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De cómo Vicente Emilio Sojo rescató al «Niño lindo»

Vicente Emilio Sojo, aquí en una foto de 1973, fue tanto un renovador como un protector del pasado musical de Venezuela.

De cómo Vicente Emilio Sojo rescató al «Niño lindo»

Por Guillermo Ramos Flamerich

A ti que en estos días decembrinos has montado el arbolito y el pesebre, decorado la casa con tus familiares—juntos o a la distancia—y que quizás estés ayudando a la pequeña del hogar a que toque los primeros acordes del «Niño lindo». A ti a quien la temporada navideña sabe a hallacas y te has dado cuenta de que suena de una manera singular. Es a ti a quien quiero contarte la historia de cómo muchos de los aguinaldos venezolanos estuvieron a punto de perderse. 

Si se salvaron fue por el empeño de un maestro y sus discípulos en las primeras décadas del siglo XX.

Al evocar el nombre de Vicente Emilio Sojo lo primero que recuerdo es la veneración que le tenía mi abuela Dilia. Por eso desde muy pequeño empecé a conocer sobre esta figura casi mítica de bigote de morsa y mirada perdida en la concentración, como lo había dibujado Reinaldo Colmenares, un vecino pintor a quien mi abuela le había encomendado los retratos de mi abuelo Víctor Guillermo y su hermano Pedro Antonio Ramos junto al Maestro Sojo en medio de los dos, como si fuera un integrante principal de la familia. En la biblioteca familiar encontré uno que otro libro con su obra y hasta un cómic acerca de su vida. En los álbumes familiares también estaba presente. Sabía que era un músico, pero su importancia se fue revelando poco a poco mientras más me interesaba en mi identidad como venezolano.

Vicente Emilio Sojo nació el 8 de diciembre de 1887 en Guatire. Este lugar, reconocido por la Parranda de San Pedro y su «conserva de cidra», ha sido cuna de poetas, políticos y de dos personajes esenciales para entender la historia musical del país. El primero de ellos fue Pedro Palacios y Sojo, el «Padre Sojo», un sacerdote que a mediados de la década de 1780 fundó la Escuela de Chacao, donde formó a una generación de músicos que vivieron el paso entre la colonia, la independencia y el nacimiento de la república. El otro Sojo, Vicente Emilio –aunque sin relación familiar– tuvo la triple tarea de salvaguardar el patrimonio, formar a una nueva generación y modernizar la música académica venezolana.

Vicente Emilio Sojo en una foto de 1944 perteneciente a la colección de Dilia Díaz Cisneros.

Sojo se había criado en una familia de músicos. Su abuelo Domingo Castro, además de soldado en la Guerra Federal era el autor de esa canción que reza: «¡Oligarcas temblad, viva la libertad!», tan manoseada en las últimas décadas. Antes de cumplir los diecinueve Vicente Emilio partió a Caracas para continuar con sus estudios en la Escuela de Música y Declamación.

El aguinaldo: entre lo divino y lo profano

Eran los primeros días de diciembre de 1999 cuando mi papá recibió una llamada de mi abuela pidiéndole que le acompañara a la Fundación Vicente Emilio Sojo. Acababan de publicar el álbum Aguinaldos venezolanos del siglo XIX, una recopilación de 28 canciones grabadas por el Orfeón Lamas bajo la dirección del Maestro Sojo. A los días, pude revisar el disco junto a ella, mi papá y mis tíos. Eran canciones que yo había escuchado en el colegio, en la televisión. Entonces le pregunté: ¿qué tiene de especial este disco? Mi abuela se sentó a mi lado y abrimos juntos el cuadernillo que venía inserto en el estuche y empezó a leérmelo. En un breve ensayo, el musicólogo Felipe Sangiorgi nos contaba que el aguinaldo tradicional venezolano tenía como origen el villancico español, pero en el siglo XIX había adquirido características muy propias.

El aguinaldo tomó elementos de la danza y contradanza; luego se fue mezclando con el esquema rítmico del merengue y la guasa; y en su ejecución integró instrumentos populares.

Asimismo, se pueden dividir en dos grupos: los «divinos» –«Cantemos alegres», «Nació el redentor», «Espléndida noche»– y los «profanos» o de parranda –«Si acaso algún vecino», «Tuntún», «Parranda»–. El auge del aguinaldo venezolano comenzó en las décadas finales del siglo XIX gracias a las composiciones de Ricardo Pérez, Rogerio Caraballo, Ramón Montero y Rafael Izaza. Aunque permanecen desconocidos los autores de canciones que se harían tan populares como «Niño lindo» o «La jornada» (Din, din, din, es hora de partir…). Porque, así como tuvieron su apogeo en las noches de fiesta decembrina, con los grupos que se reunían a tocar en las plazas e iglesias de nuestras pequeñísimas ciudades, los aguinaldos parecían no tener lugar en la Venezuela de intensos cambios del siglo XX. Mientras el país iba dando pasos en su camino hacia una modernidad deseada, se desdeñaba su pasado rural.

En 1928, el divertimento de emular a un coro de cosacos que había estado de visita en Caracas llevó a Vicente Emilio Sojo, junto a Juan Bautista Plaza, los hermanos Calcaño y Moisés Moleiro, a fundar el Orfeón Lamas. En 1930 presentaron su primer concierto oficial y en paralelo estaban fundando la Orquesta Sinfónica Venezuela. En la primera etapa se dedicaron a representar piezas del repertorio clásico universal y algunas composiciones propias. Para ese entonces Sojo ya era el creador de un Himno a Bolívar (1911); la Misa cromática (1923) y Palabras de Cristo en el calvario (1925), entre las más resaltantes. En la Escuela Superior de Música fue el mentor de la generación que produjo obras como la Cantata Criolla (de Antonio Estévez), Margariteña (de Inocente Carreño) y Santa Cruz de Pacairigua (de Evencio Castellanos). En la casona contigua a la Santa Capilla se formaron músicos como Blanca Estrella de Méscoli, Antonio Lauro, Ángel Sauce, Gonzalo Castellanos, Teo Capriles, Víctor Guillermo Ramos, Rhazes Hernández López y Pedro Antonio Ríos Reyna. Estos fueron algunos de los representantes de la llamada «Escuela nacionalista» en la música académica venezolana.

El rescate de «Niño lindo»

No sé si Sojo estaba pensando en construir un puente entre la tradición y la modernidad cuando en 1937 comenzó, junto a sus discípulos, la recopilación, transcripción y armonización de canciones populares venezolanas del siglo XIX y comienzos del XX. En esta labor logró salvar unas doscientas, cincuenta de ellas pertenecientes al repertorio de aguinaldos. La misión era conservarlas lo más fiel posible al deseo de sus autores y a cómo se interpretaron en su tiempo. Para ello se apoyó en su alumno Evencio Castellanos, quien precisaba detalles en el piano.

El 24 de diciembre de 1938, en la Santa Capilla, Sojo realizó un primer concierto con el Orfeón Lamas dedicado a los aguinaldos venezolanos. Durante dos décadas fue tradición la realización de tres presentaciones anuales: la primera el 20 de diciembre en la Escuela Superior de Música, y las otras, el 25 de diciembre y 1 de enero, en la Basílica de Santa Teresa. También había presentaciones especiales fuera de la capital.

Después de casi una década de trabajo de campo y revisión de manuscritos, Sojo publicó el primer cuaderno de Aguinaldos populares y venezolanos para la Noche Buena (1945), con piezas recogidas en San Pedro de los Altos, estado Miranda. Al año siguiente apareció un segundo cuaderno y las canciones fueron teniendo pegada e interpretadas por nuevas agrupaciones y solistas, dejando a un lado el olvido y convirtiéndose en referente de la Navidad venezolana.

El escritor cubano Alejo Carpentier dijo en 1951: «Suerte tiene Venezuela de conservar una tradición que le viene de muy lejos, y haber tenido músicos que a tiempo se aplicaron a anotar, armonizar, editar, lo que el debilitamiento de una tradición oral ha dejado de perderse, irremisiblemente, en otros países».

Revisando con mi abuela las fotos del cuadernillo, encontramos una donde salía por entero el orfeón. En la segunda fila, a un extremo, se dejaba ver una muchacha que se parecía a ella. Era ella. Aunque por poco tiempo, mi abuela Dilia había sido parte del Orfeón Lamas, y allí conoció a mi abuelo Víctor Guillermo. Resulta ser que el padrino de la boda había sido el Maestro Sojo.

El aprecio y devoción por su figura siempre estuvo presente en ellos. Vicente Emilio Sojo, el de las dos artes: el de la música y el de vivir con dignidad, como lo definió Ramón J. Velásquez, viajó por primera vez a Europa al llegar a la vejez y con el inicio de la democracia en 1958 fue electo senador. Falleció a los 86 años, el 11 de agosto de 1974. De cumplirse lo que escuchábamos en la infancia, seguramente ese diciembre fue a cenar al Cielo, invitado por el «Niño lindo» como forma de agradecimiento por resguardar los sonidos de la Nochebuena.

*Publicado originalmente en Cinco8 el 23 de diciembre de 2021

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Navidad: uno y seis motivos

Nacimiento por Francisca Molina (Maracay, estado Aragua)

Navidad: uno y seis motivos

Por Guillermo Ramos Flamerich

Uno

Cuando hablamos de la Navidad siempre estamos evocando algo. Deseando. Otras veces, dejamos la reflexión a un lado y las efusivas compras marcan el ritmo de la celebración. Mientras escribo, espero insistentemente a que esté lista una hallaca hecha en casa. Este año no sólo «la mejor hallaca es la de mi mamá», también el mejor pan de jamón. Es algo que agradezco profundamente. Degustar nuestra cocina decembrina es uno de mis pasatiempos preferidos, sólo comparado con el de escuchar a toda corneta la música especial de estas fechas. Venga de cualquier región del país o cualquier lugar del mundo, todas tienen algo especial: creen en la humanidad, su porvenir y en fiestones que duren hasta mediados de año.

Sobre la Navidad se pueden escribir miles de cuartillas. Se han escrito millones. Todas coinciden. Publicar deseos de abundancia para el año entrante y párrafos acerca de la importancia de la familia, no agregaría nada nuevo. Eso sí, siempre quedan bien un final con: ¡Feliz Navidad y próspero año nuevo tal!

De niño uno pregunta demasiadas cosas. ¿Quién trae los regalos en Navidad, San Nicolás o el Niño Jesús? Mi mamá me decía que los dos. ¿Si son los dos en dónde los lleva el Niño Jesús? La respuesta concedida por mi progenitora no la recuerdo. Me llega a la mente un Niño Jesús levitando por Caracas junto con regalos flotantes que aparecen y desaparecen. San Nicolás no es de aquí. Pero puedo jurarlo que una vez lo vi. El se escondió, salió corriendo con las galletas y se tomó el vaso de leche que le dejé. Escuché sus pasos, observé la huida. Quizás el exceso de películas norteamericanas produjeron aquella alucinación, pero el vago recuerdo aún late.

La hallaca está servida, «la inmutable hallaca» como dijo alguna vez Job Pim. Dispongo a comerla. Pero antes, coloco en la computadora un repertorio de gaitas y aguinaldos. Le tocó empezar al Orfeón Universitario con Que ronque el furruco. Buen inicio. Más allá de meditar sobre diciembre y sus costumbres, espero puntualizar algunos motivos que identifican o han identificado la Navidad en Venezuela.

Seis motivos

–       El Orfeón Lamas: Agrupación pionera del movimiento coral venezolano. Establecido en 1930, con una duración aproximada de tres décadas. Vicente Emilio Sojo, su fundador, se convertirá en la gran figura de la música académica de la primera mitad de nuestro siglo XX. Durante años, las tardes en la Santa Capilla servirán para congregar músicos de la talla de: Antonio Estévez, Inocente Carreño, Victor Guillermo Ramos, Gonzalo y Evencio Castellanos, Antonio Lauro, Carmen Liendo, Teo Capriles, entre otros. Además de los coros de las hermanas Dovale y Díaz.

Más allá de la propia historia del orfeón, parte del legado que deja la institución y la figura del Maestro Sojo, fue el rescate de aguinaldos venezolanos del siglo XIX. Canciones como: Niño Lindo, Espléndida Noche, De Contento, Tun Tun y Si acaso algún vecino, fueron recuperadas del olvido. Sus compositores: Ricardo Pérez, Rafael Izaza y Rogerio Caraballo, recobraron nueva vida.

–       Gaitas del Zulia y de la nación: A finales de los años cincuenta la diatriba entre aguinaldos y gaitas se da inicio. Se teme la desaparición paulatina de villancicos y aguinaldos. El género llegado del Zulia hasta la región central se populariza. Saladillo, Cardenales del Éxito, Estrellas del Zulia, Compadres del Éxito, luego Guaco, Maracaibo 15 y Gran Coquivacoa, acompañarán las fiestas no sólo con composiciones a la zulianidad, también a la jocosidad y parranda. Tanto es el furor gaitero que artistas populares como Simón y Joselo Díaz se encargaran de grabar sus propias versiones. Sobre el origen de la gaita existen diversas teorías. Proviene de la mezcla de culturas, es popular, eso sí es de pública notoriedad.

–       Fiestas populares: Diciembre está lleno de manifestaciones mezcladas entre la tradición pagana y cristiana. Con el proceso de mestizaje, Venezuela ha creado festividades propias a la idiosincrasia de su pueblo. Entre estas, destacan: la Paradura del Niño (entre el 24 de diciembre y 2 de febrero, sobre todo en los estados Táchira, Mérida y Trujillo); los Pesebres vivientes y Pastores (24 de diciembre, estados Portuguesa y Carabobo); Santo Niño de Mocao (24 de diciembre, estado Mérida); Regreso de El Pascualito (24 de diciembre, estado Anzoátegui); Locos y Locainas (28 de diciembre, estados Mérida, Trujillo, Portuguesa, Lara y Falcón); Los Zaragozas (28 de diciembre, estado Lara); El Baile del mono (28 de diciembre, estado Monagas); Gobierno de las mujeres (28 de diciembre, estado Vargas); Quema del año viejo (31 de diciembre, estados Táchira y Mérida); así como la llegada de los Reyes Magos a comienzos de año, el 6 de enero, fiesta que inicia el cierre de las festividades, concluidas finalmente el 2 de febrero, día de la Virgen de la Candelaria.

–       La Cruz del Ávila: Llena de alegría las noches caraqueñas en Navidad. Desde que se encendió por primera vez en 1963, es símbolo de la ciudad de fin de año. Observarla ya es para mí un ritual. Sobre todo si la veo cuando cruzo el distribuidor El Pulpo. El alumbrado del Estadio Universitario, las luces de los edificios de Caracas y, en el fondo, como flotando, la cruz. Ahora de bombillos blancos, es la tranquilidad en una urbe caótica.

–       Pacheco y el San Nicolás de Cota Mil: Durante años era Pacheco el que anunciaba la llegada del frío a Caracas, también de la Navidad. El vendedor de flores procedente de Galipán, entraba a la ciudad justo cuando comenzaban las bajas temperaturas. Gracias a él se popularizó «Llegó Pacheco» como sinónimo del inicio de los días fríos. Ya el clima no es el mismo, tampoco la frase es tan utilizada como en el pasado. La llegada de la Navidad, quizás del frío, la anuncia actualmente Ramón Canela. Desde hace más de una década, todos los primero de diciembre, viste de San Nicolás y se aposta en la Cota Mil durante la mañana y desde allí intenta radiar su espíritu navideño a los conductores de la vía expresa. Con más de sesenta años en Venezuela (es de origen español) busca «regalar alegría» a los caraqueños.

–       La nieve del trópico: La Plaza Venezuela albergó, durante varios años, un arbolito de Navidad gigante. De día no era vistoso, de noche pura luz. Con la onda «nacionalista» del gobierno de turno, del arbolito sólo quedaron fotografías y recuerdos. En las instituciones del Estado se prohibió el uso de adornos foráneos a nuestras tradiciones. Despidiéndose así: muñecos de nieve, renos, San Nicolás, muérdagos y pinos artificiales. Sobre la ridiculez de nieve artificial, muñecos de nieve de plástico o chimeneas de mentira en esta tierra marcada por el sol, muchos de nuestros intelectuales han escrito. También la transculturización es una palabra presente al analizar como preferimos el arbolito navideño al pesebre ideado por San Francisco de Asís, allá por el siglo XIII.

Es importante entender nuestras tradiciones, vivirlas y quererlas, pero la base de este amor no puede ser la negación de otras costumbres que ya han hecho raíz en nosotros. Los venezolanos somos mezcla y añadidura de todo el que haya llegado a estas tierras. Existen muchas formas de vivir nuestra cultura, integrarla es enriquecerla. Eso sí, siempre salvaguardando lo que nos han legado nuestros ancestros y manteniendo el buen gusto y decoro a la hora de embellecer la fecha, sea Navidad o cualquier otra.

Pesebre – Eloisa Torres (Escuque, estado Trujillo)

Un octavo motivo, la Navidad de los Campos, por Aquiles Nazoa:

Para el pueril pesebre

de la pascua en la aldea,

un Fra Angélico niño

juega a pintar la tierra.

Y con tan dulce apego

pintó la navidad,

que la empezó por juego

y le salió verdad.

Arriba, un cielo diáfano

con nubes de inocencia

y un pueblo al horizonte

donde las torres sueñan.

De pascuales colores

construyó su pincel

una escala de flores

para el ángel Gabriel.

Y abajo, en infinita

distancia de praderas,

echadas como lagos,

las apacibles bestias.

Dos palomitas blancas

pintó en vuelo también,

y eran José y María

camino de Belén.

¡Oh campesinas pascuas

en que el mundo regresa

a los simples colores

de un dibujo de escuela!

Navidad de los siete

corderitos que van

regados por el campo

¡como migas de pan!

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