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Charles de Gaulle en Venezuela (Boletín de 422 de la Academia Nacional de la Historia)

Junto al investigador italiano Michele Merenda publicamos en el número 422 del Boletín de la Academia Nacional de la Historia de Venezuela, un trabajo sobre qué se habló, cómo fue recibido y el legado de la visita de Estado del Presidente de la República Francesa, Charles de Gaulle, a su homólogo venezolano Raúl Leoni en septiembre de 1964.

Para leer el trabajo, hacer click aquí

Cierra la sección Estudios con el artículo redactado a cuatro manos por Guillermo Ramos Flamerich y Michele Merenda, doctorandos en Historia y en Estudios Hispánicos e Hispanoamericanos en las Universidades Sorbonne Nouvelle y Grenoble-Alpes respectivamente. Bajo el título «Un acontecimiento grato y promisor». La visita de Estado del General De Gaulle a Venezuela en septiembre de 1964, exploran la visita que hizo a Venezuela el general Charles de Gaulle durante su larga gira por América Latina. Venezuela fue uno de los diez países que visitó el General, país donde fue recibido con todos los honores por el presidente Raúl Leoni. Teniendo como base la revisión de los archivos privados de la familia Leoni-Fernández y tomando como inspiración la lectura del libro De Gaulle et l’Amérique latine, publicado en Francia en 2014, Ramos Flamerich y Merenda analizan el viaje del general De Gaulle a América Latina, el recibimiento del cual fuera objeto y la situación de Venezuela a su llegada, así como la imagen que el país presentó ante Francia en el folleto titulado Aspects du Venezuela.

De la presentación del Boletín ANH 422 – abril, junio, 2023

Enlace completo al boletín: https://www.anhvenezuela.org.ve/2023/06/19/boletin-422/

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Una mirada femenina a la Venezuela guzmancista

Souvenirs du Venezuela Librairie Plon, 1884.

Una mirada femenina a la Venezuela guzmancista

Por Guillermo Ramos Flamerich

Publicado originalmente en el Papel Literario de El Nacional el 11 de junio de 2022.

A la Eli

Un libro tiene muchas vidas y estas quedan reflejadas en las marcas físicas que el tiempo le va dejando. De niño me gustaba escudriñar la biblioteca de mi abuela Dilia. Revisaba aquellas sobrias gavetas y encontraba tomos que lo único que hacían eran multiplicarse. Entre el olor de la polilla y el polvo, el tacto áspero al tocar hojas crujientes, y la presencia de imágenes y textos de otra Venezuela, encontré un librito que me hizo vivir la aventura de un mundo perdido. Era el volumen 51 de la Biblioteca Popular Venezolana, aquella empresa del Ministerio de Educación Nacional, que realizó ediciones masivas de clásicos venezolanos y que mantuvo una importante continuidad a mediados del siglo XX. De portada azul cadete, con un dibujo en el centro de una muchacha a medio perfil y unas chozas de fondo y el nombre desconocido y cordial de una «musiúa», Jenny De Tallenay. El título decía Recuerdos de Venezuela y al leer esto solo me pregunté, ¿cuál de todas? Si algo caracterizó mi infancia y adolescencia fue escuchar historias del lugar que estaba desapareciendo en medio de la violencia política. Pero el país en el que estuvo Jenny era a su vez otro —el de los años del guzmancismo—, en donde se escenificaba un progreso material en medio de la dispersión de siempre.

Recuerdos de Venezuela es de los pocos diarios de viajes —de los que se conocen— escritos por una mujer sobre la Venezuela del siglo XIX. Fue originalmente publicado en francés por la Librairie Plon en 1884. Bajo el título de Souvenirs du Venezuela. Notes de voyage, la edición original la ilustró Saint-Elme Gautier. Estos grabados han sido reproducidos posteriormente en libros y enciclopedias de historia, quizás sin pensar que la inspiración de Gautier fueron las descripciones de la joven. El diario fue publicado en español setenta años después. La traducción se la debemos a René L. F. Durand, personaje hasta cierto punto desconocido, cuando uno indaga sobre su vida aparece muy poco, en la base de datos de la Biblioteca Nacional Francesa (BNF) se dice que murió centenario en 2010. Lo que sorprende de este también poeta es su catálogo de traducciones de autores latinoamericanos al francés: Jorge Luis Borges, Alejo Carpentier, Miguel Ángel Asturias, Salvador Elizondo; de los venezolanos: Rómulo Gallegos, Miguel Otero Silva, Ramón Díaz Sánchez, Juan Liscano, así como una antología de «algunos poetas venezolanos».

Pero ¿quién era Jenny? Los datos sobre su vida son escasos, el Diccionario de Historia de Venezuela de la Fundación Polar nos avisa que nació en Francia en 1855 y que posiblemente falleció en ese mismo país en 1884. Sin embargo, la base de datos de la BNF toma como lugar y fecha de su nacimiento Weimar, Alemania, 1869 y el fallecimiento en 1920. Existen detalles contradictorios tanto en el diccionario como en la biblioteca francesa. De Tallenay no murió en 1884, esto se confirma al revisar sus publicaciones posteriores. De regreso a Europa escribió artículos sobre arte y cultura, tradujo al poeta Heinrich Heine y publicó poesía, novelas cortas, así como la novela histórica sobre la mártir cartaginense Vivia Perpetua (1905). Otras de sus facetas fue su interés por el espiritismo, popular en la época, a lo cual dedicó parte de sus escritos. Además, fue próxima al círculo del ocultista francés Joséphin Peladan. El otro detalle contradictorio es si tomamos su fecha de nacimiento como 1869. Si esto es así, la Jenny que llegó a Venezuela era una niña de nueve años, no la joven que se expresa en su diario, la cual se casó en Caracas, en diciembre de 1880, con el embajador belga Ernest Van Bruysell, y se fue de luna de miel a Puerto Cabello y a las Minas de Aroa. El nacimiento y la muerte parecen guardadas en el misterio. En un sito web de genealogías aparece una tercera fecha, 1863. Si la tomamos como cierta, estuvo con nosotros entre los quince y dieciocho años. Hay contradicciones, cierto caos en las fechas. Debemos indagar más, buscar otras fuentes. Acaso preguntar.   

Jenny-Jacques De Tallenay llegó a Venezuela junto a sus padres, los marqueses Olga Illyne y Henri de Tallenay, nuevo cónsul general y encargado de negocios de Francia, el 26 de agosto de 1878. Desembarcaron en el puerto de La Guaira después de una breve escala en las islas de Guadalupe y Martinica. Se despidieron del vapor Saint Germain para emprender camino a Caracas. Se alojaron en el Hotel Lange, en la Esquina de Carmelitas, al cual Jenny llamó en su diario el Gran Hotel. Se despidieron de tierra venezolana en abril de 1881, cuando al diplomático lo enviaron en misión a Perú. En el intermedio, Jenny no solo se casó y escribió sobre lo que vio en sus viajes a Maracay, San Juan de los Morros, Puerto Cabello, Tucacas, Valencia, Caracas, también recolectó arañas y coleccionó plantas. Puede ser que con un entusiasmo inspirado Humboldt y Bonpland, fundadores de las aventuras de buena parte de los viajeros europeos en el siglo XIX latinoamericano. El presidente de Venezuela en 1878 era el general Francisco Linares Alcántara. Designado para un periodo de dos años, Guzmán Blanco lo había puesto allí para que le guardara el puesto mientras pasaba una nueva temporada en París. Pero en poco, Linares no quiso ser más un títere y comenzó una rebelión que fue truncada por su misteriosa muerte el 30 de noviembre de aquel año.

Jenny vivió de primera mano el funeral del malogrado presidente Linares Alcántara. Cuenta como de camino al Panteón Nacional, en la Esquina de La Trinidad, el sonido de unos tiros hizo que parte de los presentes sacaran sus pistolas y entre la estampida de la gente huyendo de una posible ráfaga, la urna cayó al suelo. En sus páginas hay anécdotas como esta, así como la crónica de la «guerra civil» llamada Revolución Reivindicadora y que ratificó el poder de Guzmán Blanco. Eran los inicios de su segundo gobierno directo, conocido en la historiografía como el «Quinquenio». Con un buen número de inexactitudes Jenny ofrece un breve panorama de la historia venezolana. Comenta de Francisco de Miranda, Simón Bolívar y Antonio Leocadio Guzmán. El ilustrador resumió este capítulo con el retrato de Guzmán Blanco, el cual solo sale descrito con el parco título de presidente de la república. En las notas de viaje de Jenny están presentes la descripción del paisaje, pueblos, canciones y gastronomía populares, cuadros costumbristas y tradiciones como la Semana Mayor.

Jenny de Tallenay hizo un inventario de los geosímbolos construidos por Guzmán Blanco en su anhelo de hacer de Caracas una París suramericana. En su catálogo está la Plaza Bolívar, el Panteón, los bulevares y el Capitolio. De la Casa Amarilla admiró su patio al estar «sombreado de plátanos magníficos», pero de su decorado dijo que era «con bastante lujo, pero sin demasiado buen gusto». Si algo hemos mantenido los venezolanos es esa fascinación de que la mirada externa nos interpele, nos legitime. Jenny hace el recuento de las conversaciones que tuvo con caraqueños sobre los cambios que estaba viviendo la ciudad: «– ¿Cómo encuentra Ud. a Caracas? –decían unos– ¿No se parece a París? – ¿Tienen Uds. en Europa –preguntaban otros– parques tan bonitos como la plaza Bolívar? Casi había miedo de contradecirles». Ese diálogo da para múltiples interpretaciones, lo cierto es que la presencia de la joven en lo círculos de la élite caraqueña no pasó inadvertida. El escritor Luis Correa en su libro de ensayos Terra Patrum: páginas de crítica y de historia literaria (1930), comenta que Jenny fue la «musa extranjera» de varios poetas locales. Y que, si bien Guzmán Blanco la había querido sacar a bailar en la gala de Año Nuevo de 1881, el poeta Francisco Guaicaipuro Pardo se le había adelantado al presidente no con el baile, sino en una extensa plática en la cual confesaba su veneración. Como gesto con Pardo, Jenny tradujo al francés uno de sus poemas y lo incluyó junto a Andrés Bello, Pérez Bonalde y Eduardo Blanco, en el capítulo que dedicó a las letras venezolanas.

Después de descubrir estas memorias entre los libros de mi abuela, leí todo lo que pude hasta que cayó la noche y me buscaron mis padres para llevarme a casa. Lo dejé en un rinconcito, para irlo revisando en cada nueva visita. Mi abuela al ver lo mucho que me gustó, terminó regalándomelo. En 2017 volví a leerlo para un trabajo de la cátedra de Geohistoria en la universidad. Lo finalicé horas antes de despedirme de mi abuela, quien falleció el lunes 10 de julio. Por varios días miré fijamente la firma que ella había dejado en la página 50, era algo que acostumbraba con todos sus libros. Por cosas del azar estoy viviendo y estudiando en París. Aquí conseguí la edición francesa —la de los grabados— en una encuadernación de papel jaspeado. Regresé de inmediato a Jenny de Tallenay, a releerla, para comenzar un viaje doble. Hacia la Venezuela que vio Jenny y al país de mi infancia, dos mundos ya desaparecidos.

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Cuando Teodoro Petkoff desafió al Kremlin

Teodoro Petkoff en Mérida. Foto: Luis Eduardo Lázaro, c. años 1990.

Cuando Teodoro Petkoff desafió al Kremlin

Por Guillermo Ramos Flamerich

Un sexagenario líder se dirige ante casi cinco mil delegados reunidos el martes 30 de marzo de 1971 en el Palacio de Congresos del Kremlin en Moscú. Presentará el reporte oficial del XXIV Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, del cual es su secretario general. Leonid Brézhnev ocupa un momento de su discurso para referirse a quienes, en su opinión, «toman el camino de la lucha contra los partidos comunistas en sus propios países». A continuación, se encarga de mencionar a los «renegados» que han osado criticar la invasión soviética a Checoeslovaquia en 1968. Alude al filósofo francés Roger Garaudy, quien había abandonado el Partido Comunista, al periodista austriaco Ernest Fischer, partícipe en la Primavera de Praga, y, en la misma saga, menciona a un venezolano de apellidos centroeuropeos, Teodoro Petkoff Malek, dirigente político, economista, guerrillero, autor del ensayo Checoeslovaquia. El socialismo como problema (1969). A partir de aquel libro, algunos de sus antiguos aliados y compañeros le comenzaron a llamar no solo renegado, sino además «revisionista», quizás la peor acusación para un ferviente discípulo de Marx y Lenin.

Teodoro era el mayor de tres hermanos. Era hijo de una médico polaca de ascendencia judía y de un ingeniero químico búlgaro, quienes trabajaban en un ingenio azucarero cercano a la población de El Batey, al sur del Lago de Maracaibo. En este lugar nació, en medio de las festividades de San Benito, el 3 de enero de 1932. Cuando Teodoro tenía ocho años, la familia decidió mudarse a Caracas. Su padre fundó una imprenta en lo que todavía era el pueblo de Chacao. Entre la lectura de clásicos de la narrativa universal y ensayos de actualidad, Teodoro formó además sus habilidades políticas, pues ingresó desde muy joven a las filas del Partido Comunista de Venezuela (PCV). Desde allí combatió, como dirigente estudiantil, la dictadura de Marcos Pérez Jiménez y luego, desde la calle y en la lucha armada, el sistema democrático nacido en 1958.

El libro sobre Checoeslovaquia nació de un largo memorándum que Teodoro escribía, desde la clandestinidad, a su partido. Era una crítica a la violencia ejercida por los soviéticos en Praga, al dogmatismo y a la falta del derecho a disentir dentro del mundo comunista.

Para ello hizo un recorrido por los autores fundamentales del marxismo-leninismo, enviando así un metamensaje a sus compañeros. En una entrevista con el periodista estadounidense Norman Gall, a principios de los años setenta, Teodoro relataba cómo fue su padre quien le hizo reparar, por primera vez, en la censura y en las purgas estalinistas. La política fue un tema de conversación entre ambos, tras enterarse el padre de que su hijo había entrado al Partido Comunista. Le reveló entonces que había sido un joven militante en Bulgaria, pero tendrían que pasar años efusivos y de lucha en todo tipo de terrenos, para que Teodoro lograra ir más allá de lo indiscutible e hiciera de la crítica a los autoritarismos la reflexión transversal de toda su trayectoria pública.

Razón y pasión de Teodoro

La vida de Teodoro Petkoff en la década de los sesenta parece sacada de una novela de aventuras. Sus fugas del Hospital Militar en 1963 y del Cuartel San Carlos cuatro años después crearon una leyenda que llegó a relatar al detalle. Pero su peripecia más grande no fue la vida guerrillera y clandestina, sino la de proponer una alternativa socialista para Venezuela desde un partido político dispuesto a acatar las reglas de la democracia representativa. En enero de 1971 nació el Movimiento al Socialismo (MAS) con Teodoro y Pompeyo Márquez como figuras principales. Desde temprano recibieron el apoyo de buena parte de la intelectualidad y el sector cultural de izquierdas, tanto venezolano como latinoamericano. En el contexto mundial, su alianza natural era con el llamado Eurocomunismo, que había abandonado la concepción soviética del Partido como elemento único de transformación social y daba paso a experimentos como los ocurridos en Italia y en España, donde los partidos comunistas fueron factores de importancia en la construcción de la democracia y en la transición a ella. 

Al libro de Checoeslovaquia le siguieron ¿Socialismo para Venezuela? (1970); Razón y pasión del socialismo (1973) y Proceso a la izquierda (1976). En estos textos, Teodoro sigue aplicando su erudición al momento político y deja de lado la prédica «esencialista» de censurar cualquier avance democrático. Dirige reclamos al sistema social y económico imperante en el país, pero asume que se debe dar chance a reformas graduales que sean fundamentales. Orienta la acción del MAS a convocar a diversos sectores de la sociedad que se debieran integrar mediante un pensamiento crítico. La gran lucha es vencer la desigualdad y seguir avanzando por la soberanía. Sobre el funcionamiento interno del partido, afirma en Proceso a la Izquierda: «el movimiento debe estar en condiciones de ofrecer un contenido y una imagen democráticos que, en cierto modo, prefiguren el modelo de sociedad que proponemos», y continúa: «No se pueden separar, como tradicionalmente se hace, fines y medios; tampoco postergar la construcción revolucionaria hasta la toma del poder».

Teodoro fue candidato presidencial en las elecciones de 1983 y 1988. En ninguna de las dos llegó a obtener el apoyo de un cinco por ciento del electorado.

Entre una izquierda dividida y la consolidación del bipartidismo, nunca las masas le profesaron fervor. Pero sí recibió atención constante por parte de escritores, intelectuales, periodistas e historiadores.

El relato de su vida, opiniones y análisis, quedaron en libros de entrevistas como el de Ramón Hernández, Teodoro Petkoff: viaje al fondo de sí mismo (1983); el de conversaciones con Elías Pino Iturrieta e Ibsen Martínez, La Venezuela de Chávez. Una segunda opinión (2000); y el de Alonso Moleiro, Solo los estúpidos no cambian de opinión (2006). Es todavía una labor pendiente escribir una biografía minuciosa, así como documentales, películas y material pedagógico que den a conocer un apasionado periplo vital. 

Del poder, la resistencia y la integridad

Habré visto a Teodoro en mi vida como cinco veces, y conversado con él tan solo dos. La primera fue en el funeral del historiador Manuel Caballero, la segunda cuando gentilmente me dedicó en su oficina mi ejemplar de la primera edición de Checoeslovaquia. De niño había observado su imagen en la televisión, un catire de bigote robusto y con lentes, algo rabioso, ministro de Cordiplan en el segundo gobierno de Rafael Caldera. En ese cargo popularizó la frase: «Estamos mal, pero vamos bien». Después de una carrera legislativa como diputado, ahora llegaba al ejecutivo en un momento crítico de la economía y del sistema democrático. Fue la cara visible de la Agenda Venezuela, y allí buscó proyectar «utopías concretas», como aseveró en un documental hecho por aquellos años. También publicó un libro de sugerente título: Por qué hago lo que hago (1997). Al mote de «revisionista» se le sumó en ese entonces el de «neoliberal». 

En 1998 abandonó el MAS después de que el partido decidió apoyar la candidatura presidencial de Hugo Chávez. Esta separación generó nuevos rencores en parte de sus antiguos simpatizantes. Recuerdo que, en Venezolana de Televisión, en el programa de Roberto Malaver y Roberto Hernández Montoya, año tras año, celebraban el cumpleaños de Teodoro como una burla al ídolo caído. Acaso los que cayeron fueron ellos.

El siglo XXI encontró a Teodoro haciendo periodismo, primero desde El Mundo, luego con Tal Cual, del que fue fundador y director. Sus editoriales fueron un punto de reflexión y altura en medio de un debate político que se consumía entre la deriva autoritaria y los radicalismos. También fue uno de los analistas principales de la nueva etapa en la que entraba el país. De sus dos últimas décadas de vida quedan títulos como: Dos izquierdas (2005); El socialismo irreal (2007) y El chavismo como problema (2010). Como un Rafael Arévalo González de nuestro tiempo, debió enfrentar la ira y el acoso del poder. Primero hacia su periódico, luego directamente contra su persona. Este esfuerzo de resistencia sería reconocido en el exterior con los premios María Moors Cabot (Universidad de Columbia, 2012) y el Ortega y Gasset (El País, 2015).

Teodoro falleció el 31 de octubre de 2018, cuando se cumplían sesenta años del Pacto de Puntofijo, génesis del sistema que primero combatió y luego, de una u otra manera, terminó por valorar y defender. Se fue ese día un apasionado de la ópera, los Tiburones de La Guaira, la poesía y la lectura. No «un lector cualquiera, sino uno que ha hecho la proeza de leer dos veces La montaña mágica, de Thomas Mann, lo cual es casi un dato decisivo de la personalidad», aseguró Gabriel García Márquez en un artículo  que le dedicó en 1983. Nos dijo adiós un personaje inolvidable. Más allá de las críticas a su personalidad o a sus ideas, Teodoro Petkoff demostró con su vida integridad y que el intelecto puede servir para construir una mejor sociedad. Además, nos legó una inmensa enseñanza: que rectificar es de sabios.

*Publicado originalmente en Cinco8 el 1 de noviembre de 2021

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Rafael Caldera en La Sorbona

Rafael Caldera en La Sorbona: la democracia como manera de vivir

Más de cuarenta títulos honorarios académicos recibió este político esencial del siglo XX venezolano, para quien el trabajo intelectual iba atado a su actividad política. Pero eso lo entendían mejor afuera que en Venezuela

Por Guillermo Ramos Flamerich

El Grand Salon de La Sorbona en el barrio latino de París es una galería de 270 metros cuadrados que sirvió por años como sede del Consejo Académico. A pesar de los orígenes medievales de la universidad, el edificio donde se encuentra su rectorado data de las últimas décadas del siglo XIX. La sala es lujosa en su artesonado y lámparas colgantes, en los escudos de ciudades y en dos cuadros del pintor Benjamin Constant que representan al mítico Prometeo, uno encadenado como metáfora del pasado, otro liberado como símbolo del futuro. Con este fondo, el 20 de marzo de 1998, las autoridades de la universidad parisina confirieron a Rafael Caldera el título de doctor honoris causa, después de las deliberaciones hechas por el consejo universitario y aprobadas por el Ministerio de Educación francés. 

Este homenaje se sumaba así a los más de cuarenta títulos —entre doctorados honoris causa y profesorados honorarios— recibidos por Caldera en su trayectoria pública. Quizás sea uno de los venezolanos que mayor número de reconocimientos académicos ha recibido en el extranjero, en China, Israel, América Latina, los Estados Unidos y Europa. 

Fue su última vez en París, la primera como jefe de Estado y su única visita oficial a Francia. Había viajado a Europa por primera vez a finales de 1933, cuando tenía diecisiete años. Como alumno destacado del Colegio San Ignacio fue elegido para participar en el Congreso Universitario de Estudiantes Católicos en Roma, evento auspiciado por el papa Pío XI. Desde esta experiencia se afianzaron dos de sus singularidades: el compromiso político a través del prisma de la democracia cristiana y su vocación humanista, características que lo hacen un personaje diferente en nuestra historia política. 

Si el siglo XIX venezolano estuvo marcado por dirigentes, en mayor o menor medida, anticlericales, el XX se vislumbraba por la influencia del marxismo y sus derivados. Caldera tomó a Andrés Bello como figura tutelar desde muy temprano. Esto demostraba una declaración de principios a favor de lo civil, del orden y el apego a las leyes. Para el país de aquellos años, Bello era un ilustre desconocido. Impulsado por el profesor Caracciolo Parra León, el joven Caldera, ya estudiante de derecho, indaga sobre el personaje. En noviembre de 1935, meses antes de que iniciara su carrera política, la Academia Venezolana de la Lengua premia a Rafael Caldera por una biografía sencillamente titulada Andrés Bello.  

El político que escribe 

Esta obra de juventud no fue un hito aislado. Si bien terminó por dedicarse de lleno a la carrera política, Caldera publicó catorce libros. Unos más técnicos, como su tesis doctoral Derecho del Trabajo (1939) o el tomo dedicado a Temas de sociología venezolana (1973); y otros volcados a recopilar conferencias, discursos y pensamiento político. El más relevante de este tipo es su Especificidad de la democracia cristiana (1972), no solo por sus múltiples traducciones, también por ser un aporte a esta corriente política en el mundo desde América Latina. La suma de sus reflexiones, junto a su alta posición política, era lo que reconocía La Sorbona. Años antes lo habían hecho la Universidad de Sassari en Italia; la de Lovaina en Bélgica; la Universidad Mayor de San Marcos en Perú, así como las principales universidades de Venezuela. 

Un libro curioso que quiero mencionar, de simpática lectura y que ayuda a entender a un Caldera más cercano, es Moldes para la Fragua (1962), volumen conformado por perfiles de personajes que de una u otra forma el expresidente consideró modélicos para la juventud. En las diversas ediciones —revisadas y aumentadas—, Jesús de Nazaret aparece junto a José Antonio Páez, Simón Bolívar, Inés Ponte, José Gregorio Hernández y su padre adoptivo, Tomás Liscano, entre otras figuras. 

Caldera también se atrevió a escribir y a pronunciar discursos dedicados a sus antiguos adversarios. Con un análisis ponderado, pero sin dejar de lado sus vivencias y momentos álgidos, despidió a Andrés Eloy Blanco en una semblanza que fue censurada por la dictadura de Pérez Jiménez. Ya en la primera magistratura realizó las honras fúnebres de Rómulo Gallegos, Raúl Leoni y Eleazar López Contreras. En 1988 ofreció la conferencia La parábola vital de Rómulo Betancourt, un texto gracias al cual, en una lectura personal, uno se siente reconciliado con la reciente historia venezolana. Hubo momentos de nuestra historia política en el que los adversarios se han honrado, porque han sido eso, adversarios, y no enemigos. 

Rafael Caldera también participó en debates intelectuales con otras figuras de importancia. En 1955 fue el encargado de hacer la contestación al discurso de incorporación de Arturo Uslar Pietri a la Academia de Ciencias Políticas y Sociales. Si este fijó la idea de «sembrar el petróleo», Caldera respondió con la de «dominar el petróleo». Es decir, contemplar este recurso «como un elemento subordinado a nuestra realidad nacional», no como algo ajeno, sino como «parte de un objetivo más amplio». 

Otro concepto que defendió Caldera fue el de «justicia social internacional», explicándolo en foros nacionales y foráneos, como presidente, senador vitalicio o como cabeza de la Unión Interparlamentaria Mundial. Justamente en La Sorbona, al ofrecer en francés el tradicional discurso de agradecimiento, reiteró el concepto de que, si cada pueblo tiene derecho «a aquello que es indispensable para lograr su propio desarrollo», los países con mayor poder y riqueza tienen más responsabilidades y obligaciones en la construcción del «bien común universal». 

Desde 1936 a 2006 Caldera fue también un asiduo articulista de prensa. La lectura cronológica de estos textos revela setenta años de vida venezolana. Pudieran construir el libro de memorias que lamentablemente nunca escribió. Lo más cercano a ello es Los Causahabientes. De Carabobo a Puntofijo (1999), un particular y personal relato de los retos y transformaciones de la sociedad venezolana para lograr la democracia. 

Caldera, el polémico 

Acaso en otro país, una trayectoria intelectual y política como la de Rafael Caldera sería recordada y valorada en espacios públicos, monedas y estampillas, investigaciones documentales y trabajos audiovisuales. Pero sus circunstancias en una nación como Venezuela siempre fueron adversas. Paradójicamente ser el primero de la clase o tener un bagaje cultural que otros políticos no tenían no fue lo que más le ayudó para obtener su éxito político. Candidato en seis ocasiones y presidente de la República en dos, sus detractores han afirmado que esto es solo producto de su soberbia. Pero en política la constancia, la paciencia y la obstinación construyen una resistencia que termina conduciendo al poder. Desde antes de su primera presidencia, la mayoría de los ataques los recibió por su personalidad, no por sus ideas. Luego se le achacó con extremada insistencia temas como el allanamiento de la Universidad Central de Venezuela, la demolición del barrio El Saladillo, en Maracaibo, la transformación que sufrieron las escuelas técnicas, o el Protocolo de Puerto España. Pero el sambenito que le tocó llevar en la última década de su vida y parte de la imagen que tiene su figura histórica en la actualidad ha sido el sobreseimiento a Hugo Chávez en 1994. Con esto se han originado todo tipo de leyendas urbanas que van desde poner a Caldera como padrino de Chávez, hasta involucrarlo como parte activa del intento de golpe de Estado del 4 de febrero de 1992. 

Uno de los grandes problemas de nuestra crisis actual es que no se generan espacios adecuados para la reflexión histórica. Mucho se pierde en opiniones sin base, insultos y diálogo de sordos. 

La figura histórica de Caldera y de sus contemporáneos se debe analizar críticamente y desde diferentes perspectivas. ¿Fue a la larga un error de la Constitución de 1961 hacer esperar una década a los expresidentes para volver a aspirar? ¿Filicidio o parricidio la expulsión de Caldera de Copei en 1993? ¿Cómo se originó y debió manejarse la crisis bancaria de 1994? ¿Claudicó la clase política venezolana ante la irrupción de Chávez? Como siempre, más preguntas que respuestas. Con sus aciertos y errores, Rafael Caldera aparece como una referencia tutelar de la historia democrática venezolana. Respetuoso del Estado de derecho hasta el final de su vida, demostró que su búsqueda del poder no era un fin en sí mismo, sino una manera de institucionalizar un país desde lo civil y plural, o como dijo, con Prometeo de fondo, al recibir su doctorado honoris causa en La Sorbona de París: «Hemos aprendido, con devoción y sacrificio, que la democracia es no solo una forma de gobierno sino, y por encima de todo, una manera de vivir».

*Publicado originalmente en Cinco8 el 30 de agosto de 2021

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Rómulo Betancourt en Harvard

17 de junio de 1965: Rómulo Betancourt, ya entonces expresidente de Venezuela, es doctor Honoris Causa en Harvard
Foto: Arthur Howard, Boston Public Library.

Rómulo Betancourt en Harvard

Por Guillermo Ramos Flamerich

Al hacer entrega de su gobierno el 11 de marzo de 1964 —«ni un día más, ni un día menos», como había prometido—, Rómulo Betancourt inició un exilio voluntario que duró ocho años. Pasó temporadas en Nueva York y Nápoles y se estableció un lustro en Berna. Entre las razones que esgrimió el expresidente para su alejamiento físico, estaba la de no hacer sombra al mandatario entrante. A esto se sumaban otros motivos. Después de casi cuarenta años de agitada vida política era momento de tomar algún descanso. Las marcas del intento de magnicidio de 1960 permanecían allí, pero también comenzaba a vivir en pleno su nueva relación amorosa. De igual modo, tomó estos años para reflexionar acerca de las acciones de su vida y sobre el futuro de América Latina, lo cual incluía una idea poco usual entre los gobernantes venezolanos: escribir sus memorias, que hasta el día de hoy están extraviadas.

Antes de partir, Betancourt hizo notariar una declaración de bienes, seguramente recordando una máxima atribuida a Maquiavelo: es más fácil que alguien perdone la muerte de un familiar, que un ataque a su bolsillo. En mayo se incorporó como Senador Vitalicio en el Congreso Nacional, cargo con el que la Constitución de 1961 honraba a los expresidentes. Luego de esto, comenzó la temporada de homenajes que recibió en los Estados Unidos. 

Aunque en su juventud Betancourt abrazó ideas del marxismo leninismo, rápidamente se decantó por la opción de la democracia representativa, y sus relaciones con Estados Unidos fueron cordiales desde su primer gobierno, como presidente de la Junta Revolucionaria (1945-1948). Luego de eso, solo se incrementaron. Ya en su mandato constitucional (1959-1964), compartió escena y entabló amistad con el presidente John F. Kennedy, quien visitó Venezuela en 1961 y a quien Betancourt le devolvió el gesto en 1963. Bajo la égida de la Alianza para el Progreso, el presidente venezolano posicionó al país como ejemplo de una democracia latinoamericana que buscaba consolidarse en medio del tablero de la Guerra Fría. Así lo reconoció la revista Time, en la edición del 8 de febrero de 1960, al incluirlo como uno de «Los verdaderos constructores de América Latina». En el perfil que le dedican afirmaban que, junto al gran mérito de no haber sido derrocado, había logrado frenar la influencia comunista, mantener una coalición de partidos democráticos e iniciado reformas económicas y sociales. 

El 3 de junio de 1964 recibió el Doctorado Honoris Causa en Leyes de la Universidad de Rutgers y, dos meses antes, había asistido a una sesión de honor del Comité de Relaciones Exteriores del Senado de los Estados Unidos. 

La vitalidad de la democracia

El jueves 17 de junio de 1965 Rómulo Betancourt recibió el Doctorado Honoris Causa en Leyes de Harvard. Nathan Pusey, presidente de la universidad, entregó este título al venezolano por ser «un intrépido estadista que ha demostrado a las Américas la vitalidad de la democracia». Era el tercer reconocimiento de una universidad estadounidense en menos de un año. Harvard se sumaba a lo también dispensado por Rutgers en 1964 y por la Universidad de California el 8 de abril de 1965.

Fueron doce las personalidades reconocidas en la 314ª ceremonia de graduación de la Universidad de Harvard. Junto a Betancourt, figuraba el expresidente ecuatoriano Galo Plaza Lasso, quien pocos años después se convirtió en secretario general de la OEA; y Adlai Stevenson, quien estaba a punto de finalizar su misión como embajador de los Estados Unidos en Naciones Unidas y había sido candidato presidencial por el Partido Demócrata en 1956.

Testigo de la ceremonia fue Luis Muñoz Marín, primer gobernador de Puerto Rico quien, junto con el expresidente costarricense José Figueres y el propio Betancourt formaban, en palabras de la prensa estadounidense, el grupo de los «tres sabios latinoamericanos» llamados por la Casa Blanca, para buscar una solución ante la ocupación militar estadounidense de la República Dominicana. Semanas antes, en un homenaje que le ofrecieron en Nueva York, Betancourt había declarado a los medios su repudio ante esta intervención unilateral, ya que esta no había sido discutida en el seno de la OEA.

El homenaje había ocurrido el 3 de junio de 1965 y fue una cena ofrecida por la Asociación Interamericana por la Democracia y la Libertad. El orador principal fue el historiador Arthur Schlesinger, quien afirmó que la presidencia de Betancourt era «una piedra miliar en la larga faena de la democracia en las Américas». Aquella noche se leyeron unas palabras del presidente Raúl Leoni, así como las adhesiones al homenaje por parte del presidente Lyndon B. Johnson, su vicepresidente Humphrey, el presidente Eduardo Frei de Chile, y de personalidades políticas como Carlos Lleras Restrepo, Rómulo Gallegos, Rafael Caldera, Gonzalo Barrios, y el senador Ted Kennedy. Este último comentó sobre la «amistad profunda basada en principios y propósitos comunes», entre el venezolano y su fallecido hermano. En el evento también participó la actriz y activista por los derechos humanos Frances Grant, quien saludó a Betancourt como un «gran conductor» de la vida en democracia, libertad y esperanza en el hemisferio. Todas las palabras de aquella jornada memorable fueron recogidas en el folleto Rómulo Betancourt en América, editado al año siguiente en Caracas.

La universidad de la Historia viva

Betancourt recibió un doctorado Honoris Causa en una de las universidades más prestigiosas del mundo sin ser un académico. De hecho, nunca terminó sus estudios universitarios. Los avatares de 1928, prisión y exilio, le impidieron continuar con la carrera de derecho en la Universidad Central de Venezuela.

A diferencia de otros dirigentes exiliados, quienes lograron graduarse en universidades del exterior, Betancourt se entregó de lleno a la acción y reflexión política.

Pero sus inquietudes intelectuales habían estado presentes desde muy joven. Testimonio de ello queda en alguno que otro verso, la publicación de un cuento, o la tesina que escribió sobre Cecilio Acosta para optar al título de bachiller. En 1929 publicó junto a Miguel Otero Silva el panfleto En las huellas de la pezuña; dos años después fue el principal redactor del Plan de Barranquilla y, en abril de 1932, presentó el ensayo Con quién estamos y contra quién estamos. También escribió diversidad de perfiles sobre personajes históricos y políticos latinoamericanos y mundiales de su momento. Buena parte de estas semblanzas fueron reunidas por Simón Alberto Consalvi, y publicadas de manera póstuma bajo el título Hombres y villanos (1987).

La economía y el petróleo fueron dos temas a los que Betancourt privilegió en sus incursiones autodidactas. En los años finales del gobierno de Eleazar López Contreras lo encontramos en debate perenne en los artículos que publicó en el Diario Ahora. Desde allí propone acciones a tomar en las importaciones y exportaciones venezolanas, analiza las políticas adoptadas en otros países, destaca la importancia de los servicios públicos y la necesidad de transformar el sistema educativo, para construir una conciencia económica desde los primeros años de estudio. Parte de los escritos de esta época fueron recogidos en el tomo Problemas venezolanos (1940).

El petróleo fue una preocupación de Betancourt hasta el final de sus días. Esta obsesión originó su obra más importante, el clásico del ensayo político latinoamericano, Venezuela, política y petróleo, publicado por el Fondo de Cultura Económica de México en 1956. El libro nació de una primera idea fija de convertirse en un «anti-Vallenilla», es decir, en refutar las ideas del historiador y apologista del gomecismo, Laureano Vallenilla Lanz. Pero en el largo trayecto de su concepción y redacción, construyó un perfil propio. A medio camino entre el análisis, la justificación y una clara denuncia de la dictadura, es necesario seguir indagando, con mayor profundidad, sobre la génesis, versiones y recepción que ha tenido esta obra.

El exilio como destino

En marzo de 1972 Betancourt regresó a Venezuela en barco. Luego del descanso europeo, la publicación del libro Hacia América Latina Democrática e Integrada (1967) y la división de su partido en las elecciones de 1968, todavía le quedaba casi una década para seguir influyendo en la vida venezolana. El sistema democrático parecía consolidado, ahora eran otros los desafíos. Su figura, siempre polémica, hacía su tránsito hacia la historia. El hispanista británico Hugh Thomas, en un prólogo que hace a las obras de Betancourt para la editorial catalana Seix Barral en 1977, afirmaba: «Demasiadas veces, los que han tenido éxito han sido los hombres de fuerza y brutalidad. Hombres de talento oratorio se han convertido en tiranos, mientras los escritores se han refugiado en el exilio». 

Betancourt murió fuera de Venezuela, pero no en el exilio. Falleció durante un viaje a Nueva York el 28 de septiembre de 1981, sin poder terminar sus anheladas memorias, pero tampoco su última lectura, Une femme honorable, biografía de Marie Curie escrita por la periodista francesa Françoise Giroud. Se unía así al elenco de personajes que han dado forma y gobernado al país pero que, y por distintas circunstancias, fallecieron lejos del territorio venezolano. Quizás los casos más resaltantes sean los de Miranda, Bolívar, Páez y Guzmán Blanco, del siglo XIX; Castro, Leoni, Pérez Jiménez y Carlos Andrés Pérez, del XX. 

El mayor aporte de Rómulo Betancourt, quien contribuyó al nacimiento de la Venezuela democrática, fue aceptar las luchas, por duras que estas fueran, sin claudicar a la reflexión oportuna y el desafío de aprender a pensar para construir.

*Publicado originalmente en Cinco8 el 6 de julio de 2021

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Vicente Emilio Sojo; por Ramón J. Velásquez (1951)

Vicente Emilio Sojo - Archivo Victor Guillermo Ramos Rangel

Vicente Emilio Sojo en la Escuela Superior de Música José Ángel Lamas – Archivo de Víctor Guillermo Ramos Rangel.

Vicente Emilio Sojo o el arte de vivir con dignidad

Por Ramón J. Velásquez

Publicado por la Revista Signo, el 14 de julio de 1951. 

Tomado de la Sala Virtual Ramón J. Velásquez – UCAB.

Sin peligro de equivocación

En el tumulto de la mañana caraqueña, todos los días de labor, al filo de las ocho, entre Santa Capilla y Veroes, es fácil encontrar a un caballero cincuentón, de paso ágil y firme, de mirada altiva, de tez morena y de enhiestos bigotes canos. Viste con irreprochable seriedad, usa siempre tonos oscuros, jamás abandona el chaleco y por lo regular lleva bajo el brazo, un bastón negro. Pero de repente, mientras camina y acaso sin darse cuenta, toma el bastón por la empuñadura y con gestos nerviosos va golpeando el pavimento como si quisiera llevar la medida o lograr un extraño acompañamiento para el monólogo mental que va enhebrando.

Al transeúnte curioso no le será difícil sacar conclusiones acerca de la personalidad del mañanero señor. De golpe se adivina que es un hombre de una sola pieza, dueño de una brusca y peligrosa sinceridad. Bizarro y romántico lo podría definir algún estudiante de retórica, amigo de los adjetivos sonoros. Y a fe que no estaría desacertada la definición, porque hay bizarría en el porte y romanticismo en el cuidado celoso de los bigotes ya abolidos en el universo de la elegancia y en el cariño con que lleva su chaleco y su bastón, prendas ya liquidadas en el catálogo de la moda caraqueña.

Quien tan directa impresión de nitidez moral y de entereza humana da, es un venezolano que ha cultivado a lo largo de su vida, con tesón campesino, dos artes: el de la música y el de vivir con dignidad, ambos poco productivos, pero ricos en satisfacciones interiores.

Paisaje infantil

El personaje se llama Vicente Emilio Sojo y nació en tierras mirandinas. El paisaje de estas regiones cálidas y pródigas, sintetiza mejor que cualquier otro, la vida y pasión de Venezuela.

Entre el mar y el llano, atravesado por las montañas costeras, ha sido esta la tierra fundamental en el drama agrario del país. Entre el verde sombrío de los cacaotales creció el odio del esclavo, se ahondó el abismo de las castas y nació en fin, la voluntad libertadora del mestizo venezolano.

A través de las canciones y bailes, de los mitos y leyendas que han nacido y corren por tierras de Miranda, se podía escribir el tratado más completo de la historia social venezolana.

El campesino analfabeto de estas tierras, entiende mejor a su país que muchos civilizados doctores de la capital. Para su sensibilidad están presentes y visibles, valores y notas que se borran en el ambiente ciudadano.

Guatire está a medio camino entre las dos subregiones en que económicamente se divide la comarca: el Valle del Tuy y Barlovento. Ahogado entre el verde tierno de los cañamelares, adormecido por su río, dominado por las vecinas montañas, el pueblo vive la existencia monótona de toda comunidad semirural. De día, muchos se dedican a las tareas agrícolas; escasos al comercio y muy pocos, al suave ocio de hamaca y sombra que protege y justifica el eterno calor de la región. En las noches tibias se repiten los temas y pronto los comentarios adquieren calidad de preceptos: la buena cosecha; la mala cosecha; la guerra; el invierno; las enfermedades; Guzmán y Crespo. Va y viene la conversación de uno a otro extremo de estos temas, como un péndulo. Para huir del fastidio, aquí como bajo todas las latitudes, sólo queda un camino: la música. En la paz nocturna de los pueblos, la serenata florece como un camino de fuga.

1887 es el año del nacimiento de Vicente Emilio Sojo. Recibe las aguas bautismales en la Santa Iglesia Parroquial de Santa Cruz de Pacarigua y Valle de Guatire o simplemente Guatire, su pueblo natal. Es un tiempo de relativa paz y bienandanza en Venezuela. Se acaba de embarcar Guzmán Blanco rumbo a París, después de diecisiete años de absoluta dominación personal. Crespo anda caído y disgustado. Dentro de pocos meses, comenzará el período lleno de sorpresas, de Juan Pablo Rojas Paúl. En este año se recibe en Guatire una noticia de cierta importancia: en New York ha muerto la primera gloria literaria del pueblo, el fácil y popular poeta Elías Calixto Pompa, cuyos sonetos «ESTUDIA», «TRABAJA» y «DESCANSA» están unidos a los primeros recuerdos escolares de muchas generaciones venezolanas.

¡Oligarcas temblad!

En este ambiente amable y tranquilo, crece Vicente Emilio. La vida brinda satisfacciones elementales. Sus familiares, campesinos y artesanos sembrados desde remotos lustros en este pedazo de tierra, tienen toda una historia de dolor y alegría que contar. En ocasiones relatan al niño ansioso de cuentos, la vida y milagros de un abuelo cercano, Domingo Castro, muerto en una trinchera de la esquina del Principal, en Caracas, cuando la Revolución de los Azules.

Domingo Castro fue también soldado de la guerra federal. Desde los tumultos guzmancistas del año 44, Venezuela venía como bestia inquieta. En palabras y obras se adivinaba un desasosiego que no curaban reformas constitucionales, ni golpes de Estado. Por los caminos del llano, extraños profetas hablaban lenguaje de destrucción. Humildes tenderos y oscuros labriegos se transfiguraban ante el verbo de los predicadores laicos y abandonaban zarazas y azadones, para convertirse en soldados de un ejército innumerable: el del «Pueblo Soberano». El machete de Ezequiel Zamora, era la espada del Ángel Vengador. «La hora de las furias desatadas» llama con gran acierto Briceño lragorry, a este tumulto social cuyas consecuencias aún se reflejan en la vida venezolana.

En la guerra, la canción y el aguardiente mantienen en el soldado, el ánimo tenso y el corazón dispuesto para la jugada de la muerte. Verso y música provocan una borrachera heroica y no queda por delante, enemigo que no pueda ser vencido. Domingo Castro, como los miles y miles de provincianos que concurrieron a esta cita no entendía la justicia trascendental de la revolución federalista, pero si sentía en su corazón el profundo odio colectivo contra la clase dominadora. Reflejo de esta situación espiritual fue la canción «¡Oligarcas temblad!» que compuso Castro en aquellos días y que pronto se hizo himno oficial de combatientes, rito obligado en la noche de los campamentos, pretexto para hacer más liviana la marcha sin fin y motivo de espanto para las mujeres y los hijos de los oligarcas refugiados en el fondo de las casas o fugitivos por caminos infestados de partidas federalistas.

El caso del abuelo Domingo Castro debió impresionar de manera especial la sensibilidad del niño. De la infancia, quedan modelos eternos. Esta sería una de las explicaciones que podía darse de esa irreductible posición de amigo de la libertad y del pueblo que el artista Vicente Emilio Sojo ha mantenido, sin quebranto, a lo largo de toda su vida.

Venezuela, país macrocefálico

Venezuela es un país macrocefálico. La inmensa y poderosa cabeza que es su capital, contrasta de manera violenta con el raquitismo, pobreza y soledad de sus provincias. Caracas es la meta final de todas las ambiciones y apetitos venezolanos. En Caracas se decide la suerte de los hombres y de los partidos. Es un diario tributo al auge y poderío de la gran ciudad. «Crisol de la nacionalidad», llaman algunos a esta tradicional situación. «Sangría de la provincia», la denominan otros.

Sangría o crisol es lo cierto que Vicente Emilio Sojo también llegó a tocar a las puertas de Caracas, cerca ya de los veinte años. Venía a la conquista de la capital y para ganar el pan, sin caer en tentaciones que desgastaran su voluntad, traía aprendido un oficio, además de sus conocimientos musicales: el de tabaquero.

Hasta entonces había vivido en su pueblo natal. Bajo la dirección de don Régulo Rico, Maestro de Capilla de la Iglesia Parroquial de Santa Cruz de Guatire estudió canto y solfeo y más tarde violín, flauta, trombón y otros instrumentos de pistones. Fiestas y serenatas eran obligación en la vida romántica del maestro Rico. Allí iba con su discípulo que ya era un consumado artista de la guitarra a alegrar las horas muertas de las señoritas del pueblo, con el inmenso repertorio de las canciones venezolanas. Años más tarde, el maestro Sojo habrá de salvar muchas de estas hermosas composiciones, al incluirlas en sus Cuadernos de Canciones Populares.

Esta Caracas de 1906, a la cual llega el joven Sojo, no es el sitio más propicio para las empresas artísticas. Hace seis años que dominan los andinos. Por las tardes, jinete en su caballo blanco, recorre las calles de la ciudad y saluda agitando su pañuelo blanco, otro provinciano, nativo de una remota región fronteriza y ahora llamado el Restaurador de Venezuela: Castro. Es un gran bailarín y premia a los autores de valses y polkas. La vida en la capital es apacible. De tarde en tarde, viene alguna Compañía de Opera que casi siempre se desintegra a poco de llegar. Músicos y cantantes, quedan en Caracas como náufragos y utilizan su tiempo, en enseñar canto y música. De vez en cuando, con motivos de beneficencia, se realizan veladas en el «Municipal» en donde damas de la sociedad interpretan arias y ejecutan sonatas, en medio del aplauso de un familiar público y de las notas de «El Constitucional», el diario de la época que comenta la velada como «signo de los nuevos tiempos de cultura y progreso que con la presencia del Ilustre Restaurador han llegado para Venezuela».

A Sojo que está dedicado a lograr sus propósitos, no le interesan estos sucesos, ni tales personajes. La música es su meta y alcanzarla, se entrega con pasión devoradora. Pronto ingresa a la Academia de Bellas Artes. Dicta la cátedra de armonía el maestro Delgado Pardo. También frecuenta y escucha las enseñanzas del maestro italiano Primo Moschini. En el año 1913, compone un Cuarteto de Cuerdas. Y el año siguiente escribe su primera Misa para Tres Voces y Órgano. Luego debían venir numerosas composiciones de música religiosa y coral como el Réquiem a la memoria del Libertador, varios Himnos y Salmos, un Te Deum, tres Misas y algunas Cantatas y Motetes. Su capacidad y su preparación empiezan a ser reconocidas y en el año de 1921, se le nombra Profesor de Teoría en la Escuela de Música, de la cual andando los años llegaría a ser su Director y más eficaz animador.

Bajo la sombra de los bigotes enhiestos

Avanzaban los años, pero el clima para las manifestaciones del arte, seguía siendo mortífero. Los personajes del gomecismo compartían la creencia de que música y pintura eran refinadas manifestaciones del ocio urbano. Dedicar el tiempo al estudio de la armonía era perder miserablemente una vida que podía dedicarse a menesteres prácticos y productivos. La música es inspiración y nada más, afirmaban dogmáticos y contaban luego para reforzar sus tesis, como en sus días juveniles habían «tocado y compuesto piezas por fantasía».

Esta situación se reflejaba en la vida lánguida que mantenía la Escuela de Música. Sin útiles, con un presupuesto de beneficencia, con sueldos de hambre, así se mantuvo el instituto, sostenido más que por la mezquina ayuda del Estado, por la voluntad de maestros y alumnos.

En aquel ambiente enrarecido, sin apoyo ni esperanzas, nacieron bajo la tutoría del maestro Vicente Emilio Sojo, dos instituciones que han determinado a lo largo de sus veinte años de vida, un cambio radical en el mundo cultural venezolano: la Orquesta Sinfónica Venezuela y el Orfeón Lamas.
Bajo la sombra de aquellos bigotes enhiestos se juntaron cuantos estaban empeñados no sólo en hacer música, sino cuantos deseaban modificar una situación de estancamiento y de absurda indiferencia oficial y popular frente a las exigencias de la cultura.

Un 24 de junio, día de Carabobo, se presenta por vez primera la Orquesta Sinfónica, en el escenario del Municipal. Era el año de 1930.

Un Viernes de Concilio, se presenta igualmente ante el público caraqueño el Orfeón Lamas, con un programa de música religiosa confeccionada a base de los autores venezolanos de la etapa colonial. Lamas, Colón, Caro, Velázquez, Carreño y Olivares recobran en el retorno, su exacta dimensión de fundadores.

Otros tiempos y otra gente

Y en verdad, estaban llegando nuevos tiempos. Pronto, antes de un lustro habrán de romperse las compuertas del más largo secuestro tiránico que haya padecido el país y todas las aguas de la voluntad aprisionada, empezarán a correr. A partir de 1936, la educación recibe por parte del Estado mejor trato, la cultura del pueblo es tema obligado de políticos en el poder o en la oposición. El presupuesto de las escuelas se aumenta y mayores facilidades encuentra el artista en su tarea.

Al propio tiempo una corriente cada vez mayor de gente europea va llegando y se radica en Venezuela, contribuyendo a formar los núcleos de ejecutantes, oyentes y críticos de que tan necesitado andaba el país.

Por los mismos días comienza a perfilar su personalidad una de las generaciones más brillantes con que cuenta la historia de la música en Venezuela. La generación de Antonio Estévez, Carlos Figueredo, Ángel Sauce, Evencio Castellanos, Antonio Lauro, Inocente Carreño y tantos otros jóvenes creadores, discípulos y continuadores de Sojo.

El desconocido guatireño de 1906, ha conquistado la capital. El balance de la jornada, es altamente positivo. Y para que nada falte en esta vida voluntariosa, a la postre alguien pide su retiro de las posiciones de comando, alegando que el Maestro no conoce a Berlín, ni es amigo de Celibidache.

El músico que no escribió valses

En Venezuela fue durante mucho tiempo costumbre conseguir un cargo o salvar una mala situación escribiendo una recargada prosa o un soneto de circunstancias, o componiendo un vals. Toda la historia de la Restauración está escrita en tiempo de vals. Al Rehabilitador lo regalaban con marchas e himnos. Sojo nunca entendió que el arte podía servir para tales menesteres y en una difícil situación económica que atravesara, al cerrar un Ministro de Instrucción Pública las puertas de la Academia, los transeúntes que pasaban por la esquina de Altagracia pudieron contemplar al músico convertido en pintor de brocha gorda, retocando el frontis de la histórica Iglesia. Había que llevar el pan a la casa y el arte era entonces empresa de soñadores.
Con ser excelente su obra de músico y muy buena su labor de maestro, es más fecunda en proyección y más hermosa por la pureza de sus contornos, la obra de su propia existencia.

Voluntarioso en tierra de abúlicos, leal y firme en medio de tanta inconsecuencia, estudioso y disciplinado en un medio en donde la fantasía domina al método, la vida de Vicente Emilio Sojo es la muestra orgullosa de cuanto puede lograr el pueblo venezolano cuando con fe y constancia encausa sus maravillosas cualidades, hacia un rumbo preciso.

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De la quema de libros a la reconstrucción de nuestra memoria

Biblioteca José Ramón Medina

«Pienso en el caso de la biblioteca de José Ramón Medina, poeta y político guariqueño fallecido hace ya una década. Fundador de la Biblioteca Ayacucho, procurador y contralor general de la nación. Lo mínimo que hubiese podido hacer alguna de estas instituciones públicas era el de interesarse en preservar por entero su biblioteca y archivo.» Foto de Carlos Arveláiz.

De la quema de libros a la reconstrucción de nuestra memoria

Por Guillermo Ramos Flamerich

Junio de 2020 comenzó en Venezuela con dos noticias insólitas: el momento histórico en que la gasolina nacional dejaba de ser la más barata del mundo y se transformó en un producto importado que se vende en dólares, y las imágenes por redes sociales de unos cuantos, muchísimos, libros quemados. La biblioteca general de la Universidad de Oriente (UDO), núcleo Cumaná, acababa de sufrir un incendio. ¿Vandalismo o accidente? ¿Una combinación de ambas en un campus sin los recursos necesarios para su mantenimiento?

Las hojas ardían mientras evocaban tristes páginas de la historia de la humanidad. En un país que pareciera no saber qué hacer consigo mismo, es otro síntoma de ese huracán formado por demonios reales e imaginarios, que nos está llevando a todos.

Los cientos, quizás miles, de libros hechos cenizas representan una de las características más resaltantes de lo que va de nuestro siglo XXI: la lucha desde el poder por arrebatarnos nuestra memoria colectiva. El chavismo ha declarado una guerra contra nuestra historia, mientras la simplifica para utilizarla como una herramienta más de su propaganda. No han dejado de sorprendernos con lo que son capaces de hacer con este propósito, ni siquiera con todo lo que han descrito al respecto durante años nuestros mejores investigadores historiográficos, sociológicos y discursivos.

El proyecto hegemónico ha buscado vencer, entre otras cosas, a partir del olvido.

Primero fueron nombres de avenidas, parques, instituciones. Cambiaron la bandera, el escudo, los logos de las organizaciones públicas, todo lo que pudieron desde los vagones del Metro de Caracas hasta el nombre oficial del país. Después vino la reescritura de fechas y efemérides sin consenso previo.

Pero quizás uno de los crímenes más viles de estos años ha sido la omisión que acompaña a la desidia, como ha pasado en la UDO.

Biblioteca UDO Cumaná

Biblioteca general de la Universidad de Oriente, núcleo Cumaná, 1 de junio de 2020.

Las hogueras frías del abandono

Lo vemos en la red de bibliotecas públicas y en el poco interés que se le da a la Biblioteca Nacional de Venezuela, en Caracas. Un catálogo en línea que funciona de cuando en vez, y unas instalaciones en las que sus empleados tienen que hacer malabares para intentar cuidar libros, documentos y equipos. También la crisis, la siempre mencionada crisis nacional, se está llevando consigo bibliotecas privadas que pertenecieron a personajes que aportaron en la construcción de la república civil. Al estos fallecer, muchas veces los familiares no saben qué hacer con colecciones tan grandes. Ante el desafío de costos que significa asumirlas por alguna universidad o fundación privada, y ante el vacío gubernamental, el país pierde un patrimonio fundamental para su espíritu y memoria. Pienso en el caso de la biblioteca de José Ramón Medina, poeta y político guariqueño fallecido hace ya una década. Fundador de la Biblioteca Ayacucho, procurador y contralor general de la nación. Lo mínimo que hubiese podido hacer alguna de estas instituciones públicas era el de interesarse en preservar por entero su biblioteca y archivo.

La falta de una política cultural, uno llega a pensar que adrede, hace que una sociedad denostada siempre como «sin memoria», siga ahogándose en su ignorancia.

Pero no siempre hemos vivido esta desidia. Personas e instituciones han logrado llevar a cabo proyectos valiosos con la intención de proteger la memoria histórica del país: entre 1974 y 1999, Virginia Betancourt trabajó por la radical transformación de la Biblioteca Nacional de Venezuela.  De unos libros en mal estado, hacinados en el palacete guzmancista de la Avenida Universidad, pasaron a un moderno edificio diseñado por Tomás José Sanabria en el llamado Foro Libertador. En un cuarto de siglo, la Biblioteca Nacional se fue erigiendo como una de las más importantes de América Latina, por estar a la vanguardia en sus técnicas de catalogación y cuidado de los libros, pero también por un personal altamente competente. Esta experiencia de gestión cultural Virginia igualmente la ha vertido en mantener vigente la memoria de su padre. La Fundación Rómulo Betancourt, a partir de finales de los ochenta, empezó a publicar el archivo del expresidente, así como ensayos y estudios acerca de nuestra historia política. A partir de 2009, en alianza con la Universidad Pedagógica Experimental Libertador, se iniciaron las clases del Diplomado en Historia Contemporánea de Venezuela, con el foco en formar maestros de escuela primaria, bachillerato y profesores universitarios. De esta misma determinación han nacido las colecciones de libros: Cuadernos de Ideas Políticas y Serie Antológica de Historia Contemporánea de Venezuela.

Otro testimonio de este trabajo por la memoria venezolana fue el llevado a cabo por el historiador y expresidente Ramón J. Velásquez. Luego de su labor de preservación del Archivo Histórico de Miraflores, así como la publicación de la colección de Pensamiento Político Venezolano del siglo XIX y del de buena parte del siglo XX, una de sus labores menos estudiadas fue la creación de la Fundación para el Rescate del Acervo Documental de Venezuela (Funres) en la década de los ochenta. Desde allí se emprendió un trabajo inmenso no solo en la divulgación de archivos prácticamente desconocidos, sino en el apoyo a nuevas publicaciones y la búsqueda de fuentes y testimonios sobre Venezuela en diferentes partes del planeta. Cabe recordar la recuperación y publicación en un tomo de las caricaturas que alrededor del mundo aparecieron sobre Cipriano Castro.

En la actualidad la preservación de la memoria venezolana ha quedado relegada a contadas acciones privadas ante la orfandad oficial. Se pueden mencionar el ahínco de la Fundación para la Cultura Urbana durante dos décadas, y ahora con una labor de curaduría y difusión de su archivo fotográfico, así como el trabajo continuo de Fundación Empresas Polar, que a su vez han asumido el reto de fomentar el estudio y difusión histórica al mundo digital.

Los guardianes

Pero también se hallan esfuerzos particulares en defensa de reconocernos como país. La Fundación John Boulton tiene una colección rica en documentos y objetos del siglo XIX venezolano. A partir de 2007 la Casona Santaella, ubicada entre la triada de la Biblioteca Nacional, el Panteón y el Archivo General de la Nación, alberga un museo de acceso gratuito, en el que podemos encontrar no solo objetos que pertenecieron a Simón Bolívar, sino también los muebles y curiosidades del escritor Arístides Rojas, y recuerdos del periodo guzmancista, quizás los más vistosos los dos fragmentos de sus derribadas estatuas: un puño del «Manganzón» y la cabeza y pecho del «Saludante».

Tenemos el caso de La Poeteca, una fundación para el incentivo de la lectura, pero también un lugar de encuentro en el que se preserva una cada vez más rica colección de ediciones de poesía venezolana de todos los tiempos. A esto quiere sumar dos trabajos que se están haciendo en las regiones: El Correo de Lara, que busca preservar viejas fotografías del estado y contar grandes y menudas historias sobre la región. El otro es La Rama Dorada, librería-café en Mérida que tiene un «Libro Club» en el que uno puede pedir en préstamo libros que no se consiguen actualmente en el mercado (desde ediciones venezolanas que no han sido reeditadas, hasta clásicos de la literatura universal).

A esto se le suma el trabajo de la Universidad Católica Andrés Bello al acoger el archivo y libros de Sofía Ímber y las salas virtuales de investigación. El de la Universidad Metropolitana, en la cual se preservan las bibliotecas particulares de Pedro Grases, Arturo Uslar Pietri y Ramón J. Velásquez. Y la iniciativa familiar de reedición de la obra escrita de Rafael Caldera y la digitalización de su archivo (libros, discursos, cartas, fotos y videos),  la cual se está convirtiendo en la primera biblioteca presidencial digital de Venezuela

En mi generación, nacida entre los últimos años del sistema democrático representativo y el comienzo de la «revolución», hay una nostalgia por un país que no conocimos. Cada vez es más popular que en redes se compartan fotos, videos, crónicas y momentos fragmentarios de esa Venezuela que se creyó a un paso de la modernidad. Ha habido cierta inquietud por crear una plataforma online para preservar la memoria cultural venezolana, pero ya hay algunas iniciativas individuales en marcha.

Andrés della Chiesa creó en Instagram una cuenta llamada La palabra compartida, donde difunde cada cierto tiempo frases, imágenes e historias de la memoria venezolana. Andrés considera que cree en la tradición «la cual nos une y alimenta como pueblo». También se declara venezolanista y ve en el pasado una forma de conseguir respuestas y repensar la crisis cultural y educativa. Guiado por la figura de Arturo Uslar Pietri, se ha dedicado estos días de cuarentena, junto a la Casa AUP, a presentar conversatorios y charlas en línea sobre el escritor, así como de temas que van desde la historia del humorismo local, hasta el análisis del proceso guerrillero en los años sesenta.

Con una perspectiva diferente, Gabriel «Chacho» Domínguez fundó hace ocho años el Instituto Progresista. Junto al debate de temas de actualidad como derechos ambientales, feminismo y movimientos sociales, otro de sus propósitos ha sido revitalizar la memoria de los líderes de la democracia venezolana. «Si la gente añora algo que no recuerda muy bien, hay que mostrárselo como vigente y vivo», me dice. Considera que sobre la Venezuela democrática hay una amplia historia por contar, que no ha sabido cómo presentarse. Hay que convencer, mostrar que es algo atractivo, interesante, para el presente. Por eso desde este instituto se han apoyado jornadas sobre la historia democrática, encuentros llamados La cueva de Clío y una campaña en redes denominada Ellos también fueron jóvenes, mostrando los primeros pasos de algunos de nuestros dirigentes históricos.

Yo también estoy afincando mis esfuerzos en la recuperación de la memoria democrática venezolana. De eso puedo hablar otro día. Lo que sí les puedo decir es que es un trabajo complejo en una Venezuela que luce arrasada, tal cual la biblioteca de la UDO. Pero la acción de unos cuantos quemando libros y borrando nuestra memoria, serán solo episodios de una historia y de un pasado que debe revisarse, para sentar las bases vigorosas del país de la reconstrucción.

*Publicado originalmente por Cinco8 el 6 de junio de 2020.

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#Opinión La Venezuela que había quedado atrás

Detalle portada Lecturas Venezolanas, MBI - Textos Edime 1956

Detalle portada de Lecturas Venezolanas, libro compilado por Mario Briceño Iragorry y publicado por Textos Edime, 1956.

La Venezuela que había quedado atrás

Por Guillermo Ramos Flamerich

El historiador y expresidente Ramón J. Velásquez finaliza su obra La caída del liberalismo amarillo (1972) con la frase: «Vidas y drama de Venezuela». Con ella sintetiza no solo una época, sino una constante que en algún momento se pensó ya era parte del pasado: el país de la violencia caudillista. Pero cuando en una misma semana aparecen las noticias del frustrado «desembarco» de la bíblicamente llamada Operación Gedeón; Ocurrió que Wilexis se convirtió en tendencia, como titulara Jesús Piñero una de sus crónicas desde el campo de batalla en Petare; mientras los venezolanos se quedan sin combustible y sin alimentos en medio de una peste. ¿De cuál Venezuela estamos hablando? La actualidad pareciera conjugar los peores momentos de nuestra vida republicana, junto a los nuevos males del siglo XXI.

Entre estos dos países se encuentra otro que luce frondoso, estable y abierto: la Venezuela  que conquistó la democracia en el siglo XX y se afirmaba con orgullo en su bonanza. Pero la mirada hacia ese pasado reciente no puede ser una oda a la «Edad de oro» perdida. Causa nostalgia, eso sí. Para los que la vivieron, porque significaron quizás los mejores años de sus vidas. En cambio, los que no la conocimos, la sentimos como un referente real y alternativo al presente. Los síntomas de un país moderno del que nos obstina pensar que todo le salió mal. Allí entra un debate que en algún momento debemos dar como nación, para reconciliarnos con el pasado y con lo que viene. Acaso miramos a esa Venezuela de mediados del siglo pasado, con esa gente que construyeron desde la técnica, la política, las letras y el arte, con la misma fascinación que los venezolanos de mediados y finales del XIX imaginaban a la generación de la Independencia. El retorno será un anhelo, mas no la realidad.

La disputa política actual no nos deja chance de ver el panorama completo. Esta lucha «formal» pareciera una guerra de trincheras, en que ninguna de las partes se logra imponer. Mientras, el Estado se ha desarticulado y, aunque es difícil saber realmente quién manda, conocemos muy bien quien reprime y a quienes. El grado de la violencia oficial, y paraoficial, ha destrozado la vida de los más vulnerables. La gente reclama paz cueste lo que cueste. Allí nacen los caudillos.

El espacio político ha dejado de ser un instrumento para resolver las diferencias de forma y fondo. Allí nace la idea de que cualquier método es legítimo para mantener o conquistar el poder. Las grandes mayorías han quedado como meras espectadoras, perdiendo sus derechos, primero progresiva, luego agresivamente. Cientos de miles han salido a las calles y ejercido todas las herramientas legales que un ciudadano en Venezuela podía efectivamente ejercer. Nada ha ocurrido. De allí surge una desesperanza y una frustración intergeneracional que puede que nos acompañe por un buen rato. Es también el miedo traducido en indiferencia.

La Venezuela que había quedado atrás nos acompaña en su versión tristemente renovada en el hoy. ¿Siempre estuvo merodeando por allí? No sabemos cuándo comenzará el primer día de la reconstrucción. Lo que sí podemos interiorizar es que cada uno de nosotros puede ser útil para ello. Un proceso que significa descubrir a todo un país y así recobrar la confianza en nosotros mismos. En lo que somos. A lo mejor nos da fuerza saber que hemos tenido otros momentos realmente terribles y que estos, la mayoría de las veces, han significado una nueva oportunidad para el porvenir.

*Publicado por El Estímulo el 12 de mayo de 2020

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Edgar Sanabria entrevistado por Ramón Hernández

Edgar Sanabria en la inauguración Caracciolo Parra León de El Valle.

Sanabria ofreciendo unas palabras durante la inauguración de la escuela pública Caracciolo Parra León. El Valle, Caracas, 28 de junio de 1972.

Edgar Sanabria (1911-1989): jurista, profesor universitario, académico de la lengua, de las ciencias políticas y de la historia. Presidente de la Junta de Gobierno (en sustitución de Wolfgang Larrazábal) que rigió los destinos del país luego de la caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez.

En los escasos tres meses que estuvo al frente del Ejecutivo Nacional, promulgó la creación del Parque Nacional El Ávila; del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas y la Ley de Universidades, en la que los principios de la autonomía y la inviolabilidad del recinto marcarán un vigoroso debate en los tiempos democráticos que iniciaban.

Hoy en día un personaje olvidado, se le recuerda como alguien excéntrico, retraído, de gran erudición. Existen pocos recuentos de su vida y obra: el homenaje que le hiciera René de Sola bajo el título de Edgar Sanabria, un gran venezolano (1991) y el volumen 102 (2009) de la Biblioteca Biográfica Venezolana de El Nacional, escrito por Adolfo Borges.

Esta entrevista hecha por el periodista Ramón Hernández (sin fecha, c. 1982), fue publicada en el libro El país como oficio (Universidad de Los Andes, 1983).

Edgar Sanabria

Sobre la tarima apenas queda un papel arrugado. El orador abandonó el sitio cuando el discurso dejó de tener sentido y la concurrencia se retiraba a sus menesteres. Un técnico, meticuloso y orgulloso de su saber, guarda los artefactos para la próxima ocasión, que espera sea nunca. El local es un vaho de ruidos en escapada: un olor desvanecido, una alegría apagada, una sordera en el alma. Afuera está la consecuencia, la luz que pobló este hueco, el tedio que reumatiza, un espíritu que deambula. El orador, desprovisto de su frac, sin su protocolar indumentaria, vuelve a sus golpes de pecho y sus rezos mañaneros. Nunc dimitis servum tuum. Domine nihil obstat.

–Soy un muerto que respira.

La democracia dando su primer berrido, planchando sus garantías ciudadanas, poniendo a tono su fachada, remozando su aquiescencia, aceitando las válvulas de la libertad, gerundium est. Diez años en un oscuro calabozo pestilente, con soles de hojalata por carceleros, entumecieron sus articulaciones y partes importantes de su andar se niegan a obedecer y hasta se rebelan, pero después. El derecho a vivir no es una improvisación graciosa.

–Estoy hastiado de la política.

Coleccionista de armas sin saberlas disparar, flaco, caraqueño con chispa y fama de tacaño, con un montón de anécdotas tras de sí, creyente y practicante con una larga soltería en su haber. Edgar Sanabria asume la Primera Magistratura en rato de transición. Arruma condecoraciones y respira aliviado cuando entrega a su legítimo sucesor la Banda Presidencial.

–El que mucho escribe, mucho disparate comete.

Edgar Sanabria Arcia nació el tres de octubre de 1911 y se sabe de memoria toda la genealogía de los Gómez cuyo miembro más sobresaliente hizo del país su hacienda. Caminó muchos años desde la avenida Paraíso 42 hasta la vieja Universidad de Caracas a dictar su cátedra de Derecho Civil y a echar sus parrafadas en la Plaza Bolívar. Es Individuo de Número de las Academias de la Lengua y de Ciencias Políticas y Sociales, pero de política no le gusta hablar frente a periodistas. Diplomático y lector consumado, gusta de la puntualidad y recordar la Caracas que no era esta barahúnda.

En ese rato de espera que precedió a la toma de posesión de Rómulo Betancourt en marzo de 1959, firmó el decreto de Autonomía Universitaria y el decreto 6.733, que dejaba sin efecto el «Fifty-fifty» y sacaba del país al presidente de la Creole.

A los 64 años recibió la flecha que le signó Cupido y todavía se abotona hasta el cuello la camisa, aunque no lleva corbata.

Habla rapidito y contesta sin muchos ornamentos conceptuales.

–El sistema democrático es siempre el menos malo.

–¿Qué país tenemos después de veinticinco años de ejercicio democrático?

–No me pregunte de política. Yo estuve accidentalmente en ella y ya estoy apartado de esas lavativas.

–¿Ha mejorado el sistema educativo?

–Ganó en extensión pero perdió en intensidad en algunos aspectos.

–¿En cuáles?

–No sé. Yo estoy jubilado desde 1959 y apartado de esas obligaciones.

–¿Qué hace?

–Leer.

–¿Qué lee?

–Muchas cosas. Leo mucho porque duermo poco, no soy hombre joven. Para no estar dando cabezazos en la cama, me siento y me pongo a leer, algunas veces hasta las tres de la mañana. A las cinco ya estoy despierto leyendo el periódico.

–¿Siempre lee el periódico de madrugada?

–No, a veces lo traen tarde.

La vida puede ser un aburrimiento, una larga espera, una cuerda que se acaba cuando se empieza a comprender su utilidad.

El expresidente escogió la modestia y la sencillez, descalabró oropeles y se rehúsa a andar con escolta, la urbanidad no admite que se rechace un honor.

–¿Cómo era Venezuela en 1958?

–Cambiemos de tema.

–¿Hemos progresado culturalmente?

–Sí. Ahora hay mucha inquietud intelectual, antes también la hubo, pero ha aumentado y la gente joven es bastante preocupada por el quehacer artístico.

–¿Cómo se manifiesta?

–Tenemos muchos jóvenes poetas, pintores, escultores. Hacen teatro, cine…

–¿Y la calidad?

–No tengo autoridad para juzgar. Soy un profano en esas lides.

–¿Hemos avanzado científicamente?

–Tenemos muy buenos profesionales en todas las ramas de la ciencia. Ahora tenemos profesionales que no existían en mi época, como economistas, gente que se ocupa de la Administración Pública. Tenemos el IVIC y el CONICIT y otras instituciones que promueven la investigación y que hace treinta años no se conocían.

–¿Y jurídicamente también hemos mejorado?

–Le voy a hablar con franqueza: Se han hecho muchas leyes y muchas reformas pero lo jurídico no se compone con leyes.

–¿Entonces cómo?

–Con autoridad moral, con procedimientos morales. La leyes no se cumplen porque se obligue sino porque un precepto moral lo exige, así es más meritorio que con la represión.

–¿Cómo se inculcan los preceptos morales a la población?

–Con la educación. En la escuela, en el bachillerato, en la universidad y en todos los demás medios sociales.

–Pero usted dice que la educación ha perdido en intensidad.

–Pero ha ganado en extensión. Cuando yo estudiaba, Caracas tenía un solo liceo, el liceo Caracas, que luego fue transformado en el Andrés Bello. Hoy la cantidad de liceos es enorme. Aquí el que no estudio es porque no quiere, hay muchas facilidades.

Fue Consultor Jurídico de la Cancillería y del Ministerio de Fomento. Vocal del Consejo de Facultad de Derecho de la Universidad Central de Venezuela, también profesor de Derecho Romano.

–En estos 25 años se han promulgado muchas leyes pero es en este momento cuando se reforma el Código Civil.

–Está equivocado. En Venezuela se han hecho varios códigos civiles muy buenos. Cuando el doctor Arcaya era ministro del Interior en 1919 designó una comisión para reformar el Código Civil, el resultado fue un Código más adelantado que en muchos países de América. En 1922 se volvió a reformar y nuevamente en 1942. Se incorporaron grandes adelantos jurídicos y sociales: como la equiparación de los hijos naturales y la investigación de la paternidad. Ahora no se está innovando, las cosas en su puesto.

–¿Y los otros códigos? ¿El Penal, el de Comercio?

–Yo no fui profesor de Mercantil ni de Penal. Yo puedo hablar con propiedad del Código Civil, que es la ley más importante. La constitución es la ley política y el Código Civil es la ley social, los demás códigos son desprendimientos o especializaciones por leyes excepcionales del Código Civil.

–Pero critican que la mujer está en desventaja…

–Los códigos de Venezuela seguían la orientación que regía en el mundo y la ideología del mundo en esa época. El Código se amoldaba a la situación de la mujer de entonces. La reforma sobre filiación en 1916 es trascendental, al igual que la de 1942 que equipara el matrimonio y el concubinato. La cuestión está en que cada adelanto que se logre se aplique bien.

–¿Por qué?

Hay muchas leyes que son letra muerta. Aquí y en todas partes, y en todas las épocas. Se dicta legislación y después no se ejecuta. En 1928 teníamos una Ley del Trabajo pero solo para cumplir con reglas internacionales. No se llegó a aplicar nunca sino hasta que llegó López Contreras.

–¿Es frecuente que en Venezuela ni se apliquen las leyes?

–Esa es una pregunta que no me atrevo a contestar.

–¿Por qué?

Estaría juzgando la vida de la república.

Esquiva, salta al pasado, rememora alguna situación pintoresca de su juventud, pero no se compromete opinando, calificando, enjuiciando. Asume la postura del convidado de piedra, pero no pierde la oportunidad de votar porque le remordería la conciencia.

–¿Está de acuerdo con la forma como se nombran los jueces?

–De eso no conozco. Estoy apartado. Soy un muerto que respira. Pero le diré que estamos más adelantados que en otros países.

–¿Y el terrorismo judicial?

–Estoy apartado de ese mundo.

–¿En qué consiste su trabajo en la Academia de la Lengua?

–Fui Secretario muchos años. Pertenezco a ella desde 1942. Hasta hace tres años fui director.

–¿Cuál es la función de la Academia?

–Eso se lo explica mejor el director de su periódico, el doctor José Ramón Medina.

–Deseo que me lo explique usted.

–Las Academias son cuerpos sobre todo para consulta; contra lo que la gente cree, que son más para la investigación. Son cuerpos a donde se lleva a la gente por lo que ha hecho, por eso sus miembros son hombres ya mayores, como reconocimiento de su valor y su categoría.

–¿Usted escribe?

–Escribo, pero tengo guardado. No publico.

–¿Tiene miedo?

–No, sino que… ¿Para qué voy a publicar?

–Las ideas permanecen en los libros.

–El que mucho escribe, mucho disparate comete. El haber publicado ciertas obras puede ser prueba de capacidad, pero también de todo lo contrario.

Edgar Sanabria ha publicado La interpretación de la Ley, Don Rafael María Baralt, Don Miguel Antonio Caro y varios sueltos.

–¿Por qué se retiró de la vida política?

–Yo llevo una vida social, pública no. Nunca he pertenecido, ni pertenezco a ningún partido.

–¿Por qué?

–Por mi carácter. Para pertenecer a una organización partidista hay que tener una especial manera de ser…

Se percata que está hablando de lo que no quiere y apoyándose en un extraño y recurrente malabarismo conceptual, aterriza en sus conflictos vocacionales: «Si en mis tiempos hubiese existido la Facultad de Filosofía y Letras yo no hubiera estudiado Derecho. Aquella carrera es más cónsona con mis aficiones y con mis gustos».

Y de ahí salta a Caracas, a la bola mecánica que tumbó el hotel Majestic, a los tranvías tirados por caballos y el día que inauguraron el cine «Ayacucho».

«En el hotel Washington conocí el primer ascensor»,

–Hasta Guzmán Blanco, Caracas era la misma de la colonia.

Destruida en parte por el terremoto de 1812, Guzmán la reformó.

–Son muy pocas las cosas que se conservan…

–Caracas nunca tuvo muchas cosas. Guzmán fue quien más le dio a Caracas.

–¿A Gómez no le gustaba este valle?

–Yo no conocí a Juan Vicente Gómez. Lo vi de lejos una que otra vez.

–¿Era  una dictadura terrible o son exageraciones?

–Eso es para hablar largo.

–¿El país vivía de espaldas a la situación política?

–Venezuela nunca ha tenido los ojos cerrados. Todo se sabe. Antes y después.

–La Academia de Ciencias Políticas fue fundada bajo la tiranía de Gómez, ¿acaso Gómez se preocupaba por la teoría política?

–No, pero siempre se rodeó por hombres intelectualmente capaces y ellos lo aconsejaban.

–¿Esa costumbre fue imitada por los gobernantes posteriores?

–Eso lo ha vivido usted, fórmese su juicio. En los últimos gobiernos han participado personalidades de mucha valía intelectual. En toda su historia Venezuela ha tenido hombres que le pudieron haber dado muchos aportes, pero que permanecieron al margen para no mezclarse ni ser responsables de despropósitos. Han sido ignorados y ese es el sacrificio más grande, porque es el sacrificio que no tiene premio ni reconocimiento. Eso ocurrió con Rafael Bruzual López, Arévalo González, Félix Montes Néstor Luis Pérez. ¿Usted es periodista graduado?

–Sí.

–Esa es la carrera de ahora, antes los periodistas eran autodidactas.

–¿Hay buenas plumas ahora?

–¡Cómo no! Uslar Pietri es una buena pluma y no solamente en el país, afuera también. Pero muchas veces la gente es medio mezquina.

–¿Hay mezquindad?

–A veces. Un viejo refrán dice: «Si la envidia tuviera tiña, cuantos tiñosos hubiera».

Una sombra sube a la tarima, recoge el papel arrugado y se lo guarda en un bolsillo. Esfuerzo vano, estaba en blanco.

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Carlos Cruz-Diez: Nostalgia y futuro de Venezueña

Maestro Carlos Cruz Diez

Carlos Cruz-Diez, París, 2017 © Atelier Cruz-Diez París. Foto de Lisa Preud’homme.

Carlos Cruz-Diez: Nostalgia y futuro de Venezueña

Por Guillermo Ramos Flamerich

Próximo a cumplir 96 años, en el maestro Carlos Cruz-Diez (Caracas, 1923) existen dos cualidades que lo acompañan junto con su obra. La primera, su infatigable entrega al trabajo. Presentando exposiciones desde Bruselas hasta Houston; desde Panamá hasta el Reino Unido. Por España, pasando por Austria. Una galería privada, un museo, una fundación, una pasarela cromática en Viena. En fin.

La segunda, es esa capacidad de relatarnos su propuesta artística, y de vida, con la sencillez de quien se sigue maravillando por el despuntar de cada mañana. Sus palabras son trazos que evocan, viven, pero, sobre todo, son apuestas por un futuro mejor.

Al acostarse cada noche, ¿existe algo de Caracas, un aroma, una imagen o una sensación, que siempre esté allí, que no haya pasado ni sea pasado, solo presente?

Ante todo, quiero decir que yo me fui de Caracas, no porque me desagradara, todo lo contrario. Fue la decisión de rediseñar mi vida y desarrollar mi discurso en una plataforma de proyección internacional. Por eso siempre tengo presente mi país y además, se lo he inculcado a mis hijos y nietos. Yo nací en la parroquia de La Pastora, en la esquina de Torrero y los recuerdos son imborrables. La niebla a las cinco de la tarde sobre la plaza o el olor a tierra mojada después de la lluvia.

¿Se puede conectar con la ciudad, con el país sin nostalgia? ¿Qué es para un hombre de 95 años la nostalgia? 

La imagen que tengo es la de la ciudad que viví. Recuerdo con nostalgia su bellísima luz y la transparencia del cielo en los meses de noviembre, diciembre y enero. El paisaje del Ávila que cambia de color todo el tiempo… A veces la nostalgia del país nos invade, pero pienso que nunca volveré a vivir lo que viví, los viejos amigos ya no están, los tiempos cambian y cada generación les deja un nuevo significante. Lo pasado es pasado, por eso vivo intensamente el presente.

Lo que sí recuerdo con nostalgia, es lo que en el futuro seguramente llamarán «el renacimiento». Que fue entre los años 1940 y 1975 donde la actividad cultural fue de una gran intensidad. A Venezuela venían las grandes figuras universales de la literatura, la música y el arte y se crearon grandes museos con colecciones extraordinarias.

Sofía Ímber dijo que usted llevó a Venezuela al mundo y el mundo a Venezuela. ¿Qué cosa del mundo actual entregaría a la Venezuela de hoy?

La paz y el entendimiento… Que no se pierda el sentimiento de la amistad, tan característico en el venezolano. Creo que la noción de amistad es fundamental para nosotros.

¿Qué quiere seguir diciendo Cruz-Diez, o qué cosa nueva ha visto Cruz-Diez que debe transmitirle a la gente?

El arte es el más bello y eficaz medio de comunicación que ha inventado el hombre. Que el arte siga siendo el refugio espiritual de la humanidad.

¿Ser venezolano implica una propuesta artística?

El arte no tiene fronteras. Los artistas venezolanos, gracias a la comunicación inmediata, hacen el arte que está en juego en cualquier parte del mundo.

La Cámara de Cromosaturación del Museo Cruz-Diez es símbolo de los que se quedan en el país. El piso del Aeropuerto de Maiquetía, es la imagen predilecta de los que se van. ¿Cómo vive el hecho de ser un símbolo de la venezolanidad?

Me llena de orgullo, pues, muy pocos artistas tenen ese privilegio, pero me da mucha tristeza que el piso del aeropuerto sea el símbolo de la salida obligada del país. Espero que también sea el símbolo del retorno.

¿Cuál es el siguiente paso después de darle movimiento al color?

El universo cromático es inagotable, queda mucho por investigar y hacer evidente.

*Publicado originalmente en el suplemento cultural Verbigracia de El Universal, el sábado 15 de junio de 2019

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