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#Opinión Venezuela, estas ruinas que ves

Venezuela, estas ruinas que ves

Collage digital obra del artista visual Francisco Bassin.

Venezuela, estas ruinas que ves

Por Guillermo Ramos Flamerich

Es un domingo a pocas horas de finalizar. En la televisión aparece una imagen conocida. La más común desde mi infancia. El candidato del oficialismo celebra su «victoria electoral» desde las afueras del Palacio de Miraflores. Habla de la revolución y que ahora todo va a mejorar. Que llegó el momento para convocar a todo el país. Esto justo después de insultar a sus adversarios; develar conspiraciones y decir que gobernará mucho tiempo más.

Pero este domingo 20 de mayo de 2018 las cosas fueron diferentes. No hay que venir del futuro ni ser brujo para palpar otro signo del ocaso histórico de una época. Nicolás Maduro, electo por menos de 1/3 de los venezolanos (según resultados oficiales) era anunciado como presidente reelecto para el sexenio 2019-2025. La bulla y la música a todo volumen a las afueras del palacio presidencial, solo buscaban tapar un secreto a voces, el gran derrotado no era solo Maduro, también la Revolución Bolivariana como alternativa, como sistema y como imaginario.

En Venezuela se dio una especie de profecía autocumplida, pero no solo por una elección que fue convocada por un órgano que no era el responsable del mismo (Asamblea Nacional Constituyente), ni por haber sido a destiempo. Tampoco por las irregularidades antes y durante el proceso. Sino porque todo lo que se denunciaba acerca de la Revolución Bolivariana, desde mucho antes de 1998, se ha ido convirtiendo en realidad. La propia Revolución Bolivariana también conocía su destino, y se armó y protegió para este momento. Cuando no tienen ni el fervor popular ni la legitimidad a lo interno y externo.

Se dijo que no eran democráticos. Nunca lo fueron. Se denunció que querían convertir a Venezuela en otra Cuba. Vamos peor. Se especuló sobre la maldad intrínseca de un discurso demagógico, nacido del resentimiento y el no reconocimiento de la diversidad. En eso ha derivado. Pero también el gobierno, desde los tiempos de Chávez, siempre argumentó que existía un plan internacional para derrocarlo. Que eran incómodos para las grandes potencias. Que el cerco era hasta militar… Al día de hoy, tenemos una comunidad internacional que ya no se fía en las cosas que diga o haga el régimen que ejerce el poder en Venezuela. Mientras este sistema político impere, no seremos ejemplo para nadie. Mucho menos para nosotros mismos.

Pero lo más importante no es que desde afuera nos vean como una dictadura. Es el sincerarnos como venezolanos. Colocábamos nuestras esperanzas en una «democracia imperfecta», en un pueblo contestatario y libre. Ya sabemos lo oprimido que estamos, lo poco, o nada, que vale nuestro voto, y las incongruencias y responsabilidades que debemos asumir en pleno.

También nos hemos dado cuenta que aunque tenemos cantidad de riquezas naturales y gente talentosa, la mayoría de esto sigue en posibilidades remotas. En esos sueños que solo sueños son, y no en una realidad concreta, marcada hoy por el hambre, la enfermedad y la muerte. Ese cambio espiritual que estamos transitando es duro, pero es necesario.

Considero que aunque la película del chavismo parece haber iniciado su etapa final, no sabemos cuánto durará esta. Sería muy desagradable decir cuánto tiempo más puede soportar no tanto Maduro, sino todo lo que él es y representa, en el poder. Lo que sí sabemos hoy es que cualquier posibilidad de cambio pasa por transformarnos a nosotros mismos y afrontar, con rigor, cabeza fría y pragmatismo, la necesidad de unificar los esfuerzos de todos los que queremos salir de esta pesadilla. Es imperante la unidad, porque la otra alternativa es la devastación.

Ya no está en juego un cargo o una cuota de un poder inexistente. Está en juego no solo nuestras vidas, sino las capacidades reales de superar esta crisis estructural como una nación en pleno. Nunca es tarde, pero mientras más temprano, mejor. Entramos en la crisis de las crisis, nadie puede pensar en esto como un trabajo fácil ni ameno. Pero hay que intentarlo desde lo mejor de nosotros mismos, asumiendo retos y venciendo dificultades.

Hagamos realidad ese pleno de existir como un todo, en Unidad, Virtud y Honor. No vaya a ser que nuestro himno nos siga desmintiendo y cual maldición eterna, debamos repetir en el tiempo que el vil egoísmo otra vez triunfó.

*Publicado originalmente en La Patilla, el 21 de mayo de 2018

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Trazar la ruta final

Cambio - Roberto Weil

Estos trazos de Roberto Weil expresan el anhelo de toda Venezuela.

Trazar la ruta final

Por Guillermo Ramos Flamerich

La muerte de Neomar Lander el pasado miércoles nos lleva a tantas preguntas como sentimientos de dolor e impotencia. ¿Cuántas más? Han sido muchas. Demasiadas. Y no solo me refiero a las que han ocurrido en 2017 o las de 2014. Nuestras ciudades están repletas de calles y esquinas que recuerdan a algún fallecido a manos de la violencia propiciada desde el Estado. Solo que por un tiempo fueron invisibles. Siempre resulta más fácil creer salvarse el pellejo con la indiferencia. Pasar agachado para que nada ocurra. Pero esta cosa horrible que vivimos siempre ha sido el accionar de la Revolución de las Miserias. Solo que desde hace un tiempo es mucho más que evidente. Construyeron una red de hamponaje, de cómplices y, creían ellos, que de esclavos. Pero más poderosa ha sido la conciencia democrática y el sentido de supervivencia de quienes se saben ciudadanos y no están dispuestos a claudicar ante nada ni nadie.

El gobierno ha perdido la noción de todo. Para ellos no hay país, solo son un parásito represor que se chupa todos los recursos que puede brindar esta tierra y que sonríe macabramente ante la miseria de los demás. No les importa nada, salvo el hecho de que cuando esto abandone el poder, lo que les espera es tan tenebroso que prefieren arriesgarlo todo. Es como un secuestrador que empieza a picar a su víctima por pedacitos, enseñando que no le teme a matar o a morir.

Mientras tanto, los venezolanos nos debatimos en una extraña cotidianidad, bipolar, agresiva e incierta. Siempre me pregunto, ¿cómo se vivía lo cotidiano durante los grandes conflictos de la humanidad? Siempre existirán momentos para reír, para compartir con la familia y los amigos, pero ese nudo en la garganta llamado situación país, no puede abandonar nuestras mentes y nuestros corazones. Además, el que hoy sea indiferente, solo puede haber perdido todo juicio y humanidad.

Es momento de definiciones. Porque el sistema perverso que tenemos ya está completamente definido. Tiene una bala para cada uno. Lo queramos o no, aquí nadie se salva si esto sigue. Ni tú, ni yo. Este momento lo es todo. Y si alguien viene con la cantaleta de que eso se dice todos los años, solo que vea a su alrededor. El siguiente paso unitario debe ser trazar las líneas de una ruta final. El final de esta tiranía, claro está. Y el comienzo de la Venezuela que está en nosotros. Suena difícil decir eso, accionar eso, pero las cosas se deben decir. El verbo construye realidades y el verbo, el pensamiento y la acción deben ser la tríada de toda lucha que se busque exitosa.

Ellos ya desafiaron con la fecha del 30 de julio. Son unas elecciones ilegales y chucutas que nadie se las cree. Pero allí están. El fantasma de la Constituyente nos acecha. Debemos impedir que esto ocurra y que ese logro sea otro hito de lo que se está por conquistar. La lucha cívica en las calles sí ha ido fracturando al régimen, pero siempre hay que seguir innovando. Si nos quedamos en el aparato, serán más los Neomar y más alejados los días de las definiciones.

Los actuales esfuerzos de resistencia contra la dictadura son innumerables. Desde activistas culturales, deportistas, apoyos internacionales, los constantes marchantes de cada convocatoria… Todo ello se debe articular con un sentido de urgencia y con unos valores claros que se deben repetir hasta el cansancio. ¿Por qué la Democracia? ¿Por qué la Libertad? ¿Por qué la solidaridad entre venezolanos? ¿Por qué la equidad? ¿Cómo se debe dar la reconciliación? No deben ser simples adornos conceptuales, sino las premisas de la hoja de ruta. En eso la dirigencia política tiene un gran compromiso, no solo ser reactivos, sino también ser reflexivos y pedagógicos. Pensar para actuar y aprender de ello.

Si la resistencia pacífica es para quebrar los pilares del régimen, también se deben seguir fomentando los puentes para que la estructura media de lo que hoy conforma la administración pública, pueda cruzar sin miedo desde el punto del oscuro presente a un futuro que se está por construir. Lleno de inquietudes pero siempre mejor que esto que tenemos. La lucha democrática es de todos, no de individualidades. Eso lo ha ido asimilando la sociedad y en esto todos estamos incluidos. Todos.

El pueblo de Venezuela, en ejercicio de sus poderes creadores e invocando la protección de Dios, el ejemplo histórico de nuestro Libertador Simón Bolívar y el heroísmo y sacrificio de nuestros antepasados aborígenes y de los precursores y forjadores de una patria libre y soberana; con el fin supremo de refundar la República para establecer una sociedad democrática, participativa y protagónica, multiétnica y pluricultural en un Estado de justicia, federal y descentralizado, que consolide los valores de la libertad, la independencia, la paz, la solidaridad, el bien común, la integridad territorial, la convivencia y el imperio de la ley para esta y las futuras generaciones.

Ese es el preámbulo de la Constitución de Venezuela. El gobierno hace rato que rompió y se burló de ese pacto. Cuando alguien pretende enterrar nuestros fundamentos como nación, la respuesta siempre será la rebeldía y el desconocimiento.

*Publicado originalmente por Polítika UCAB el 16 de junio de 2017

 

Les comparto este video que hice para Instagram. Hay que seguir y resistir:

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Transición venezolana, hablemos de la reconstrucción

Viñeta de Claudio Cedeño aparecida en el vespertino El Mundo, el lunes 1 de septiembre de 1958

Viñeta de Claudio Cedeño aparecida en el vespertino El Mundo el lunes 1 de septiembre de 1958.

Transición venezolana, hablemos de la reconstrucción

Por Guillermo Ramos Flamerich

«El próximo medio siglo ha de ser, necesariamente, el que cierre para nuestro país el recurrente ciclo de golpes y contragolpes, de cuartelazos y dictaduras, de rebeliones esperanzadas y de tenaces frustraciones. La vía que escogeremos será –ya lo hemos escogido hace cerca de un año– la constitucional y legal. Lo fundamental es que sea también el año que marque el inicio de la transformación profunda de la estructura venezolana», así despide 1959 el vespertino El Mundo en su editorial del miércoles 30 de diciembre. En el artículo le pide a los partidos ser más políticos para así dejar a un lado lo politiquero y a que se aparten del «pecado capital» de la mezquindad. También reconocen la voluntad existente para establecer un sistema democrático y lograr acuerdos mínimos de gobernabilidad.

Más de medio siglo después –entre doce gobiernos y varios desgobiernos– hoy nos debatimos no solo en cómo construir una democracia incluyente, renovada, de instituciones sólidas y coherentes, sino en cómo salir de una caricatura totalitaria que ya cuenta con 95 presos políticos (En datos del Foro Penal), igualmente inquisidora como corrupta, así como cruel y llena de un profundo odio por Venezuela. Al hambre de justicia y libertad se suma la fisiológica. Gente escarbando en la basura buscando de comer, niños con dolores de cabeza, náuseas y lágrimas por la falta de alimentos. Gente que hace colas a pesar del sol, de la lluvia, de la muerte. La vida en esta república ha dado paso solo a la existencia. Una triste y degenerada existencia, atemorizada cada día no solo por malandros, pranes y grupos violentos, también por la constante burla que desde la silla de Miraflores hace un hombre sin escrúpulos. Hora de ira y muerte esta, la de Nicolás Maduro. Tiempo de frustraciones y llantos cuando el futuro parece secuestrado. Pero es  también momento para seguir trabajando, superándonos y confiando con nuestro esfuerzo lo que será la transición y la reconstrucción.

La crisis no juega carrito

Un paraíso imaginado por la creencia de que éramos un país rico con recursos mal distribuidos encumbró a la Revolución Bolivariana. La incompetencia de sus primeros tres años se vio paradójicamente recompensada por una poderosa dirigencia opositora tan temeraria como suicida. Los precios petroleros subieron,  por ende la renta y todo pasó a las manos de una persona. No sé cuánto de carisma ni cuánto de petrodólares, ni cuánto de contexto internacional agregar a la receta de un Hugo Chávez erigido para continuar la nueva ola del socialismo en el mundo. Pero todo fue un fracaso. Ni se acabaron con los vicios de la democracia representativa, no se construyó una participativa y su solidez se centró en la renta y la fuerza de las armas. Es así como llegamos a un Nicolás Maduro más malo que maquiavélico, subestimado, burlado, odiado, de momentos temido, heredero y continuador de una destrucción que en este momento ya ha tocado las bases más profundas del país. Hay instantes en que el daño parece irreparable y que de tantas malas ideas puestas en práctica, de tantos inventos nefastos, solo queda partir.

Los que estamos convencidos de que Venezuela puede ser un país democrático, plural y próspero (la mayoría de los venezolanos), sabemos que el actual gobierno está en fase terminal. Se les acabó el tiempo histórico. Podrán seguir destruyendo, apresando y burlándose de los venezolanos, pero ya están cruzando la recta final. En etapa culminante, como promocionaban aquellas telenovelas que ya no producimos. El tema es que cada uno de esos capítulos finales, está lleno de sangre y amargura.

Transición a la venezolana

Estamos transitando en arenas movedizas. Mientras más rápido intentamos salir del lodo, más nos traga. Si nos relajamos también nos traga. Parece un recorrido imposible de superar, aún así hay que caminarlo, trotarlo, también correrlo. Siempre aparecen los ejemplos históricos de lucha no violenta en el mundo: desde Gandhi hasta Luther King, pasando por Mandela y hasta la misma caída del Muro de Berlín y la URSS. Son buenos ejemplos, los mejores, pero también hay que comprender que son de largo aliento y que más allá de reconocernos en ellos, también debemos vernos reflejados en lo que hemos sido como nación: el nosotros venezolano.

Si en 1936 miles de caraqueños salieron a las calles del centro de la ciudad a reclamar y exigir algo que no habían conocido en su vida: la Libertad. Si en 1946 otros cientos de miles hicieron del voto un instrumento de lucha irreversible y si en 1958 la dirigencia política decidió llegar a un acuerdo antes que caer en un conflicto y luchas estériles y mortales, los venezolanos de estas primeras décadas del siglo XXI tenemos no solo la capacidad, también la conciencia de unirnos para enfrentar el sistema que hoy nos oprime y construir-reconstruir uno que de verdad nos pertenezca.

Para ello la dirigencia democrática hoy agrupada en la Mesa de la Unidad debe entender que cuando el destino toca la puerta, no queda otra que tomar esa responsabilidad, hacerla valer, lucirse, aunque sea una papa caliente a punto de estallar. Como concluye el amigo Carlos Carrasco en un artículo publicado en Entre Política el jueves 15 de septiembre: «En las transiciones, no hay almuerzos gratis, todos los actores deben pagar un precio en nombre de la libertad y el futuro».

Si la Unidad anda calculando que después de Maduro un eventual gobierno de transición presidido por lo queda del chavismo será quien tome medidas, tan impopulares como explosivas, dejando el sistema estabilizado para su contraparte, está pecando de ingenua. También si piensa que el manejo militar pasa únicamente por un cambio de gobierno, no está viendo lo que ha sido nuestra historia. Ni hablar del narcotráfico enraizado en las instituciones, así como de los pranes, grupos violentos y guerrillas goberneras. Si concibe el cambio solo como un encuentro entre élites, sin transparencia ni ciudadanos movilizados, estaría soberanamente pelando gajo.

La (re)construcción

El éxito del cambio y la eventual transición pasan por la inteligencia de nuestro liderazgo, ahora sí que se medirán las capacidades y se verá lo aprendido. Es momento de decisiones, acertadas, claro está. También se demostrará la valentía, no del que más grita, sino del que se mantiene firme, pero también avanza, a pesar de las dificultades. El manejo de la Caja de Pandora militar y cómo sumar a sus miembros a ser una institución que defienda la democracia, no a ser jueces ni supuestos vengadores, es otro de los grandes retos. Crear un nuevo pacto social donde la diversidad sea vista como un atributo y no como una mancha, es parte de esa nueva Venezuela que nacerá no solo cuando se vaya Nicolás Maduro del poder, sino cuando dejemos claro como nación que somos los únicos dueños, valedores y constructores de nuestra vida en libertad.

*Publicado originalmente en Polítika UCAB el 16 de septiembre de 2016

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6D: La reivindicación ciudadana

6D: La reivindicación ciudadana

Las molestias nuestra gente las ha expresado de manera cívica, participando masivamente el día de las elecciones, entendiendo la importancia de defender el voto. (Foto de Francisco Touceiro en Cumaná, estado Sucre)

6D: La reivindicación ciudadana

Por Guillermo Ramos Flamerich

Nada han temido más los que hoy ocupan el poder en Venezuela que el triunfo de la ciudadanía. El 6D se convirtió en eso, en la reivindicación del ciudadano. La fecha más esperada, «el domingo decisivo que transformaría al país»… Las apuestas, los análisis y la firme convicción de que se estaba jugando demasiado, de lado y lado. Eso sumado a los simbolismos por los que nos pasea la historia. Un domingo 6 del último mes de 1998, llegaba a la presidencia Hugo Chávez Frías, diecisiete años después la permanencia de su proyecto parece transitar el solitario camino de la despedida. Así como esa copla que apareció después de la muerte de Juan Vicente Gómez en diciembre de 1935: «Un 17 murió el que liberó a Venezuela y el que la tuvo fuñía», el 6 marcó el inicio de algo, todavía no sabemos con certeza qué, pero la vida política venezolana cambió.

Veinte elecciones en poco más de tres lustros. Esa ha querido ser la credencial democrática de la llamada «Revolución Bolivariana», pero se nota en cada acción el profundo desprecio de sus jerarcas a las decisiones de la gente. No solo cuando son adversas, sino la arrogancia cotidiana de creerse los únicos dueños de la verdad. Decía el escritor Sherwood Anderson que cuando alguien buscaba apropiarse de la verdad, de transformar su verdad en la única, «se convertía en un ser grotesco y aquella verdad a la que se había abrazado trocábase en una mentira».

Por eso las respuestas de la Dupla del odio, las amenazas y el reproche. La ciudadanía se expresó de manera clara, esta historia que estamos construyendo no debe ser maniquea, no es una lucha entre buenos y malos. Pero qué villanos se ven el Presidente de la República y el saliente Presidente de la Asamblea Nacional. Haciendo todo para perturbar la tranquilidad del país, castigando y ofendiendo. Saben algo, no tienen la fuerza, por lo menos no la del «pueblo» que tanto manosean en sus chácharas.

La Campaña Todos #PorLaLibertad

En los últimos meses he participado en la Campaña Todos Por La Libertad. Iniciativa de la activista de Derechos Humanos y esposa del preso de conciencia Leopoldo López, Lilian Tintori. Junto a líderes estudiantiles, víctimas de la represión, artistas, entre otros, pudimos recorrer Venezuela, con la firme convicción de hacer hincapié en los derechos de la ciudadanía a la par de colaborar con los candidatos de la Unidad. La radiografía del país actual. Ese que sufre una epidemia de Sida en la comunidad warao del Delta Amacuro, los rostros de la pobreza del asentamiento indígena de Yakariyene en Tucupita; los reclamos de los pescadores de Cumaná y Margarita por la falta de repuestos para sus peñeros; la escasez, el alto costo de la vida y la violencia que ataca a cada región de Venezuela; la inoperatividad de nuestras empresas básicas en Guayana; los ataques por pensar distinto ocurridos en Cojedes y Guárico; y el reclamo perenne, el descontento infinito y la esperanza de un cambio hacia mejor.

Esas molestias nuestra gente las ha expresado de manera cívica, participando masivamente el día de las elecciones, entendiendo la importancia de defender el voto. Ha contenido cualquier descarga, cualquier ensañamiento, a pesar de la burla constante. Recuerdo como se desbordaron las calles de Barinas en una asamblea de ciudadanos, los recorridos por las zonas populares de Maturín, consideradas bastiones del partido de gobierno, la fuerza de San Cristóbal, el entusiasmo de las gentes del páramo de Mucuchíes, la solidaridad con la libertad de los presos políticos.

Un país decidido a dejar de lado las diferencias que polarizan pero no construyen nada. Una nación dispuesta a reconciliarse para asumir los problemas juntos. Una república que quiere paz, libertad, que existan el respeto y la posibilidad de desarrollar una vida provechosa, con expectativas de futuro. Una Venezuela que quiere salir adelante, dejar de lado tanto conflicto, pero sin olvidar que la justicia debe llegar a quienes más nos han vejado.

Hablo entonces de ese país al que invita Mariano Picón Salas a construir en su Auditorio de Juventud. Una Venezuela que se conozca  a sí misma, su imaginario y fundamentos; organizada, que tengamos una visión compartida de cómo hacer las cosas y lo que queremos ser; llenos de entusiasmo porque pudimos vencer toda adversidad, porque estamos aquí, en este presente que nos pertenece y podemos crear un futuro tan grandioso, que supere a nuestros más hermosos sueños.

*Publicado originalmente en Polítika UCAB el 11 de diciembre de 2015

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La Revolución Xenófoba

«Por más que estas acciones sean pasajeras, las imágenes de los hombres, mujeres y niños cruzando el río Táchira, con sus pertenencias a cuestas, se suman al vergonzoso imaginario de la Revolución Bolivariana. Época violenta, de derroches y corrupción; años de intolerancia y mezquindad» (Foto de Carlos Julio Martínez / Revista Semana)

La Revolución Xenófoba

Por Guillermo Ramos Flamerich

… estoy aquí, amigos, sencillamente por mi antiguo

y empecinado afecto hacia esta tierra en que una vez fui joven,

indocumentado y feliz, como un acto de cariño

y solidaridad con mis amigos de Venezuela, amigos generosos, cojonudos

y mamadores de gallo hasta la muerte. Por ellos he venido, es decir, por ustedes.

Discurso de Gabriel García Márquez

 al aceptar el Premio Rómulo Gallegos en 1972

En el episodio Indiferendo fronterizo (1998) de la serie animada colombiana El siguiente programa, Chichombia y Chamozuela entran en guerra por un pedazo de yuca que tomó un chichombiano. El capítulo se desarrolla entre críticas y chistes crueles. Aparece la comandante «Irene Chávez» y los chamozolanos logran invadir Cúcuta. Al final gana Chichombia, después de lanzar a un indigestado soldado Pito López como arma química contra el invasor. Y es que las relaciones colombo-venezolanas siempre han dado que hablar. Desde las reclamaciones y asuntos territoriales (el Golfo, los llanos), el incidente de la Corbeta Caldas en 1987, el narcotráfico, la presencia guerrillera y el accidentado movimiento de tropas que ordenó Hugo Chávez en 2008. Son dos países hermanos, con tantas semejanzas y diferencias como posibilidades existen.

Pero el ataque que desde el gobierno venezolano se está haciendo a los colombianos fronterizos del Táchira, es un hecho aparte. Una acción de Estado que busca estigmatizar a un grupo de personas por su nacionalidad. El «Socialismo Humanista del Siglo XXI» ha mostrado su rostro más enfermo, su raíz facha. Porque por más de tres lustros los que hoy retienen el poder en Venezuela, en su discurso se han querido presentar como reivindicadores de la dignidad humana, pero son intransigentes, queriéndose imponer como los únicos dueños de la verdad. Todo lo que no apoye al sistema, es nocivo.

Esa actuación maniquea es la que los lleva, ante una crisis de país y unas elecciones que tienen perdidas, a ejecutar maniobras sensacionalistas, donde se revuelven los peores sentimientos de cualquier sociedad: la xenofobia, racismo, clasismo e intolerancia. Estrategia despreciable de momentos que se creían ya superados. Pero pareciera no ser así.

El Estado Islámico, los grupos políticos europeos anti-inmigración, los disparates de Donald Trump en una campaña de polémicas en seguidilla… Las acusaciones de Nicolás Maduro contra los colombianos fronterizos, colocándolos a todos como paramilitares, delincuentes, contrabandistas. Mientras en seis municipios de Táchira rige el Estado de Excepción, un problema más para un pueblo que ha sido humillado por este gobierno. Mentalidades retrogradas que atacan al más débil, que no han entendido que somos ciudadanos del mundo y no debemos ser juzgados por nuestro origen, apariencia y creencias. Lo que nos diferencia es nuestra libertad para tomar decisiones y cómo eso influye individual y colectivamente. Estos personajes que se creen con toda la potestad para establecer el bien y el mal, son tristes perdedores de la esencia humana.

Por más que estas acciones sean pasajeras, las imágenes de los hombres, mujeres y niños cruzando el río Táchira, con sus pertenencias a cuestas, se suman al vergonzoso imaginario de la Revolución Bolivariana. Época violenta, de derroches y corrupción; años de intolerancia y mezquindad. Etapa de duro aprendizaje para los venezolanos, los que siempre nos habíamos creído  generosos y solidarios. Momento para examinarnos y asumir las responsabilidades y compromisos que se tengan que asumir.

*Publicado originalmente en Polítika UCAB el 29 de agosto de 2015

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Cuando la Patria es solo una excusa

Bolívar conferencista - Elsa Morales

Bolívar conferencista (Elsa Morales, 1983)

Cuando la Patria es solo una excusa

Por Guillermo Ramos Flamerich

No sirvo más a la Patria,

La guerra me tiene loco;

Porque el trabajo es muy recio

Y el pago que dan muy poco.

Copla tachirense del siglo XIX

Con amagos de coraje habla de un fervor patrio y de evocar el espíritu de Bolívar y Sucre. Equipara el episodio de nuestra política exterior actual con aquel bloqueo a las costas venezolanas de 1902. Compara «a dos hombres humildes a quienes la historia colocó ante el dilema de afrontar cualquier circunstancia», refiriéndose a él y a Cipriano Castro. La cámara enfoca el rostro de Simón Bolívar y luego el suyo. Se coloca los lentes y empieza a leer, con relativa fuerza y mediana convicción, la famosa proclama que Castro utilizara en respuesta a las agresiones de las potencias europeas, aquella de «La planta insolente del extranjero…».

Se trata del presidente Nicolás Maduro, la noche del 9 de marzo de 2015,  dando respuesta en cadena nacional a las sanciones a siete funcionarios y la declaración de Venezuela como «riesgo extraordinario» por parte del gobierno de los Estados Unidos. Nada más apropiado para una gestión decadente y con baja popularidad que fomentar un patriotismo, visceral y sin opciones, que sirva de escarmiento a quienes se le oponen. Las pintas de «Gringo, ¡respeta!», que han cubierto las paredes de nuestras ciudades, no serían tanto una respuesta a los estadounidenses sino a todo el que refute a la Revolución Bolivariana.

En los últimos tres lustros los términos patria, nación, venezolanidad, se han querido fundir con la imagen de una persona y de un único proyecto. Es una lucha entre buenos y malos, en donde apoyar al gobierno significa ser un verdadero venezolano y llevar consigo lo más noble del país. En cambio, tener una mínima idea en contra de lo oficial, parece el equivalente a categorías que van desde agente del imperialismo, hasta ignorante y traidor.

Desde un principio la Revolución Bolivariana buscó vincularse con lo más resaltante de la llamada identidad nacional. Simón Bolívar, los símbolos patrios y la herencia cultural son motivo recurrente en el discurso de todo el que pretenda reafirmarse como heredero de las glorias pasadas. La conexión divina-heroica que pretendía fijar Hugo Chávez como reivindicador del Libertador y vengador de la traición que este sufriera por parte de las oligarquías, buscaba borrar la labor civil -con sus luces y sombras- y enajena el proceso sociopolítico venezolano con la retórica de casi dos siglos de explotación, entrega y corrupción.

Con los símbolos patrios: la desgastada institucionalidad de los años noventa y el deseo de cambio, consolidó el discurso de un país rico y pueblo noble, pero desgobernado. El regreso a lo primario se convirtió en moda y lucha en la primera etapa de esta historia en desarrollo. Se evidenció en el uso de la bandera en mítines y manifestaciones por parte de gobierno y oposición. El cambio de nombre a República Bolivariana y la anexión de una octava estrella, contribuyeron a una más clara división de lo que el poder imponía como venezolanidad.

De la herencia cultural: música y tradición han apalancado la propaganda oficial. Su uso como elemento de batalla y reconocimiento al país invisible, trajo como consecuencia un primer acercamiento a las raíces, pero la exageración y radicalidad han transfigurado lo que debería ser de todos. Hablan de inclusión, excluyendo. Esta ola de nacionalismo impuesto, sumada a la crisis como sociedad, contribuyen a la repulsión y burla hacia muchos de estos elementos, un bajón del autoestima colectivo, la simple indiferencia y el cinismo de una población que prefiere sobrevivir a reflexionar sobre su imaginario y sustento espiritual.

Mientras tanto, el Estado utiliza sus recursos no para proyectar al país del mediano y largo plazo. Los usa para intentar recobrar la popularidad perdida, movilización de masas, más y más propaganda, arengas violentas y cargadas de intolerancia.

Revivir los hechos pasados a conveniencia y fomentar la defensa y amor a la patria, de nada sirven si el costo de la vida aumenta, la propia vida ha dejado de ser un valor primordial y la verdadera soberanía se pierde por la destrucción del aparato productivo, negocios que en nada benefician el interés nacional y la entrega sin reclamos de la Guayana Esequiba. De nada sirve que el presidente Nicolás Maduro lea que el «sagrado suelo de la patria ha sido profanado», si más de diez millones de venezolanos hoy viven en la pobreza.

*Publicado originalmente en Polítika UCAB el 19 de marzo de 2015

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