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Una mirada femenina a la Venezuela guzmancista

Souvenirs du Venezuela Librairie Plon, 1884.

Una mirada femenina a la Venezuela guzmancista

Por Guillermo Ramos Flamerich

Publicado originalmente en el Papel Literario de El Nacional el 11 de junio de 2022.

A la Eli

Un libro tiene muchas vidas y estas quedan reflejadas en las marcas físicas que el tiempo le va dejando. De niño me gustaba escudriñar la biblioteca de mi abuela Dilia. Revisaba aquellas sobrias gavetas y encontraba tomos que lo único que hacían eran multiplicarse. Entre el olor de la polilla y el polvo, el tacto áspero al tocar hojas crujientes, y la presencia de imágenes y textos de otra Venezuela, encontré un librito que me hizo vivir la aventura de un mundo perdido. Era el volumen 51 de la Biblioteca Popular Venezolana, aquella empresa del Ministerio de Educación Nacional, que realizó ediciones masivas de clásicos venezolanos y que mantuvo una importante continuidad a mediados del siglo XX. De portada azul cadete, con un dibujo en el centro de una muchacha a medio perfil y unas chozas de fondo y el nombre desconocido y cordial de una «musiúa», Jenny De Tallenay. El título decía Recuerdos de Venezuela y al leer esto solo me pregunté, ¿cuál de todas? Si algo caracterizó mi infancia y adolescencia fue escuchar historias del lugar que estaba desapareciendo en medio de la violencia política. Pero el país en el que estuvo Jenny era a su vez otro —el de los años del guzmancismo—, en donde se escenificaba un progreso material en medio de la dispersión de siempre.

Recuerdos de Venezuela es de los pocos diarios de viajes —de los que se conocen— escritos por una mujer sobre la Venezuela del siglo XIX. Fue originalmente publicado en francés por la Librairie Plon en 1884. Bajo el título de Souvenirs du Venezuela. Notes de voyage, la edición original la ilustró Saint-Elme Gautier. Estos grabados han sido reproducidos posteriormente en libros y enciclopedias de historia, quizás sin pensar que la inspiración de Gautier fueron las descripciones de la joven. El diario fue publicado en español setenta años después. La traducción se la debemos a René L. F. Durand, personaje hasta cierto punto desconocido, cuando uno indaga sobre su vida aparece muy poco, en la base de datos de la Biblioteca Nacional Francesa (BNF) se dice que murió centenario en 2010. Lo que sorprende de este también poeta es su catálogo de traducciones de autores latinoamericanos al francés: Jorge Luis Borges, Alejo Carpentier, Miguel Ángel Asturias, Salvador Elizondo; de los venezolanos: Rómulo Gallegos, Miguel Otero Silva, Ramón Díaz Sánchez, Juan Liscano, así como una antología de «algunos poetas venezolanos».

Pero ¿quién era Jenny? Los datos sobre su vida son escasos, el Diccionario de Historia de Venezuela de la Fundación Polar nos avisa que nació en Francia en 1855 y que posiblemente falleció en ese mismo país en 1884. Sin embargo, la base de datos de la BNF toma como lugar y fecha de su nacimiento Weimar, Alemania, 1869 y el fallecimiento en 1920. Existen detalles contradictorios tanto en el diccionario como en la biblioteca francesa. De Tallenay no murió en 1884, esto se confirma al revisar sus publicaciones posteriores. De regreso a Europa escribió artículos sobre arte y cultura, tradujo al poeta Heinrich Heine y publicó poesía, novelas cortas, así como la novela histórica sobre la mártir cartaginense Vivia Perpetua (1905). Otras de sus facetas fue su interés por el espiritismo, popular en la época, a lo cual dedicó parte de sus escritos. Además, fue próxima al círculo del ocultista francés Joséphin Peladan. El otro detalle contradictorio es si tomamos su fecha de nacimiento como 1869. Si esto es así, la Jenny que llegó a Venezuela era una niña de nueve años, no la joven que se expresa en su diario, la cual se casó en Caracas, en diciembre de 1880, con el embajador belga Ernest Van Bruysell, y se fue de luna de miel a Puerto Cabello y a las Minas de Aroa. El nacimiento y la muerte parecen guardadas en el misterio. En un sito web de genealogías aparece una tercera fecha, 1863. Si la tomamos como cierta, estuvo con nosotros entre los quince y dieciocho años. Hay contradicciones, cierto caos en las fechas. Debemos indagar más, buscar otras fuentes. Acaso preguntar.   

Jenny-Jacques De Tallenay llegó a Venezuela junto a sus padres, los marqueses Olga Illyne y Henri de Tallenay, nuevo cónsul general y encargado de negocios de Francia, el 26 de agosto de 1878. Desembarcaron en el puerto de La Guaira después de una breve escala en las islas de Guadalupe y Martinica. Se despidieron del vapor Saint Germain para emprender camino a Caracas. Se alojaron en el Hotel Lange, en la Esquina de Carmelitas, al cual Jenny llamó en su diario el Gran Hotel. Se despidieron de tierra venezolana en abril de 1881, cuando al diplomático lo enviaron en misión a Perú. En el intermedio, Jenny no solo se casó y escribió sobre lo que vio en sus viajes a Maracay, San Juan de los Morros, Puerto Cabello, Tucacas, Valencia, Caracas, también recolectó arañas y coleccionó plantas. Puede ser que con un entusiasmo inspirado Humboldt y Bonpland, fundadores de las aventuras de buena parte de los viajeros europeos en el siglo XIX latinoamericano. El presidente de Venezuela en 1878 era el general Francisco Linares Alcántara. Designado para un periodo de dos años, Guzmán Blanco lo había puesto allí para que le guardara el puesto mientras pasaba una nueva temporada en París. Pero en poco, Linares no quiso ser más un títere y comenzó una rebelión que fue truncada por su misteriosa muerte el 30 de noviembre de aquel año.

Jenny vivió de primera mano el funeral del malogrado presidente Linares Alcántara. Cuenta como de camino al Panteón Nacional, en la Esquina de La Trinidad, el sonido de unos tiros hizo que parte de los presentes sacaran sus pistolas y entre la estampida de la gente huyendo de una posible ráfaga, la urna cayó al suelo. En sus páginas hay anécdotas como esta, así como la crónica de la «guerra civil» llamada Revolución Reivindicadora y que ratificó el poder de Guzmán Blanco. Eran los inicios de su segundo gobierno directo, conocido en la historiografía como el «Quinquenio». Con un buen número de inexactitudes Jenny ofrece un breve panorama de la historia venezolana. Comenta de Francisco de Miranda, Simón Bolívar y Antonio Leocadio Guzmán. El ilustrador resumió este capítulo con el retrato de Guzmán Blanco, el cual solo sale descrito con el parco título de presidente de la república. En las notas de viaje de Jenny están presentes la descripción del paisaje, pueblos, canciones y gastronomía populares, cuadros costumbristas y tradiciones como la Semana Mayor.

Jenny de Tallenay hizo un inventario de los geosímbolos construidos por Guzmán Blanco en su anhelo de hacer de Caracas una París suramericana. En su catálogo está la Plaza Bolívar, el Panteón, los bulevares y el Capitolio. De la Casa Amarilla admiró su patio al estar «sombreado de plátanos magníficos», pero de su decorado dijo que era «con bastante lujo, pero sin demasiado buen gusto». Si algo hemos mantenido los venezolanos es esa fascinación de que la mirada externa nos interpele, nos legitime. Jenny hace el recuento de las conversaciones que tuvo con caraqueños sobre los cambios que estaba viviendo la ciudad: «– ¿Cómo encuentra Ud. a Caracas? –decían unos– ¿No se parece a París? – ¿Tienen Uds. en Europa –preguntaban otros– parques tan bonitos como la plaza Bolívar? Casi había miedo de contradecirles». Ese diálogo da para múltiples interpretaciones, lo cierto es que la presencia de la joven en lo círculos de la élite caraqueña no pasó inadvertida. El escritor Luis Correa en su libro de ensayos Terra Patrum: páginas de crítica y de historia literaria (1930), comenta que Jenny fue la «musa extranjera» de varios poetas locales. Y que, si bien Guzmán Blanco la había querido sacar a bailar en la gala de Año Nuevo de 1881, el poeta Francisco Guaicaipuro Pardo se le había adelantado al presidente no con el baile, sino en una extensa plática en la cual confesaba su veneración. Como gesto con Pardo, Jenny tradujo al francés uno de sus poemas y lo incluyó junto a Andrés Bello, Pérez Bonalde y Eduardo Blanco, en el capítulo que dedicó a las letras venezolanas.

Después de descubrir estas memorias entre los libros de mi abuela, leí todo lo que pude hasta que cayó la noche y me buscaron mis padres para llevarme a casa. Lo dejé en un rinconcito, para irlo revisando en cada nueva visita. Mi abuela al ver lo mucho que me gustó, terminó regalándomelo. En 2017 volví a leerlo para un trabajo de la cátedra de Geohistoria en la universidad. Lo finalicé horas antes de despedirme de mi abuela, quien falleció el lunes 10 de julio. Por varios días miré fijamente la firma que ella había dejado en la página 50, era algo que acostumbraba con todos sus libros. Por cosas del azar estoy viviendo y estudiando en París. Aquí conseguí la edición francesa —la de los grabados— en una encuadernación de papel jaspeado. Regresé de inmediato a Jenny de Tallenay, a releerla, para comenzar un viaje doble. Hacia la Venezuela que vio Jenny y al país de mi infancia, dos mundos ya desaparecidos.

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Una incursión en Canoabo

Guillermo Ramos Flamerich. Una incursión en Canoabo 1

El viaje comenzó por los Valles Altos de Carabobo, en Canoabo, un pueblito «típico». Tenía las características casitas de colores, además de la iglesia, los viejos con sombrero y unos cuantos borrachitos, alrededor de la Plaza Bolívar.

Una incursión en Canoabo

Por Guillermo Ramos Flamerich

UNO

Quizás era un buen augurio: la Virgen del Perpetuo Socorro había salido en procesión desde Valencia y estaba de paso en Canoabo. No soy la persona más religiosa de todas, pero tomaba esto como una buena señal. Mi abuela era devota a aquella virgen. El viaje por el occidente de Venezuela surgió en su funeral. Entre la tristeza y el recuerdo, el pana Daniel me dijo que valía la pena recorrer pueblos y caseríos, de pararse en cada uno y hablar con la gente. Acepté. Él solo tendría que poner a disposición su carro. Le pregunté si podríamos agregar a otro pana, a Gabriel, a quien buscaríamos en Barquisimeto. No tuvo problema.

Parecía una decisión extraña la de viajar en medio de la situación país, pero creo que ya nos hemos acostumbrado a que la tensión esté presente. Si no hacemos las cosas quizás nunca exista el momento adecuado. Para nosotros los caraqueños Venezuela se ha convertido en lo que sucede en Chacaíto o en la Autopista Francisco Fajardo. Sin embargo, existe una «Venezuela profunda». Cliché. Más que profunda, es un país que está allí, tan variado como esencial. Un país que es necesario conocerlo para sentirlo cerca, nuestro.

Guillermo Ramos Flamerich. Una incursión en Canoabo 2

No sabía que había sido fundado en 1711, un 19 de marzo, ni que las tribus indígenas que habitaron allí habían dejado petroglifos, o que tienen sus propios «Diablos Danzantes».

 

DOS

El viaje comenzó por los Valles Altos de Carabobo, en Canoabo, un pueblito «típico». Tenía las características casitas de colores, además de la iglesia, los viejos con sombrero y unos cuantos borrachitos, alrededor de la Plaza Bolívar. La gente sentada en la entrada de sus casas esperaba a que pasara la vida.

Me sorprendió. No sabía que había sido fundado en 1711, un 19 de marzo, ni que las tribus indígenas que habitaron allí habían dejado petroglifos, o que tienen sus propios «Diablos Danzantes».  Mucho menos que sus chocolates son «gourmet» y se venden caros no solo en el Trasnocho Cultural, sino también afuera del país. Lo único que sabía era que en ese «pequeño pueblo venezolano escondido en una agreste comarca» había nacido el poeta Vicente Gerbasi (1913-1992). Aquel que dejó unas líneas épicas en el imaginario nacional, con ese comienzo de «Venimos de la noche y hacia la noche vamos», ese decir, con su poema Mi Padre el Inmigrante.

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La valenciana Virgen del Socorro, de procesión por Canoabo.

TRES

Algo que disfruto mucho es preguntarle a la gente por los personajes históricos o algún hecho curioso ocurrido en el lugar donde viven. Así comencé preguntando en la plaza si conocían la casa natal de Gerbasi. Imaginaba la placa, la conmemoración. A decir verdad, para nosotros era suficiente conseguir el sitio. Los ancianos decían que conocían de la familia, pero no lograban ubicar la propiedad. Los más jóvenes nos mandaban con dirección al colegio del mismo nombre. Al rato, y después de varias vueltas en el caso, una señora nos supo indicar: «Es esa casa de allá, toque la puerta a ver si está el señor Francisco».

Sí estaba. La esposa nos hizo esperar unos minutos en el zaguán mientras el señor Francisco Moreno se ponía su camisa. Entonces nos saludó y nos dijo: «Bienvenidos a la casa donde nació el poeta Vicente Gerbasi el 2 de junio de 1913». ¿Y usted es familia? le pregunté. «No. Pero cuando me vendieron esta casa me dijeron que aquí había nacido y me he dedicado a cuidar su memoria».

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La esposa nos hizo esperar unos minutos en el zaguán mientras el señor Francisco Moreno se ponía su camisa. Entonces nos saludó y nos dijo: «Bienvenidos a la casa donde nació el poeta Vicente Gerbasi el 2 de junio de 1913». ¿Y usted es familia? le pregunté. «No. Pero cuando me vendieron esta casa me dijeron que aquí había nacido y me he dedicado a cuidar su memoria».

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En la entrada de la casa natal de Vicente Gerbasi, con su dueño, el señor Francisco Moreno, y su nieta.

CUATRO

En la sala no había ninguna referencia al poeta más allá de la conversación que estábamos a punto de comenzar. Nos contó la biografía del poeta, los datos básicos, es decir, lo que se conoce al buscar su nombre en alguna enciclopedia, o en Internet. Era sabroso escucharlo en ese pueblo, en ese lugar, rodeado de cuadros, entre esotéricos y ambientalistas, que hacía su esposa.

Agotada la biografía nos comentó que comprar la casa en los años ochenta le había permitido hacer amistad con el poeta, aunque nunca lo conoció. El señor Francisco ha sido invitado a los homenajes que le han hecho a Gerbasi en instituciones como la Universidad Nacional Experimental Simón Rodríguez o la Universidad de Carabobo. Allí ha podido conocer a familiares y amigos, y sentirse uno más del clan.

Su propia historia es interesante: nativo de Canoabo y después de una agitada vida en Caracas trabajando en el antiguo Ministerio de Transporte y Comunicaciones y militando en las filas del partido de Jóvito Villalba, URD, había decidido regresar y llevar una vida más tranquila, con la familia, en la austeridad de la provincia, pero también en su tranquilidad.

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El autor con la crónica publicada en la portada del suplemento cultural del diario El Universal: Verbigracia.

CINCO

Teníamos que proseguir la ruta antes de que anocheciera. La carretera angosta y desconocida no ayudaba mucho. Provocaba quedarse, pero nos esperaban más ciudades, pueblos, más estados, incluyendo a Santa Ana de Trujillo y su monumento al abrazo entre Simón Bolívar y Pablo Morillo en 1820 y cruzar el Puente sobre el Lago de Maracaibo con el Sentir Zuliano de los Cardenales del Éxito de fondo. También había que buscar a Gabriel en Barquisimeto. Mientras anochecía reflexionaba con Daniel sobre nuestro día con Gerbasi y su amigo. Nos gustó que todavía te abran la puerta de la casa para echarte un cuento largo, solo porque llegaste hasta allí para escucharlo.

También pensábamos en cómo hacer de toda esa memoria algo palpable y vivo. Lamentablemente en Venezuela el legado de los escritores pareciera que sirve para nombrar algún liceo, quizás una calle y si tiene mucha suerte, una plaza. Hay algo más en nuestra idiosincrasia, en nuestras maneras, que debe ser canalizado no con imposiciones nacionalistas y huecas, sino como una promoción al conocimiento, al arraigo. No solo es la literatura, es la música, los bailes, los dichos, Existen dos países, el que fue y el que será, y esos dos se comunican en el que es. Allí espera cumplir todas sus posibilidades tan solo si aprendemos a redescubrir esa universal angustia de ser una nación.

*Publicado originalmente en el suplemento cultural Verbigracia de El Universal, el sábado 21 de octubre de 2017

Guillermo Ramos Flamerich. Una incursión en Canoabo

 

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La Caracas de los 449

Plaza Juan Pedro López en la Parroquia Altagracia.

Plaza Juan Pedro López en la Parroquia Altagracia.

La Caracas de los 449

Por Guillermo Ramos Flamerich

Había llovido el día anterior. El cielo amanecía despejado, pero la ciudad estaba llena de charcos, caminos enlodados y una Feria del Libro en Los Caobos que forzaba por poner en un mismo ranking a Hugo Chávez con Simón Bolívar, Francisco de Miranda y Simón Rodríguez.

Pero el comandante sabe que ahí es solo un asomado. Su secta lo impone, a pesar de la creciente indiferencia de los que transitan buscando algún libro barato o mundano esparcimiento. Existe el karma y si en 2011 se burló de la entonces diputada María Corina Machado con su: «Usted está fuera de ranking», alguien le estará haciendo bullying allá abajo.

Pero estas líneas no se tratan de Chávez ni de que el Instituto de Altos Estudios del Pensamiento de Hugo Chávez venda sus publicaciones en 1000 Bs y ya no las regale. No. Estas líneas son sobre la Caracas del lunes 25 de julio, la de los 449 años, aunque a Nicolás Maduro no le guste celebrarlos.

Mientras un bote de aguas servidas dejaba un olor insoportable por la avenida Delgado Chalbaud de Coche, la fuente de Plaza Venezuela estaba apagada. Parece que PDVSA La Estancia, protectora del espacio, solo funciona si los precios petroleros son tan altos que hasta alguito puede sobrar para la cultura y el ornato.

Monte crecido, de nuevo poca seguridad y la fisicromía de Cruz-Diez homenaje a Andrés Bello, perdiendo poco a poco no solo su brillo, también sus partes. La ciclovía estrenada hace un año hoy amanece desolada. Nunca hay bicicletas disponibles y pedirla es un proceso más de la burocracia socialista.

Bellas Artes resiste por mantener su aura bohemia. Entre basura y vagabundos, están artesanos y libreros. Pero aquí todo se confunde. Parece que la gente está comprando menos libros, ahora ofrecen rebajas express y combos de hasta tres obras.

Un vendedor de libros y discos tenía la colección, casi completa, que editó el Círculo Musical en 1967 con motivo del Cuatricentenario de Caracas: música, narraciones, representaciones artísticas, grabadas al acetato. En lo personal, la mejor de todas es esa donde Simón Díaz hace un recorrido de la música popular caraqueña desde 1935 hasta 1967. Inolvidable.

Escudo de Santiago de León de Caracas en la Biblioteca Nacional de Venezuela.

Escudo de Santiago de León de Caracas en la Biblioteca Nacional de Venezuela.

Cuán lejos quedó esa época. 49 años, pero parecen cien, eso sí, hacia atrás. A lo lejos se veía el Teresa Carreño como símbolo de la modernidad perdida. En pocas horas ese sitio sería tomado por Casa Militar, pues Maduro iba a dar un discurso por motivo de los cuarenta años del asesinato de Jorge Rodríguez padre. Todos los actos oficiales se fueron hacia allá. Nada para la cumpleañera. Quizás porque 1567 fue antes de 1999 y así no vale.

El damero fundacional estaba en calma. La calma común del bullicio de la Plaza Bolívar con los integrantes de la esquina caliente escuchando discursos a todo volumen y los vendedores de: oro, oro, oro, euros, dólares.

El Palacio Municipal sin los estandartes tradicionales que se utilizan en esta fecha y cerrado al público, espacios que hasta hace poco atesoraban los muñequitos tradicionales hechos por Raúl Santana, así como maquetas de «la ciudad que se nos fue», como decía Alfredo Cortina.

La nueva esquina caliente diagonal a la Asamblea Nacional no se encontraba. Quizás respetando a la agasajada. Ese sitio se ha convertido en materia prima para cualquier estudio sociológico.

Desde allí insultan y gritan a cualquier persona que pase encorbatado, muestran fotos de Chávez diciéndole a la víctima que ese es su papá. Una vez un muchacho respondió: Sí, sí, mi papá. A lo que el fanático replicó: «Así me gusta, escuálido. Aunque lo digas de la boca para afuera, aprende aquí quien manda».

Pero el lunes 25 no había nada de eso. Solo una cuadrícula cada vez más sucia y menos sustentable. Esos «espacios recuperados» que tanto pregona el alcalde Jorge Rodríguez son tan remotos y extraños como el azúcar, la carne o la harina precocida de maíz.

Lo que abunda cuadras más arriba de la plaza es gente escudriñando comida en la basura. En la Plaza Juan Pedro López, quizás una de las más bellas de la ciudad, tres hombres buscaban hacer su mediodía a base de sobras sacadas de la basura.

Teatro Teresa Carreño en la Parroquia San Agustín.

Teatro Teresa Carreño en la Parroquia San Agustín.

¿Cuánta esperanza queda en la ciudad de la eterna primavera? Es difícil saberlo. Ahorita pienso en Caracas y llega a mi mente Norma Desmond, ese personaje de la película Sunset Boulevard que encarnó Gloria Swanson iniciando la década de los cincuenta. Caracas es depresiva y temperamental, siempre recordada por sus viejas glorias.

Todo es un fue y un será si por alguna gracia divina le tocara protagonizar algún momento estelar. Pero la ciudad de cristal de San Bernardino, Sabana Grande o Altamira, está cada vez más rezagada. Lo mismo la guzmancista y la del millón de almas que para 1955 imaginaban vivir en una próxima gran capital del mundo.

En sus calles solo conseguimos carteles viejos que te incitan a buscar cosas imposibles de hallar en la urbe actual. Miedo y zozobra. Caracas ha perdido ese rasgo de «muy noble y muy leal», título junto con el cual el monarca español Felipe II le entregara un escudo, el del león rampante con la venera y Cruz de Santiago.

Caracas como posibilidad de convivencia ciudadana se está apagando. De momentos lentamente, casi siempre de manera acelerada. Nos queda el abrigo de nuestros hogares, de la gente que está aquí y es nuestra, de su memoria.

También el refugio natural de ver hacia el norte y conseguir esa azulada masa vegetal que tantas cosas evoca. Pero la grandeza de las ciudades no se basa únicamente en sus estructuras y servicios, ellos son reflejo de algo mucho más importante, esencial, la capacidad que tengamos los caraqueños por darle vida a esta doña de 449 años que nunca deja de nacer.

*Publicado originalmente en El Estímulo el 27 de julio de 2016

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Dr. José Gregorio Hernández

Dr. José Gregorio Hernández

«Quedó el figurín en mi cuarto, siempre vigilante pero en calma, con las manos en los bolsillos, acompañado de una estampita del Papa Juan Pablo II, la Virgen, y juguetes que marcaron infancia»

Dr. José Gregorio Hernández

Por Guillermo Ramos Flamerich

Esta historia data de 1995, 1996 o 1997. Realmente no importa la fecha. Estaba yo muy pequeño. Viajábamos papá, mamá y yo al pueblo de Isnotú. El andar por carretera, el divisar de parajes, los cambios de clima eran algo nuevo para mi. Los primeros recuerdos de las vías hacia el occidente venezolano y el hospedarse en posadas de leyendas, no por lo que allí hubiera ocurrido, sino por lo que evocaban. Lo más entrañable del siglo XIX, lo más provinciano del XX.

En todo esto esa impresión que uno tiene de niño, de que todo lo que te rodea es de enormes proporciones. Los techos eran abismales y formaban un cielo de madera recubierto con barniz. Pero la razón de este viaje no era solamente el conocer alguna región de Venezuela, se daba para peregrinar en el lugar de nacimiento de un santo venezolano, no oficial, pero igual de milagroso, igual de caritativo y lleno de amor: el Dr. José Gregorio Hernández.

Al recordar un breve documental que alguna vez transmitió Vale TV, llamado Devociones, Pedro León Zapata afirmó que una de las razones de peso para no darle el título de santo al venerable doctor, es la incapacidad que tendría la iglesia de dibujar sobre su sombrero una aureola. Esta reflexión en tono de broma, ratifica eso que sabemos: A la gente no le ha importado la denominación oficial, sigue creyendo y esperando que ocurran los milagros.

Llegó el día de visitar el ¿santuario? de Isnotú. El vitral con el lema: «Familia que reza unida, permanece unida» dentro del recinto; afuera, la estatua blanca de un doctor sereno que ayuda a todo el que lo pida. Por eso su nombre en cientos de plaquitas que arropan los muros y paredes presentes, y el común denominador, la frase: «Gracias por los favores recibidos».

Era pedir, agradecer, comer arepa en la montaña y comprar como artefacto religioso una casita que albergaba una imagen de José Gregorio, la cual servirá como uno de mis recuerdos del viaje para toda la vida. No fue así, duró muchos años, pero el tiempo la estalló. Quedó el figurín en mi cuarto, siempre vigilante pero en calma, con las manos en los bolsillos, acompañado de una estampita del papa Juan Pablo II, la Virgen, y juguetes que marcaron infancia.

De José Gregorio Hernández conocemos el típico relato que va desde sus estudios de medicina en la Universidad Central de Venezuela en 1888; pasa por los días de 1908 en la Cartuja de la Farnetta, en Italia, y sus problemas de salud; y toca el 29 de junio de 1919, cuando es atropellado en la Esquina de Amadores, frente a una farmacia en la que había comprado medicina para uno de sus pacientes. Todo esto revivido en 1990 por la miniserie El siervo de Dios, protagonizada por Mariano Álvarez y transmitida por Venevisión. En su rostro se plasmó el alma atormentada del santo.

La pude ver gracias a las múltiples retransmisiones del canal. Sobre todo durante el paro petrolero de 2002-2003. Siempre recuerdo la escena en la que el doctor intercede ante Juan Vicente Gómez en la liberación de unos estudiantes presos. Pero mucho antes de esto, se encuentra el recuerdo del viaje a Isnotú. Después llegarían los días de visita a su sepulcro en La Candelaria y fotografiar la esquina exacta donde fue atropellado y ahora se encuentra una placa y dibujo que lo conmemora, que lo espera y pide que su santidad esté legalizada.

Aquella travesía de mi niñez era para el pago de una promesa cumplida y la cual está sellada por mi segundo nombre. Por eso soy José. Guillermo José.

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De Petare en siete templos

De Petare en Siete Templos

Fotografías de Dubraska Vargas

Texto: Cultura Sucre y algunos datos obtenidos en cada templo

Foto crónica (Viernes Santo de 2013) de la tradicional visita a los siete templos en el Municipio Sucre del Distrito Metropolitano de Caracas.

I-Templo parroquial San Antonio María Claret  – Los Dos Caminos

Erigida en 1953, su fachada es simétrica y compuesta por tres cuerpos. El primero contiene el portal de acceso; el segundo cuerpo alberga la ventana del nivel del coro; y por último el frontis seccionado en dos partes por la presencia de cornisas que entrelazan las falsas pilastras, las cuales se rematan en pináculos. El interior del templo está compuesto por tres naves, protegido por la cubierta a dos aguas con tejas criollas.

II-Templo María Auxiliadora – Boleíta

Construido en 1977, diseñado por la arquitecta Nilda Suárez de Pinedo. Su forma responde a la imagen de las churuatas tradicionales de los indígenas venezolanos. Construida en concreto armado, con cerramientos de ladrillos mampuestos, su cubierta presenta una serie de tragaluces para proporcionar iluminación central al interior del recinto.

III-Templo María Madre de la Iglesia – El Marqués

El 25 de abril de 1964, el edificio del templo estaba culminado y el pintor César Oñativia realizaba el mural que representa la venida del Espíritu Santo. Cuando la iglesia fue inaugurada no podían celebrarse oficios religiosos, debido a que no se le había concedido la categoría de parroquia. El nombre solicitado era Espíritu Santo, el cual no les fue concedido. Quedó entonces como María Madre de la Iglesia, patrona que se encuentra en la entrada del templo.

IV-Templo Nuestra Señora del Rosario – La California

La parroquia fue creada el 15 de octubre de 1957 por el arzobispo de Caracas monseñor Rafael Arias Blanco. Su primer párroco fue Francisco Javier Monterrey. Culminado en octubre de 1970, como características principales se pueden mencionar el techo de gran altura, inclinado a dos aguas que llega hasta el suelo, y su estructura metálica.

V-Templo San Antonio de Padua – Macaracuay

Este templo ha sido la última parroquia aceptada por los capuchinos en Venezuela como servicio a las urbanizaciones Macaracuay, Colinas de la California y el barrio Las Brisas de Petare. La residencia, la iglesia y el colegio San Antonio fueron inaugurados en 1970 por el Cardenal José Humberto Quintero.

VI-Templo Nuestra Señora del Carmen – Barrio Unión

Templo de arquitectura neogótica inaugurado en 1955 por los Padres Carmelitas. Compuesto por tres naves en su espacio interior, su fachada principal presenta una serie de arcos ojivales en dos niveles. Sobre la puerta se encuentra un gran rosetón que le proporciona iluminación natural al templo, especialmente al área del coro.

VII-Templo Dulce Nombre de Jesús de Petare – Casco histórico de Petare

Data de 1621. Posee un campanario de cuatro cuerpos realizado en el siglo XIX; siete retablos del siglo XVIII, posiblemente originales de los artistas Domingo Gutiérrez y Alonso de Ponte; una gran cantidad de imágenes coloniales; y dos cuadros del pintor Tito Salas. Fue restaurado por la Alcaldía de Sucre y la Gobernación del estado Miranda entre 2012 y 2013. En 1960 fue declarado Monumento Histórico Nacional.

Dubraska Vargas (1992), caraqueña. Ha cursado talleres de fotografía en la Organización Nelson Garrido (ONG). Su trabajo está caracterizado por los retratos a elementos urbanos. Dirige Fotoilusiones.

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Locos de La Vela: tradición a todo color

Locos de La Vela tradición a todo color

Comparsa de «Los seguidores de Cuima» en el paseo Generalísimo Francisco de Miranda. Foto: Dubraska Vargas

Diablos en la Plaza Bolívar de La Vela

Diablos en la Plaza Bolívar de La Vela

Locos de La Vela: tradición a todo color 

 Guillermo Ramos Flamerich

Mucho antes que la constitución del país hablara sobre presidente o presidenta; gobernador o gobernadora, y que esto se apoderara del lenguaje oficial con lo rebuscado que significa: bachilleres y bachilleras; médicos y médicas, desde hace décadas, cada 28 de diciembre se admira el bailar de los Locos y Locainas de La Vela de Coro. Festividad que se apodera de todas las calles de un pueblo y es parte de eso que se llama tradición.

Resulta que el sol de La Vela deja ver los colores de cada cosa en su máxima expresión. Lo radiante y saturado hace que la vida sea un personaje que arropa cada alma u objeto que en ella transita. Entonces el Mar Caribe une a estos venezolanos con sus vecinos antillanos, y esa mezcla, que llamamos mestizaje, logra dar a luz –a la luz del sol del Caribe– un rico folklore que va desde las comparsas y disfraces hasta los ritmos que las acompañan en conmemoración a los Santos Inocentes, y por qué no, en burla y reproche a los poderosos que antes eran llamados amos.

Fue el sabor que da el tambor veleño lo que logró preparar el viaje. Escuchar –año tras año, cada 28– esas grabaciones de Un Solo Pueblo y de Olga Camacho y la Camachera, lo que un día de noviembre me hizo decir: «Dubraska, ¿y si nos vamos para La Vela? Toca conocer a esos locos». Y así, como la magia de los minutos que hablan los chef de televisión, allí estábamos. Frente a la Plaza Bolívar del pueblo, comiendo empanadas y al fondo una canción: Alúmbrame el zaguán. Un Solo Pueblo, otra vez. Los disfrazados estaban dispersos, las comparsas se empezaban a acomodar. «Alumbra, alumbra, alumbra, alúmbrame el zaguán/Eso se acostumbra en la Navidad», radiaba el perímetro de la plaza, pero estas ondas chocaban con la miniteca de la licorería Oasis. Allí mandaba el lema de: «Cerveza y reguetón pa’ todo el mundo».

El padre Moisés Rafael Galicia durante la misa en la Plaza Bolívar: «La adoración de estos personajes grotescos/hermosos/endemoniados, a la redención cristiana»

«La adoración de estos personajes grotescos/hermosos/endemoniados, a la redención cristiana». El padre Moisés Rafael Galicia durante la misa en la Plaza Bolívar

Los «Loquitos de La Vela». Foto: Dubraska Vargas

Los «Loquitos de La Vela». Foto: Dubraska Vargas

Y la Mojiganga la noche del 27 ya había recorrido las principales casas del pueblo. Este personaje es quien da inicio a la fiesta. Este año su máscara representa al anarquista V, ese que ahora usa el grupo Anonymous como imagen y que proviene de de la tira cómica V de venganza. Con su sombrero a lo Abraham Lincoln, y la elegancia de un traje negro, ya en la mañana del 28 se paseaba de nuevo por el pueblo, ahora como «cartero».

Frente a mi estaba la Mojiganga, parada, escuchando la prédica del padre Moisés Rafael Galicia. La misa en la plaza, el Niño Jesús en la plaza. La adoración de estos personajes grotescos/hermosos/endemoniados, a la redención cristiana.

Y todo esto nos lleva al sitio neurálgico de la fiesta: el paseo Francisco de Miranda. Frente al mar, frente a las lanchas y frente a todas las banderas que ha tenido Venezuela a lo largo de su historia. Allí se reúnen autoridades, jurado, y el público que rodea una arena con un centro adornado como brújula, en homenaje al Generalísimo y su expedición de 1806. A las 10:10 de la mañana se da el primer: «Aló, aló, probando», y veinte minutos después el despliegue de disfraces: el Dr. Sili Pérez, un bebé Elmo encarnado por un anciano, el Viagrero resucitador, la Vela Tinto, el Vallenatero loco, y el personaje más popular de 2012, Psy con el Gangnam Style, que a cada rato repetían: era el baile del caballo, y es que el loco bailaba con un caballo de madera, de esos que creemos y creamos como de carne y hueso en la niñez.

La Mojiganga en bicicleta (izquierda) y el  disfraz del personaje más famoso de 2012: Psy y su Gangnam Style (derecha)

La Mojiganga en bicicleta (izquierda) y el disfraz del personaje más famoso de 2012: Psy y su Gangnam Style (derecha). Fotos: Dubraska Vargas

Cada loco bailaba al son del tambor veleño. «En el puerto de La Vela, primer puerto de Falcón/Donde enarboló Miranda la bandera tricolor», parte de la letra que cantaba el grupo Combinación Veleña. Cada quien daba su «pasito», todo esto hasta casi mediodía. Carrozas monumentales, seres mitológicos, otro Psy con compañía, la Navidad con renos y hombre de nieve bajo ese calor, marionetas que bailan tambor, animales, serpientes, indios y dragones. Toda una ilusión de colores llenaba el paseo y esa magia era tal que no importaba el sol, la insolación, la brisa. Era La Vela, sus locos y locainas, no convenía pensar que toda esa gente reunida después iban a abarrotar cada lugar de comida, y los dos cajeros automáticos con que cuenta el pueblo.

Lo que ocurre después es música, carros con ritmo y cervezas que recorren cada esquina. Es esperar los resultados en la plaza La Antillana, hasta las diez de la noche. Son conjuntos para bailar, fuegos artificiales, parrillas y buhoneros que venden cualquier cosa. Es el saber que la tradición persiste a pesar de todo, y que los niños también se disfrazan con centauros y cíclopes a sus hombros. Que el disfraz popular individual de Gangam Style ganó, las marionetas bailarinas de Vertigo Dance, quedaron como el mejor disfraz popular en comparsa. Los Diablos Ancestrales resultaron los victoriosos como fantasía en comparsa mixta, y en fantasía monumental: Tierra de libélulas (individual) y los dragones Kolé Moza (comparsa).

La fiesta continua hasta el 29, cuando son premiados los disfraces ganadores. El pueblo poco a poco regresa a la calma y se prepara para el año nuevo. Quedan dos días para el 31 y a los organizadores se les renueva el ciclo de mantener viva la tradición. La petición de los más fieles: lograr crear la casa museo que aloje la historia de cada 28, así como elevar la festividad a Patrimonio Cultural Intangible de la Humanidad. Muchos son los deseos. También mucha es la unión de sectores. Saben que la continuidad de la memoria depende de cada uno de ellos.

Ganadores en la categoría Fantasía Monumental: Tierra de libélulas (derecha) y Kolé Moza (izquierda). Foto: Dubraska Vargas

Ganadores en la categoría Fantasía Monumental: Tierra de libélulas (izquierda) y Kolé Moza (derecha). Fotos: Dubraska Vargas

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El Niño Jesús Criollo (en la actualidad)

Un sueño de año nuevo en Petare (Emilita Rondón) – Museo de Petare Bárbaro Rivas

El Niño Jesús Criollo (en la actualidad)

Por Guillermo Ramos Flamerich

A Don Papelón

Si el Niño Jesús naciera en la Venezuela de estos días, algunas cosas diferirían de la historia tradicional. María y José en la playa, acurrucados se encontrarían, en pleno disfrute del tiempo vacacional.

Pero al llegar al terminal, buscando pasaje de retorno, un tajante «No» les negará el regreso a la capital.

Ni líneas piratas de buses, nada por el estilo, mucho menos pasajes de avión, esos sí que han aumentado. Todo está colapsado y María algo empieza a sentir, son las patadas del niño que antes de tiempo quiere salir.

De hospital en hospital deambulan, a ver quién quiere ayudar. En un rinconcito alejado, un médico recién graduado el parto quiere atender. No están todos los insumos, pero algo se tiene que hacer.

El Niño Jesús ha nacido, y la Estrella de Belén se ha convertido en un estado del Facebook que, con foto del neonato, José ya ha colocado. No falta el que comente y diga en doble sentido: «José, no parece hijo tuyo. Ese bebé está muy bello. Además he visto a María picándole el ojo a su jefe. ¡No vaya a ser que a este cazador le hayan metido gato por liebre!».

De regreso en Caracas, el niño recibe visitas. Los Reyes del Mototaxi, vienen desde Petare. Cada cual tiene un regalo, pero hay uno particular. Es así como el bebé obtiene su primer celular, para que dentro de poco sepa lo que es chatear.

Pero José está preocupado, no sabe dónde vivir con María. La casa de su madre de hermanos está repleta y cuando busca algún sitio para alquilar, el dueño siempre responde: «No, que va. Tremenda vaina me quieres echar. Con la nueva Ley de Inquilinato nunca me vas a pagar, y si se me ocurre sacarte, te conviertes en invasor. Anótate en Misión Vivienda a ver si te ganas ese Kino. Lo último que se pierde es la esperanza, así le dije a mi anterior inquilino».

El niño ya tiene un año, la Cruz del Ávila brilla. José con la carpintería, y dos oficios más; María es buhonera, de las que vende Harina Pan. Ni chinchorro ni pepitas de oro; nada de alpargatas; el liqui-liqui no está planchado; el cogollo está en el gobierno y lo único que ha cambiado es que los pañales están más caros.

FIN

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Perfiles: Eurípides y Rincón González

Eurípides y Rincón González

Eurípides y Rincón González

Por Guillermo Ramos Flamerich

No se consigue un gaitero, en el sector de Veritas,

que haga gaitas tan bonitas como Eurípides Romero.

Ricardo Cepeda en Alegres Gaiteros (Ofrenda al folklore zuliano, 1979)

El pésame que me estáis dando te lo agradezco de corazón,

dáselo también a la nación y a la Chinita que está llorando

y a esa dama íngrima sollozando: la guitarra de Rincón.

Víctor Hugo Márquez en homenaje a Rafael Rincón González (2012)

Existen los que hacen de la cotidianidad un arte. Quienes suman todos los sentidos de una tierra en específico y, partiendo de ella, plasman un legado tan local que es universal. Esto ocurrió con Rafael Rincón González, «pintor musical del Zulia» y con el «gaitero mayor», Eurípides Romero. Ambos fallecidos en los inicios de 2012 (Rincón el 15 de enero; Romero el 2 de marzo). Ya ancianos y con carreras prolíficas, dejaron una vasta obra y vidas que sobrepasaron las ocho décadas, algo no muy común en la ajetreada y guapachosa duración de los cantores del Zulia.

«No quisiera perturbar la dulce paz de tu nido, con la luna yo he venido a ofrendarte mi corazón», esa frase de la danza Soberana evoca imágenes que nunca he vivido, pero que recuerdo. No conozco la ciudad de Maracaibo, pero por alguna razón la logro imaginar tutelada por la noche, con el clima tropical haciendo de las suyas y una colorida casa de El Saladillo con sus ventanas abiertas, por donde pasan las melodías de la guitarra y voz de Rincón González, haciendo que la dueña de sus cantares despierte y ame.

En el repertorio de este bardo aparece retratado todo Zulia, desde las escenas costumbristas de los Pregones zulianos o Maracaibo florido; la humorística Chinquita; las bonitas: Linda Guajirita, Maracaibera, Besos inocentes; y esa gaita, clásica ya, que nos cuenta el lago de Maracaibo y sus «aguas de seda». Como coletilla debo escribir que fueron más de seiscientas composiciones, interpretadas hasta por la Filarmónica de Londres. Rafael Rincón González conjugó la tradición de una región con la amable estampa de un viejito serenatero que seguía activo en la música, adaptando su obra a quienes buscaron reinterpretarlo.

Y entonces terminó enero, pasó febrero, comenzó marzo y falleció, de 89 años, Eurípides Romero. Sastre, conductor-cantor de carritos por puesto, ejecutante del acordeón, amigo de Ricardo Aguirre y compositor de canciones que todos los años siguen sonando como si fueran novedad: El Negrito fullero (una especie de semblanza autobiográfica), esa que dice «Maracaibo se emociona con su Fiesta decembrina, se escucha en cada esquina sus parranderos cantando…», La vivarachera, La sandunguera, además de composiciones en otros géneros aparte de la gaita. Con nombre de poeta trágico y apellido criollo, nos dijo de manera alegre y pegajosa que: «La gaita vieja es famosa por música y poesía, por eso es que todavía el Zulia la canta y goza…». Don Eurípides convirtió la anécdota en verso y el verso en canciones que nos seguirán divirtiendo a pesar de su partida terrenal.

Estos dos «valores zulianos», son del Zulia y de la nación. Son parte del ser venezolano, de esa parte buena de nosotros que –muchas veces– no queremos recordar. Sus sentimientos sencillos y populares se convirtieron en ofrendas a una tierra y su gente. Queda en todos nosotros hacerles el justo reconocimiento, no solo con los típicos homenajes que se conciben para ilustres fallecidos, sino queriendo lo que somos, indagando sobre ello. Entendiendo que «ser universal» nace de la sencillez de los recuerdos que forman nuestra vida y gentilicio.

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Gaita protesta, gaita mía

Los «Cardenales del Éxito», durante años, se convirtieron en cultores de la gaita protesta en nuestro país

Gaita protesta, gaita mía

Por Guillermo Ramos Flamerich

Publicado originalmente en el blog Planta Baja el 7 de diciembre de 2009

En Venezuela, la gaita es sinónimo de Navidad. Junto con las hallacas, pan de jamón, ponche crema y los aguinaldos (tanto el monetario como el musical), es máxima representante de esta fiesta tradicional. La gaita es también sinónimo de protesta, empezando por las de su región originaria, el Zulia. Así lo expresa en uno de sus versos el himno de los gaiteros, la «Grey zuliana», del monumental Ricardo Aguirre: «Madre mía, si el Gobierno no ayuda al pueblo zuliano, tendréis que meter la mano y mandarlo pa’ el infierno». El alto costo de la vida, la centralización de los servicios, corrupción han sido algunos de los tópicos que ha utilizado este género para dar a conocer los reclamos de la sociedad.

En razón de todo esto, en los últimos años la gaita protesta en Venezuela ha mermado. Autocensura, adecuación a las nuevas leyes y panorama político han opacado esta forma de reclamo. La producción de temas que denuncian problemas sociales, políticos y económicos son cada vez menores. Esto contrasta con el boom de gaitas protesta presentando entre los años 2000 y 2004. Piezas enigmáticas como «Aló Presidente», «La Ley Mordaza», «Pinocho», «Se va, se va» lograron un apogeo tal que durante dos años seguidos se compiló un disco compacto denominado Las gaitas que a él no le gustan, canciones todas llenas de auténtica queja. Pero algo en el ambiente cambió. La gran interrogante que produce esta realidad: ¿Venezuela está en una situación de felicidad casi utópica, donde no existe disconformidad? O por lo contrario, ¿cada vez existen mayores dificultades, pero el campo de acción para dar a conocer disgustos, fijar posición en algo, o elegir el rumbo que queremos para el país es cada vez menor?

 Escuchar, componer y utilizar los géneros musicales tradicionales y populares como forma de reclamar a los gobernantes de turno los problemas que agobian al ciudadano, son parte del derecho a elegir. La protesta es algo nato del ser venezolano. Callar, dejar pasar, sólo coartan la posibilidad de llevar a nuestra sociedad por un sano rumbo.

Gaiteros de mi patria: sigamos el ejemplo de aquellos que protestaron y dieron las más bellas notas de reclamo. Parafraseando el nombre de viejas gaitas, sólo puedo decir que La gaita no ha muerto, pues en esta Tierra zuliana, la Gaita entre ruinas nunca estará, son un Canto a Venezuela y una Imploración a nuestra Reina Morena.Gaita protesta: revive, pues Venezuela te necesita con más energía que nunca ante tantos estragos que nos agobian.

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Navidad: uno y seis motivos

Nacimiento por Francisca Molina (Maracay, estado Aragua)

Navidad: uno y seis motivos

Por Guillermo Ramos Flamerich

Uno

Cuando hablamos de la Navidad siempre estamos evocando algo. Deseando. Otras veces, dejamos la reflexión a un lado y las efusivas compras marcan el ritmo de la celebración. Mientras escribo, espero insistentemente a que esté lista una hallaca hecha en casa. Este año no sólo «la mejor hallaca es la de mi mamá», también el mejor pan de jamón. Es algo que agradezco profundamente. Degustar nuestra cocina decembrina es uno de mis pasatiempos preferidos, sólo comparado con el de escuchar a toda corneta la música especial de estas fechas. Venga de cualquier región del país o cualquier lugar del mundo, todas tienen algo especial: creen en la humanidad, su porvenir y en fiestones que duren hasta mediados de año.

Sobre la Navidad se pueden escribir miles de cuartillas. Se han escrito millones. Todas coinciden. Publicar deseos de abundancia para el año entrante y párrafos acerca de la importancia de la familia, no agregaría nada nuevo. Eso sí, siempre quedan bien un final con: ¡Feliz Navidad y próspero año nuevo tal!

De niño uno pregunta demasiadas cosas. ¿Quién trae los regalos en Navidad, San Nicolás o el Niño Jesús? Mi mamá me decía que los dos. ¿Si son los dos en dónde los lleva el Niño Jesús? La respuesta concedida por mi progenitora no la recuerdo. Me llega a la mente un Niño Jesús levitando por Caracas junto con regalos flotantes que aparecen y desaparecen. San Nicolás no es de aquí. Pero puedo jurarlo que una vez lo vi. El se escondió, salió corriendo con las galletas y se tomó el vaso de leche que le dejé. Escuché sus pasos, observé la huida. Quizás el exceso de películas norteamericanas produjeron aquella alucinación, pero el vago recuerdo aún late.

La hallaca está servida, «la inmutable hallaca» como dijo alguna vez Job Pim. Dispongo a comerla. Pero antes, coloco en la computadora un repertorio de gaitas y aguinaldos. Le tocó empezar al Orfeón Universitario con Que ronque el furruco. Buen inicio. Más allá de meditar sobre diciembre y sus costumbres, espero puntualizar algunos motivos que identifican o han identificado la Navidad en Venezuela.

Seis motivos

–       El Orfeón Lamas: Agrupación pionera del movimiento coral venezolano. Establecido en 1930, con una duración aproximada de tres décadas. Vicente Emilio Sojo, su fundador, se convertirá en la gran figura de la música académica de la primera mitad de nuestro siglo XX. Durante años, las tardes en la Santa Capilla servirán para congregar músicos de la talla de: Antonio Estévez, Inocente Carreño, Victor Guillermo Ramos, Gonzalo y Evencio Castellanos, Antonio Lauro, Carmen Liendo, Teo Capriles, entre otros. Además de los coros de las hermanas Dovale y Díaz.

Más allá de la propia historia del orfeón, parte del legado que deja la institución y la figura del Maestro Sojo, fue el rescate de aguinaldos venezolanos del siglo XIX. Canciones como: Niño Lindo, Espléndida Noche, De Contento, Tun Tun y Si acaso algún vecino, fueron recuperadas del olvido. Sus compositores: Ricardo Pérez, Rafael Izaza y Rogerio Caraballo, recobraron nueva vida.

–       Gaitas del Zulia y de la nación: A finales de los años cincuenta la diatriba entre aguinaldos y gaitas se da inicio. Se teme la desaparición paulatina de villancicos y aguinaldos. El género llegado del Zulia hasta la región central se populariza. Saladillo, Cardenales del Éxito, Estrellas del Zulia, Compadres del Éxito, luego Guaco, Maracaibo 15 y Gran Coquivacoa, acompañarán las fiestas no sólo con composiciones a la zulianidad, también a la jocosidad y parranda. Tanto es el furor gaitero que artistas populares como Simón y Joselo Díaz se encargaran de grabar sus propias versiones. Sobre el origen de la gaita existen diversas teorías. Proviene de la mezcla de culturas, es popular, eso sí es de pública notoriedad.

–       Fiestas populares: Diciembre está lleno de manifestaciones mezcladas entre la tradición pagana y cristiana. Con el proceso de mestizaje, Venezuela ha creado festividades propias a la idiosincrasia de su pueblo. Entre estas, destacan: la Paradura del Niño (entre el 24 de diciembre y 2 de febrero, sobre todo en los estados Táchira, Mérida y Trujillo); los Pesebres vivientes y Pastores (24 de diciembre, estados Portuguesa y Carabobo); Santo Niño de Mocao (24 de diciembre, estado Mérida); Regreso de El Pascualito (24 de diciembre, estado Anzoátegui); Locos y Locainas (28 de diciembre, estados Mérida, Trujillo, Portuguesa, Lara y Falcón); Los Zaragozas (28 de diciembre, estado Lara); El Baile del mono (28 de diciembre, estado Monagas); Gobierno de las mujeres (28 de diciembre, estado Vargas); Quema del año viejo (31 de diciembre, estados Táchira y Mérida); así como la llegada de los Reyes Magos a comienzos de año, el 6 de enero, fiesta que inicia el cierre de las festividades, concluidas finalmente el 2 de febrero, día de la Virgen de la Candelaria.

–       La Cruz del Ávila: Llena de alegría las noches caraqueñas en Navidad. Desde que se encendió por primera vez en 1963, es símbolo de la ciudad de fin de año. Observarla ya es para mí un ritual. Sobre todo si la veo cuando cruzo el distribuidor El Pulpo. El alumbrado del Estadio Universitario, las luces de los edificios de Caracas y, en el fondo, como flotando, la cruz. Ahora de bombillos blancos, es la tranquilidad en una urbe caótica.

–       Pacheco y el San Nicolás de Cota Mil: Durante años era Pacheco el que anunciaba la llegada del frío a Caracas, también de la Navidad. El vendedor de flores procedente de Galipán, entraba a la ciudad justo cuando comenzaban las bajas temperaturas. Gracias a él se popularizó «Llegó Pacheco» como sinónimo del inicio de los días fríos. Ya el clima no es el mismo, tampoco la frase es tan utilizada como en el pasado. La llegada de la Navidad, quizás del frío, la anuncia actualmente Ramón Canela. Desde hace más de una década, todos los primero de diciembre, viste de San Nicolás y se aposta en la Cota Mil durante la mañana y desde allí intenta radiar su espíritu navideño a los conductores de la vía expresa. Con más de sesenta años en Venezuela (es de origen español) busca «regalar alegría» a los caraqueños.

–       La nieve del trópico: La Plaza Venezuela albergó, durante varios años, un arbolito de Navidad gigante. De día no era vistoso, de noche pura luz. Con la onda «nacionalista» del gobierno de turno, del arbolito sólo quedaron fotografías y recuerdos. En las instituciones del Estado se prohibió el uso de adornos foráneos a nuestras tradiciones. Despidiéndose así: muñecos de nieve, renos, San Nicolás, muérdagos y pinos artificiales. Sobre la ridiculez de nieve artificial, muñecos de nieve de plástico o chimeneas de mentira en esta tierra marcada por el sol, muchos de nuestros intelectuales han escrito. También la transculturización es una palabra presente al analizar como preferimos el arbolito navideño al pesebre ideado por San Francisco de Asís, allá por el siglo XIII.

Es importante entender nuestras tradiciones, vivirlas y quererlas, pero la base de este amor no puede ser la negación de otras costumbres que ya han hecho raíz en nosotros. Los venezolanos somos mezcla y añadidura de todo el que haya llegado a estas tierras. Existen muchas formas de vivir nuestra cultura, integrarla es enriquecerla. Eso sí, siempre salvaguardando lo que nos han legado nuestros ancestros y manteniendo el buen gusto y decoro a la hora de embellecer la fecha, sea Navidad o cualquier otra.

Pesebre – Eloisa Torres (Escuque, estado Trujillo)

Un octavo motivo, la Navidad de los Campos, por Aquiles Nazoa:

Para el pueril pesebre

de la pascua en la aldea,

un Fra Angélico niño

juega a pintar la tierra.

Y con tan dulce apego

pintó la navidad,

que la empezó por juego

y le salió verdad.

Arriba, un cielo diáfano

con nubes de inocencia

y un pueblo al horizonte

donde las torres sueñan.

De pascuales colores

construyó su pincel

una escala de flores

para el ángel Gabriel.

Y abajo, en infinita

distancia de praderas,

echadas como lagos,

las apacibles bestias.

Dos palomitas blancas

pintó en vuelo también,

y eran José y María

camino de Belén.

¡Oh campesinas pascuas

en que el mundo regresa

a los simples colores

de un dibujo de escuela!

Navidad de los siete

corderitos que van

regados por el campo

¡como migas de pan!

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