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Venezuela en el Pacto Andino. Política, diplomacia y medios en el año 1973 – Cuadernos UCAB Número 18

Este es un texto académico que escribí para la edición número 18 de la revista de la Universidad Católica Andrés Bello: Cuadernos UCAB (marzo 2023), espero les guste:

Venezuela en el Pacto Andino. Política, diplomacia y medios en el año 1973

Autor

  • Guillermo Ramos Flamerich

Resumen

Este trabajo aborda la recepción por parte de la prensa del ingreso definitivo de Venezuela al Pacto Andino en febrero de 1973, como punto cumbre de la «Gira al Sur» del presidente Rafael Caldera. Para lograrlo, se presentan las opiniones, primeras páginas y análisis publicados en El UniversalEl Nacional y la Revista SIC, tres medios de diferentes posiciones ideológicas y formadores fundamentales de la opinión pública en el país. El artículo está dividido en tres partes y una conclusión. La primera, a modo de introducción, muestra la situación política y económica de Venezuela al asumir por primera vez la Democracia Cristiana el poder ejecutivo de la república. Para esto, se analiza el pensamiento oficial a partir del concepto de Justicia Social Internacional promovido por el presidente Caldera. La segunda parte está dedicada al Pacto Andino y el debate para la adhesión venezolana. La tercera, junto a un sumario sobre cada medio seleccionado, aparecen las diferentes reseñas y puntos de vista en que se abordó el hecho noticioso. La conclusión ofrece una serie de consideraciones sobre para el estudio posterior de este evento y su repercusión.

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Rafael Caldera en La Sorbona

Rafael Caldera en La Sorbona: la democracia como manera de vivir

Más de cuarenta títulos honorarios académicos recibió este político esencial del siglo XX venezolano, para quien el trabajo intelectual iba atado a su actividad política. Pero eso lo entendían mejor afuera que en Venezuela

Por Guillermo Ramos Flamerich

El Grand Salon de La Sorbona en el barrio latino de París es una galería de 270 metros cuadrados que sirvió por años como sede del Consejo Académico. A pesar de los orígenes medievales de la universidad, el edificio donde se encuentra su rectorado data de las últimas décadas del siglo XIX. La sala es lujosa en su artesonado y lámparas colgantes, en los escudos de ciudades y en dos cuadros del pintor Benjamin Constant que representan al mítico Prometeo, uno encadenado como metáfora del pasado, otro liberado como símbolo del futuro. Con este fondo, el 20 de marzo de 1998, las autoridades de la universidad parisina confirieron a Rafael Caldera el título de doctor honoris causa, después de las deliberaciones hechas por el consejo universitario y aprobadas por el Ministerio de Educación francés. 

Este homenaje se sumaba así a los más de cuarenta títulos —entre doctorados honoris causa y profesorados honorarios— recibidos por Caldera en su trayectoria pública. Quizás sea uno de los venezolanos que mayor número de reconocimientos académicos ha recibido en el extranjero, en China, Israel, América Latina, los Estados Unidos y Europa. 

Fue su última vez en París, la primera como jefe de Estado y su única visita oficial a Francia. Había viajado a Europa por primera vez a finales de 1933, cuando tenía diecisiete años. Como alumno destacado del Colegio San Ignacio fue elegido para participar en el Congreso Universitario de Estudiantes Católicos en Roma, evento auspiciado por el papa Pío XI. Desde esta experiencia se afianzaron dos de sus singularidades: el compromiso político a través del prisma de la democracia cristiana y su vocación humanista, características que lo hacen un personaje diferente en nuestra historia política. 

Si el siglo XIX venezolano estuvo marcado por dirigentes, en mayor o menor medida, anticlericales, el XX se vislumbraba por la influencia del marxismo y sus derivados. Caldera tomó a Andrés Bello como figura tutelar desde muy temprano. Esto demostraba una declaración de principios a favor de lo civil, del orden y el apego a las leyes. Para el país de aquellos años, Bello era un ilustre desconocido. Impulsado por el profesor Caracciolo Parra León, el joven Caldera, ya estudiante de derecho, indaga sobre el personaje. En noviembre de 1935, meses antes de que iniciara su carrera política, la Academia Venezolana de la Lengua premia a Rafael Caldera por una biografía sencillamente titulada Andrés Bello.  

El político que escribe 

Esta obra de juventud no fue un hito aislado. Si bien terminó por dedicarse de lleno a la carrera política, Caldera publicó catorce libros. Unos más técnicos, como su tesis doctoral Derecho del Trabajo (1939) o el tomo dedicado a Temas de sociología venezolana (1973); y otros volcados a recopilar conferencias, discursos y pensamiento político. El más relevante de este tipo es su Especificidad de la democracia cristiana (1972), no solo por sus múltiples traducciones, también por ser un aporte a esta corriente política en el mundo desde América Latina. La suma de sus reflexiones, junto a su alta posición política, era lo que reconocía La Sorbona. Años antes lo habían hecho la Universidad de Sassari en Italia; la de Lovaina en Bélgica; la Universidad Mayor de San Marcos en Perú, así como las principales universidades de Venezuela. 

Un libro curioso que quiero mencionar, de simpática lectura y que ayuda a entender a un Caldera más cercano, es Moldes para la Fragua (1962), volumen conformado por perfiles de personajes que de una u otra forma el expresidente consideró modélicos para la juventud. En las diversas ediciones —revisadas y aumentadas—, Jesús de Nazaret aparece junto a José Antonio Páez, Simón Bolívar, Inés Ponte, José Gregorio Hernández y su padre adoptivo, Tomás Liscano, entre otras figuras. 

Caldera también se atrevió a escribir y a pronunciar discursos dedicados a sus antiguos adversarios. Con un análisis ponderado, pero sin dejar de lado sus vivencias y momentos álgidos, despidió a Andrés Eloy Blanco en una semblanza que fue censurada por la dictadura de Pérez Jiménez. Ya en la primera magistratura realizó las honras fúnebres de Rómulo Gallegos, Raúl Leoni y Eleazar López Contreras. En 1988 ofreció la conferencia La parábola vital de Rómulo Betancourt, un texto gracias al cual, en una lectura personal, uno se siente reconciliado con la reciente historia venezolana. Hubo momentos de nuestra historia política en el que los adversarios se han honrado, porque han sido eso, adversarios, y no enemigos. 

Rafael Caldera también participó en debates intelectuales con otras figuras de importancia. En 1955 fue el encargado de hacer la contestación al discurso de incorporación de Arturo Uslar Pietri a la Academia de Ciencias Políticas y Sociales. Si este fijó la idea de «sembrar el petróleo», Caldera respondió con la de «dominar el petróleo». Es decir, contemplar este recurso «como un elemento subordinado a nuestra realidad nacional», no como algo ajeno, sino como «parte de un objetivo más amplio». 

Otro concepto que defendió Caldera fue el de «justicia social internacional», explicándolo en foros nacionales y foráneos, como presidente, senador vitalicio o como cabeza de la Unión Interparlamentaria Mundial. Justamente en La Sorbona, al ofrecer en francés el tradicional discurso de agradecimiento, reiteró el concepto de que, si cada pueblo tiene derecho «a aquello que es indispensable para lograr su propio desarrollo», los países con mayor poder y riqueza tienen más responsabilidades y obligaciones en la construcción del «bien común universal». 

Desde 1936 a 2006 Caldera fue también un asiduo articulista de prensa. La lectura cronológica de estos textos revela setenta años de vida venezolana. Pudieran construir el libro de memorias que lamentablemente nunca escribió. Lo más cercano a ello es Los Causahabientes. De Carabobo a Puntofijo (1999), un particular y personal relato de los retos y transformaciones de la sociedad venezolana para lograr la democracia. 

Caldera, el polémico 

Acaso en otro país, una trayectoria intelectual y política como la de Rafael Caldera sería recordada y valorada en espacios públicos, monedas y estampillas, investigaciones documentales y trabajos audiovisuales. Pero sus circunstancias en una nación como Venezuela siempre fueron adversas. Paradójicamente ser el primero de la clase o tener un bagaje cultural que otros políticos no tenían no fue lo que más le ayudó para obtener su éxito político. Candidato en seis ocasiones y presidente de la República en dos, sus detractores han afirmado que esto es solo producto de su soberbia. Pero en política la constancia, la paciencia y la obstinación construyen una resistencia que termina conduciendo al poder. Desde antes de su primera presidencia, la mayoría de los ataques los recibió por su personalidad, no por sus ideas. Luego se le achacó con extremada insistencia temas como el allanamiento de la Universidad Central de Venezuela, la demolición del barrio El Saladillo, en Maracaibo, la transformación que sufrieron las escuelas técnicas, o el Protocolo de Puerto España. Pero el sambenito que le tocó llevar en la última década de su vida y parte de la imagen que tiene su figura histórica en la actualidad ha sido el sobreseimiento a Hugo Chávez en 1994. Con esto se han originado todo tipo de leyendas urbanas que van desde poner a Caldera como padrino de Chávez, hasta involucrarlo como parte activa del intento de golpe de Estado del 4 de febrero de 1992. 

Uno de los grandes problemas de nuestra crisis actual es que no se generan espacios adecuados para la reflexión histórica. Mucho se pierde en opiniones sin base, insultos y diálogo de sordos. 

La figura histórica de Caldera y de sus contemporáneos se debe analizar críticamente y desde diferentes perspectivas. ¿Fue a la larga un error de la Constitución de 1961 hacer esperar una década a los expresidentes para volver a aspirar? ¿Filicidio o parricidio la expulsión de Caldera de Copei en 1993? ¿Cómo se originó y debió manejarse la crisis bancaria de 1994? ¿Claudicó la clase política venezolana ante la irrupción de Chávez? Como siempre, más preguntas que respuestas. Con sus aciertos y errores, Rafael Caldera aparece como una referencia tutelar de la historia democrática venezolana. Respetuoso del Estado de derecho hasta el final de su vida, demostró que su búsqueda del poder no era un fin en sí mismo, sino una manera de institucionalizar un país desde lo civil y plural, o como dijo, con Prometeo de fondo, al recibir su doctorado honoris causa en La Sorbona de París: «Hemos aprendido, con devoción y sacrificio, que la democracia es no solo una forma de gobierno sino, y por encima de todo, una manera de vivir».

*Publicado originalmente en Cinco8 el 30 de agosto de 2021

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La parábola vital de Rafael Caldera

Retrato de Rafael Caldera 1969

Rafael Caldera nació en San Felipe, estado Yaracuy, el 24 de enero de 1916 y falleció en Caracas el 24 de diciembre de 2009.

La parábola vital de Rafael Caldera

Por Guillermo Ramos Flamerich

Desde hace casi dos décadas los homenajes a la Venezuela civil han desaparecido de los usos y calendarios oficiales. Se exacerban los hechos de fuerza siempre y cuando se conecten de manera desesperada y simplista con una «gesta revolucionaria del siglo XXI» que ha demostrado ser la repetición aumentada de lo peor de la demagogia caudillista de nuestros siglos XIX y XX. Pero lo que convoca estos párrafos no es el análisis de ese país que en algún momento se creyó superado y que siempre ha estado al acecho. Estas líneas están dedicadas a la nación que vamos siendo a pesar de todas las dificultades, los obstáculos, las decisiones y errores que como individualidades o colectivo, se encargaron de darle una ruta de entendimiento plural y democrático a un paraje histórico desolado de libertades y de justicia.

Estas palabras están dedicadas a uno de los constructores de esa Venezuela civil que el poder pretende desaparecer de nuestra memoria. A Rafael Antonio Caldera Rodríguez, de quien se conmemora en este 2016, su centenario.

El centenario de un personaje histórico da pie a biografías, reflexiones, interpretaciones de la vida y obra, opiniones encontradas y nuevas referencias para su estudio. Pero quiero utilizar este espacio para relatar una anécdota personal con el doctor Caldera. A mediados de 2008 tenía 17 años y estaba por finalizar el bachillerato. Dediqué el tiempo libre a leer la reedición que hiciera Libros Marcados de Los causahabientes: de Carabobo a Puntofijo, las cavilaciones históricas del Presidente al finalizar su segundo período en 1999. En casa de mi abuela encontré la biografía que Caldera había escrito sobre Andrés Bello, con apenas 19 años, en 1935 y que había sido galardonada por la Academia Nacional de la Lengua. Y así continué investigando.

Un pensamiento rondaba por mi mente a cada instante: la capacidad que tuvo de congeniar la formación cultural y el trabajo intelectual con la práctica política y el ejercicio del gobierno en una vida dedicada por completo a Venezuela. Esto, a su vez, entrelazado con la tenacidad de un hombre que no vaciló en ser seis veces candidato a la presidencia, ganando dos de ellas y cumpliendo sus dos períodos constitucionales en tiempos de pacificación y consolidación del sistema democrático (1969-1974) y en medio de una conflictividad social y temporada de vacas flacas (1994-1999).

Todas estas inquietudes las plasmé en una carta que le dediqué al presidente Caldera. Por fortuna, explorando en la red conseguí el correo electrónico de uno de sus familiares. Envié la carta como botella al mar con mensaje claro pero destinatario incierto. Pasaron las semanas y pensé que mis palabras no habían llegado. El 2 de julio recibí la respuesta de su hijo Rafael Tomás: «A papá le alegró mucho leerla y ciertamente desea para ti todo lo mejor. (…) de acuerdo con él, pensamos en que puedas venir un día a Tinajero, para conversar un poco, enseñarte la biblioteca y, desde luego, compartir un rato con él. Le gustaría conocerte». La visita se concretó dos días después, el viernes 4. Fui temprano a la residencia de Tinajero, durante el recorrido pude conocer la extensa biblioteca de aquel hogar, los cientos de volúmenes que hablaban de Venezuela, de su historia y de esa interpretación sistemática de nuestra sociología que estuvo presente en los pensamientos y decisiones de Rafael Caldera.

Por un momento me quedé observando una pequeña mesa dispuesta con retratos dedicados por los presidentes Kennedy, Bush y Clinton de los Estados Unidos y el presidente Aylwin de Chile. Me comentaron que en esa mesa se había firmado el 31 de octubre de 1958 el Pacto de Puntofijo. Tan denigrado por quienes hoy detentan el poder, pero fundamental en nuestra historia y evolución democrática.

Al poco tiempo ya me encontraba frente a él. Con dificultad para el habla a causa de la Enfermedad de Parkinson, me dijo que su retiro de la política no se debía a su edad sino a esa dolencia que padecía desde hacía ya algunos años. La misma afección que en sus inicios mostraba a un mandatario de discursos difíciles de comprender a los niños y jóvenes de mi generación, en contraste con el líder de años anteriores, de excepcional oratoria, con discursos en los que no solo presentaba sus ideas socialcristianas de justicia social, sino que utilizaba las referencias de nuestra historia y cultura para darles sustento. Al final de la conversación, habló del compromiso de la juventud para recuperar la democracia y la libertad. Su lucidez estaba intacta. Aquel encuentro no solo fue un honor, también un profundo compromiso. La siguiente vez que lo vi, fue en su urna. Después de marcharse un mes antes de cumplir los 94 años. El 24 de diciembre de 2009.

La obra de todo personaje público está sujeta al juicio de la historia. Sus detractores lo acusan de soberbio, ven su persistencia como defecto y califican como errores trascendentales su retiro de Copei (partido del cual fue fundador), la segunda presidencia y el sobreseimiento de Hugo Chávez. Todos estos aspectos están dispuestos para el debate. Lo que nunca se podrá negar es esa pasión venezolana que lo mantuvo vigente durante más de sesenta años de vida y lucha política. Su rol protagónico como constructor de la Venezuela moderna, de plasmar no solo en el papel, sino en la realidad una sociedad democrática, con valores capaces de vencer los desafíos de la pobreza, el desempleo, la marginalidad, la corrupción, el populismo y la tentación caudillista en la que tantas veces ha sucumbido la república.

Concluyo estas palabras de admiración y respeto con la descripción que el propio Caldera hiciera sobre Rómulo Betancourt en la conferencia que dictara en la Universidad Rafael Urdaneta el 19 de mayo de 1988: «Con todos sus errores, su imagen es la de un mensajero de los ideales de libertad, de justicia, de progreso, de honestidad, que inspiraron a lo largo de todos los tiempos y en las peores circunstancias a las mentes más esclarecidas y a las personalidades más ilustres de Venezuela». Al conmemorar a Rafael Caldera en su centenario, celebramos lo mejor de nuestra historia, un molde para la fragua de la civilidad y la pluralidad de una nación capaz de sobreponerse a cualquier crisis y de siempre abrir caminos a la esperanza.

*Publicado originalmente en Polítika UCAB el 22 enero de 2016

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Rafael Caldera en la Residencia Presidencial de La Casona el 13 de marzo de 1969.

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#CentenarioCaldera: Discurso ante el Congreso de EEUU – 1970

Discurso Congreso EEUU 1

Discurso pronunciado en la Cámara de Representantes del Capitolio. Washington D.C., 3 de junio de 1970

Discurso del Presidente de Venezuela ante el Congreso de los Estados Unidos

Por Rafael Caldera Rodríguez

Al mediodía del míercoles 3 de junio de 1970 el Presidente de Venezuela, Rafael Caldera, se dirigió al Capitolio de los Estados Unidos donde pronunció un discurso en inglés ante ambas Cámaras del Congreso reunidas en sesión conjunta. A la misma asistieron en pleno el gabinete de Richard Nixon y el cuerpo diplomático. El discurso recibió repetidas ovaciones por parte de los legisladores, una de las cuales fue hecha de pie:

Señor Presidente, honorables senadores, honorables congresantes. El honor que el Congreso de Estados Unidos me hace, al recibirme en esta sesión especial y conjunta, es sobre todo deferencia a Venezuela y a la familia latinoamericana de naciones. Este gesto obliga a mi profundo reconocimiento.

Estamos viviendo, en América Latina y quizás en el mundo, un momento decisivo para la confianza de los pueblos en la libertad. El resultado va a depender de la posibilidad de probar que a través de la democracia, mejor que de cualquier otro sistema, se es capaz de lograr la justicia y de realizar el desarrollo.

Quizás el hecho de venir de la tierra de Bolívar, pletórica de hechos gloriosos en los días de la independencia y de momentos oscuros en su proceso de organización política, un país que mantiene hoy, con inagotable fe, el sistema democrático, justifica que los ojos se vuelvan a observarnos y se oigan con simpatía nuestras palabras.

Sé que al hablar desde aquí me escucha el pueblo de los Estados Unidos. Porque todos los ciudadanos de este gran país, sea cual fuere su preferencia política, su orientación ideológica o su interés económico, saben que aquí se debaten las grandes cuestiones que interesan a la Nación.

El Congreso de esta Nación va a cumplir doscientos años. En 1774 se reunió por primera vez, en Filadelfia. En 1776, su declaración de Independencia inició un nuevo capítulo en la historia política del mundo. Durante estos dos siglos, a través de modificaciones profundas en la geografía, en el comercio y, específicamente, en la mentalidad de los hombres, el Congreso ha funcionado con increíble regularidad.

Es interesante señalar esta larga y continua vitalidad, porque a veces se quiere justificar otros sistemas con el argumento de la duración. Hay quienes se dejan deslumbrar ante la prolongación de sistemas surgidos por la violencia y mantenidos por la fuerza, los cuales en definitiva, sólo producen obras efímeras, destruidas por el movimiento pendular de las contradicciones históricas, En cambio, el sistema democrático ha probado su capacidad de permanecer en medio de las vicisitudes y adaptarse a nuevas necesidades y a nuevas ideas.

Durante esta larga experiencia política, los Estados Unidos han experimentado en su propia carne hondas transformaciones. Sufrieron el rigor tremendo de la guerra civil y los inmensos sacrificios de la guerra internacional. Han vivido etapas de angustiosa tensión. Han sentido orgullosa satisfacción de sus extraordinarias realizaciones y padecido frustraciones, no superadas todavía, que preocupan a sus más elevados espíritus.

En otras latitudes, estos doscientos años han visto pasar diferentes alternativas.

Estaba muy reciente la reunión del primer congreso de los norteamericanos en Filadelfia, cuando Napoleón Bonaparte recorría los caminos imponiendo su omnímoda voluntad. Quince años duró su parábola fulgurante, tiempo bien corto en la existencia de los pueblos.

En este siglo se construyo otro imperio, impuesto por legiones de camisas pardas, que propagaron mitos inhumanos con movimientos de relámpago, alegando la quiebra de la democracia representativa. Fracasaron los nazis, como tarde o temprano cualquier sistema negador de la libertad y de la dignidad humana. Mientras tanto, la democracia subsiste y está llamada a perdurar.

Pero es también cierto, Honorables Senadores y Congresistas, que en el momento actual la humanidad experimenta la urgencia de cambios fundamentales en su vida institucional. El avance increíble de la tecnología les acelera y, por otra parte, los presiona la urgencia de quienes no participan o no lo hacen en plenitud de los beneficios logrados. Este es un hecho indiscutible y no hay excepción en el mundo. Hay países donde las contradicciones se sepultan en el silencio de las catatumbas, pero no por ello se deja de encontrar a través de un análisis agudo, fermento creciente de intranquilidad. Ya pasó el tiempo en que las conmociones y tumultos eran el vergonzante patrimonio de países que no habían adquirido carta de entrada en el club exclusivo de los pueblos civilizados. La ebullición se nota hoy en todas partes. Las facilidades de comunicación, los trágicos conocimientos adquiridos en la guerra y difundidos a través de mil canales, la crisis de algunas ideas morales, todo coadyuva a que, por ambición o por error, se trate de empujar a los pueblos al torbellino de la violencia.

Sabemos que las grandes mayorías, lo mismo en los Estados Unidos que en nuestra América Latina, lo mismo en Europa que en el Asia o en el África, anhelan la paz. Una paz fecunda que permita a las familias criar a sus hijos sin zozobra, adelantar su labor con la seguridad de que el fruto de sus esfuerzos será estable. Pero, para canalizar y fortalecer la voluntad de estas grandes mayorías, para renovar su vacilante de en el porvenir, para esterilizar la disidencia de aventureros y guerreristas, es preciso convertir en realidad un mensaje nuevo.

Ustedes han comprendido que una sociedad libre para sobrevivir y justificar su supervivencia, debe esforzarse en impedir que una gran parte de ella, aun minoritaria, vegete en la pobreza y en el subdesarrollo cultural. Así mismo, en la comunidad de naciones, y concretamente en este hemisferio, para asegurar la paz y garantizar la libertad tenemos que esforzarnos en cerrar la brecha cada vez mayor entre la opulencia y la miseria, entre el desarrollo fantástico de la tecnología y el subdesarrollo.

Densas promociones de jóvenes están imbuidas de esta verdad, aunque actúan de modos diferentes. Unos, los más, se entregan al estudio de los sistemas sociales y políticos, de las modulaciones de la vida económica, de las posibilidades técnicas para transformar al mundo. Otros, los menos, se dejan seducir por un afán de destruir, con la idea ingenia de que la destrucción de lo existente bastaría para que surgieran después las fórmulas que hicieran al hombre más feliz. Es quizás el bullicio de estos el que más suena, amplificados por los sistemas de sonidos de la civilización industrial: aquellos están esperando de nosotros un programa claro y convincente, una conducta cónsona con las aspiraciones populares, una actitud optimista para afrontar con confianza el porvenir.

Una verdad reconocida en nuestra época es la existencia de la comunidad internacional. El aislamiento ya no tiene lugar. Cada vez son más cortas las distancias físicas, lo que hace más absolutamente anacrónicas las distancias psicológicas entre seres humanos. Dentro de cada país, ya no se acepta más la falsa idea de que un grupo de privilegiados pueda menospreciar las condiciones infrahumanas de existencia en que se encuentran otros. Asimismo, ya está definitivamente obsoleta la idea de que algunos pueblos poderosos y ricos, podrían desentenderse del drama de otros pueblos, que por una razón u otra no han podido alcanzar su desarrollo económico y social. Decisiones que a veces permanecen confinadas al ámbito doméstico, pueden tener repercusiones increíbles en la vida exterior.

Venezuela, por ejemplo, exporta petróleo. Nuestra economía depende en gran parte de nuestras exportaciones petroleras. Cualquier decisión relativa al acceso del petróleo venezolano al mercado norteamericano repercute enormemente a nuestras posibilidades de vida y desarrollo. Durante el último decenio, la posición relativa de nuestro petróleo en los Estados Unidos ha ido sufriendo deterioro. Nuestro pueblo no puede entender que se nos haga objeto de trato discriminatorio. En las situaciones de peligro que ha atravesado el mundo, y en particular este hemisferio, la seguridad del suministro de combustible por parte de Venezuela ha constituido la mejor garantía de la disponibilidad de energía para las confrontaciones decisivas. Por otra parte, las divisas producidas por nuestras exportaciones han sido base para nuestra estabilidad monetaria. Ellas han permitido ofrecer al comercio exterior una aportación importante. Para los Estados Unidos somos, a pesar de nuestra modesta población, el tercer cliente en el ámbito americano y el noveno en el ámbito mundial.

Un trato justo, no discriminatorio, que asegure la presencia firme del petróleo venezolano en el mercado norteamericano y una participación razonable en su expansión, rebasa los términos de un simple arreglo comercial. Es condición del cumplimiento de los programas de desarrollo de un país vecino y amigo y clave de orientación de las relaciones futuras entre los Estados Unidos y la América Latina.

La existencia de estas cuestiones es un hecho. Anoto con satisfacción el que ese hecho está en vías de ser debidamente reconocido. La tesis de Venezuela es la de ventilar en la forma más clara posible los asuntos relativos al petróleo, que por sí mismo constituye un bien cuyo aprovechamiento es interés común de la humanidad. No pretendemos ningún ventajismo; nuestros intereses nacionales en el punto resisten el análisis más cuidadoso y están dispuestos a verificarse en las conversaciones más amplias.

Problemas similares afrontan los demás pueblo de América Latina. Productores de materias primas, ven deteriorarse o estancare sus precios, mientras suben los productos industriales. La baja de un centavo en cada libra de café, o de bananas, o de estaño, o de cobre, ¿Cuántas escuelas u hospitales hace cerrar, cuántos trabajadores hace despedir, cuantos dolores causa, cuántas rebeldías engendra en países amantes de la paz, capaces como cualquier otro de lograr un destino feliz?

Argumentos poderosos para un nuevo trato hemisférico, son las comparaciones entre la cantidad de productos primarios que era necesario entregar hace diez años a los países desarrollados para adquirir un tractor o para pagar los estudios de un joven en un instituto tecnológico y las que se nos exigen ahora. Suben los precios de las manufactureras, en parte porque es necesario y justo mejorar las condiciones de vida y de trabajo de los obreros que en su producción participan. Mientras tanto, se ejercen presiones para bajar el precio de los productos, de los cuales derivan los países en vías de desarrollo sus posibilidades de subsistencia.

La fórmula para lograr relaciones felices que a su vez traduzcan en amistad y cooperación internacional la influencia de este Hemisferio en el resto del mundo, no puede ser la lucha despiadada por comprarnos más barato y vendernos más caro. La tesis de que más comercio hará menos necesaria la ayuda, es correcta, en la medida en que el comercio sea más justo y esa justicia se traduzca para los pueblos en vías de desarrollo en una posibilidad mayor de lograr su urgente transformación. Creo en la Justicia Social Internacional. Según la concepción de Aristóteles, la justicia ordena dar «a cada uno lo suyo». En el devenir de su pensamiento a través de la filosofía cristiana «lo suyo» no es sólo lo que a cada hombre corresponde, sino también lo que a «la sociedad» corresponde para «el bien común». No hay dificultad alguna en trasladar este concepto a la comunidad internacional.

Discurso Congreso EEUU 2Así como la sociedad, el ámbito nacional, tiene derecho a imponer relaciones distintas entre sus miembros, así la comunidad internacional exige a los diversos pueblos una participación cónsona con su capacidad para que todos puedan llevar una existencia humana. Las obligaciones y derechos de los distintos pueblos han de medirse, por ello, en función de la capacidad y de la necesidad de cada uno, para hacer viables la paz, la armonía y el progreso y todos podamos avanzar dentro de una verdadera amistad.

Ustedes representan a un pueblo que ha logrado una suma de poder y riqueza. Dentro de su propio país, a ustedes los inquietan los sectores que no han logrado asegurar un nivel de vida satisfactorio y se esfuerzan a darles la posibilidad de salir del estado de marginalidad social e incorporarse de lleno a los beneficios logrados por la comunidad nacional. En la esfera internacional, es difícil pensar que el pueblo que llegó a la luna no sea capaz de dar una contribución decisiva al desarrollo de otros pueblos.

He dicho al comenzar estas palabras que tengo la percepción de que hablo a todo el pueblo de los Estados Unidos. Estoy convencido de que el fututo del hemisferio depende de la medida en que ese gran pueblo haga suya la decisión de convertirse en pionero de la justicia social internacional. De asumir decididamente las cargas, obligaciones y compromisos que su inmensa riqueza y poderío le imponen frente a la América Latina y frente al mundo. En la medida en que ese pueblo, tan digno de nuestra admiración y de nuestra amistad, advierta que con lo que ha costado el programa de uno de los Apolos podría elevar el nivel de prosperidad y de felicidad de naciones como la nuestra, de cuya seguridad depende la suya, en esa medida estará abierto el camino para nuevos empeños y los doscientos años de experimento político de ustedes serán apenas el pórtico de varios siglos de vida democrática en el hemisferio occidental.

Deseamos que los Apolos continúen explorando el espacio. Pero los resultados de esa misma exploración hacen más imperiosa la necesidad de lograr que en la tierra todos los hombres vivan mejor.

Con este objetivo podemos entusiasmar a los jóvenes para una empresa ante la cual lo negativo se aparte y una rotunda afirmación prevalezca. Podemos inflamar el ánimo de las nuevas generaciones para el rescate de la idea de libertad. Buscando libertad vivieron a Norteamérica hombres jóvenes como era el francés Lafayette, el polaco Kościuszko o el venezolano Miranda. Bolívar, el Libertador, dijo en un memorable discurso al Congresos de Angostura en 1819 de esta nación «que la libertad ha sido su cuna, se ha criado en la libertad y se alimenta de pura libertad». La libertad puede sufrir su crisis más dura si no se alimenta con las realizaciones de la justicia social. El escepticismo de los jóvenes sobre la libertad y la década de los años 30 produjo la arremetida del fascismo y el nazismo, que amenazaron arrasar hasta los cimientos de la civilización actual no podemos dejar ahora a la juventud sucumbir ante el llamado de la violencia y ante la negación de los valores fundamentales que dieron a la democracia vigencia.

Yo he sostenido y sostengo, Honorables Senadores y Congresistas, que una robusta amistad con nuevo signo entre los Estados Unidos y la América Latina es una necesidad, no sólo del hemisferio, sino de todo el planeta que habitamos Hay que comenzar por un esfuerzo de comprensión. Hay que repetir una y mil veces que ser diferentes no implica ser mejor ni peor. Los latinoamericanos tenemos nuestra propia forma de vida y no queremos adoptar servilmente las formas de vida que prevalecen en otras partes. Tenemos un fiero amor a nuestra independencia; ponemos nuestra dignidad por encima de nuestras necesidades. Para nosotros, como para ustedes según lo han demostrado en los momentos decisivos de su historia los valores del espíritu privan sobre los intereses materiales. Sabemos que podemos contar con la comprensión de ustedes, porque como un gran filósofo contemporáneo, Jacques Maritain, ha dicho, «el pueblo americano es el menos materialista entre los pueblos modernos que han alcanzado la etapa industrial».

Yo estoy orgulloso de ser latinoamericano. Ello no me priva de entender y admirar otras culturas, ocupa la de ustedes un sitio relevante. Como latinoamericano puedo afirmar en este lugar tan representativo del pueblo norteamericano, que es hora todavía de encontrar el sólido terreno para levantarse sobre bases autenticas en el entendimiento que deseamos.

Hay en nuestro país como en todos los países gente para la cual el único objetivo es actualmente el «odio estratégico» contra los Estados Unidos. Son minorías comprometidas ideológicamente en una lucha  que aspiran convertir en verdadera guerra civil internacional. Pero su éxito sería muy pequeño, no obstante ser activas y estrepitosas si no hubiera inmensos sectores cuyos sentimientos pueden fácilmente convertirse en antagonismo, porque no están contentos con actitudes que con razón o sin ella atribuyen a los Estados Unidos.

Cuando las declaraciones de algunos políticos llegan a las columnas de nuestra prensa, cuando la conducta de algunos hombres de negocios no corresponde a los que debería ser, una sensación de incomodidad invade la sensibilidad de nuestra gente porque para bien o para mal somos sentimentales.

Del mismo modo, al hombre común de Norteamérica le llegan a menudo imágenes desfavorables del hombre común latinoamericano. El «latinoamericano feo» ha de ser para muchos (sin un «best seller» que lo pinte) la encarnación real de sus intratables vecinos del Sur. Esto no debe ser.

El hecho de que el Senado y la Cámara de Representantes, en momentos de tan intensa actividad dentro de la política interior del país se hayan reunido para recibir al Presidente de una República latinoamericana y escuchar bondadosamente sus sinceras observaciones, será recibido allá como una prueba de buena voluntad y un signo que anuncia grandes posibilidades para una amistad renovada.

Los valiosos intentos que se hacen en ambos lados con el fin de lograr un entendimiento sincero tienen que pasar a la opinión general de nuestros respectivos pueblos, cuya decisión es final en el sistema de gobierno democrático.

Por ello es necesario que los dirigentes políticos, a la par de los dirigentes culturales, y los dirigentes económicos, hagamos en esfuerzo sostenido para llevar la concepción de una nueva política hemisférica hasta el corazón de nuestros compatriotas.

No basta que los presidentes conversen: es necesario que lo que de positivo puedan acordar reciba un franco respaldo en los Congresos y que estos, a su vez, cuenten con la conformidad de los ciudadanos, como electores y contribuyentes.

Estamos convencidos de que si entre los Estados Unidos y América Latina no pudiera lograrse una amistad verdadera y durable basada en la justicia, dispuesta a la revisión franca de los procedimientos, mal podría el universo aspirar a una organización fundada en el entendimiento general.

Por lo contrario, sabemos firmemente que una nueva, vigorosa y fructífera relación hemisférica, impulsada por el valiente rechazo de todo la que el pasado puede obstruir los justos términos de intercambio, será la mejor contribución de este hemisferio por la paz mundial.

Al cumplir la democracia sus doscientos años de vida, demostremos que sigue siendo el mejor sistema de gobierno.

Audio del discurso traducido al español por la Oficina Central de Información de Venezuela:

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