Sanabria ofreciendo unas palabras durante la inauguración de la escuela pública Caracciolo Parra León. El Valle, Caracas, 28 de junio de 1972.
Edgar Sanabria (1911-1989): jurista, profesor universitario, académico de la lengua, de las ciencias políticas y de la historia. Presidente de la Junta de Gobierno (en sustitución de Wolfgang Larrazábal) que rigió los destinos del país luego de la caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez.
En los escasos tres meses que estuvo al frente del Ejecutivo Nacional, promulgó la creación del Parque Nacional El Ávila; del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas y la Ley de Universidades, en la que los principios de la autonomía y la inviolabilidad del recinto marcarán un vigoroso debate en los tiempos democráticos que iniciaban.
Hoy en día un personaje olvidado, se le recuerda como alguien excéntrico, retraído, de gran erudición. Existen pocos recuentos de su vida y obra: el homenaje que le hiciera René de Sola bajo el título de Edgar Sanabria, un gran venezolano (1991) y el volumen 102 (2009) de la Biblioteca Biográfica Venezolana de El Nacional, escrito por Adolfo Borges.
Esta entrevista hecha por el periodista Ramón Hernández (sin fecha, c. 1982), fue publicada en el libro El país como oficio (Universidad de Los Andes, 1983).
Edgar Sanabria
Sobre la tarima apenas queda un papel arrugado. El orador abandonó el sitio cuando el discurso dejó de tener sentido y la concurrencia se retiraba a sus menesteres. Un técnico, meticuloso y orgulloso de su saber, guarda los artefactos para la próxima ocasión, que espera sea nunca. El local es un vaho de ruidos en escapada: un olor desvanecido, una alegría apagada, una sordera en el alma. Afuera está la consecuencia, la luz que pobló este hueco, el tedio que reumatiza, un espíritu que deambula. El orador, desprovisto de su frac, sin su protocolar indumentaria, vuelve a sus golpes de pecho y sus rezos mañaneros. Nunc dimitis servum tuum. Domine nihil obstat.
–Soy un muerto que respira.
La democracia dando su primer berrido, planchando sus garantías ciudadanas, poniendo a tono su fachada, remozando su aquiescencia, aceitando las válvulas de la libertad, gerundium est. Diez años en un oscuro calabozo pestilente, con soles de hojalata por carceleros, entumecieron sus articulaciones y partes importantes de su andar se niegan a obedecer y hasta se rebelan, pero después. El derecho a vivir no es una improvisación graciosa.
–Estoy hastiado de la política.
Coleccionista de armas sin saberlas disparar, flaco, caraqueño con chispa y fama de tacaño, con un montón de anécdotas tras de sí, creyente y practicante con una larga soltería en su haber. Edgar Sanabria asume la Primera Magistratura en rato de transición. Arruma condecoraciones y respira aliviado cuando entrega a su legítimo sucesor la Banda Presidencial.
–El que mucho escribe, mucho disparate comete.
Edgar Sanabria Arcia nació el tres de octubre de 1911 y se sabe de memoria toda la genealogía de los Gómez cuyo miembro más sobresaliente hizo del país su hacienda. Caminó muchos años desde la avenida Paraíso 42 hasta la vieja Universidad de Caracas a dictar su cátedra de Derecho Civil y a echar sus parrafadas en la Plaza Bolívar. Es Individuo de Número de las Academias de la Lengua y de Ciencias Políticas y Sociales, pero de política no le gusta hablar frente a periodistas. Diplomático y lector consumado, gusta de la puntualidad y recordar la Caracas que no era esta barahúnda.
En ese rato de espera que precedió a la toma de posesión de Rómulo Betancourt en marzo de 1959, firmó el decreto de Autonomía Universitaria y el decreto 6.733, que dejaba sin efecto el «Fifty-fifty» y sacaba del país al presidente de la Creole.
A los 64 años recibió la flecha que le signó Cupido y todavía se abotona hasta el cuello la camisa, aunque no lleva corbata.
Habla rapidito y contesta sin muchos ornamentos conceptuales.
–El sistema democrático es siempre el menos malo.
–¿Qué país tenemos después de veinticinco años de ejercicio democrático?
–No me pregunte de política. Yo estuve accidentalmente en ella y ya estoy apartado de esas lavativas.
–¿Ha mejorado el sistema educativo?
–Ganó en extensión pero perdió en intensidad en algunos aspectos.
–¿En cuáles?
–No sé. Yo estoy jubilado desde 1959 y apartado de esas obligaciones.
–¿Qué hace?
–Leer.
–¿Qué lee?
–Muchas cosas. Leo mucho porque duermo poco, no soy hombre joven. Para no estar dando cabezazos en la cama, me siento y me pongo a leer, algunas veces hasta las tres de la mañana. A las cinco ya estoy despierto leyendo el periódico.
–¿Siempre lee el periódico de madrugada?
–No, a veces lo traen tarde.
La vida puede ser un aburrimiento, una larga espera, una cuerda que se acaba cuando se empieza a comprender su utilidad.
El expresidente escogió la modestia y la sencillez, descalabró oropeles y se rehúsa a andar con escolta, la urbanidad no admite que se rechace un honor.
–¿Cómo era Venezuela en 1958?
–Cambiemos de tema.
–¿Hemos progresado culturalmente?
–Sí. Ahora hay mucha inquietud intelectual, antes también la hubo, pero ha aumentado y la gente joven es bastante preocupada por el quehacer artístico.
–¿Cómo se manifiesta?
–Tenemos muchos jóvenes poetas, pintores, escultores. Hacen teatro, cine…
–¿Y la calidad?
–No tengo autoridad para juzgar. Soy un profano en esas lides.
–¿Hemos avanzado científicamente?
–Tenemos muy buenos profesionales en todas las ramas de la ciencia. Ahora tenemos profesionales que no existían en mi época, como economistas, gente que se ocupa de la Administración Pública. Tenemos el IVIC y el CONICIT y otras instituciones que promueven la investigación y que hace treinta años no se conocían.
–¿Y jurídicamente también hemos mejorado?
–Le voy a hablar con franqueza: Se han hecho muchas leyes y muchas reformas pero lo jurídico no se compone con leyes.
–¿Entonces cómo?
–Con autoridad moral, con procedimientos morales. La leyes no se cumplen porque se obligue sino porque un precepto moral lo exige, así es más meritorio que con la represión.
–¿Cómo se inculcan los preceptos morales a la población?
–Con la educación. En la escuela, en el bachillerato, en la universidad y en todos los demás medios sociales.
–Pero usted dice que la educación ha perdido en intensidad.
–Pero ha ganado en extensión. Cuando yo estudiaba, Caracas tenía un solo liceo, el liceo Caracas, que luego fue transformado en el Andrés Bello. Hoy la cantidad de liceos es enorme. Aquí el que no estudio es porque no quiere, hay muchas facilidades.
Fue Consultor Jurídico de la Cancillería y del Ministerio de Fomento. Vocal del Consejo de Facultad de Derecho de la Universidad Central de Venezuela, también profesor de Derecho Romano.
–En estos 25 años se han promulgado muchas leyes pero es en este momento cuando se reforma el Código Civil.
–Está equivocado. En Venezuela se han hecho varios códigos civiles muy buenos. Cuando el doctor Arcaya era ministro del Interior en 1919 designó una comisión para reformar el Código Civil, el resultado fue un Código más adelantado que en muchos países de América. En 1922 se volvió a reformar y nuevamente en 1942. Se incorporaron grandes adelantos jurídicos y sociales: como la equiparación de los hijos naturales y la investigación de la paternidad. Ahora no se está innovando, las cosas en su puesto.
–¿Y los otros códigos? ¿El Penal, el de Comercio?
–Yo no fui profesor de Mercantil ni de Penal. Yo puedo hablar con propiedad del Código Civil, que es la ley más importante. La constitución es la ley política y el Código Civil es la ley social, los demás códigos son desprendimientos o especializaciones por leyes excepcionales del Código Civil.
–Pero critican que la mujer está en desventaja…
–Los códigos de Venezuela seguían la orientación que regía en el mundo y la ideología del mundo en esa época. El Código se amoldaba a la situación de la mujer de entonces. La reforma sobre filiación en 1916 es trascendental, al igual que la de 1942 que equipara el matrimonio y el concubinato. La cuestión está en que cada adelanto que se logre se aplique bien.
–¿Por qué?
Hay muchas leyes que son letra muerta. Aquí y en todas partes, y en todas las épocas. Se dicta legislación y después no se ejecuta. En 1928 teníamos una Ley del Trabajo pero solo para cumplir con reglas internacionales. No se llegó a aplicar nunca sino hasta que llegó López Contreras.
–¿Es frecuente que en Venezuela ni se apliquen las leyes?
–Esa es una pregunta que no me atrevo a contestar.
–¿Por qué?
Estaría juzgando la vida de la república.
Esquiva, salta al pasado, rememora alguna situación pintoresca de su juventud, pero no se compromete opinando, calificando, enjuiciando. Asume la postura del convidado de piedra, pero no pierde la oportunidad de votar porque le remordería la conciencia.
–¿Está de acuerdo con la forma como se nombran los jueces?
–De eso no conozco. Estoy apartado. Soy un muerto que respira. Pero le diré que estamos más adelantados que en otros países.
–¿Y el terrorismo judicial?
–Estoy apartado de ese mundo.
–¿En qué consiste su trabajo en la Academia de la Lengua?
–Fui Secretario muchos años. Pertenezco a ella desde 1942. Hasta hace tres años fui director.
–¿Cuál es la función de la Academia?
–Eso se lo explica mejor el director de su periódico, el doctor José Ramón Medina.
–Deseo que me lo explique usted.
–Las Academias son cuerpos sobre todo para consulta; contra lo que la gente cree, que son más para la investigación. Son cuerpos a donde se lleva a la gente por lo que ha hecho, por eso sus miembros son hombres ya mayores, como reconocimiento de su valor y su categoría.
–¿Usted escribe?
–Escribo, pero tengo guardado. No publico.
–¿Tiene miedo?
–No, sino que… ¿Para qué voy a publicar?
–Las ideas permanecen en los libros.
–El que mucho escribe, mucho disparate comete. El haber publicado ciertas obras puede ser prueba de capacidad, pero también de todo lo contrario.
Edgar Sanabria ha publicado La interpretación de la Ley, Don Rafael María Baralt, Don Miguel Antonio Caro y varios sueltos.
–¿Por qué se retiró de la vida política?
–Yo llevo una vida social, pública no. Nunca he pertenecido, ni pertenezco a ningún partido.
–¿Por qué?
–Por mi carácter. Para pertenecer a una organización partidista hay que tener una especial manera de ser…
Se percata que está hablando de lo que no quiere y apoyándose en un extraño y recurrente malabarismo conceptual, aterriza en sus conflictos vocacionales: «Si en mis tiempos hubiese existido la Facultad de Filosofía y Letras yo no hubiera estudiado Derecho. Aquella carrera es más cónsona con mis aficiones y con mis gustos».
Y de ahí salta a Caracas, a la bola mecánica que tumbó el hotel Majestic, a los tranvías tirados por caballos y el día que inauguraron el cine «Ayacucho».
«En el hotel Washington conocí el primer ascensor»,
–Hasta Guzmán Blanco, Caracas era la misma de la colonia.
Destruida en parte por el terremoto de 1812, Guzmán la reformó.
–Son muy pocas las cosas que se conservan…
–Caracas nunca tuvo muchas cosas. Guzmán fue quien más le dio a Caracas.
–¿A Gómez no le gustaba este valle?
–Yo no conocí a Juan Vicente Gómez. Lo vi de lejos una que otra vez.
–¿Era una dictadura terrible o son exageraciones?
–Eso es para hablar largo.
–¿El país vivía de espaldas a la situación política?
–Venezuela nunca ha tenido los ojos cerrados. Todo se sabe. Antes y después.
–La Academia de Ciencias Políticas fue fundada bajo la tiranía de Gómez, ¿acaso Gómez se preocupaba por la teoría política?
–No, pero siempre se rodeó por hombres intelectualmente capaces y ellos lo aconsejaban.
–¿Esa costumbre fue imitada por los gobernantes posteriores?
–Eso lo ha vivido usted, fórmese su juicio. En los últimos gobiernos han participado personalidades de mucha valía intelectual. En toda su historia Venezuela ha tenido hombres que le pudieron haber dado muchos aportes, pero que permanecieron al margen para no mezclarse ni ser responsables de despropósitos. Han sido ignorados y ese es el sacrificio más grande, porque es el sacrificio que no tiene premio ni reconocimiento. Eso ocurrió con Rafael Bruzual López, Arévalo González, Félix Montes Néstor Luis Pérez. ¿Usted es periodista graduado?
–Sí.
–Esa es la carrera de ahora, antes los periodistas eran autodidactas.
–¿Hay buenas plumas ahora?
–¡Cómo no! Uslar Pietri es una buena pluma y no solamente en el país, afuera también. Pero muchas veces la gente es medio mezquina.
–¿Hay mezquindad?
–A veces. Un viejo refrán dice: «Si la envidia tuviera tiña, cuantos tiñosos hubiera».
Una sombra sube a la tarima, recoge el papel arrugado y se lo guarda en un bolsillo. Esfuerzo vano, estaba en blanco.