Archivo de la etiqueta: pensar a Venezuela

Discurso de toma de posesión de Rómulo Gallegos como Presidente de Venezuela

Rómulo Betancourt, saliente presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno, hace entrega de la banda presidencial a Rómulo Gallegos, elegido democráticamente en los comicios del 14 de diciembre de 1947. Fuente: El Archivo.

Alocución de Rómulo Gallegos al tomar posesión como Presidente de la República*

Congreso Nacional, Caracas, 15 de febrero de 1948.

Conciudadanos:

Acabo de formular ante el Congreso Nacional la promesa de cumplimiento de la Constitución y Leyes de la República, durante el ejercicio de la Presidencia de la misma y ya se ha efectuado la formalidad de la trasmisión del poder, de las manos que lo asumieron, revolucionariamente, el 18 de octubre de 1945, a las mías, escogidas por la voluntad de soberanía popular manifestada en los comicios del 14 de diciembre de 1947.

Se han cumplido entre estas dos fechas memorables imperativos de destino, promesas de hombres y preceptos de ley fundamental. Un acto de armas en la primera de ellas, recurso extremo de una defraudada y escarnecida aspiración legítima de pueblo maduro ya para el ejercicio de su derecho y con el cual la voluntad de la nación quiso ir al encuentro de Sus comienzos admirables, para que, relegados de una vez por todas a la categoría de atolondramientos y violencias de juventud borrascosa los años de revueltas armadas y dictaduras consecutivas, fueren los de allí adelante futuro juicioso y provechoso digno del esforzado principio; un compromiso –revolucionario, porque iba a señalar punto de partida de tiempo nuevo– de restituirle al pueblo el ejercicio cabal de la soberanía política y, finalmente, una jornada electoral, segunda de la era de la auténtica democracia venezolana, pero sin par en nuestra historia.

Recoja, pues, nuestra Institución Armada, el honor de haber vuelto por sus fueros trocando mercenarios respaldos de apetitos de hombres de presa por virtuosas custodia de leyes y defensa de derechos y persevere en el actual ejercicio sereno y gallardo de guardia montada en torno a la majestad de la República. Recójalo y cultívelo a fin de que nunca más prevalezcan ni las ambiciones contra los ideales ni las aventuras contra el paciente esfuerzo derechamente encaminado hacia la máxima dignidad de la Patria y la mayor felicidad posible del pueblo que es carne y sangre de ella.

Y téngales en cuenta la historia a los venezolanos, civiles y militares, que hasta hoy han compuesto la Junta Revolucionaria de Gobierno, como supieron cumplir lo prometido, sin que hubiera entre nuestros antecedentes políticos –fuerza es decirlo, aunque sea penoso– ejemplo verdadero que tal lección les diese. Dos años largos han estado el escepticismo y la malicia provenientes de continuada experiencia en burlas sufridas, dudando de la sinceridad republicana de la fundamental promesa de la Revolución de Octubre, pero ya ha podido volver la confianza a los corazones de buena fe, porque al fin ha habido gobernante venezolano –siete hombres que componían una sola persona política– que no mintió, que no engañó, que no traicionó. Yo no he contenido el vuelco emocional de mi corazón al recibir el símbolo del poder presidencial de las manos de aquel de ellos en quien estaba personalizada, especialmente, la responsabilidad de gobierno revolucionario y en quien particularmente se había ensañado la desconfianza y ahora cumplo deber sereno de justicia al mérito al pronunciar el nombre de Rómulo Betancourt, como de ejemplo de lealtad al compromiso contraído con su pueblo.

Así nace, de virtud republicana y de ejemplar ejercicio de derecho, el gobierno de la República que he de presidir y, por lo tanto, limpia la ascendencia revolucionaría, sólo de menguada condición mía podrían venirle inclinaciones a prevaricar.

Yo comprometo mi honor. Que no es solamente el de mediano pasar que puedan haberme dado los actos de mi conducta privada y pública, sino el grande, el magnífico honor a que me ha conducido la suerte amiga: la confianza de mi pueblo puesta en mí, en el primer ejercicio real de soberanía.

En qué lugar de mi Patria podría haber para mí, refugio donde no pudiese sino hundir la frente entre las manos, ¿si falto al honor de esa confianza?

Yo sabré sucumbir antes que traicionarla.

Porque no me han movido hacia estas alturas ni personales apetencias de mando, ni codicia de bienes materiales, sino la convicción de que tanto más se pertenece uno a sí mismo cuanto más tenga su pensamiento y su voluntad, su vida toda puesta al servicio de un ideal colectivo y es este el espíritu que me anima cuando me dispongo a asumir la grave responsabilidad que sobre mi ha recaído.

De la lucha partidista –que fue vehemente cuando el caso pidió que así fuese la defensa del ideal abrazado– ni menos aún de la contienda electoral reciente, me es permitido traer a los ejercicios de 90-bierno rencores ni sectarismos que puedan oscurecerme la clara y exacta visión del deber.

Doctrinaria y disciplinadamente continúo unido a la ideología y al programa de mi partido por una obligación indeclinable, pero entregado por él a compromisos con la totalidad del pueblo venezolano, no será el interés partidario el móvil de mi conducta de hoy en adelante, sino el de todo el país cuyo gobierno se me ha confiado. Venezuela entera el objeto único de mis, preferencias.

Rómulo Gallegos en el despacho presidencial del Palacio de Miraflores. Circa, 1948.

Cierto es que mi partido ha adquirido en el campo electoral, fuente de los legítimos derechos políticos, el de gobernar el país con su programa y para su programa, lo cual constituye al mismo tiempo un deber sin cuyo estricto cumplimiento no sería respetada la voluntad popular que nos dio la victoria y por consiguiente hemos adquirido el derecho y contraído la obligación de constituir gobierno con hombres de Acción Democrática; pero también hemos comprometido nuestra palabra en afirmaciones de propósitos de amplitud en la escogencia de colaboradores que, sin pertenecer a nuestra parcialidad, coincidan con nosotros en el enfocamiento de los problemas sociales, políticos y administrativos y compartan nuestra determinación de allegarles las soluciones adecuadas que son la sustancia de nuestro mencionado programa. Y así se me verá siempre solicitar la cooperación de cuantos venezolanos sean cifras auténticas de capacidad y de honestidad para el eficaz y recto desempeño de las funciones públicas.

Viene esto a reemplazar aquello otro de los caudillos señeros y de los clanes hegemónicos, de actuación personalista, que de tantas arbitrariedades y torpezas nos hizo víctimas; más para que con ellos no se confunda de ningún modo el gobierno de partido que nos toca iniciar, será necesario que apliquemos nuestros esfuerzos hasta los límites de lo humanamente hacedero, a fin de que el acierto de nuestra labor invalide las objeciones que puedan alzarse contra tal modalidad, única suficientemente responsable en los regímenes democráticos.

¿Se me replicará que con tal determinación defraudo las esperanzas que se hayan puesto en mis promesas de política de concordia durante la contienda electoral? Espero que nadie, dotado de ideas positivas y claras a este respecto, pretenda que yo me haya comprometido a desnaturalizar la fuerza política que me rodea, homogénea y bien definida, componiendo gobierno con elementos de todos los partidos en que actualmente se divide la opinión, práctica de emergencia sólo realizable en los momentos de crisis política de peligro nacional, que de ningún modo son los actuales, y a la cual, por otra parte, no irían a prestarse las fuerzas ya organizadas de la oposición. Pero si mi gobierno, el de Acción Democrática, en uso legítimo del derecho bien ganado en las urnas del sufragio, realiza tarea constructiva de tranquilidad y de bienestar públicos, logra que reine en la colectividad justicia social, respeta las libertades políticas, maneja con eficacia y honestidad los dineros del erario a fin de que todos se conviertan en buen remedio de las necesidades del pueblo y subordina en todo momento su interés partidista a los reclamos del supremo interés nacional, con todo eso que por nuestra parte pongamos al servicio del bien común, ya habremos desarrollado política de concordia.

Todo eso, justamente, se propone perseguir y llevar a cabo mi gobierno y está contenido de manera explícita, diáfana y categórica en mi discurso de presentación de mi candidatura ante el electorado y del cual no tengo que retirar ahora palabra de excesivo compromiso que se me haya es-capado; pero como nunca será demasiado insistir en la formación de los que se contraigan con el pueblo soberano, acentuare aquí el trazado de mi línea de conducta política.

Se mantendrá durante mi gobierno el clima de libertades legítimas de que se ha venido disfrutando bajo el que hoy ha terminado su misión y a la oposición que nos declaren los partidos contrarios, por más violenta que sea, sólo replicaremos con las razones que nos asistan cuando sin ellas seamos atacados.

Estamos comprometidos en una experiencia decisiva del porvenir de la democracia venezolana y ni por acomodamientos culpables a extraños intereses dejaremos de respetar la existencia y la libertad de acción de las organizaciones políticas que se muevan dentro del campo de las leyes y no incurran – como no es de temerse- en atentados contra la estabilidad de la democracia misma en nombre de la cual actúen. Considero que la oposición -ojo despierto y lengua suelta para que ninguno de mis errores se le escape y ninguna de mis contradicciones sea encubierta

será el mejor colaborador de mi gobierno, pues así podré advertir a buen tiempo el yerro en que esté incurriendo y sin tardanzas ratificar mi empeño de gobernar a Venezuela para el efectivo bien de ella y espero que no habrá excesos de las fuerzas contrarias que me hagan perder la paciencia y la serenidad.

Procuraré desempeñarme siempre de modo que en orden de lo atañedero a las relaciones entre la Iglesia y el Estado vuelva el sosiego a los espíritus que la lucha política enardeció. Un precepto constitucional, que fue objeto de amplio debate parlamentario de la Asamblea Nacional Constituyente establece las formas de esas relaciones y dentro de su ordenamiento caben los fueros respectivos bien mantenidos y los modos más apetecibles de la concordia. Por los de la intransigencia no se llegará nunca a paz que no sea la humillante de la sumisión y a mí se me ha encomendado el resguardo de la soberanía del Estado Venezolano; pero lo ejerceré sin arrogancias suscitadoras de enemistad.

Rómulo Gallegos por el piintor italiano Roberto Fantuzzi, 1970.

Agotaré las posibilidades de la intervención provechosa conducente a conciliación de intereses, entre los contrapuestos del capital y del trabajo, que por adoptar posiciones intransigentes no pueden, no deben de ningún modo dar origen a conflictos perturbadores de la paz social y del equilibrio económico exigidos por el país y que mi gobierno está dispuesto a mantener, sin contemplaciones censurables, como condición imprescindible de convivencia y de bienestar y como imperativo de cordura especialmente exigente en los tiempos que corren. Hallara el trabajo el amparo que tiene derecho a pedir de un gobierno democrático, de origen preponderantemente po-pular, comprometido a impartir justicia social, por medio de leyes y de prácticas adecuadas a su más cabal realización; pero no le negaremos al capital la protección a que haya derecho y, por otra parte, reclame la necesidad de imprimirle vigoroso impulso al desarrollo de nuestra economía. Y viene al caso afirmar, también, que defenderemos la independencia de ella contra toda maniobra encaminada a someterla a preponderancias extrañas, sin que esto implique, de ningún modo, actitud hostil o injustificadamente recelosa ante el capital extranjero que lícitamente venga a contribuir al desenvolvimiento de nuestra riqueza.

En el orden de las relaciones internacionales estrecharemos cada vez más los vínculos de amistad que unen a Venezuela con las demás naciones donde rija la autodeterminación de los pueblos -condición ésta que no es sino consecuencia ineludible del cuidado que nos reclama la recién conquistada nuestra- y procuraremos que esas relaciones se muevan no solamente dentro del campo del buen trato diplomático, sino también en el del mejor conocimiento mutuo, especialmente entre. nuestro pueblo y los demás del continente americano, mediante formas recíprocamente provechosas, tanto en lo material de los intereses económicos como en lo espiritual de la cultura. A todo lo cual me obliga, por otra parte, esta honrosa representación de naciones amigas en los momentos iniciales de mi responsabilidad. No ampararemos ningún intento de perturbación del orden que impere en otros países, sino que, por lo contrario, nos esforzaremos en que el aporte del nuestro sea cualitativamente respetable en los conciertos encaminados a que reine la paz sobre la tierra y toda ella sea seguro asiento de felicidad humana.

En el campo de lo administrativo ya se ha iniciado una reforma del sistema actual que será sometida a la consideración del Congreso de la República en sus próximas reuniones ordinarias, con el fin de extirpar los vicios y las deficiencias que entorpecen el funcionamiento eficaz del mecanismo burocrático, así como también se solicitará del supremo cuerpo legislativo la creación y regimentación de un organismo especial que ampare permanentemente la confianza pública contra los riesgos de la deshonestidad administrativa, cuyo castigo ejemplarizante fue propósito indiscutible de la Junta de Gobierno saliente, pero del cual no quedaría efecto saludable si se dejasen los tesoros públicos sólo a merced de la posible honradez de los funcionarios. Corregidos así los defectos y los vicios del sistema, la labor que ha de realizar el régimen durante mi gobierno irá encaminada a la satisfacción de las necesidades que han quebrantado la salud y el vigor de la Nación, pero coordinada dentro de un plan, para los años de mi ejercicio, que oportunamente someteré a la consideración de las Cámaras Legislativas, en el cual se contempla, con sentido de continuidad de lo ya emprendido o bien concebido y con ánimo de progreso sin desfallecimientos, una adecuada aplicación de los recursos fiscales a las obras y a los servicios públicos que sea necesario emprender y desarrollar. Entre ellos, de una manera especial, los que reclame la dramática necesidad a que aún no haya sido posible darle cumplida satisfacción, de educación, salud y alimentación del pueblo.

Y para esto último nos comprometeremos ahincadamente en el implantamiento de la reforma agraria que aconsejen nuestras modalidades del caso y en las medidas conducentes a la superación de nuestro déficit de producción de artículos de primera necesidad en la casa y en la mesa, especialmente, de la familia venezolana. Edu-car, sanear y abastecer, serán preocupación predominante, una y trina, de mi gobierno.

Mención especial debo hacer ahora del cuidado que hemos de poner en la atención a los menesteres de nuestra Institución Armada de aire, mar y tierra, tanto las materiales de su mantenimiento plenamente capacitada para la defensa de la Nación, que es el fundamento de su honor ya las inherentes a las decorosas condiciones de vida que en sus cuadros deben encontrar los hombres que la componen –oficiales, clases y soldados– como a las de su creciente desarrollo técnico y cultural, que ya ha venido siendo objeto de particular preocupación del gobierno saliente. Vuelve nuestro ejército a sus cuarteles con el mérito recogido en las jornadas revolucionarias en que se originó la recuperación por el pueblo de su constitucional derecho de soberanía en la decisión de su destino y ha de encontrar allí cuanto exija su dignidad y su eficacia de brazo armado de la República. Pero vuelve sin pretensiones inaceptables de constituir un Estado dentro del Estado, de arrogarse privilegios de casta dirigente de la política, sin reclamar herencia de aquellos hegemones armados que se tenían usurpada la función de grandes electores de Venezuela. Vuelve a cultivar su espíritu institucional quitado de la política y será cuidado de mi gobierno que lo nutra y lo fortifique en fuentes que no le alimenten deformaciones antidemocráticas, que no le desnaturalicen lo esencialmente venezolano que ha de palpitar siempre en el corazón del soldado de Venezuela, Porque no hemos salido de la tutela de broncos guerreros para caer bajo predominio de casta militar privilegiada, pues no fue esa la finalidad de aquellos brazos que alzaron el arma reivindicadora aquel día de octubre memorable. Para que el pueblo recobre su derecho inmanente se hizo aquella revolución y contra esta constitucionalidad que de ella dimana, por ejercicio soberano de pueblo, no prevalecerán apetencias que nuestras leyes no admitan. Yo le rindo honor a nuestra Institución Armada al formular esta declaración.

Tales son, a grandes rasgos, pero delineados con ánimo firme de adquirir compromisos insoslayables, las normas a que someteré mi conducta de gobernante. Acaso alcancen mis facultades a la altura de la eficiencia donde aguardan cumplida satisfacción las ansias de un pueblo cuyo progreso detuvieron gobiernos irresponsables; pero ni vengo solo por el abrupto camino de las dificultades reinantes, sino rodeado de un equipo poseedor de destreza y de ánimo emprendedor, ni tampoco desespero de que quieran prestarme ayuda los hombres de independencia política, pero de buena fe, que compongan el tesoro humano de la República. A los de mi parcialidad no me cansaré de exigirles desinterés personal y aun partidista cuando fuere menester y eficacia y rectitud en todo momento y terca voluntad de contribuir con obras y palabras a la serenidad colectiva necesaria para la realización plena de la gran tarea que nos hemos propuesto; de los otros, exentos de compromisos políticos con nuestra organización, no solicitaré sino lealtad con el que quieran contraer con Venezuela dentro de mi gobierno.

Del pueblo que a esta posición me ha traído con su voto, de la gran masa trabajadora, especialmente, con cuyo cotidiano esfuerzo creador de riqueza y de servicio provechoso ha de construirse el bienestar de la colectividad, espero confiadamente el vigoroso aporte de su contracción al deber y de su superación en el rendimiento máximo del trabajo que le esté encomendado. Conmigo mismo, en correspondencia cuanto de los demás reclame en el ejercicio de mi responsabilidad, seré exigente hasta los extremos del imperativo de esta convicción que abrazo ante Venezuela, enfáticamente: en Vida consagrada a cumplimiento de deber para con el pueblo a que se pertenece, nada es nunca perderla, toda será siempre sobrevivir.

Compatriotas:

Os saluda cordialmente quien ya no se pertenece, porque no es sino el instrumento que vosotros mismos habéis escogido para labraros la propia felicidad.

*Tomado del libro compilatorio de textos políticos de Rómulo Gallegos: Una posición en la vida (Ediciones Humanismo, México, 1954), pp. 295-310.

Deja un comentario

Archivado bajo Historia de Venezuela, pensar a Venezuela

¿Los venezolanos olvidaron su historia? – A Medias Podcast #038

A Medias es un podcast de venezolanos contando Venezuela. En este episodio, conversamos sobre la importancia de conocer la historia de Venezuela, cómo se despertó el deseo de conocerla en nosotros, y entrevistamos a Guillermo Ramos Flamerich de la Red Historia Venezuela para que nos cuente más de ese proyecto.

Deja un comentario

Archivado bajo Historia de Venezuela, pensar a Venezuela

Una mirada femenina a la Venezuela guzmancista

Souvenirs du Venezuela Librairie Plon, 1884.

Una mirada femenina a la Venezuela guzmancista

Por Guillermo Ramos Flamerich

Publicado originalmente en el Papel Literario de El Nacional el 11 de junio de 2022.

A la Eli

Un libro tiene muchas vidas y estas quedan reflejadas en las marcas físicas que el tiempo le va dejando. De niño me gustaba escudriñar la biblioteca de mi abuela Dilia. Revisaba aquellas sobrias gavetas y encontraba tomos que lo único que hacían eran multiplicarse. Entre el olor de la polilla y el polvo, el tacto áspero al tocar hojas crujientes, y la presencia de imágenes y textos de otra Venezuela, encontré un librito que me hizo vivir la aventura de un mundo perdido. Era el volumen 51 de la Biblioteca Popular Venezolana, aquella empresa del Ministerio de Educación Nacional, que realizó ediciones masivas de clásicos venezolanos y que mantuvo una importante continuidad a mediados del siglo XX. De portada azul cadete, con un dibujo en el centro de una muchacha a medio perfil y unas chozas de fondo y el nombre desconocido y cordial de una «musiúa», Jenny De Tallenay. El título decía Recuerdos de Venezuela y al leer esto solo me pregunté, ¿cuál de todas? Si algo caracterizó mi infancia y adolescencia fue escuchar historias del lugar que estaba desapareciendo en medio de la violencia política. Pero el país en el que estuvo Jenny era a su vez otro —el de los años del guzmancismo—, en donde se escenificaba un progreso material en medio de la dispersión de siempre.

Recuerdos de Venezuela es de los pocos diarios de viajes —de los que se conocen— escritos por una mujer sobre la Venezuela del siglo XIX. Fue originalmente publicado en francés por la Librairie Plon en 1884. Bajo el título de Souvenirs du Venezuela. Notes de voyage, la edición original la ilustró Saint-Elme Gautier. Estos grabados han sido reproducidos posteriormente en libros y enciclopedias de historia, quizás sin pensar que la inspiración de Gautier fueron las descripciones de la joven. El diario fue publicado en español setenta años después. La traducción se la debemos a René L. F. Durand, personaje hasta cierto punto desconocido, cuando uno indaga sobre su vida aparece muy poco, en la base de datos de la Biblioteca Nacional Francesa (BNF) se dice que murió centenario en 2010. Lo que sorprende de este también poeta es su catálogo de traducciones de autores latinoamericanos al francés: Jorge Luis Borges, Alejo Carpentier, Miguel Ángel Asturias, Salvador Elizondo; de los venezolanos: Rómulo Gallegos, Miguel Otero Silva, Ramón Díaz Sánchez, Juan Liscano, así como una antología de «algunos poetas venezolanos».

Pero ¿quién era Jenny? Los datos sobre su vida son escasos, el Diccionario de Historia de Venezuela de la Fundación Polar nos avisa que nació en Francia en 1855 y que posiblemente falleció en ese mismo país en 1884. Sin embargo, la base de datos de la BNF toma como lugar y fecha de su nacimiento Weimar, Alemania, 1869 y el fallecimiento en 1920. Existen detalles contradictorios tanto en el diccionario como en la biblioteca francesa. De Tallenay no murió en 1884, esto se confirma al revisar sus publicaciones posteriores. De regreso a Europa escribió artículos sobre arte y cultura, tradujo al poeta Heinrich Heine y publicó poesía, novelas cortas, así como la novela histórica sobre la mártir cartaginense Vivia Perpetua (1905). Otras de sus facetas fue su interés por el espiritismo, popular en la época, a lo cual dedicó parte de sus escritos. Además, fue próxima al círculo del ocultista francés Joséphin Peladan. El otro detalle contradictorio es si tomamos su fecha de nacimiento como 1869. Si esto es así, la Jenny que llegó a Venezuela era una niña de nueve años, no la joven que se expresa en su diario, la cual se casó en Caracas, en diciembre de 1880, con el embajador belga Ernest Van Bruysell, y se fue de luna de miel a Puerto Cabello y a las Minas de Aroa. El nacimiento y la muerte parecen guardadas en el misterio. En un sito web de genealogías aparece una tercera fecha, 1863. Si la tomamos como cierta, estuvo con nosotros entre los quince y dieciocho años. Hay contradicciones, cierto caos en las fechas. Debemos indagar más, buscar otras fuentes. Acaso preguntar.   

Jenny-Jacques De Tallenay llegó a Venezuela junto a sus padres, los marqueses Olga Illyne y Henri de Tallenay, nuevo cónsul general y encargado de negocios de Francia, el 26 de agosto de 1878. Desembarcaron en el puerto de La Guaira después de una breve escala en las islas de Guadalupe y Martinica. Se despidieron del vapor Saint Germain para emprender camino a Caracas. Se alojaron en el Hotel Lange, en la Esquina de Carmelitas, al cual Jenny llamó en su diario el Gran Hotel. Se despidieron de tierra venezolana en abril de 1881, cuando al diplomático lo enviaron en misión a Perú. En el intermedio, Jenny no solo se casó y escribió sobre lo que vio en sus viajes a Maracay, San Juan de los Morros, Puerto Cabello, Tucacas, Valencia, Caracas, también recolectó arañas y coleccionó plantas. Puede ser que con un entusiasmo inspirado Humboldt y Bonpland, fundadores de las aventuras de buena parte de los viajeros europeos en el siglo XIX latinoamericano. El presidente de Venezuela en 1878 era el general Francisco Linares Alcántara. Designado para un periodo de dos años, Guzmán Blanco lo había puesto allí para que le guardara el puesto mientras pasaba una nueva temporada en París. Pero en poco, Linares no quiso ser más un títere y comenzó una rebelión que fue truncada por su misteriosa muerte el 30 de noviembre de aquel año.

Jenny vivió de primera mano el funeral del malogrado presidente Linares Alcántara. Cuenta como de camino al Panteón Nacional, en la Esquina de La Trinidad, el sonido de unos tiros hizo que parte de los presentes sacaran sus pistolas y entre la estampida de la gente huyendo de una posible ráfaga, la urna cayó al suelo. En sus páginas hay anécdotas como esta, así como la crónica de la «guerra civil» llamada Revolución Reivindicadora y que ratificó el poder de Guzmán Blanco. Eran los inicios de su segundo gobierno directo, conocido en la historiografía como el «Quinquenio». Con un buen número de inexactitudes Jenny ofrece un breve panorama de la historia venezolana. Comenta de Francisco de Miranda, Simón Bolívar y Antonio Leocadio Guzmán. El ilustrador resumió este capítulo con el retrato de Guzmán Blanco, el cual solo sale descrito con el parco título de presidente de la república. En las notas de viaje de Jenny están presentes la descripción del paisaje, pueblos, canciones y gastronomía populares, cuadros costumbristas y tradiciones como la Semana Mayor.

Jenny de Tallenay hizo un inventario de los geosímbolos construidos por Guzmán Blanco en su anhelo de hacer de Caracas una París suramericana. En su catálogo está la Plaza Bolívar, el Panteón, los bulevares y el Capitolio. De la Casa Amarilla admiró su patio al estar «sombreado de plátanos magníficos», pero de su decorado dijo que era «con bastante lujo, pero sin demasiado buen gusto». Si algo hemos mantenido los venezolanos es esa fascinación de que la mirada externa nos interpele, nos legitime. Jenny hace el recuento de las conversaciones que tuvo con caraqueños sobre los cambios que estaba viviendo la ciudad: «– ¿Cómo encuentra Ud. a Caracas? –decían unos– ¿No se parece a París? – ¿Tienen Uds. en Europa –preguntaban otros– parques tan bonitos como la plaza Bolívar? Casi había miedo de contradecirles». Ese diálogo da para múltiples interpretaciones, lo cierto es que la presencia de la joven en lo círculos de la élite caraqueña no pasó inadvertida. El escritor Luis Correa en su libro de ensayos Terra Patrum: páginas de crítica y de historia literaria (1930), comenta que Jenny fue la «musa extranjera» de varios poetas locales. Y que, si bien Guzmán Blanco la había querido sacar a bailar en la gala de Año Nuevo de 1881, el poeta Francisco Guaicaipuro Pardo se le había adelantado al presidente no con el baile, sino en una extensa plática en la cual confesaba su veneración. Como gesto con Pardo, Jenny tradujo al francés uno de sus poemas y lo incluyó junto a Andrés Bello, Pérez Bonalde y Eduardo Blanco, en el capítulo que dedicó a las letras venezolanas.

Después de descubrir estas memorias entre los libros de mi abuela, leí todo lo que pude hasta que cayó la noche y me buscaron mis padres para llevarme a casa. Lo dejé en un rinconcito, para irlo revisando en cada nueva visita. Mi abuela al ver lo mucho que me gustó, terminó regalándomelo. En 2017 volví a leerlo para un trabajo de la cátedra de Geohistoria en la universidad. Lo finalicé horas antes de despedirme de mi abuela, quien falleció el lunes 10 de julio. Por varios días miré fijamente la firma que ella había dejado en la página 50, era algo que acostumbraba con todos sus libros. Por cosas del azar estoy viviendo y estudiando en París. Aquí conseguí la edición francesa —la de los grabados— en una encuadernación de papel jaspeado. Regresé de inmediato a Jenny de Tallenay, a releerla, para comenzar un viaje doble. Hacia la Venezuela que vio Jenny y al país de mi infancia, dos mundos ya desaparecidos.

Deja un comentario

Archivado bajo Dilia Elena Díaz Cisneros, Historia de Venezuela, Libros de Venezuela, pensar a Venezuela, perfiles

Carlos Andrés Pérez en Buckingham Palace

Carlos Andrés Pérez, presidente de Venezuela, y la primera dama Blanca Rodríguez, recibidos en el Palacio de Buckingham por la reina Isabel II y el príncipe Felipe, duque de Edimburgo, el 23 de noviembre de 1976. Foto: Archivo El Nacional / Historia de Venezuela en Imágenes (Fundación Polar).

Carlos Andrés Pérez en Buckingham Palace

Por Guillermo Ramos Flamerich

Carlos Andrés Pérez (1922-2010), presidente de Venezuela, observaba con detalle la marcha de la guardia de honor escocesa en el Palacio de Buckingham, residencia oficial de los monarcas del Reino Unido. Era el soleado miércoles 23 de noviembre de 1976, cerca del mediodía, en la ciudad de Londres. Junto a su esposa, Blanca, una de sus hijas, e integrantes de la comitiva ministerial, el mandatario esperaba el recibimiento por parte de la reina Elizabeth II (1926-2022) y su esposo, el príncipe Felipe, duque Edimburgo. Luego del saludo protocolar correspondiente, los Pérez-Rodríguez ascendieron por la gran escalera del palacio y se dirigieron al Salón de Música, donde fue servido el almuerzo. Era la primera vez que un jefe de Estado venezolano en ejercicio visitaba Gran Bretaña.

Durante una hora y cuarenta y cinco minutos, el presidente Pérez compartió al lado de la reina. Conversó activamente sobre petróleo y los proyectos de desarrollo para su país. Porque además de la deferencia real, el comedor estaba rodeado con un buen número de empresarios británicos. De aquel agasajo quedaron varias promesas, una de ellas la de incluir a los británicos en la ampliación del sistema ferroviario venezolano, y otra una asesoría para aumentar la producción de aluminio de 35.000 a 300.000 toneladas por año en la década siguiente. La idea era que las empresas británicas participaran en el V Plan de la Nación, e incluía ayudar a hacer del país el mayor exportador mundial de bioproteínas. 

Pérez invitó a la reina a visitar Venezuela. La prensa venezolana lo reseñó casi como un hecho, pero la respuesta de Isabel fue tajante y diplomática: solo podría a partir de 1978, luego de su vigésimo quinto año jubilar.

Para CAP era el término de una agitada visita de tres días al Reino Unido, como parte de una gira que incluyó la ONU en Nueva York, Roma y la Ciudad del Vaticano y, luego de Londres, Moscú, Ginebra, Madrid y Lisboa. Los medios reseñaron los actos del presidente con el primer ministro James Callaghan, a quien Pérez le dijo que Venezuela era una democracia activa, «de honda raigambre popular y de amplio contenido social»; y en esa época de tensiones con los países productores de petróleo, le convidó a no ver a la OPEP como «una institución hostil a las naciones industriales», ni «un monopolio que quiere repetir las malandanzas» de las transnacionales. 

En la edición de El Nacional del 25 de noviembre de 1976 se informó sobre una posible visita de la Reina Isabel II a Venezuela.

Los periodistas también reseñaron una anécdota que describe al personaje y al momento en que se encontraba el país. A pesar del invierno londinense, el presidente Pérez había decidido caminar por las calles de la ciudad sin abrigo. Aunque algunos especularon que utilizaba ropa interior térmica, sus funcionarios no vacilaron en desmentir esta suposición. Así lo reseñaba El Nacional en su edición del 24 de noviembre de 1976.

Porque en el primer quinquenio de Carlos Andrés Pérez (1974-1979), la llamada «democracia con energía» exigía a Venezuela y a su mandatario ser y parecer. Ser una nación desarrollada en el menor tiempo posible; iniciar grandes obras apalancadas por el petróleo; formar una nueva generación de venezolanos y hacer de la democracia un sistema irreversible y sinónimo no solo del voto, sino de calidad de vida. Parte de esto se logró, pero otra buena parte quedó en el parecer, en la fachada. La sociedad que había transitado de la pobreza histórica al consumismo frenético, a finales de la década de los setenta inició un lento y luego acelerado declive que continúa hasta nuestros días.

La figura de Carlos Andrés Pérez encarnó en buena medida al venezolano de su época. De una familia dedicada a la actividad agraria en la provincia, llegó a Caracas, en su adolescencia, para hacer de la política y su vida una misma cosa. Escaló las diferentes posiciones de su partido Acción Democrática, padeció prisión y exilio, y se fue formando de manera autodidacta. Albergaba esa característica venezolana de querer conocerlo todo, de asumir los debates internacionales como propios, y la del llamado de la historia. En el resto del mundo se fijaron en él y en su accionar.

Fue popular, y al terminar su primera presidencia lo continuó siendo a pesar de las denuncias de corrupción y de la espiral de crisis que ya estaba allí. Los diez años en los que esperó su retorno al poder los utilizó –como senador vitalicio y vicepresidente de una Internacional Socialista en apogeo– para proyectar una imagen más comedida, de estadista capaz de opinar y mediar en temas como la democratización de América Latina; las relaciones del llamado «Tercer Mundo»; y los problemas de la deuda y el desarrollo. En un artículo publicado en el periódico español El País, del 7 de junio de 1985, reprochó a Estados Unidos su apoyo a las dictaduras latinoamericanas: «En un marco de graves errores políticos y negligencia inexplicable, los latinoamericanos hemos sido arrastrados por una irresistible fuerza centrípeta, sin consideración por las normas más básicas de la justicia y el equilibrio internacional».

En diciembre de 1988 Carlos Andrés Pérez fue elegido para un nuevo periodo. La Constitución de 1961 estipulaba que un expresidente debía esperar una década para volver a aspirar al cargo, un error que ralentizó la dinámica interna de los partidos. Los venezolanos votaron no solo por el candidato, sino por la nostalgia de los buenos tiempos. La papa caliente que recibía la heredaba no solo de las erráticas administraciones anteriores, sino de las propias acciones de su gobierno. Y como el presidente saliente era de Acción Democrática, no podía justificarse con ese cliché que rezaba que cada cinco años salíamos del peor gobierno que había tenido Venezuela.

Para su segundo gobierno (1989-1993), sería un CAP muy distinto al que visitó a la reina Isabel II. Hizo un diagnóstico bastante apropiado de la situación venezolana, pero no supo convertir la superación de la crisis en un acuerdo nacional. Tras el Caracazo y los intentos de golpe de Estado, aunque logró estabilizar la economía en sus grandes números, CAP se convirtió en el villano favorito de buena parte de la sociedad venezolana. Ridiculizado en los medios, con protestas sociales en las calles y una popularidad en caída, en 1993 fue destituido e iniciado un juicio en su contra. Este fue el punto más alto y, a su vez, el canto del cisne del sistema democrático iniciado en 1958. 

El presidente aceptó y entregó el poder. A pesar del chaparrón de críticas recibidas, se mantuvo tolerante, con un sincero sentido de la vida en democracia. Una anécdota de mi padre, quien trabajó en su segunda administración, me cuenta que, durante un Consejo de ministros en Las Cristinas, estado Bolívar, al enterarse que Arturo Uslar Pietri había sido galardonado con el Premio Príncipe de Asturias, pidió a su equipo levantarse y dar un aplauso por lo que esto representaba para el país. Uslar, prolífico escritor, era en ese momento uno de sus acérrimos críticos.

Dos décadas después, atrás habían quedado muchos de los sueños y proyectos de aquella visita al Buckingham Palace en el invierno del 76, así como la hipotética visita de la reina Isabel II a Venezuela, la cual nunca ocurrió.

*Publicado originalmente en Cinco8 el 9 de septiembre de 2022

Deja un comentario

Archivado bajo crónica, Historia de Venezuela, Opinión, pensar a Venezuela, perfiles

Lo que una a Caracas con su león

El relieve del original escudo caraqueño en un edificio que es símbolo de la ciudad y del país, la también abandonada Biblioteca Nacional
Foto: Carlos Arveláiz

Lo que une a Caracas con su león

Por Guillermo Ramos Flamerich

Un león de lengua serpentina me observa desde lo lejos. Con sus patas sostiene un blasón en el que está impresa una cruz. Cuando intento mirarlo fijamente desaparece, se difumina. Pero luego regresa, con más fuerza, entonces empiezo a escribir y allí vuelvo a la realidad. Ese león que ha sido el estandarte de mi ciudad ya no existe, o al menos oficialmente, luego del decreto firmado por el chavismo. De la noche a la mañana ha aparecido un nuevo emblema para Caracas. Es partidista y no cumple con la labor originaria de todo símbolo, el cual es unir y formar comunidad. Sus trazos y figuras son vacíos ya que no nacen ni de la tradición o el debate, sino de la hipocresía de quienes se consideran los únicos dueños de la ciudad. El caraqueño José Ignacio Cabrujas afirmaba que nuestra urbe pertenecía al «ámbito de la destrucción deliberada». Borran su memoria porque no la aceptan. Hoy se utilizan las reivindicaciones decoloniales como antes se barrían las viejas casonas a partir de la idea del progreso.  

A mediados del siglo XX, a punta de asfalto y concreto, se ocultaba todo lo que parecía pueblerino. En el XXI, se desaparece todo rastro de la primera ciudad, pero también de la que construimos los caraqueños en el último siglo. Al principio fue la desidia la que destruyó plazas y esculturas. A eso se unió la mítica locura de quienes quieren cambiarlo todo porque saben que en la desmemoria radica el control social. Los que viven en un continuo presente no pueden reflexionar acerca de lo que hicieron en el pasado y mucho menos tener una idea del futuro que quieren construir.

El escudo de armas del león coronado, es decir de Santiago de León de Caracas, trae consigo dos orígenes. El primero es el que nos lleva a 1591 y a la petición de Simón Bolívar y Castro, antepasado del Libertador, que hiciera al rey Felipe II de una heráldica para la capital de la Provincia de Venezuela. Durante la dominación española este escudo apareció en los planos de la ciudad, en el real pendón de 1789 y el cuadro Nuestra Señora de Caracas, del pintor Juan Pedro López, abuelo de Andrés Bello. Durante la independencia, el león se utilizó en monedas y documentos oficiales hasta 1819. Luego de esta fecha fue completamente olvidado hasta 1883. Nos recuerda el historiador Carlos F. Duarte que fue el gremio de sastres quienes ofrecieron una pintura del escudo en papel de seda, en la celebración del primer centenario del Libertador, y en reminiscencia de que fue el primer Bolívar quien hizo la gestión para obtenerlo.

El segundo origen fue su recuperación, la cual ocurrió en gran medida gracias a la labor de dos grandes amantes de la historia caraqueña, Arístides Rojas y Enrique Bernardo Núñez. «¿Cómo es posible, nos hemos preguntado muchas veces, que una ciudad abandone el más bello recuerdo de sus primeros días?», se preguntó Rojas a finales del siglo XIX en una crónica que tituló «El escudo de armas de la antigua Caracas». Décadas después Enrique Bernardo Núñez, cronista de la ciudad, se empeña en concientizar sobre el patrimonio que representa el escudo leonino. Escribe sobre su historia y lo utiliza para ilustrar la cubierta de uno de sus libros más conocidos: La ciudad de los techos rojos (1947). Esta portada recrea el viejo escudo que se encontraba en la fuente de la Esquina de Muñoz. Era una alerta que enviaba el cronista para evitar su posible destrucción. A los pocos años fue destruida, pero un molde de aquella fuente y su escudo perdura hasta el día de hoy en la Quinta de Anauco.

El escudo caraqueño en esa joya de la ciudad que es la Quinta de Anauco

Después de este trabajo por crear conciencia del patrimonio simbólico de la ciudad, es a partir de 1947 que podemos hablar del uso oficial y popular del escudo. Apareció de nuevo como sello, souvenir, en espacios públicos y uno que a mi me encanta, el relieve que se encuentra en la sede de la Biblioteca Nacional. El león continuó su camino afincándose en un equipo de béisbol nacional, en un canal de televisión, en colegios, centros de salud, locales nocturnos y en el imaginario de una ciudad que lo adoptó como mascota. En abril de 2022 un grupúsculo, prescindible y olvidable, decidió darle sentencia de muerte. Vaya que resulta más fácil destruir que construir.

Porque Caracas no necesita que reescriban su historia, sino que se construya una más incluyente y armónica. Los pasos hacia el futuro que debe dar la ciudad, es a reivindicar todas las facetas de su pasado y atender sus necesidades en el ahora. Esta es una ciudad que requiere más espacios verdes para la recreación y la cultura. Nuevas bibliotecas, canchas deportivas y caminerías. El saneamiento del río Guaire, la integración de la ciudad informal con la formal. Un transporte público de primera, servicios básicos al acceso de todos. Recuperar y reconstruir la ciudad no para que vuelva a un pasado que se revisita como bucólico, sino para no cometer los mismos errores y construir un entorno sustentable.

En estos nuevos lugares se pueden hacer los verdaderos homenajes a los grupos históricamente excluidos, nombrándolos, contando su historia. No con la burda fachada que utilizan desde el poder para ocultar los múltiples crímenes contra la ciudad. Mientras tanto, los caraqueños que la sentimos y la amamos, seguiremos soñándola, descubriéndola en su pasado y su presente. El león, si realmente nos simboliza, volverá con más fuerza en el tiempo. Así pasó en otros momentos y seguramente así ocurrirá. Sin embargo, y pensando en todo lo que se ha hecho, recuerdo también aquello que dijo el caraqueño Aquiles Nazoa en su Caracas física y espiritual: «Pero no hay en Venezuela una ley —ni por lo visto una autoridad que defienda el derecho de las ciudades a ser bellas».

Para conocer más a fondo la historia de este símbolo, recomiendo la obra de Carlos F. Duarte: El Escudo de Armas de la ciudad de Santiago de León de Caracas (Museo de Arte Colonial de Caracas, 2002).

*Publicado originalmente en Cinco8 el 14 de abril de 2022

Deja un comentario

Archivado bajo Caracas, Historia de Venezuela, Opinión, pensar a Venezuela, tradición venezolana

De cómo Vicente Emilio Sojo rescató al «Niño lindo»

Vicente Emilio Sojo, aquí en una foto de 1973, fue tanto un renovador como un protector del pasado musical de Venezuela.

De cómo Vicente Emilio Sojo rescató al «Niño lindo»

Por Guillermo Ramos Flamerich

A ti que en estos días decembrinos has montado el arbolito y el pesebre, decorado la casa con tus familiares—juntos o a la distancia—y que quizás estés ayudando a la pequeña del hogar a que toque los primeros acordes del «Niño lindo». A ti a quien la temporada navideña sabe a hallacas y te has dado cuenta de que suena de una manera singular. Es a ti a quien quiero contarte la historia de cómo muchos de los aguinaldos venezolanos estuvieron a punto de perderse. 

Si se salvaron fue por el empeño de un maestro y sus discípulos en las primeras décadas del siglo XX.

Al evocar el nombre de Vicente Emilio Sojo lo primero que recuerdo es la veneración que le tenía mi abuela Dilia. Por eso desde muy pequeño empecé a conocer sobre esta figura casi mítica de bigote de morsa y mirada perdida en la concentración, como lo había dibujado Reinaldo Colmenares, un vecino pintor a quien mi abuela le había encomendado los retratos de mi abuelo Víctor Guillermo y su hermano Pedro Antonio Ramos junto al Maestro Sojo en medio de los dos, como si fuera un integrante principal de la familia. En la biblioteca familiar encontré uno que otro libro con su obra y hasta un cómic acerca de su vida. En los álbumes familiares también estaba presente. Sabía que era un músico, pero su importancia se fue revelando poco a poco mientras más me interesaba en mi identidad como venezolano.

Vicente Emilio Sojo nació el 8 de diciembre de 1887 en Guatire. Este lugar, reconocido por la Parranda de San Pedro y su «conserva de cidra», ha sido cuna de poetas, políticos y de dos personajes esenciales para entender la historia musical del país. El primero de ellos fue Pedro Palacios y Sojo, el «Padre Sojo», un sacerdote que a mediados de la década de 1780 fundó la Escuela de Chacao, donde formó a una generación de músicos que vivieron el paso entre la colonia, la independencia y el nacimiento de la república. El otro Sojo, Vicente Emilio –aunque sin relación familiar– tuvo la triple tarea de salvaguardar el patrimonio, formar a una nueva generación y modernizar la música académica venezolana.

Vicente Emilio Sojo en una foto de 1944 perteneciente a la colección de Dilia Díaz Cisneros.

Sojo se había criado en una familia de músicos. Su abuelo Domingo Castro, además de soldado en la Guerra Federal era el autor de esa canción que reza: «¡Oligarcas temblad, viva la libertad!», tan manoseada en las últimas décadas. Antes de cumplir los diecinueve Vicente Emilio partió a Caracas para continuar con sus estudios en la Escuela de Música y Declamación.

El aguinaldo: entre lo divino y lo profano

Eran los primeros días de diciembre de 1999 cuando mi papá recibió una llamada de mi abuela pidiéndole que le acompañara a la Fundación Vicente Emilio Sojo. Acababan de publicar el álbum Aguinaldos venezolanos del siglo XIX, una recopilación de 28 canciones grabadas por el Orfeón Lamas bajo la dirección del Maestro Sojo. A los días, pude revisar el disco junto a ella, mi papá y mis tíos. Eran canciones que yo había escuchado en el colegio, en la televisión. Entonces le pregunté: ¿qué tiene de especial este disco? Mi abuela se sentó a mi lado y abrimos juntos el cuadernillo que venía inserto en el estuche y empezó a leérmelo. En un breve ensayo, el musicólogo Felipe Sangiorgi nos contaba que el aguinaldo tradicional venezolano tenía como origen el villancico español, pero en el siglo XIX había adquirido características muy propias.

El aguinaldo tomó elementos de la danza y contradanza; luego se fue mezclando con el esquema rítmico del merengue y la guasa; y en su ejecución integró instrumentos populares.

Asimismo, se pueden dividir en dos grupos: los «divinos» –«Cantemos alegres», «Nació el redentor», «Espléndida noche»– y los «profanos» o de parranda –«Si acaso algún vecino», «Tuntún», «Parranda»–. El auge del aguinaldo venezolano comenzó en las décadas finales del siglo XIX gracias a las composiciones de Ricardo Pérez, Rogerio Caraballo, Ramón Montero y Rafael Izaza. Aunque permanecen desconocidos los autores de canciones que se harían tan populares como «Niño lindo» o «La jornada» (Din, din, din, es hora de partir…). Porque, así como tuvieron su apogeo en las noches de fiesta decembrina, con los grupos que se reunían a tocar en las plazas e iglesias de nuestras pequeñísimas ciudades, los aguinaldos parecían no tener lugar en la Venezuela de intensos cambios del siglo XX. Mientras el país iba dando pasos en su camino hacia una modernidad deseada, se desdeñaba su pasado rural.

En 1928, el divertimento de emular a un coro de cosacos que había estado de visita en Caracas llevó a Vicente Emilio Sojo, junto a Juan Bautista Plaza, los hermanos Calcaño y Moisés Moleiro, a fundar el Orfeón Lamas. En 1930 presentaron su primer concierto oficial y en paralelo estaban fundando la Orquesta Sinfónica Venezuela. En la primera etapa se dedicaron a representar piezas del repertorio clásico universal y algunas composiciones propias. Para ese entonces Sojo ya era el creador de un Himno a Bolívar (1911); la Misa cromática (1923) y Palabras de Cristo en el calvario (1925), entre las más resaltantes. En la Escuela Superior de Música fue el mentor de la generación que produjo obras como la Cantata Criolla (de Antonio Estévez), Margariteña (de Inocente Carreño) y Santa Cruz de Pacairigua (de Evencio Castellanos). En la casona contigua a la Santa Capilla se formaron músicos como Blanca Estrella de Méscoli, Antonio Lauro, Ángel Sauce, Gonzalo Castellanos, Teo Capriles, Víctor Guillermo Ramos, Rhazes Hernández López y Pedro Antonio Ríos Reyna. Estos fueron algunos de los representantes de la llamada «Escuela nacionalista» en la música académica venezolana.

El rescate de «Niño lindo»

No sé si Sojo estaba pensando en construir un puente entre la tradición y la modernidad cuando en 1937 comenzó, junto a sus discípulos, la recopilación, transcripción y armonización de canciones populares venezolanas del siglo XIX y comienzos del XX. En esta labor logró salvar unas doscientas, cincuenta de ellas pertenecientes al repertorio de aguinaldos. La misión era conservarlas lo más fiel posible al deseo de sus autores y a cómo se interpretaron en su tiempo. Para ello se apoyó en su alumno Evencio Castellanos, quien precisaba detalles en el piano.

El 24 de diciembre de 1938, en la Santa Capilla, Sojo realizó un primer concierto con el Orfeón Lamas dedicado a los aguinaldos venezolanos. Durante dos décadas fue tradición la realización de tres presentaciones anuales: la primera el 20 de diciembre en la Escuela Superior de Música, y las otras, el 25 de diciembre y 1 de enero, en la Basílica de Santa Teresa. También había presentaciones especiales fuera de la capital.

Después de casi una década de trabajo de campo y revisión de manuscritos, Sojo publicó el primer cuaderno de Aguinaldos populares y venezolanos para la Noche Buena (1945), con piezas recogidas en San Pedro de los Altos, estado Miranda. Al año siguiente apareció un segundo cuaderno y las canciones fueron teniendo pegada e interpretadas por nuevas agrupaciones y solistas, dejando a un lado el olvido y convirtiéndose en referente de la Navidad venezolana.

El escritor cubano Alejo Carpentier dijo en 1951: «Suerte tiene Venezuela de conservar una tradición que le viene de muy lejos, y haber tenido músicos que a tiempo se aplicaron a anotar, armonizar, editar, lo que el debilitamiento de una tradición oral ha dejado de perderse, irremisiblemente, en otros países».

Revisando con mi abuela las fotos del cuadernillo, encontramos una donde salía por entero el orfeón. En la segunda fila, a un extremo, se dejaba ver una muchacha que se parecía a ella. Era ella. Aunque por poco tiempo, mi abuela Dilia había sido parte del Orfeón Lamas, y allí conoció a mi abuelo Víctor Guillermo. Resulta ser que el padrino de la boda había sido el Maestro Sojo.

El aprecio y devoción por su figura siempre estuvo presente en ellos. Vicente Emilio Sojo, el de las dos artes: el de la música y el de vivir con dignidad, como lo definió Ramón J. Velásquez, viajó por primera vez a Europa al llegar a la vejez y con el inicio de la democracia en 1958 fue electo senador. Falleció a los 86 años, el 11 de agosto de 1974. De cumplirse lo que escuchábamos en la infancia, seguramente ese diciembre fue a cenar al Cielo, invitado por el «Niño lindo» como forma de agradecimiento por resguardar los sonidos de la Nochebuena.

*Publicado originalmente en Cinco8 el 23 de diciembre de 2021

Deja un comentario

Archivado bajo crónica, Dilia Elena Díaz Cisneros, Eli, Historia de Venezuela, Navidad, pensar a Venezuela, perfiles, tradición venezolana

Cuando Teodoro Petkoff desafió al Kremlin

Teodoro Petkoff en Mérida. Foto: Luis Eduardo Lázaro, c. años 1990.

Cuando Teodoro Petkoff desafió al Kremlin

Por Guillermo Ramos Flamerich

Un sexagenario líder se dirige ante casi cinco mil delegados reunidos el martes 30 de marzo de 1971 en el Palacio de Congresos del Kremlin en Moscú. Presentará el reporte oficial del XXIV Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, del cual es su secretario general. Leonid Brézhnev ocupa un momento de su discurso para referirse a quienes, en su opinión, «toman el camino de la lucha contra los partidos comunistas en sus propios países». A continuación, se encarga de mencionar a los «renegados» que han osado criticar la invasión soviética a Checoeslovaquia en 1968. Alude al filósofo francés Roger Garaudy, quien había abandonado el Partido Comunista, al periodista austriaco Ernest Fischer, partícipe en la Primavera de Praga, y, en la misma saga, menciona a un venezolano de apellidos centroeuropeos, Teodoro Petkoff Malek, dirigente político, economista, guerrillero, autor del ensayo Checoeslovaquia. El socialismo como problema (1969). A partir de aquel libro, algunos de sus antiguos aliados y compañeros le comenzaron a llamar no solo renegado, sino además «revisionista», quizás la peor acusación para un ferviente discípulo de Marx y Lenin.

Teodoro era el mayor de tres hermanos. Era hijo de una médico polaca de ascendencia judía y de un ingeniero químico búlgaro, quienes trabajaban en un ingenio azucarero cercano a la población de El Batey, al sur del Lago de Maracaibo. En este lugar nació, en medio de las festividades de San Benito, el 3 de enero de 1932. Cuando Teodoro tenía ocho años, la familia decidió mudarse a Caracas. Su padre fundó una imprenta en lo que todavía era el pueblo de Chacao. Entre la lectura de clásicos de la narrativa universal y ensayos de actualidad, Teodoro formó además sus habilidades políticas, pues ingresó desde muy joven a las filas del Partido Comunista de Venezuela (PCV). Desde allí combatió, como dirigente estudiantil, la dictadura de Marcos Pérez Jiménez y luego, desde la calle y en la lucha armada, el sistema democrático nacido en 1958.

El libro sobre Checoeslovaquia nació de un largo memorándum que Teodoro escribía, desde la clandestinidad, a su partido. Era una crítica a la violencia ejercida por los soviéticos en Praga, al dogmatismo y a la falta del derecho a disentir dentro del mundo comunista.

Para ello hizo un recorrido por los autores fundamentales del marxismo-leninismo, enviando así un metamensaje a sus compañeros. En una entrevista con el periodista estadounidense Norman Gall, a principios de los años setenta, Teodoro relataba cómo fue su padre quien le hizo reparar, por primera vez, en la censura y en las purgas estalinistas. La política fue un tema de conversación entre ambos, tras enterarse el padre de que su hijo había entrado al Partido Comunista. Le reveló entonces que había sido un joven militante en Bulgaria, pero tendrían que pasar años efusivos y de lucha en todo tipo de terrenos, para que Teodoro lograra ir más allá de lo indiscutible e hiciera de la crítica a los autoritarismos la reflexión transversal de toda su trayectoria pública.

Razón y pasión de Teodoro

La vida de Teodoro Petkoff en la década de los sesenta parece sacada de una novela de aventuras. Sus fugas del Hospital Militar en 1963 y del Cuartel San Carlos cuatro años después crearon una leyenda que llegó a relatar al detalle. Pero su peripecia más grande no fue la vida guerrillera y clandestina, sino la de proponer una alternativa socialista para Venezuela desde un partido político dispuesto a acatar las reglas de la democracia representativa. En enero de 1971 nació el Movimiento al Socialismo (MAS) con Teodoro y Pompeyo Márquez como figuras principales. Desde temprano recibieron el apoyo de buena parte de la intelectualidad y el sector cultural de izquierdas, tanto venezolano como latinoamericano. En el contexto mundial, su alianza natural era con el llamado Eurocomunismo, que había abandonado la concepción soviética del Partido como elemento único de transformación social y daba paso a experimentos como los ocurridos en Italia y en España, donde los partidos comunistas fueron factores de importancia en la construcción de la democracia y en la transición a ella. 

Al libro de Checoeslovaquia le siguieron ¿Socialismo para Venezuela? (1970); Razón y pasión del socialismo (1973) y Proceso a la izquierda (1976). En estos textos, Teodoro sigue aplicando su erudición al momento político y deja de lado la prédica «esencialista» de censurar cualquier avance democrático. Dirige reclamos al sistema social y económico imperante en el país, pero asume que se debe dar chance a reformas graduales que sean fundamentales. Orienta la acción del MAS a convocar a diversos sectores de la sociedad que se debieran integrar mediante un pensamiento crítico. La gran lucha es vencer la desigualdad y seguir avanzando por la soberanía. Sobre el funcionamiento interno del partido, afirma en Proceso a la Izquierda: «el movimiento debe estar en condiciones de ofrecer un contenido y una imagen democráticos que, en cierto modo, prefiguren el modelo de sociedad que proponemos», y continúa: «No se pueden separar, como tradicionalmente se hace, fines y medios; tampoco postergar la construcción revolucionaria hasta la toma del poder».

Teodoro fue candidato presidencial en las elecciones de 1983 y 1988. En ninguna de las dos llegó a obtener el apoyo de un cinco por ciento del electorado.

Entre una izquierda dividida y la consolidación del bipartidismo, nunca las masas le profesaron fervor. Pero sí recibió atención constante por parte de escritores, intelectuales, periodistas e historiadores.

El relato de su vida, opiniones y análisis, quedaron en libros de entrevistas como el de Ramón Hernández, Teodoro Petkoff: viaje al fondo de sí mismo (1983); el de conversaciones con Elías Pino Iturrieta e Ibsen Martínez, La Venezuela de Chávez. Una segunda opinión (2000); y el de Alonso Moleiro, Solo los estúpidos no cambian de opinión (2006). Es todavía una labor pendiente escribir una biografía minuciosa, así como documentales, películas y material pedagógico que den a conocer un apasionado periplo vital. 

Del poder, la resistencia y la integridad

Habré visto a Teodoro en mi vida como cinco veces, y conversado con él tan solo dos. La primera fue en el funeral del historiador Manuel Caballero, la segunda cuando gentilmente me dedicó en su oficina mi ejemplar de la primera edición de Checoeslovaquia. De niño había observado su imagen en la televisión, un catire de bigote robusto y con lentes, algo rabioso, ministro de Cordiplan en el segundo gobierno de Rafael Caldera. En ese cargo popularizó la frase: «Estamos mal, pero vamos bien». Después de una carrera legislativa como diputado, ahora llegaba al ejecutivo en un momento crítico de la economía y del sistema democrático. Fue la cara visible de la Agenda Venezuela, y allí buscó proyectar «utopías concretas», como aseveró en un documental hecho por aquellos años. También publicó un libro de sugerente título: Por qué hago lo que hago (1997). Al mote de «revisionista» se le sumó en ese entonces el de «neoliberal». 

En 1998 abandonó el MAS después de que el partido decidió apoyar la candidatura presidencial de Hugo Chávez. Esta separación generó nuevos rencores en parte de sus antiguos simpatizantes. Recuerdo que, en Venezolana de Televisión, en el programa de Roberto Malaver y Roberto Hernández Montoya, año tras año, celebraban el cumpleaños de Teodoro como una burla al ídolo caído. Acaso los que cayeron fueron ellos.

El siglo XXI encontró a Teodoro haciendo periodismo, primero desde El Mundo, luego con Tal Cual, del que fue fundador y director. Sus editoriales fueron un punto de reflexión y altura en medio de un debate político que se consumía entre la deriva autoritaria y los radicalismos. También fue uno de los analistas principales de la nueva etapa en la que entraba el país. De sus dos últimas décadas de vida quedan títulos como: Dos izquierdas (2005); El socialismo irreal (2007) y El chavismo como problema (2010). Como un Rafael Arévalo González de nuestro tiempo, debió enfrentar la ira y el acoso del poder. Primero hacia su periódico, luego directamente contra su persona. Este esfuerzo de resistencia sería reconocido en el exterior con los premios María Moors Cabot (Universidad de Columbia, 2012) y el Ortega y Gasset (El País, 2015).

Teodoro falleció el 31 de octubre de 2018, cuando se cumplían sesenta años del Pacto de Puntofijo, génesis del sistema que primero combatió y luego, de una u otra manera, terminó por valorar y defender. Se fue ese día un apasionado de la ópera, los Tiburones de La Guaira, la poesía y la lectura. No «un lector cualquiera, sino uno que ha hecho la proeza de leer dos veces La montaña mágica, de Thomas Mann, lo cual es casi un dato decisivo de la personalidad», aseguró Gabriel García Márquez en un artículo  que le dedicó en 1983. Nos dijo adiós un personaje inolvidable. Más allá de las críticas a su personalidad o a sus ideas, Teodoro Petkoff demostró con su vida integridad y que el intelecto puede servir para construir una mejor sociedad. Además, nos legó una inmensa enseñanza: que rectificar es de sabios.

*Publicado originalmente en Cinco8 el 1 de noviembre de 2021

Deja un comentario

Archivado bajo Historia de Venezuela, pensar a Venezuela, perfiles

Acción Democrática, 80 años de vida venezolana

Afiche de la campaña presidencial de Rómulo Gallegos en 1947. Archivo Audiovisual Biblioteca Nacional de Venezuela.

Acción Democrática, 80 años de vida venezolana 

Por Guillermo Ramos Flamerich

Una caricatura publicada el día después de las megaelecciones del año 2000 presentaba a Terminator con su rostro casi destruido, pero de pie. La maquinaria del robot resistía a pesar del aspecto ruinoso. En el pecho se podía divisar el logo de Acción Democrática (AD). Aunque había pasado de ser el partido con más diputados en el Congreso de 1998, a obtener 33 escaños en la nueva Asamblea Nacional, continuaba siendo el principal partido de oposición en el Legislativo. Y aunque de ocho gobernaciones pasaba a tres, perdiendo había ganado. Demostraba que no estaba muerto a pesar del torbellino que había representado la década de los noventa y, sobre todo, ese 98-99, ocaso de una élite política y de una época en lo que lo civil se había impuesto a lo militar.

Hugo Chávez había jurado acabar con este partido de la faz de Venezuela, pero intentar hacer eso era arrancar una parte de la identidad nacional. Ya decía Pedro León Zapata —fuerte crítico de AD— que cada venezolano llevaba dentro de sí a un adeco, y que cada adeco llevaba a dos. En las primeras décadas del siglo XX Rómulo Gallegos había formado a una generación de jóvenes en el Liceo Caracas, les hablaba del dolor patrio, de construir un país soberano y civilizado. Estudiantes como Rómulo Betancourt y Raúl Leoni abrazaron estas lecciones y las mezclaron con lecturas de su actualidad: el materialismo histórico, las revoluciones mexicana y rusa, la filosofía española.

El partido del pueblo venezolano

Acción Democrática nace de una lectura reflexiva de lo nacional. La revolución que propone entonces Betancourt es una a la venezolana. Esta autenticidad logró reunir en sus filas a maestros, líderes sindicales, obreros y personajes de la cultura. Pero lo que terminó de amalgamar la proyección nacional del partido fue un hecho de violencia. La toma del poder por las armas el 18 de octubre de 1945 pudo haber significado un golpe más en la historia venezolana. Pero las realizaciones, compromisos y excesos del «trienio» le dieron una nueva realidad al país, una que continúa irreversible en algunos aspectos.

La regresión democrática que representó la década militar 1948-1958 construyó la Acción Democrática de mártires, como Leonardo Ruiz PinedaAntonio Pinto Salinas y Alberto Carnevali. También la de los jóvenes resistentes que se fueron radicalizando; y el partido en el exilio, con un Betancourt más próximo a la conciliación y la defensa democrática internacional. El trabajo de base hecho por AD trajo consigo que gobernaran la primera década de la restituida democracia. Más allá de las dos gestiones de consolidación del sistema y las divisiones internas del partido, la prueba de fuego para Acción Democrática fue aceptar los resultados de las elecciones presidenciales de 1968. No siguieron el ejemplo mexicano del PRI, a pesar de las siempre presentes tentaciones de mantenerse en el poder.

Los adecos en los setenta representaron a la Gran Venezuela. Su adhesión a la Internacional Socialista con Carlos Andrés Pérez les dio un puesto en el debate en boga de las socialdemocracias en la esfera occidental. En esos años AD pasó de ser el partido del Juan Bimba de Andrés Eloy Blanco, al de las clases medias que ayudó a construir. Copó espacios —muchas veces más de los debidos— en la sociedad venezolana, y pasó de representar al venezolano con sombrero de cogollo, a ser el partido de los cogollos (cúpulas cerradas). Los escándalos de corrupción y la utopía tecnocrática también se apoderaron de sus filas, mientras que la maquinaria parecía seguir haciendo su trabajo.

Anclados en la nostalgia

La caída de AD fue de cierta manera antecesora de la crisis de los partidos socialdemócratas a nivel mundial. Solo que esta estuvo intrínsecamente relacionada con la implosión de todo el sistema democrático venezolano. Los fracasos y el hambre creados por la llamada «Revolución Bolivariana» retornaron a Acción Democrática el brillo de la nostalgia. Se ha escuchado insistentemente el «con AD se vivía mejor», y es que, en buena parte de su historia, sus gobiernos representaron mejores tiempos.

El año 2016 parecía llamado a ser el de la resurrección adeca y hasta parecía probable una próxima candidatura presidencial de su Secretario General. La ilusión del aluvión poselecciones parlamentarias y una situación de crisis total, que desde el poder impidieron cualquier solución democrática posible. Hoy AD, con sus nuevas divisiones y disminuido, vive de su nostalgia. Es un partido histórico, pero pareciera que es solo eso. Como esas «familias proceras» que decía el escritor José Rafael Pocaterra, las cuales vivían de la gloria de sus antepasados, sin conservarlo en el presente.

¿Es una «familia procera» Acción Democrática al cumplir 80 años este 13 de septiembre? La historia siempre puede dar giros inesperados, eso depende del momento, la suerte y la toma de decisiones. Quizás en 1921, posiblemente con menos gloria, algún nostálgico del Gran Partido Liberal Amarillo pensaba que cuando acabara la dictadura gomecista volverían al poder. Lo que nunca sucedió. Queda por dilucidar si el AD actual tiene algo que decirle a los venezolanos del presente y el futuro, o simplemente quedó anclado en la nostalgia. Hace ocho décadas nació un partido que construyó democracia en nuestra sociedad. Eso es lo que celebramos.

*Publicado originalmente en La Gran Aldea el 13 de septiembre de 2021

Deja un comentario

Archivado bajo Historia de Venezuela, Opinión, pensar a Venezuela

Rafael Caldera en La Sorbona

Rafael Caldera en La Sorbona: la democracia como manera de vivir

Más de cuarenta títulos honorarios académicos recibió este político esencial del siglo XX venezolano, para quien el trabajo intelectual iba atado a su actividad política. Pero eso lo entendían mejor afuera que en Venezuela

Por Guillermo Ramos Flamerich

El Grand Salon de La Sorbona en el barrio latino de París es una galería de 270 metros cuadrados que sirvió por años como sede del Consejo Académico. A pesar de los orígenes medievales de la universidad, el edificio donde se encuentra su rectorado data de las últimas décadas del siglo XIX. La sala es lujosa en su artesonado y lámparas colgantes, en los escudos de ciudades y en dos cuadros del pintor Benjamin Constant que representan al mítico Prometeo, uno encadenado como metáfora del pasado, otro liberado como símbolo del futuro. Con este fondo, el 20 de marzo de 1998, las autoridades de la universidad parisina confirieron a Rafael Caldera el título de doctor honoris causa, después de las deliberaciones hechas por el consejo universitario y aprobadas por el Ministerio de Educación francés. 

Este homenaje se sumaba así a los más de cuarenta títulos —entre doctorados honoris causa y profesorados honorarios— recibidos por Caldera en su trayectoria pública. Quizás sea uno de los venezolanos que mayor número de reconocimientos académicos ha recibido en el extranjero, en China, Israel, América Latina, los Estados Unidos y Europa. 

Fue su última vez en París, la primera como jefe de Estado y su única visita oficial a Francia. Había viajado a Europa por primera vez a finales de 1933, cuando tenía diecisiete años. Como alumno destacado del Colegio San Ignacio fue elegido para participar en el Congreso Universitario de Estudiantes Católicos en Roma, evento auspiciado por el papa Pío XI. Desde esta experiencia se afianzaron dos de sus singularidades: el compromiso político a través del prisma de la democracia cristiana y su vocación humanista, características que lo hacen un personaje diferente en nuestra historia política. 

Si el siglo XIX venezolano estuvo marcado por dirigentes, en mayor o menor medida, anticlericales, el XX se vislumbraba por la influencia del marxismo y sus derivados. Caldera tomó a Andrés Bello como figura tutelar desde muy temprano. Esto demostraba una declaración de principios a favor de lo civil, del orden y el apego a las leyes. Para el país de aquellos años, Bello era un ilustre desconocido. Impulsado por el profesor Caracciolo Parra León, el joven Caldera, ya estudiante de derecho, indaga sobre el personaje. En noviembre de 1935, meses antes de que iniciara su carrera política, la Academia Venezolana de la Lengua premia a Rafael Caldera por una biografía sencillamente titulada Andrés Bello.  

El político que escribe 

Esta obra de juventud no fue un hito aislado. Si bien terminó por dedicarse de lleno a la carrera política, Caldera publicó catorce libros. Unos más técnicos, como su tesis doctoral Derecho del Trabajo (1939) o el tomo dedicado a Temas de sociología venezolana (1973); y otros volcados a recopilar conferencias, discursos y pensamiento político. El más relevante de este tipo es su Especificidad de la democracia cristiana (1972), no solo por sus múltiples traducciones, también por ser un aporte a esta corriente política en el mundo desde América Latina. La suma de sus reflexiones, junto a su alta posición política, era lo que reconocía La Sorbona. Años antes lo habían hecho la Universidad de Sassari en Italia; la de Lovaina en Bélgica; la Universidad Mayor de San Marcos en Perú, así como las principales universidades de Venezuela. 

Un libro curioso que quiero mencionar, de simpática lectura y que ayuda a entender a un Caldera más cercano, es Moldes para la Fragua (1962), volumen conformado por perfiles de personajes que de una u otra forma el expresidente consideró modélicos para la juventud. En las diversas ediciones —revisadas y aumentadas—, Jesús de Nazaret aparece junto a José Antonio Páez, Simón Bolívar, Inés Ponte, José Gregorio Hernández y su padre adoptivo, Tomás Liscano, entre otras figuras. 

Caldera también se atrevió a escribir y a pronunciar discursos dedicados a sus antiguos adversarios. Con un análisis ponderado, pero sin dejar de lado sus vivencias y momentos álgidos, despidió a Andrés Eloy Blanco en una semblanza que fue censurada por la dictadura de Pérez Jiménez. Ya en la primera magistratura realizó las honras fúnebres de Rómulo Gallegos, Raúl Leoni y Eleazar López Contreras. En 1988 ofreció la conferencia La parábola vital de Rómulo Betancourt, un texto gracias al cual, en una lectura personal, uno se siente reconciliado con la reciente historia venezolana. Hubo momentos de nuestra historia política en el que los adversarios se han honrado, porque han sido eso, adversarios, y no enemigos. 

Rafael Caldera también participó en debates intelectuales con otras figuras de importancia. En 1955 fue el encargado de hacer la contestación al discurso de incorporación de Arturo Uslar Pietri a la Academia de Ciencias Políticas y Sociales. Si este fijó la idea de «sembrar el petróleo», Caldera respondió con la de «dominar el petróleo». Es decir, contemplar este recurso «como un elemento subordinado a nuestra realidad nacional», no como algo ajeno, sino como «parte de un objetivo más amplio». 

Otro concepto que defendió Caldera fue el de «justicia social internacional», explicándolo en foros nacionales y foráneos, como presidente, senador vitalicio o como cabeza de la Unión Interparlamentaria Mundial. Justamente en La Sorbona, al ofrecer en francés el tradicional discurso de agradecimiento, reiteró el concepto de que, si cada pueblo tiene derecho «a aquello que es indispensable para lograr su propio desarrollo», los países con mayor poder y riqueza tienen más responsabilidades y obligaciones en la construcción del «bien común universal». 

Desde 1936 a 2006 Caldera fue también un asiduo articulista de prensa. La lectura cronológica de estos textos revela setenta años de vida venezolana. Pudieran construir el libro de memorias que lamentablemente nunca escribió. Lo más cercano a ello es Los Causahabientes. De Carabobo a Puntofijo (1999), un particular y personal relato de los retos y transformaciones de la sociedad venezolana para lograr la democracia. 

Caldera, el polémico 

Acaso en otro país, una trayectoria intelectual y política como la de Rafael Caldera sería recordada y valorada en espacios públicos, monedas y estampillas, investigaciones documentales y trabajos audiovisuales. Pero sus circunstancias en una nación como Venezuela siempre fueron adversas. Paradójicamente ser el primero de la clase o tener un bagaje cultural que otros políticos no tenían no fue lo que más le ayudó para obtener su éxito político. Candidato en seis ocasiones y presidente de la República en dos, sus detractores han afirmado que esto es solo producto de su soberbia. Pero en política la constancia, la paciencia y la obstinación construyen una resistencia que termina conduciendo al poder. Desde antes de su primera presidencia, la mayoría de los ataques los recibió por su personalidad, no por sus ideas. Luego se le achacó con extremada insistencia temas como el allanamiento de la Universidad Central de Venezuela, la demolición del barrio El Saladillo, en Maracaibo, la transformación que sufrieron las escuelas técnicas, o el Protocolo de Puerto España. Pero el sambenito que le tocó llevar en la última década de su vida y parte de la imagen que tiene su figura histórica en la actualidad ha sido el sobreseimiento a Hugo Chávez en 1994. Con esto se han originado todo tipo de leyendas urbanas que van desde poner a Caldera como padrino de Chávez, hasta involucrarlo como parte activa del intento de golpe de Estado del 4 de febrero de 1992. 

Uno de los grandes problemas de nuestra crisis actual es que no se generan espacios adecuados para la reflexión histórica. Mucho se pierde en opiniones sin base, insultos y diálogo de sordos. 

La figura histórica de Caldera y de sus contemporáneos se debe analizar críticamente y desde diferentes perspectivas. ¿Fue a la larga un error de la Constitución de 1961 hacer esperar una década a los expresidentes para volver a aspirar? ¿Filicidio o parricidio la expulsión de Caldera de Copei en 1993? ¿Cómo se originó y debió manejarse la crisis bancaria de 1994? ¿Claudicó la clase política venezolana ante la irrupción de Chávez? Como siempre, más preguntas que respuestas. Con sus aciertos y errores, Rafael Caldera aparece como una referencia tutelar de la historia democrática venezolana. Respetuoso del Estado de derecho hasta el final de su vida, demostró que su búsqueda del poder no era un fin en sí mismo, sino una manera de institucionalizar un país desde lo civil y plural, o como dijo, con Prometeo de fondo, al recibir su doctorado honoris causa en La Sorbona de París: «Hemos aprendido, con devoción y sacrificio, que la democracia es no solo una forma de gobierno sino, y por encima de todo, una manera de vivir».

*Publicado originalmente en Cinco8 el 30 de agosto de 2021

Deja un comentario

Archivado bajo Historia de Venezuela, pensar a Venezuela, perfiles

Rómulo Betancourt en Harvard

17 de junio de 1965: Rómulo Betancourt, ya entonces expresidente de Venezuela, es doctor Honoris Causa en Harvard
Foto: Arthur Howard, Boston Public Library.

Rómulo Betancourt en Harvard

Por Guillermo Ramos Flamerich

Al hacer entrega de su gobierno el 11 de marzo de 1964 —«ni un día más, ni un día menos», como había prometido—, Rómulo Betancourt inició un exilio voluntario que duró ocho años. Pasó temporadas en Nueva York y Nápoles y se estableció un lustro en Berna. Entre las razones que esgrimió el expresidente para su alejamiento físico, estaba la de no hacer sombra al mandatario entrante. A esto se sumaban otros motivos. Después de casi cuarenta años de agitada vida política era momento de tomar algún descanso. Las marcas del intento de magnicidio de 1960 permanecían allí, pero también comenzaba a vivir en pleno su nueva relación amorosa. De igual modo, tomó estos años para reflexionar acerca de las acciones de su vida y sobre el futuro de América Latina, lo cual incluía una idea poco usual entre los gobernantes venezolanos: escribir sus memorias, que hasta el día de hoy están extraviadas.

Antes de partir, Betancourt hizo notariar una declaración de bienes, seguramente recordando una máxima atribuida a Maquiavelo: es más fácil que alguien perdone la muerte de un familiar, que un ataque a su bolsillo. En mayo se incorporó como Senador Vitalicio en el Congreso Nacional, cargo con el que la Constitución de 1961 honraba a los expresidentes. Luego de esto, comenzó la temporada de homenajes que recibió en los Estados Unidos. 

Aunque en su juventud Betancourt abrazó ideas del marxismo leninismo, rápidamente se decantó por la opción de la democracia representativa, y sus relaciones con Estados Unidos fueron cordiales desde su primer gobierno, como presidente de la Junta Revolucionaria (1945-1948). Luego de eso, solo se incrementaron. Ya en su mandato constitucional (1959-1964), compartió escena y entabló amistad con el presidente John F. Kennedy, quien visitó Venezuela en 1961 y a quien Betancourt le devolvió el gesto en 1963. Bajo la égida de la Alianza para el Progreso, el presidente venezolano posicionó al país como ejemplo de una democracia latinoamericana que buscaba consolidarse en medio del tablero de la Guerra Fría. Así lo reconoció la revista Time, en la edición del 8 de febrero de 1960, al incluirlo como uno de «Los verdaderos constructores de América Latina». En el perfil que le dedican afirmaban que, junto al gran mérito de no haber sido derrocado, había logrado frenar la influencia comunista, mantener una coalición de partidos democráticos e iniciado reformas económicas y sociales. 

El 3 de junio de 1964 recibió el Doctorado Honoris Causa en Leyes de la Universidad de Rutgers y, dos meses antes, había asistido a una sesión de honor del Comité de Relaciones Exteriores del Senado de los Estados Unidos. 

La vitalidad de la democracia

El jueves 17 de junio de 1965 Rómulo Betancourt recibió el Doctorado Honoris Causa en Leyes de Harvard. Nathan Pusey, presidente de la universidad, entregó este título al venezolano por ser «un intrépido estadista que ha demostrado a las Américas la vitalidad de la democracia». Era el tercer reconocimiento de una universidad estadounidense en menos de un año. Harvard se sumaba a lo también dispensado por Rutgers en 1964 y por la Universidad de California el 8 de abril de 1965.

Fueron doce las personalidades reconocidas en la 314ª ceremonia de graduación de la Universidad de Harvard. Junto a Betancourt, figuraba el expresidente ecuatoriano Galo Plaza Lasso, quien pocos años después se convirtió en secretario general de la OEA; y Adlai Stevenson, quien estaba a punto de finalizar su misión como embajador de los Estados Unidos en Naciones Unidas y había sido candidato presidencial por el Partido Demócrata en 1956.

Testigo de la ceremonia fue Luis Muñoz Marín, primer gobernador de Puerto Rico quien, junto con el expresidente costarricense José Figueres y el propio Betancourt formaban, en palabras de la prensa estadounidense, el grupo de los «tres sabios latinoamericanos» llamados por la Casa Blanca, para buscar una solución ante la ocupación militar estadounidense de la República Dominicana. Semanas antes, en un homenaje que le ofrecieron en Nueva York, Betancourt había declarado a los medios su repudio ante esta intervención unilateral, ya que esta no había sido discutida en el seno de la OEA.

El homenaje había ocurrido el 3 de junio de 1965 y fue una cena ofrecida por la Asociación Interamericana por la Democracia y la Libertad. El orador principal fue el historiador Arthur Schlesinger, quien afirmó que la presidencia de Betancourt era «una piedra miliar en la larga faena de la democracia en las Américas». Aquella noche se leyeron unas palabras del presidente Raúl Leoni, así como las adhesiones al homenaje por parte del presidente Lyndon B. Johnson, su vicepresidente Humphrey, el presidente Eduardo Frei de Chile, y de personalidades políticas como Carlos Lleras Restrepo, Rómulo Gallegos, Rafael Caldera, Gonzalo Barrios, y el senador Ted Kennedy. Este último comentó sobre la «amistad profunda basada en principios y propósitos comunes», entre el venezolano y su fallecido hermano. En el evento también participó la actriz y activista por los derechos humanos Frances Grant, quien saludó a Betancourt como un «gran conductor» de la vida en democracia, libertad y esperanza en el hemisferio. Todas las palabras de aquella jornada memorable fueron recogidas en el folleto Rómulo Betancourt en América, editado al año siguiente en Caracas.

La universidad de la Historia viva

Betancourt recibió un doctorado Honoris Causa en una de las universidades más prestigiosas del mundo sin ser un académico. De hecho, nunca terminó sus estudios universitarios. Los avatares de 1928, prisión y exilio, le impidieron continuar con la carrera de derecho en la Universidad Central de Venezuela.

A diferencia de otros dirigentes exiliados, quienes lograron graduarse en universidades del exterior, Betancourt se entregó de lleno a la acción y reflexión política.

Pero sus inquietudes intelectuales habían estado presentes desde muy joven. Testimonio de ello queda en alguno que otro verso, la publicación de un cuento, o la tesina que escribió sobre Cecilio Acosta para optar al título de bachiller. En 1929 publicó junto a Miguel Otero Silva el panfleto En las huellas de la pezuña; dos años después fue el principal redactor del Plan de Barranquilla y, en abril de 1932, presentó el ensayo Con quién estamos y contra quién estamos. También escribió diversidad de perfiles sobre personajes históricos y políticos latinoamericanos y mundiales de su momento. Buena parte de estas semblanzas fueron reunidas por Simón Alberto Consalvi, y publicadas de manera póstuma bajo el título Hombres y villanos (1987).

La economía y el petróleo fueron dos temas a los que Betancourt privilegió en sus incursiones autodidactas. En los años finales del gobierno de Eleazar López Contreras lo encontramos en debate perenne en los artículos que publicó en el Diario Ahora. Desde allí propone acciones a tomar en las importaciones y exportaciones venezolanas, analiza las políticas adoptadas en otros países, destaca la importancia de los servicios públicos y la necesidad de transformar el sistema educativo, para construir una conciencia económica desde los primeros años de estudio. Parte de los escritos de esta época fueron recogidos en el tomo Problemas venezolanos (1940).

El petróleo fue una preocupación de Betancourt hasta el final de sus días. Esta obsesión originó su obra más importante, el clásico del ensayo político latinoamericano, Venezuela, política y petróleo, publicado por el Fondo de Cultura Económica de México en 1956. El libro nació de una primera idea fija de convertirse en un «anti-Vallenilla», es decir, en refutar las ideas del historiador y apologista del gomecismo, Laureano Vallenilla Lanz. Pero en el largo trayecto de su concepción y redacción, construyó un perfil propio. A medio camino entre el análisis, la justificación y una clara denuncia de la dictadura, es necesario seguir indagando, con mayor profundidad, sobre la génesis, versiones y recepción que ha tenido esta obra.

El exilio como destino

En marzo de 1972 Betancourt regresó a Venezuela en barco. Luego del descanso europeo, la publicación del libro Hacia América Latina Democrática e Integrada (1967) y la división de su partido en las elecciones de 1968, todavía le quedaba casi una década para seguir influyendo en la vida venezolana. El sistema democrático parecía consolidado, ahora eran otros los desafíos. Su figura, siempre polémica, hacía su tránsito hacia la historia. El hispanista británico Hugh Thomas, en un prólogo que hace a las obras de Betancourt para la editorial catalana Seix Barral en 1977, afirmaba: «Demasiadas veces, los que han tenido éxito han sido los hombres de fuerza y brutalidad. Hombres de talento oratorio se han convertido en tiranos, mientras los escritores se han refugiado en el exilio». 

Betancourt murió fuera de Venezuela, pero no en el exilio. Falleció durante un viaje a Nueva York el 28 de septiembre de 1981, sin poder terminar sus anheladas memorias, pero tampoco su última lectura, Une femme honorable, biografía de Marie Curie escrita por la periodista francesa Françoise Giroud. Se unía así al elenco de personajes que han dado forma y gobernado al país pero que, y por distintas circunstancias, fallecieron lejos del territorio venezolano. Quizás los casos más resaltantes sean los de Miranda, Bolívar, Páez y Guzmán Blanco, del siglo XIX; Castro, Leoni, Pérez Jiménez y Carlos Andrés Pérez, del XX. 

El mayor aporte de Rómulo Betancourt, quien contribuyó al nacimiento de la Venezuela democrática, fue aceptar las luchas, por duras que estas fueran, sin claudicar a la reflexión oportuna y el desafío de aprender a pensar para construir.

*Publicado originalmente en Cinco8 el 6 de julio de 2021

Deja un comentario

Archivado bajo América Latina, crónica, Estados Unidos, Historia de Venezuela, pensar a Venezuela, perfiles