de Cementos Porvenir, al mes decidí renunciar. La euforia se había marchado con otro al descubrirme coqueteando con la depresión.

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En la esquina de Miracielos continúa la tradición

En la esquina de Miracielos continúa la tradición

Por Guillermo Ramos Flamerich

Este es el recuento de un miércoles santo en el centro de Santiago de León de Caracas. La tradición combinada con la fe, hacen de la figura del Nazareno de San Pablo, una de las imágenes protagonistas de la pascua venezolana

«El Nazareno de San Pablo y el rito que conlleva, es muestra de un pueblo creyente y de una Caracas, que aunque transfigurada, conserva la esencia de un pasado clave, que nos explica y comprende»

A las diez de la mañana los alrededores de la Plaza Caracas, así como la mezzanina del Centro Simón Bolívar estaban repletos de vendedores ambulantes. El ambiente simulaba aquel pasaje bíblico del templo lleno de mercaderes. Esos que luego Jesús echaría. Patacones, manjaretes, hallacas, churros, una procesión de algodón de azúcar y el vendedor-animador que exhibía un rayador para vegetales, especial para preparar chop suey. «Todo a cinco, todo a cinco», vociferaba un buhonero mientras yo bajaba a las inmediaciones de la iglesia de Santa Teresa.

Comerciantes cuales Reyes Magos esparcían incienso, el cual se mezclaba con el inevitable olor a cañería que sufre gran parte del centro histórico de Caracas. Bolsos, túnicas, velas, estampitas y demás El Nazareno de San Pablo se convertía en ídolo pop. Cincuenta bolívares las franelas, diferentes tallas, colores y diseños. Una de ellas mostraba impreso parte del poema: El limonero del Señor de Andrés Eloy Blanco, otras presentaban el rostro de Juan Pablo II, la figura de San Miguel Arcángel y del imprescindible homenajeado de ropaje morado. En todo este panorama, resaltaba la figura de cerámica de un Nazareno que, a pesar de cargar a cuestas con la cruz, su mayor sufrimiento se convertía en el plástico en el cual estaba atrapado.

Sandra Goda y su nieta, aquella que sólo le daban una hora de vida

Frente a la iglesia que construyera Antonio Guzmán Blanco en honor a su esposa Ana Teresa Ibarra, y como escarmiento por derribarle el hogar al Nazareno de la vieja Capilla de San Pablo el Ermitaño, la policía nacional y los medios de comunicación aguardaban cualquier novedad. Para entrar al templo la cola llegaba más allá del Teatro Municipal, repasando los límites del SAIME. Al ver la acumulación de gente frente al organismo de identificación y extranjería, llegó a mi mente un tenebroso recuerdo de infancia: el del día que saqué mi primer pasaporte.

Aunque una de las tantas almas que caminaban por el lugar alegaba que «no había tanta gente como el año pasado», para Sandra Goda, la tradición del Nazareno comenzaba este año. La razón: su primera nieta se vio muy mal cuando nació, le daban una hora de vida. Ahora se encuentra descalza, junto con su bebé, pagando promesas por mantener a su retoño con vida. La fiesta de pregones continuaba. La venta de películas con motivos religiosos era abismal. «Llegó el Nazareno, está esperando por ti», «tres velas por cinco bolívares».

 La procesión del algodón de azúcar seguía su paso errante. En la peregrinación se observaban cierta cantidad de niños con túnicas púrpuras. Alguno que otro con la actitud que describe Julio Garmendia en su cuento El pequeño Nazareno. Inquieto, medio molesto, sin entender lo que ocurría. Otros, los más infantes, sólo dormían o se nutrían del pecho de su madre. Uno de esos pequeños nazarenos, capitaneando un carrito de churros, acompañaba a su padre quien, cual San José buscando posada, vagaba de sitio en sitio, rastreando el mejor lugar para vender su mercancía.

«Para entrar al templo la cola llegaba más allá del Teatro Municipal, repasando los límites del SAIME»

La figura joven y robusta de la vendedora Milagros Valdés, me comentaba sobre su vida y el Nazareno. Todos los años labora frente a la Iglesia de Santa Teresa. Ha hecho la procesión, la cola, ha amanecido en el lugar. Vende desde que era una niña. Toda una vida. Ahora, negocia con túnicas de todos los tamaños. Las ventas han disminuido, pero la fe continua. Ya era casi la hora de la misa. Al ritmo de las campanas meditaba sobre el significado de esta manifestación de devoción. A pesar de la ciudad, el excesivo comercio y el retablo de Andrés Eloy: «En la Esquina de Miracielos agoniza la tradición», el Nazareno de San Pablo y el rito que conlleva, es muestra de un pueblo creyente y de una Caracas, que aunque transfigurada, conserva la esencia de un pasado clave, que nos explica y comprende.

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