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Bajo el signo de Caracas sangrante

Trabajo realizado en equipo para la cátedra de Teoría de la Imagen

 Sexto semestre de comunicación social  – Universidad Católica Andrés Bello

Bajo el signo de Caracas sangrante

«Los artistas son personas entre nosotros que comprenden la creación como algo que no se detuvo al sexto día»

Joel-Peter Witkin

«No podía salir de la sombría idea de que la verdadera violencia es la que se da por sentado: lo que es evidente es violento aun si esta evidencia está representada suavemente, liberalmente, democráticamente; lo paradójico, lo que no entra dentro del sentido común lo es menos, aun si se le impone arbitrariamente: un tirano que promulgara leyes estrafalarias sería, a fin de cuentas, menos violento que una masa que se contentase con enunciar lo que se da por sentado: en suma, lo “natural” es el último de los ultrajes». Violencia, evidencia, naturaleza. Roland Barthes en Barthes por Barthes, 1975.

El año no importa. Cuando vemos por primera vez Caracas sangrante, gracias a la asociación que desde la pasada década existe con el color rojo, además de pensar en sangre y violencia, lo asociamos al actual gobierno. Quizás por eso de la «marea roja» que cubre las calles. Lo cierto es que la obra data de mediados de los años noventa. Para la guía oficial de la galería Espacio MAD, aquella que la expuso en la Feria Iberoamericana de Arte (FIA 2011), el momento de la imagen es 1989. Al buscar la obra en la red, aparecen las fechas de 1993 y 1996. Conversando con el propio autor, con risa y sorpresa responde: «fue hecha exactamente en el 95». La realidad es que el año en que fue capturada esa vista de Parque Central desde San Agustín, no importa. La violencia en la urbe existe. Está allí, atemporal y cotidiana. La unión violencia-Caracas es cada vez más parecida a la concepción Caracas-Ávila. Algo inherente a la ciudad y a sus habitantes.

Caracas sangrante (Giclée sobre papel, 50 x 80 cm.) es obra del fotógrafo Nelson Garrido. Está enmarcada en la denominada «estética de la violencia» y es la primera intervención digital hecha por el artista a lo largo de su trayectoria. Ríos de color rojo, semejantes a la sangre, recorren los espacios de la otrora gentil urbe. La historia de este trabajo, según testimonio del propio autor, es la siguiente:

«Para una exposición sobre Caracas utópica. Todo el mundo estaba haciendo Caracas al lado del mar, Caracas con helipuerto. Para mí era Caracas sangrante. Las obras que funcionan son una expresión individual pero basadas en la angustia de los demás».

A Nelson Garrido lo ha caracterizado la irreverencia. Premio Nacional de Artes Plásticas en 1991, respondió a este galardón con la obra Autocrucifixión (1993). Antecesores de Caracas sangrante, responden a la «estética de lo feo. Colecciones como «Muertos en vía» (1987/1988) y «Todos los santos son muertos» (1989/1990) dan muestra de un artista que lleva a la palestra esa otra cara de la existencia. Lo que las sociedades dejan a un lado y excluyen porque: ¿quién quiere hablar de muerte en una humanidad que en cada momento refuerza la visión hedonista de la vida?; así mismo lo imperfecto, lo no deseado siempre se intenta tapar del campo visible. Nelson Garrido lo trae de vuelta y vocifera con sus imágenes: «esto también existe».

Caracas sangrante es catalogada por su autor, como parte del «Nuevo documentalismo». Más allá de captar el momento exacto de un hecho, se retrata la angustia de un colectivo a través de símbolos de conocimiento público. El poeta José Balza llegó a comparar la obra con el Miranda en la carraca de Arturo Michelena. Una estampa emblemática del momento de país. Con el pasar de los años esta fotografía sigue en permanente uso y análisis, era y es premonitoria y reflejo. Desde su divulgación en exposiciones, periódicos y revistas, hasta su utilización en portadas de obras literarias. Este es el caso de la novela Pim Pam Pum del escritor Alejandro Rebolledo.

La pequeña violencia genera la gran violencia

«Después del paro petrolero (2002/2003), el país es todo el mundo contra todo el mundo. El del carrito te está tratando de echar vaina y arranca cuando aún no te has montado, el metro no funciona, no hay leche ni azúcar. Esos son elementos de violencia. La pequeña violencia, esa que te va tasajeando la piel, genera la gran violencia. Nos hemos acostumbrados a ser maltratados y maltratar. Un caparazón donde la solución es individual. Me encierro en mi casa y me rodeo de puyas que son como chuzos. Tu casa es tu cárcel. No hay salidas colectivas». Nelson Garrido, 23 de junio de 2011.

Lo tristemente estable es que las cifras de muertos a la semana, en nuestro país, superen el centenar. Ha mutado una sociedad que se escandalizaba por cualquier muerto, más de tres era un horror, a una que por televisión ve como se cuenta con la frialdad de los números, la cantidad de fallecidos en la cárcel de El Rodeo. Un colectivo enfermo que se embriaga en su propia esquizofrenia. El culto a la muerte, como en la mayoría de los países del mundo, se ha escapado de los espacios de religión y culto, y se han diseminado por cada rincón. La dicotomía vida-muerte, ha sido fusionada. Aunque se evite, la industria cultural poco a poco va colocando los nuevos límites entre lo malo, lo violento, lo macabro y lo deseable. En Venezuela, particularmente Caracas, la violencia ha logrado una unión perversa con la marginalidad. No es el hecho de la pobreza lo que crea lo marginal, es el excluir a un grupo social que después, quizás buscando ascenso o pertenencia a algo, le arranca a la ciudad formal sus productos de consumo diario. Los toma para sí como amuleto liberador de una condición: la de omitidos.

La violencia se apodera de la calle, de la vida y de nuestra memoria. La reconocemos; es parte de nuestro entorno. Mirar Caracas sangrante es ver algo de lo que tenemos experiencia, una forma que nos es familiar. Sumisos ante la violencia, la aceptamos como realidad y no sorprende. Ríos de sangre que le dan estabilidad a mi mundo. Ríos que son mi mundo; mi referente.

Las semillas que se alejan más del tronco…

Caracas sangrante es entonces arte y parte de la representación de la mayor realidad caraqueña. Al ser tan cruda, carga consigo un mensaje y una visión del artista comprometido. Más allá de lo estético está la utilización de la imagen como movilizadora de cambios. En 1999 Nelson Garrido presentaría El barco de los locos, personas atrapadas por la violencia, la tiza, la morgue, las balas y un destino. La Virgen de Caracas (2010), que muestra de manera irónica la reedición del cuadro del siglo XVIII de Juan Pedro López, pero con el contexto del violento presente.

Cuando le preguntamos a Nelson Garrido sobre al arte y su motivación, argumenta: «lo que hace que una obra tenga validez es el eco que tiene en la gente. Son detonantes ideológicos para que la gente piense. Si tu no logras detonar ideas en la gente, la obra no tiene sentido. El artista no está hecho para resolver problemas, uno está hecho para crear problemas. Trastocar los códigos y alterar el orden, eso crea nuevos caminos».

Quizás por eso su analogía con las semillas que se alejan más del tronco, las que crecen y germinan, en contradicción con las que permanecen a un lado, las que no subsisten. En la cronología del artista está marcado un mensaje con componentes de reflexión en cada obra. Cada una, sumada a la otra, conforma una unidad de pensamiento. Realizaciones no tan comprendidas y que escapan de lo comercial, ya convertidas en imágenes de culto.

A veces por evitar lo feo, lo doloroso y poco amigable, los seres humanos nos colocamos máscaras que recubren una verdad oscura, horrible. Que está siempre latente y en algún momento explotará. Sangran los edificios, sangran las calles, sangra el Ávila, sangran nuestras conciencias y sangra el presente. Más allá de lo temporal, toda una generación se desarrolla bajo el signo de Caracas sangrante.

Caracas sangrante (Giclée sobre papel, 50 x 80 cm.) Autor: Nelson Garrido

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