Archivo mensual: junio 2014

El siglo de Ramón Jota

El siglo de Ramón Jota

Este dibujo lo hice a los nueve años. Su fecha es del 31 de enero de 2001. Ramón J. Velásquez como presidente en un país en crisis

El siglo de Ramón Jota

Por Guillermo Ramos Flamerich

En el momento en que Japón estaba por empatar el partido, que luego perdería 4-1 ante Colombia, a 5070 Km de distancia -en la Plaza Altamira de Caracas- la Guardia Nacional se proponía remover algunos intentos de barricadas y los últimos manifestantes de la marcha convocada para ese día, se retiraban.

Varias cuadras al norte, el ambiente frente a la Quinta Regina era de calma. Dos personas en la entrada esperaban para salir. Menos de doce horas antes el ilustre morador de Regina, Ramón J. Velásquez, ex presidente, historiador y periodista, había fallecido a los 97 años.

El par de veces que pude visitarlo, pensaba en hacerle preguntas hasta no parar. Pero al tenerlo frente a frente, lo fundamental se convirtió en escucharlo. La historia contemporánea del país en detalles, relatos y vivencias. Ese tono de voz andino, fuerte con matices agudos, cada vez con menos aliento por el paso de los años y esa mirada lúcida tras la pasta gruesa de sus lentes, con la que había visto, entre tantos, a Juan Vicente Gómez, Rómulo Betancourt y Hugo Chávez.

Sobre este último, está la anécdota recogida por Yohanna Molina  en el libro Trincheras de papel: el periodismo venezolano del siglo XX en la voz de doce protagonistas (2008), en la cual, durante la toma de posesión de Chávez, el 2 de febrero de 1999, este le dice a Ramón J.: «¿No le parece, Dr. Velásquez, que lo que estamos presenciando es un capítulo de su libro La caída del Liberalismo Amarillo?». A lo que le responde: «Usted piensa así señor Presidente, muchas gracias por su mención al libro, esa es la historia y así empieza una nueva».

La respuesta dice mucho de la persona. El respeto, la compostura y su doble condición de servidor público. Como historiador, periodista, custodio de la memoria del país y como político.

En esta primera condición están labores como la organización del Archivo Histórico de Miraflores: cartas, telegramas, discursos, casi fulminados por las polillas para mediados del siglo XX. Los cuales comenzaron a organizarse y preservarse durante su gestión en la Secretaría de la Presidencia. La publicación de las colecciones del Pensamiento Político Venezolano del siglo XIX y XX, la creación de Funres (Fundación para el Rescate Documental Venezolano) y la divulgación y análisis de una etapa histórica que lo apasionó, esa que transcurre desde La caída del liberalismo amarillo y prosigue en las Confidencias imaginarias de Juan Vicente Gómez.

En su condición de político, los cargos de senador o ministro se pueden sumar a su empeño de preservar la memoria del país. Pero en 1993 llegó un momento estelar. Ese cargo de Presidente de la República, intrigante y herencia de los personajes que tanto había estudiado, ahora le tocaba asumirlo.

Era el «puentecito de madera», como describe esa etapa Diego Bautista Urbaneja en su libro La política venezolana desde 1958 hasta nuestros días (2007). Un país en crisis económica, institucional y social.

Una parodia de la Radio Rochela de aquellos años ilustra el desafío que recibía Ramón J. En sesión conjunta del Congreso, Ramón Costas es nombrado presidente interino, la única condición que pide es que no lo dejen solo en el gobierno. Después de jurar cumplir las leyes de la república y «no comerse la luz roja del semáforo», el salón poco a poco va quedando vacío. El último diputado en retirarse le recuerda que debe apagar la luz antes de irse. Ya como monólogo, Costas hace su declaración final: «Venezolanos. Me toca, entonces, echarle pichón yo solito. Gracias, honorables senadores, gracias honorables diputados, gracias empresarios, gracias…».

Al final de su vida pudo verse retratado en ficciones muy reales. La novela El pasajero de Truman (2008), de Francisco Suniaga y la obra de teatro Diógenes y las camisas voladoras (2011), de Javier Vidal, hablan del joven Velásquez –o Román Velandia, como lo nombra Suniaga– vivaz aprendiz de periodista y secretario privado de Diógenes Escalante, ese personaje dramático, exponente de lo que pudo ser y nunca fue, tan presente en la cultura venezolana.

Vidas y drama de Venezuela.

Es así como se despide el observador y protagonista de un siglo de errores y aciertos. Una vida longeva. Quizás, en sus últimos años, con muchas más expectativas de lo que puede ser la república mañana mismo, dentro de diez años, dentro de un siglo.

Visita de Guillermo Ramos Flamerich a Ramón J. Velásquez en 2010.

Ramón J Velásquez y Guillermo Ramos Flamerich en 2010.

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