Charles de Gaulle en Venezuela (Boletín de 422 de la Academia Nacional de la Historia)

Junto al investigador italiano Michele Merenda publicamos en el número 422 del Boletín de la Academia Nacional de la Historia de Venezuela, un trabajo sobre qué se habló, cómo fue recibido y el legado de la visita de Estado del Presidente de la República Francesa, Charles de Gaulle, a su homólogo venezolano Raúl Leoni en septiembre de 1964.

Para leer el trabajo, hacer click aquí

Cierra la sección Estudios con el artículo redactado a cuatro manos por Guillermo Ramos Flamerich y Michele Merenda, doctorandos en Historia y en Estudios Hispánicos e Hispanoamericanos en las Universidades Sorbonne Nouvelle y Grenoble-Alpes respectivamente. Bajo el título «Un acontecimiento grato y promisor». La visita de Estado del General De Gaulle a Venezuela en septiembre de 1964, exploran la visita que hizo a Venezuela el general Charles de Gaulle durante su larga gira por América Latina. Venezuela fue uno de los diez países que visitó el General, país donde fue recibido con todos los honores por el presidente Raúl Leoni. Teniendo como base la revisión de los archivos privados de la familia Leoni-Fernández y tomando como inspiración la lectura del libro De Gaulle et l’Amérique latine, publicado en Francia en 2014, Ramos Flamerich y Merenda analizan el viaje del general De Gaulle a América Latina, el recibimiento del cual fuera objeto y la situación de Venezuela a su llegada, así como la imagen que el país presentó ante Francia en el folleto titulado Aspects du Venezuela.

De la presentación del Boletín ANH 422 – abril, junio, 2023

Enlace completo al boletín: https://www.anhvenezuela.org.ve/2023/06/19/boletin-422/

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Venezuela en el Pacto Andino. Política, diplomacia y medios en el año 1973 – Cuadernos UCAB Número 18

Este es un texto académico que escribí para la edición número 18 de la revista de la Universidad Católica Andrés Bello: Cuadernos UCAB (marzo 2023), espero les guste:

Venezuela en el Pacto Andino. Política, diplomacia y medios en el año 1973

Autor

  • Guillermo Ramos Flamerich

Resumen

Este trabajo aborda la recepción por parte de la prensa del ingreso definitivo de Venezuela al Pacto Andino en febrero de 1973, como punto cumbre de la «Gira al Sur» del presidente Rafael Caldera. Para lograrlo, se presentan las opiniones, primeras páginas y análisis publicados en El UniversalEl Nacional y la Revista SIC, tres medios de diferentes posiciones ideológicas y formadores fundamentales de la opinión pública en el país. El artículo está dividido en tres partes y una conclusión. La primera, a modo de introducción, muestra la situación política y económica de Venezuela al asumir por primera vez la Democracia Cristiana el poder ejecutivo de la república. Para esto, se analiza el pensamiento oficial a partir del concepto de Justicia Social Internacional promovido por el presidente Caldera. La segunda parte está dedicada al Pacto Andino y el debate para la adhesión venezolana. La tercera, junto a un sumario sobre cada medio seleccionado, aparecen las diferentes reseñas y puntos de vista en que se abordó el hecho noticioso. La conclusión ofrece una serie de consideraciones sobre para el estudio posterior de este evento y su repercusión.

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Discurso de toma de posesión de Rómulo Gallegos como Presidente de Venezuela

Rómulo Betancourt, saliente presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno, hace entrega de la banda presidencial a Rómulo Gallegos, elegido democráticamente en los comicios del 14 de diciembre de 1947. Fuente: El Archivo.

Alocución de Rómulo Gallegos al tomar posesión como Presidente de la República*

Congreso Nacional, Caracas, 15 de febrero de 1948.

Conciudadanos:

Acabo de formular ante el Congreso Nacional la promesa de cumplimiento de la Constitución y Leyes de la República, durante el ejercicio de la Presidencia de la misma y ya se ha efectuado la formalidad de la trasmisión del poder, de las manos que lo asumieron, revolucionariamente, el 18 de octubre de 1945, a las mías, escogidas por la voluntad de soberanía popular manifestada en los comicios del 14 de diciembre de 1947.

Se han cumplido entre estas dos fechas memorables imperativos de destino, promesas de hombres y preceptos de ley fundamental. Un acto de armas en la primera de ellas, recurso extremo de una defraudada y escarnecida aspiración legítima de pueblo maduro ya para el ejercicio de su derecho y con el cual la voluntad de la nación quiso ir al encuentro de Sus comienzos admirables, para que, relegados de una vez por todas a la categoría de atolondramientos y violencias de juventud borrascosa los años de revueltas armadas y dictaduras consecutivas, fueren los de allí adelante futuro juicioso y provechoso digno del esforzado principio; un compromiso –revolucionario, porque iba a señalar punto de partida de tiempo nuevo– de restituirle al pueblo el ejercicio cabal de la soberanía política y, finalmente, una jornada electoral, segunda de la era de la auténtica democracia venezolana, pero sin par en nuestra historia.

Recoja, pues, nuestra Institución Armada, el honor de haber vuelto por sus fueros trocando mercenarios respaldos de apetitos de hombres de presa por virtuosas custodia de leyes y defensa de derechos y persevere en el actual ejercicio sereno y gallardo de guardia montada en torno a la majestad de la República. Recójalo y cultívelo a fin de que nunca más prevalezcan ni las ambiciones contra los ideales ni las aventuras contra el paciente esfuerzo derechamente encaminado hacia la máxima dignidad de la Patria y la mayor felicidad posible del pueblo que es carne y sangre de ella.

Y téngales en cuenta la historia a los venezolanos, civiles y militares, que hasta hoy han compuesto la Junta Revolucionaria de Gobierno, como supieron cumplir lo prometido, sin que hubiera entre nuestros antecedentes políticos –fuerza es decirlo, aunque sea penoso– ejemplo verdadero que tal lección les diese. Dos años largos han estado el escepticismo y la malicia provenientes de continuada experiencia en burlas sufridas, dudando de la sinceridad republicana de la fundamental promesa de la Revolución de Octubre, pero ya ha podido volver la confianza a los corazones de buena fe, porque al fin ha habido gobernante venezolano –siete hombres que componían una sola persona política– que no mintió, que no engañó, que no traicionó. Yo no he contenido el vuelco emocional de mi corazón al recibir el símbolo del poder presidencial de las manos de aquel de ellos en quien estaba personalizada, especialmente, la responsabilidad de gobierno revolucionario y en quien particularmente se había ensañado la desconfianza y ahora cumplo deber sereno de justicia al mérito al pronunciar el nombre de Rómulo Betancourt, como de ejemplo de lealtad al compromiso contraído con su pueblo.

Así nace, de virtud republicana y de ejemplar ejercicio de derecho, el gobierno de la República que he de presidir y, por lo tanto, limpia la ascendencia revolucionaría, sólo de menguada condición mía podrían venirle inclinaciones a prevaricar.

Yo comprometo mi honor. Que no es solamente el de mediano pasar que puedan haberme dado los actos de mi conducta privada y pública, sino el grande, el magnífico honor a que me ha conducido la suerte amiga: la confianza de mi pueblo puesta en mí, en el primer ejercicio real de soberanía.

En qué lugar de mi Patria podría haber para mí, refugio donde no pudiese sino hundir la frente entre las manos, ¿si falto al honor de esa confianza?

Yo sabré sucumbir antes que traicionarla.

Porque no me han movido hacia estas alturas ni personales apetencias de mando, ni codicia de bienes materiales, sino la convicción de que tanto más se pertenece uno a sí mismo cuanto más tenga su pensamiento y su voluntad, su vida toda puesta al servicio de un ideal colectivo y es este el espíritu que me anima cuando me dispongo a asumir la grave responsabilidad que sobre mi ha recaído.

De la lucha partidista –que fue vehemente cuando el caso pidió que así fuese la defensa del ideal abrazado– ni menos aún de la contienda electoral reciente, me es permitido traer a los ejercicios de 90-bierno rencores ni sectarismos que puedan oscurecerme la clara y exacta visión del deber.

Doctrinaria y disciplinadamente continúo unido a la ideología y al programa de mi partido por una obligación indeclinable, pero entregado por él a compromisos con la totalidad del pueblo venezolano, no será el interés partidario el móvil de mi conducta de hoy en adelante, sino el de todo el país cuyo gobierno se me ha confiado. Venezuela entera el objeto único de mis, preferencias.

Rómulo Gallegos en el despacho presidencial del Palacio de Miraflores. Circa, 1948.

Cierto es que mi partido ha adquirido en el campo electoral, fuente de los legítimos derechos políticos, el de gobernar el país con su programa y para su programa, lo cual constituye al mismo tiempo un deber sin cuyo estricto cumplimiento no sería respetada la voluntad popular que nos dio la victoria y por consiguiente hemos adquirido el derecho y contraído la obligación de constituir gobierno con hombres de Acción Democrática; pero también hemos comprometido nuestra palabra en afirmaciones de propósitos de amplitud en la escogencia de colaboradores que, sin pertenecer a nuestra parcialidad, coincidan con nosotros en el enfocamiento de los problemas sociales, políticos y administrativos y compartan nuestra determinación de allegarles las soluciones adecuadas que son la sustancia de nuestro mencionado programa. Y así se me verá siempre solicitar la cooperación de cuantos venezolanos sean cifras auténticas de capacidad y de honestidad para el eficaz y recto desempeño de las funciones públicas.

Viene esto a reemplazar aquello otro de los caudillos señeros y de los clanes hegemónicos, de actuación personalista, que de tantas arbitrariedades y torpezas nos hizo víctimas; más para que con ellos no se confunda de ningún modo el gobierno de partido que nos toca iniciar, será necesario que apliquemos nuestros esfuerzos hasta los límites de lo humanamente hacedero, a fin de que el acierto de nuestra labor invalide las objeciones que puedan alzarse contra tal modalidad, única suficientemente responsable en los regímenes democráticos.

¿Se me replicará que con tal determinación defraudo las esperanzas que se hayan puesto en mis promesas de política de concordia durante la contienda electoral? Espero que nadie, dotado de ideas positivas y claras a este respecto, pretenda que yo me haya comprometido a desnaturalizar la fuerza política que me rodea, homogénea y bien definida, componiendo gobierno con elementos de todos los partidos en que actualmente se divide la opinión, práctica de emergencia sólo realizable en los momentos de crisis política de peligro nacional, que de ningún modo son los actuales, y a la cual, por otra parte, no irían a prestarse las fuerzas ya organizadas de la oposición. Pero si mi gobierno, el de Acción Democrática, en uso legítimo del derecho bien ganado en las urnas del sufragio, realiza tarea constructiva de tranquilidad y de bienestar públicos, logra que reine en la colectividad justicia social, respeta las libertades políticas, maneja con eficacia y honestidad los dineros del erario a fin de que todos se conviertan en buen remedio de las necesidades del pueblo y subordina en todo momento su interés partidista a los reclamos del supremo interés nacional, con todo eso que por nuestra parte pongamos al servicio del bien común, ya habremos desarrollado política de concordia.

Todo eso, justamente, se propone perseguir y llevar a cabo mi gobierno y está contenido de manera explícita, diáfana y categórica en mi discurso de presentación de mi candidatura ante el electorado y del cual no tengo que retirar ahora palabra de excesivo compromiso que se me haya es-capado; pero como nunca será demasiado insistir en la formación de los que se contraigan con el pueblo soberano, acentuare aquí el trazado de mi línea de conducta política.

Se mantendrá durante mi gobierno el clima de libertades legítimas de que se ha venido disfrutando bajo el que hoy ha terminado su misión y a la oposición que nos declaren los partidos contrarios, por más violenta que sea, sólo replicaremos con las razones que nos asistan cuando sin ellas seamos atacados.

Estamos comprometidos en una experiencia decisiva del porvenir de la democracia venezolana y ni por acomodamientos culpables a extraños intereses dejaremos de respetar la existencia y la libertad de acción de las organizaciones políticas que se muevan dentro del campo de las leyes y no incurran – como no es de temerse- en atentados contra la estabilidad de la democracia misma en nombre de la cual actúen. Considero que la oposición -ojo despierto y lengua suelta para que ninguno de mis errores se le escape y ninguna de mis contradicciones sea encubierta

será el mejor colaborador de mi gobierno, pues así podré advertir a buen tiempo el yerro en que esté incurriendo y sin tardanzas ratificar mi empeño de gobernar a Venezuela para el efectivo bien de ella y espero que no habrá excesos de las fuerzas contrarias que me hagan perder la paciencia y la serenidad.

Procuraré desempeñarme siempre de modo que en orden de lo atañedero a las relaciones entre la Iglesia y el Estado vuelva el sosiego a los espíritus que la lucha política enardeció. Un precepto constitucional, que fue objeto de amplio debate parlamentario de la Asamblea Nacional Constituyente establece las formas de esas relaciones y dentro de su ordenamiento caben los fueros respectivos bien mantenidos y los modos más apetecibles de la concordia. Por los de la intransigencia no se llegará nunca a paz que no sea la humillante de la sumisión y a mí se me ha encomendado el resguardo de la soberanía del Estado Venezolano; pero lo ejerceré sin arrogancias suscitadoras de enemistad.

Rómulo Gallegos por el piintor italiano Roberto Fantuzzi, 1970.

Agotaré las posibilidades de la intervención provechosa conducente a conciliación de intereses, entre los contrapuestos del capital y del trabajo, que por adoptar posiciones intransigentes no pueden, no deben de ningún modo dar origen a conflictos perturbadores de la paz social y del equilibrio económico exigidos por el país y que mi gobierno está dispuesto a mantener, sin contemplaciones censurables, como condición imprescindible de convivencia y de bienestar y como imperativo de cordura especialmente exigente en los tiempos que corren. Hallara el trabajo el amparo que tiene derecho a pedir de un gobierno democrático, de origen preponderantemente po-pular, comprometido a impartir justicia social, por medio de leyes y de prácticas adecuadas a su más cabal realización; pero no le negaremos al capital la protección a que haya derecho y, por otra parte, reclame la necesidad de imprimirle vigoroso impulso al desarrollo de nuestra economía. Y viene al caso afirmar, también, que defenderemos la independencia de ella contra toda maniobra encaminada a someterla a preponderancias extrañas, sin que esto implique, de ningún modo, actitud hostil o injustificadamente recelosa ante el capital extranjero que lícitamente venga a contribuir al desenvolvimiento de nuestra riqueza.

En el orden de las relaciones internacionales estrecharemos cada vez más los vínculos de amistad que unen a Venezuela con las demás naciones donde rija la autodeterminación de los pueblos -condición ésta que no es sino consecuencia ineludible del cuidado que nos reclama la recién conquistada nuestra- y procuraremos que esas relaciones se muevan no solamente dentro del campo del buen trato diplomático, sino también en el del mejor conocimiento mutuo, especialmente entre. nuestro pueblo y los demás del continente americano, mediante formas recíprocamente provechosas, tanto en lo material de los intereses económicos como en lo espiritual de la cultura. A todo lo cual me obliga, por otra parte, esta honrosa representación de naciones amigas en los momentos iniciales de mi responsabilidad. No ampararemos ningún intento de perturbación del orden que impere en otros países, sino que, por lo contrario, nos esforzaremos en que el aporte del nuestro sea cualitativamente respetable en los conciertos encaminados a que reine la paz sobre la tierra y toda ella sea seguro asiento de felicidad humana.

En el campo de lo administrativo ya se ha iniciado una reforma del sistema actual que será sometida a la consideración del Congreso de la República en sus próximas reuniones ordinarias, con el fin de extirpar los vicios y las deficiencias que entorpecen el funcionamiento eficaz del mecanismo burocrático, así como también se solicitará del supremo cuerpo legislativo la creación y regimentación de un organismo especial que ampare permanentemente la confianza pública contra los riesgos de la deshonestidad administrativa, cuyo castigo ejemplarizante fue propósito indiscutible de la Junta de Gobierno saliente, pero del cual no quedaría efecto saludable si se dejasen los tesoros públicos sólo a merced de la posible honradez de los funcionarios. Corregidos así los defectos y los vicios del sistema, la labor que ha de realizar el régimen durante mi gobierno irá encaminada a la satisfacción de las necesidades que han quebrantado la salud y el vigor de la Nación, pero coordinada dentro de un plan, para los años de mi ejercicio, que oportunamente someteré a la consideración de las Cámaras Legislativas, en el cual se contempla, con sentido de continuidad de lo ya emprendido o bien concebido y con ánimo de progreso sin desfallecimientos, una adecuada aplicación de los recursos fiscales a las obras y a los servicios públicos que sea necesario emprender y desarrollar. Entre ellos, de una manera especial, los que reclame la dramática necesidad a que aún no haya sido posible darle cumplida satisfacción, de educación, salud y alimentación del pueblo.

Y para esto último nos comprometeremos ahincadamente en el implantamiento de la reforma agraria que aconsejen nuestras modalidades del caso y en las medidas conducentes a la superación de nuestro déficit de producción de artículos de primera necesidad en la casa y en la mesa, especialmente, de la familia venezolana. Edu-car, sanear y abastecer, serán preocupación predominante, una y trina, de mi gobierno.

Mención especial debo hacer ahora del cuidado que hemos de poner en la atención a los menesteres de nuestra Institución Armada de aire, mar y tierra, tanto las materiales de su mantenimiento plenamente capacitada para la defensa de la Nación, que es el fundamento de su honor ya las inherentes a las decorosas condiciones de vida que en sus cuadros deben encontrar los hombres que la componen –oficiales, clases y soldados– como a las de su creciente desarrollo técnico y cultural, que ya ha venido siendo objeto de particular preocupación del gobierno saliente. Vuelve nuestro ejército a sus cuarteles con el mérito recogido en las jornadas revolucionarias en que se originó la recuperación por el pueblo de su constitucional derecho de soberanía en la decisión de su destino y ha de encontrar allí cuanto exija su dignidad y su eficacia de brazo armado de la República. Pero vuelve sin pretensiones inaceptables de constituir un Estado dentro del Estado, de arrogarse privilegios de casta dirigente de la política, sin reclamar herencia de aquellos hegemones armados que se tenían usurpada la función de grandes electores de Venezuela. Vuelve a cultivar su espíritu institucional quitado de la política y será cuidado de mi gobierno que lo nutra y lo fortifique en fuentes que no le alimenten deformaciones antidemocráticas, que no le desnaturalicen lo esencialmente venezolano que ha de palpitar siempre en el corazón del soldado de Venezuela, Porque no hemos salido de la tutela de broncos guerreros para caer bajo predominio de casta militar privilegiada, pues no fue esa la finalidad de aquellos brazos que alzaron el arma reivindicadora aquel día de octubre memorable. Para que el pueblo recobre su derecho inmanente se hizo aquella revolución y contra esta constitucionalidad que de ella dimana, por ejercicio soberano de pueblo, no prevalecerán apetencias que nuestras leyes no admitan. Yo le rindo honor a nuestra Institución Armada al formular esta declaración.

Tales son, a grandes rasgos, pero delineados con ánimo firme de adquirir compromisos insoslayables, las normas a que someteré mi conducta de gobernante. Acaso alcancen mis facultades a la altura de la eficiencia donde aguardan cumplida satisfacción las ansias de un pueblo cuyo progreso detuvieron gobiernos irresponsables; pero ni vengo solo por el abrupto camino de las dificultades reinantes, sino rodeado de un equipo poseedor de destreza y de ánimo emprendedor, ni tampoco desespero de que quieran prestarme ayuda los hombres de independencia política, pero de buena fe, que compongan el tesoro humano de la República. A los de mi parcialidad no me cansaré de exigirles desinterés personal y aun partidista cuando fuere menester y eficacia y rectitud en todo momento y terca voluntad de contribuir con obras y palabras a la serenidad colectiva necesaria para la realización plena de la gran tarea que nos hemos propuesto; de los otros, exentos de compromisos políticos con nuestra organización, no solicitaré sino lealtad con el que quieran contraer con Venezuela dentro de mi gobierno.

Del pueblo que a esta posición me ha traído con su voto, de la gran masa trabajadora, especialmente, con cuyo cotidiano esfuerzo creador de riqueza y de servicio provechoso ha de construirse el bienestar de la colectividad, espero confiadamente el vigoroso aporte de su contracción al deber y de su superación en el rendimiento máximo del trabajo que le esté encomendado. Conmigo mismo, en correspondencia cuanto de los demás reclame en el ejercicio de mi responsabilidad, seré exigente hasta los extremos del imperativo de esta convicción que abrazo ante Venezuela, enfáticamente: en Vida consagrada a cumplimiento de deber para con el pueblo a que se pertenece, nada es nunca perderla, toda será siempre sobrevivir.

Compatriotas:

Os saluda cordialmente quien ya no se pertenece, porque no es sino el instrumento que vosotros mismos habéis escogido para labraros la propia felicidad.

*Tomado del libro compilatorio de textos políticos de Rómulo Gallegos: Una posición en la vida (Ediciones Humanismo, México, 1954), pp. 295-310.

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¿Los venezolanos olvidaron su historia? – A Medias Podcast #038

A Medias es un podcast de venezolanos contando Venezuela. En este episodio, conversamos sobre la importancia de conocer la historia de Venezuela, cómo se despertó el deseo de conocerla en nosotros, y entrevistamos a Guillermo Ramos Flamerich de la Red Historia Venezuela para que nos cuente más de ese proyecto.

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Una mirada femenina a la Venezuela guzmancista

Souvenirs du Venezuela Librairie Plon, 1884.

Una mirada femenina a la Venezuela guzmancista

Por Guillermo Ramos Flamerich

Publicado originalmente en el Papel Literario de El Nacional el 11 de junio de 2022.

A la Eli

Un libro tiene muchas vidas y estas quedan reflejadas en las marcas físicas que el tiempo le va dejando. De niño me gustaba escudriñar la biblioteca de mi abuela Dilia. Revisaba aquellas sobrias gavetas y encontraba tomos que lo único que hacían eran multiplicarse. Entre el olor de la polilla y el polvo, el tacto áspero al tocar hojas crujientes, y la presencia de imágenes y textos de otra Venezuela, encontré un librito que me hizo vivir la aventura de un mundo perdido. Era el volumen 51 de la Biblioteca Popular Venezolana, aquella empresa del Ministerio de Educación Nacional, que realizó ediciones masivas de clásicos venezolanos y que mantuvo una importante continuidad a mediados del siglo XX. De portada azul cadete, con un dibujo en el centro de una muchacha a medio perfil y unas chozas de fondo y el nombre desconocido y cordial de una «musiúa», Jenny De Tallenay. El título decía Recuerdos de Venezuela y al leer esto solo me pregunté, ¿cuál de todas? Si algo caracterizó mi infancia y adolescencia fue escuchar historias del lugar que estaba desapareciendo en medio de la violencia política. Pero el país en el que estuvo Jenny era a su vez otro —el de los años del guzmancismo—, en donde se escenificaba un progreso material en medio de la dispersión de siempre.

Recuerdos de Venezuela es de los pocos diarios de viajes —de los que se conocen— escritos por una mujer sobre la Venezuela del siglo XIX. Fue originalmente publicado en francés por la Librairie Plon en 1884. Bajo el título de Souvenirs du Venezuela. Notes de voyage, la edición original la ilustró Saint-Elme Gautier. Estos grabados han sido reproducidos posteriormente en libros y enciclopedias de historia, quizás sin pensar que la inspiración de Gautier fueron las descripciones de la joven. El diario fue publicado en español setenta años después. La traducción se la debemos a René L. F. Durand, personaje hasta cierto punto desconocido, cuando uno indaga sobre su vida aparece muy poco, en la base de datos de la Biblioteca Nacional Francesa (BNF) se dice que murió centenario en 2010. Lo que sorprende de este también poeta es su catálogo de traducciones de autores latinoamericanos al francés: Jorge Luis Borges, Alejo Carpentier, Miguel Ángel Asturias, Salvador Elizondo; de los venezolanos: Rómulo Gallegos, Miguel Otero Silva, Ramón Díaz Sánchez, Juan Liscano, así como una antología de «algunos poetas venezolanos».

Pero ¿quién era Jenny? Los datos sobre su vida son escasos, el Diccionario de Historia de Venezuela de la Fundación Polar nos avisa que nació en Francia en 1855 y que posiblemente falleció en ese mismo país en 1884. Sin embargo, la base de datos de la BNF toma como lugar y fecha de su nacimiento Weimar, Alemania, 1869 y el fallecimiento en 1920. Existen detalles contradictorios tanto en el diccionario como en la biblioteca francesa. De Tallenay no murió en 1884, esto se confirma al revisar sus publicaciones posteriores. De regreso a Europa escribió artículos sobre arte y cultura, tradujo al poeta Heinrich Heine y publicó poesía, novelas cortas, así como la novela histórica sobre la mártir cartaginense Vivia Perpetua (1905). Otras de sus facetas fue su interés por el espiritismo, popular en la época, a lo cual dedicó parte de sus escritos. Además, fue próxima al círculo del ocultista francés Joséphin Peladan. El otro detalle contradictorio es si tomamos su fecha de nacimiento como 1869. Si esto es así, la Jenny que llegó a Venezuela era una niña de nueve años, no la joven que se expresa en su diario, la cual se casó en Caracas, en diciembre de 1880, con el embajador belga Ernest Van Bruysell, y se fue de luna de miel a Puerto Cabello y a las Minas de Aroa. El nacimiento y la muerte parecen guardadas en el misterio. En un sito web de genealogías aparece una tercera fecha, 1863. Si la tomamos como cierta, estuvo con nosotros entre los quince y dieciocho años. Hay contradicciones, cierto caos en las fechas. Debemos indagar más, buscar otras fuentes. Acaso preguntar.   

Jenny-Jacques De Tallenay llegó a Venezuela junto a sus padres, los marqueses Olga Illyne y Henri de Tallenay, nuevo cónsul general y encargado de negocios de Francia, el 26 de agosto de 1878. Desembarcaron en el puerto de La Guaira después de una breve escala en las islas de Guadalupe y Martinica. Se despidieron del vapor Saint Germain para emprender camino a Caracas. Se alojaron en el Hotel Lange, en la Esquina de Carmelitas, al cual Jenny llamó en su diario el Gran Hotel. Se despidieron de tierra venezolana en abril de 1881, cuando al diplomático lo enviaron en misión a Perú. En el intermedio, Jenny no solo se casó y escribió sobre lo que vio en sus viajes a Maracay, San Juan de los Morros, Puerto Cabello, Tucacas, Valencia, Caracas, también recolectó arañas y coleccionó plantas. Puede ser que con un entusiasmo inspirado Humboldt y Bonpland, fundadores de las aventuras de buena parte de los viajeros europeos en el siglo XIX latinoamericano. El presidente de Venezuela en 1878 era el general Francisco Linares Alcántara. Designado para un periodo de dos años, Guzmán Blanco lo había puesto allí para que le guardara el puesto mientras pasaba una nueva temporada en París. Pero en poco, Linares no quiso ser más un títere y comenzó una rebelión que fue truncada por su misteriosa muerte el 30 de noviembre de aquel año.

Jenny vivió de primera mano el funeral del malogrado presidente Linares Alcántara. Cuenta como de camino al Panteón Nacional, en la Esquina de La Trinidad, el sonido de unos tiros hizo que parte de los presentes sacaran sus pistolas y entre la estampida de la gente huyendo de una posible ráfaga, la urna cayó al suelo. En sus páginas hay anécdotas como esta, así como la crónica de la «guerra civil» llamada Revolución Reivindicadora y que ratificó el poder de Guzmán Blanco. Eran los inicios de su segundo gobierno directo, conocido en la historiografía como el «Quinquenio». Con un buen número de inexactitudes Jenny ofrece un breve panorama de la historia venezolana. Comenta de Francisco de Miranda, Simón Bolívar y Antonio Leocadio Guzmán. El ilustrador resumió este capítulo con el retrato de Guzmán Blanco, el cual solo sale descrito con el parco título de presidente de la república. En las notas de viaje de Jenny están presentes la descripción del paisaje, pueblos, canciones y gastronomía populares, cuadros costumbristas y tradiciones como la Semana Mayor.

Jenny de Tallenay hizo un inventario de los geosímbolos construidos por Guzmán Blanco en su anhelo de hacer de Caracas una París suramericana. En su catálogo está la Plaza Bolívar, el Panteón, los bulevares y el Capitolio. De la Casa Amarilla admiró su patio al estar «sombreado de plátanos magníficos», pero de su decorado dijo que era «con bastante lujo, pero sin demasiado buen gusto». Si algo hemos mantenido los venezolanos es esa fascinación de que la mirada externa nos interpele, nos legitime. Jenny hace el recuento de las conversaciones que tuvo con caraqueños sobre los cambios que estaba viviendo la ciudad: «– ¿Cómo encuentra Ud. a Caracas? –decían unos– ¿No se parece a París? – ¿Tienen Uds. en Europa –preguntaban otros– parques tan bonitos como la plaza Bolívar? Casi había miedo de contradecirles». Ese diálogo da para múltiples interpretaciones, lo cierto es que la presencia de la joven en lo círculos de la élite caraqueña no pasó inadvertida. El escritor Luis Correa en su libro de ensayos Terra Patrum: páginas de crítica y de historia literaria (1930), comenta que Jenny fue la «musa extranjera» de varios poetas locales. Y que, si bien Guzmán Blanco la había querido sacar a bailar en la gala de Año Nuevo de 1881, el poeta Francisco Guaicaipuro Pardo se le había adelantado al presidente no con el baile, sino en una extensa plática en la cual confesaba su veneración. Como gesto con Pardo, Jenny tradujo al francés uno de sus poemas y lo incluyó junto a Andrés Bello, Pérez Bonalde y Eduardo Blanco, en el capítulo que dedicó a las letras venezolanas.

Después de descubrir estas memorias entre los libros de mi abuela, leí todo lo que pude hasta que cayó la noche y me buscaron mis padres para llevarme a casa. Lo dejé en un rinconcito, para irlo revisando en cada nueva visita. Mi abuela al ver lo mucho que me gustó, terminó regalándomelo. En 2017 volví a leerlo para un trabajo de la cátedra de Geohistoria en la universidad. Lo finalicé horas antes de despedirme de mi abuela, quien falleció el lunes 10 de julio. Por varios días miré fijamente la firma que ella había dejado en la página 50, era algo que acostumbraba con todos sus libros. Por cosas del azar estoy viviendo y estudiando en París. Aquí conseguí la edición francesa —la de los grabados— en una encuadernación de papel jaspeado. Regresé de inmediato a Jenny de Tallenay, a releerla, para comenzar un viaje doble. Hacia la Venezuela que vio Jenny y al país de mi infancia, dos mundos ya desaparecidos.

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Breve (y arbitrario) playlist de música venezolana

Toda selección es un hecho arbitrario. Aquí son 17 como número de suerte y manejable para escuchar con calma. Es un recorrido por la geografía venezolana, así como por diferentes épocas. No todas forman parte del canon de “lo venezolano”, pero todas las que están aquí así, en mi opinión, las considero: esencialmente venezolanas. Son retratos del país pasado, presente y futuro.

Playlist venezolano

1 Seis por Derecho – Intérprete: Alirio Díaz. Este joropo llevado por al maestro Antonio Lauro a la guitarra clásica, es de una belleza y reciedumbre que llama al alma venezolana. Alirio Díaz fue uno de nuestros más grandes guitarristas, un larense universal, considerado maestro de la guitarra clásica en el mundo, pero quien siempre divisó el humo de la aldea nativa:

2 Oración del Tabaco – Intérprete: María Rodríguez. Cumaná ha dado mujeres y hombres valiosos, llenos de talento e historia. María Rodríguez, fallecida hace ya algunos años, fue una cultora de la música del oriente venezolano. Es así como una superstición se convierte en poesía en su voz.

3 El loco Juan Carabina – Intérprete: Simón Díaz. ¿Qué te puedo contar de Simón? El gran cultor, el otro, además del Bolívar, que inspira lo mejor de nuestro gentilicio. Esta canción es un poema de Aquiles Nazoa. Tres locos en San Fernando de Apure: Aquiles, Juan Carabina y Simón.

4 Tiembla – Intérprete: Desorden Público. Esta canción, junto con Caribe, me inspira  a creer en este país, este continente, en la unidad de nuestras gentes. Porque el norte sigue mirando hacia abajo y el sur se ve más a sí mismo y se está hinchando… Y C4Trío, esa generación nuestra que con calidad y entrega, están haciendo de nuestra música algo más universal.

5 Golpe y Estribillo – Intérprete: María Teresa Chacín. Volvemos al oriente, uno de mis golpes favoritos, pero si a eso le sumamos que lo interpreta Matecha, es maravilla, pero si además de eso, conocemos que el director de la orquesta que la acompaña es Aldemaro Romero, mejor aún. Y pensar que esos sonidos que acompañan a esa voz es la Filarmónica de Londres. Todo junto para crear una joya verdaderamente hermosa.

6 Fin del cuento – Intérprete: Sentimiento Muerto. Ese rock sabroso y nihilista de los 80-90, disfruto esta canción a lo grande. Esto también es Venezuela.

7 Sentimiento Nacional – Intérprete: Guaco. Compuesta originalmente para un comercial de automóviles que nunca ocurrió, esta pieza de Ricardo Hernández es un clásico de Guaco, de su gran época de experimentación. Pero también un himno para siempre creer y crear el sentimiento nacional de nuestra Venezuela.

8 Caramelo e Chocolate – Intérprete: Sexteto Juventud. Esta canción me la enseñó desde chiquito mi mamá. Siempre la cantaba. Es solo una muestra de aquella salsa hecha en nuestro país a finales de la década de 1960.

9 Punto y Raya – Intérprete: Soledad Bravo. Composición de Aníbal Nazoa. Tan hermosa la voz como la letra, es solo un recuerdo de que son más las cosas que nos unen a los seres humanos que aquellas que nos separan. Las fronteras no existen, fueron creadas, lo permanente es buscarle un sentido a nuestro tránsito como individuos y sociedad.

10 Pa Maracaibo me voy – Intérprete: Billos Caracas Boys. Me gustaría hacer un playlist solo dedicado a canciones en honor a ciudades de Venezuela. Pero esta es representativa, emociona y de niño me hacía soñar, junto con las gaitas, la hermosura de la ciudad del sol amada.

11 Calipso de El Callao – Intérprete: Serenata Guayanesa. Estos genios a comienzos de los años 70 lograron popularizar en todo el país canciones del acervo del estado Bolívar. Fue una época de renacimiento para la música venezolana y le han dejado un imaginario musical tan extenso a este país, que ellos también son próceres, constructores de lo mejor de Venezuela.

12 Montilla – Intérprete: Lilia Vera. Ella es otra de las grandes cantoras de nuestra música tradicional y esta pieza es un corrío folklórico del siglo XIX. Habla del general Montilla, ese que llamaban el Tigre de Guaitó, por ser siempre vencedor hasta el día que murió en batalla. Es un héroe de esa zona entre Lara y Trujillo, y por allá dicen los cultores: ¡Viva el Tigre de Guaitó, nativo de esta región! ¡Que viva el general Montilla. Que viva la revolución!

13 Concierto en la Llanura – Intérprete Juan Vicente Torrealba. El maestro Juan Vicente tiene 101 años, ha visto mucho de los cambios de Venezuela. Su legado es inmenso como arpista y compositor. Esta pieza es una ofrenda al llano, la frescura de un nuevo comienzo, y un canon en muchas partes del mundo, donde se utiliza como referencia para los arpistas que quieren graduarse como tal.

14 Tin Marín – Intérprete: Alí Primera. Esta canción está dedicada al Grupo Madera, después del accidente en el que murieran prácticamente todos sus miembros, mientras navegaban en Amazonas. Conjuga lo mejor de Alí, su poesía y el uso de los sonidos del pueblo para convertir la vida en un cantar.

15 Tambor de Caraballeda – Intérprete: Un Solo Pueblo. Esta es de las más conocidas piezas de tambor venezolano. El leo leo le, es ya algo de nuestras fiestas y que nos representa en el exterior. Y Un Solo Pueblo, para mí, de esas grandes agrupaciones que crearon y reinterpretaron la conexión de los venezolanos con su música.

16 Cuchi-Cuchi – Intérprete: Los Amigos Invisibles. Y pensar que este grupo se llama así como homenaje a Arturo Uslar Pietri… El disco Arepa 3000, en su totalidad, es una oda a la venezolanidad. Quizás por eso la proyección de este grupo más allá de nuestras fronteras.

17 El Gavilán – Trabuco venezolano. Y finalizo con esta canción del folklore, pero reinterpretado por el Trabuco venezolano, un grupo de salsa de la buena de hace varias décadas atrás. Sabrosita para escuchar, para bailar y para renovar las esperanzas de un país que siempre nace. Pasa las adversidades y se remonta a lo más alto para saberse dueño de su futuro.

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Luis Herrera Campíns sobre Doña Bárbara

Luis Herrera Campíns, c. 1978.

Palabras en la inauguración del XIX Congreso de Literatura Iberoamericana

Versión taquigráfica del saludo a los delegados ofrecido por el presidente Luis Herrera Campíns. Caracas, 29 de julio de 1979. Tomado del libro Relectura de Rómulo Gallegos (CELARG, 1979), pp. 33-37.

Queridas amigas, queridos amigos presentes en la sesión inaugural de este congreso de literatura iberoamericana, que considerará como materia central la obra de Don Rómulo Gallegos, con motivo de los 50 años de la aparición de Doña Bárbara y la narrativa sudamericana subsiguiente.
Como Presidente de la República, me complace dar la bienvenida a todos los miembros de este Segundo Congreso, que han llegado desde otras tierras para hacer interesantes aportes, desde el punto de vista de la consideración crítica y literaria sobre la obra de nuestro gran escritor Don Rómulo Gallegos, y saludar y felicitar al propio tiempo a organizadores y participantes de este evento, que por la calidad de sus miembros y por la densidad de los temas que van a ser tratados, honra a Caracas, a Venezuela y a la Literatura Iberoamericana.
Ustedes han escuchado esta tarde dos admirables discursos, el de Oscar Sambrano Urdaneta, conocido y afamado crítico literario venezolano, y el de Manuel Alfredo Rodríguez, viejo compañero de luchas universitarias, cuando ya empezaba a ser ese gran señor de la palabra que dijo Sambrano y quien está rindiendo una magnífica labor al frente del Centro de Estudios Latinoamericanos «Rómulo Gallegos».
Mi intervención esta noche está lejos de toda pretensión literaria.
No soy crítico literario. No soy especialista en Gallegos. No fui amigo de la intimidad del novelista, ni siquiera compañero de su tienda política. Lo conocí prácticamente en los últimos años de su vida, después de haberlo admirado como todos los venezolanos, a través de sus páginas, en las cuales no solamente recogió la visión de diversas regiones del país, sino que en cada una de ellas había como una especie de radiografía de la nación total.
El recuerdo que ha hecho Manuel Alfredo de sus infantiles lecturas galleguianas me trae a la memoria mi encuentro inicial con Doña Bárbara en un pequeño pueblo del llano venezolano, en Acarigua, en los años finales de la dictadura gomecista. Recuerdo que alguna vez, en una de esas conversaciones que tienen los mayores y que creen que los niños no se dan cuenta de lo que se está hablando, un grupo de amigos, en mi casa comentaba con papá la prohibición de Doña Bárbara, que no la dejaban leer, no se podía encontrar en los escasos expendios de libros y revistas que había en aquella alejada población.
Y seguramente dijeron algo así, como que cuidara un ejemplar de Doña Bárbara que tenía. A mí se me quedó en la memoria, sobre todo el nombre de la novela y, rebuscando —como hacen normalmente todos los niños cuando los padres se descuidan— en los papeles de los mayores, muchísimos meses después, encontré, no la novela íntegramente, sino apenas un capítulo de ella. Recuerdo que era el capítulo sobre la «Miel de Aricas». Lo leí y realmente en mi mente de niño de nueve o diez años, no encontré ninguna razón que explicara por qué aquel libro estaba prohibido y me quedó siempre grabada la última frase del capítulo: «Eso malo tiene la miel de las aricas. Es muy dulce, pero abrasa como un fuego».
Cuando vino la época de transición democrática, posterior a la muerte del General Gómez, una de mis aspiraciones en el orden de la lectura más sentida fue la de tratar de leer aquel libro que me llamaba la atención, entre otras cosas, porque había oído decir que estaba prohibido.
Yo soy del Llano, pero nadie nos había explicado ni interpretado nuestra tierra. Ni nadie nos había dicho siquiera cómo creía o pensaba que éramos los llaneros. Y allí, en una vieja edición de Doña Bárbara, en la cual recuerdo que se anunciaba en la contraportada, dos novelas con títulos que nunca han figurado en la bibliografía galleguiana, e entré, con pasión de adolescente y de lector que siempre he sido, a la novela. Y puedo decir que mi admiración por el escritor que interpretaba ese llano al cual yo pertenecía, que ya no tenía esa vibración heroica, que trepida, en las páginas de las novelas de Gallegos, comenzó a acentuarse y acendrarse, y hasta puedo decir que desde entonces en la memoria se me grabaron muchas de esas páginas:


La llanura es bella y terrible a la vez; en ella caben, holgadamente, hermosa vida y muerte atroz. Esta acecha por todas partes; pero allí nadie la teme. El Llano asusta; pero el miedo del Llano no enfría el corazón: es caliente como el gran viento de su soleada inmensidad, como la fiebre de sus esteros.
El Llano enloquece y la locura del hombre de la tierra ancha y libre es ser lanero siempre. En la guerra buena, esa locura fue la carga irresistible del pajonal incendiado en Mucuritas, y el retozo heroico de Queseras del Medio; en el trabajo: la doma y el ojeo, que no son trabajos, sino temeridades; en el descanso: la llanura en la malicia del «cacho» en la bellaquería del «pasaje», en la melancolía sensual de
la copla; en el perezoso abandono: la tierra inmensa por delante y no andar, el horizonte todo abierto y no buscar nada; en la amistad: la desconfianza, al principio, y luego la franqueza absoluta; en el odio: la arremetida impetuosa; en el amor: «primero mi caballo».
¡La llanura siempre!
Tierra abierta y tendida, buena para el esfuerzo y para la hazaña, toda horizontes, como la esperanza, toda caminos como la voluntad.

Eso que recuerdo, sin forzar la memoria, deja ver, o quiero que deje ver a ojos de quienes no son llaneros, de quienes no son venezolanos, la impresión que unas páginas tan hermosas y profundas, dejaron en el alma de un niño. Pero después encontraba, y me ha sido de mucha utilidad en el ejercicio de la acción política, otro recuerdo de la misma novela, cuando el mayordomo Antonio Sandoval trata de explicarle a Santos Luzardo, de dónde le viene al llanero su fuerza, siendo tan Jipato, tan pálido, tan descolorido, como es su semblante, y le decía que una vez se había presentado a buscar trabajo un llanero de por los lados del Cunaviche. La montura era un matalón y el apero apenas una tereca. Y cuando le dice que lo que le ofrece es montura, cualquiera de esos caballos montaraces, que le ponga la vista al que le guste y que lo amanse, pero que no le ofrece silla y que él tiene que operarlo entonces viene un diálogo, o una respuesta, a lo mejor incomprensible hasta para los llaneros de ahora, cuando Pajarote, según refiere Gallegos, poniéndole la mano a la tereca dice: «Yo tengo apero. Me falta el arricés, el guardabastos se me perdió, el fuste me lo robaron y la coraza no sé qué se me hizo; pero me queda el sufridor». Y Antonio Sandoval le decía a Santos Luzardo: le quedaba el sufridor, es decir, la voluntad de pasar trabajo.
Hoy en día, desde luego, las cosas son distintas. Ya ese Llano bravío, prácticamente, no existe en ninguna parte. Y, por supuesto, por más que los llaneros nos veamos reflejados en las grandes páginas del escritor, sabemos que pertenecemos a otros tiempos.
Pero lo grande, a mi juicio, de las novelas de Gallegos —y dispénsenme que yo entre en este terreno, donde no deben entrar criterios legos como el mío— es la extraordinaria capacidad para aprehender la realidad, para describirla y proyectarla al propio tiempo como simbología. Y por eso es que los libros de Gallegos tienen esa fascinación para todos. Se desenvuelven dentro del mundo semi-misterioso, mágico o semi-mágico, racional e irracional en que nos movemos los venezolanos, particularmente en razón del altivismo de diversas razas que llevamos en las venas y en la herencia vital.
Y las obras de Gallegos, se han venido haciendo, cada día, más universales, hasta en una simple cuestión: las primeras ediciones de Doña Bárbara, por ejemplo, tenían un diccionario de venezolanismos, una explicación de las palabras que no eran de uso común, sino muy local, llanero, que en la novela se utilizaban. Eso desapareció después porque la fuerza de la narración y de la descripción es tan grande que la palabra, aunque no se entienda, se interpreta. Y de ahí que, hoy en día, tanto en las obras completas, como en las diversas ediciones de las diez novelas galleguianas, o en las ediciones de Doña Bárbara concretamente, no venga ese diccionario o ese léxico de venezolanismos.
Gallegos es, desde luego, una figura que pertenece a la totalidad de los venezolanos. Es una figura que pertenece al Continente y a las letras del mundo. Y bien está que se haga, con motivo de los cincuenta años de Doña Bárbara, esta reunión que congrega tan esclarecidas mentalidades, tantos escritores e intelectuales, tantos críticos expertos en bucear en los mares de la literatura, en interpretar lo que se dice, en buscar la proyección más allá de las palabras y más allá quizá de la voluntad de los propios autores. Y, desde luego, en Gallegos hay una mina inacabable en este sentido de la interpretación. Porque, digo, lo suyo tiene ese sentido de lo clásico por intemporal, por no haber sido escrito para un tiempo determinado sino para mantener su vigencia y mantener también la vigencia de lo simbólico que encierra.
Yo sé, desde luego, que esas novelas, esa trilogía de novelas fundamentales, Doña Bárbara, Cantaclaro y Canaima, son las que más atraen la atención de la gente, sin que por esto desmerezcan las restantes novelas, que en algún viejo ensayo el crítico alemán Ulrich Leo calificaba como de novelas cinematográficas, las novelas de final abrupto, que son las últimas novelas de Gallegos, mientras que las anteriores, como las tres mencionadas, son novelas en las cuales prácticamente, los protagonistas no terminan. Son novelas en las cuales los protagonistas se sumergen y se van diluyendo poco a poco en una atmósfera medio fantasmal, medio fantástica, medio embrujada y medio misteriosa. Cada cual imagina el destino final. Allí esta Doña Bárbara que nadie sabe dónde va a ser su paradero. Allí está Cantaclaro que se supone que se lo llevó el diablo, después que cantó con él y lo venció en un contrapunteo. O allí está ese Marcos Vargas de Canaima, del cual solamente se hace, al final, si mi memoria no falla, una referencia muy impersonal y muy a la venezolana, cuando le traen a Gabriel Ureña ese niño, también llamado Marcos Vargas, y le dicen algo así como: Aquí le mandan. Por eso se adivina, se intuye que el que manda es el Marcos Vargas del ¡Qué hubo!, ¿Se es o no se es?, para navegar por ese mundo en el cual durante cincuenta años ha habido exploradores de todos los idiomas, de todas las profesiones, de todos los conocimientos, de todas las actitudes vitales. Y yo tengo la sensación de que van a hacer en estos días de intensas jornadas, una labor admirable en favor, no solamente de un escritor y de un hombre público, y de un gran ciudadano, y de un eminente pensador, sino en favor de todo lo que, como presencia, cada día con más proyección universal, tiene la literatura iberoamericana, la literatura latinoamericana.
Muchas gracias.

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Carlos Andrés Pérez en Buckingham Palace

Carlos Andrés Pérez, presidente de Venezuela, y la primera dama Blanca Rodríguez, recibidos en el Palacio de Buckingham por la reina Isabel II y el príncipe Felipe, duque de Edimburgo, el 23 de noviembre de 1976. Foto: Archivo El Nacional / Historia de Venezuela en Imágenes (Fundación Polar).

Carlos Andrés Pérez en Buckingham Palace

Por Guillermo Ramos Flamerich

Carlos Andrés Pérez (1922-2010), presidente de Venezuela, observaba con detalle la marcha de la guardia de honor escocesa en el Palacio de Buckingham, residencia oficial de los monarcas del Reino Unido. Era el soleado miércoles 23 de noviembre de 1976, cerca del mediodía, en la ciudad de Londres. Junto a su esposa, Blanca, una de sus hijas, e integrantes de la comitiva ministerial, el mandatario esperaba el recibimiento por parte de la reina Elizabeth II (1926-2022) y su esposo, el príncipe Felipe, duque Edimburgo. Luego del saludo protocolar correspondiente, los Pérez-Rodríguez ascendieron por la gran escalera del palacio y se dirigieron al Salón de Música, donde fue servido el almuerzo. Era la primera vez que un jefe de Estado venezolano en ejercicio visitaba Gran Bretaña.

Durante una hora y cuarenta y cinco minutos, el presidente Pérez compartió al lado de la reina. Conversó activamente sobre petróleo y los proyectos de desarrollo para su país. Porque además de la deferencia real, el comedor estaba rodeado con un buen número de empresarios británicos. De aquel agasajo quedaron varias promesas, una de ellas la de incluir a los británicos en la ampliación del sistema ferroviario venezolano, y otra una asesoría para aumentar la producción de aluminio de 35.000 a 300.000 toneladas por año en la década siguiente. La idea era que las empresas británicas participaran en el V Plan de la Nación, e incluía ayudar a hacer del país el mayor exportador mundial de bioproteínas. 

Pérez invitó a la reina a visitar Venezuela. La prensa venezolana lo reseñó casi como un hecho, pero la respuesta de Isabel fue tajante y diplomática: solo podría a partir de 1978, luego de su vigésimo quinto año jubilar.

Para CAP era el término de una agitada visita de tres días al Reino Unido, como parte de una gira que incluyó la ONU en Nueva York, Roma y la Ciudad del Vaticano y, luego de Londres, Moscú, Ginebra, Madrid y Lisboa. Los medios reseñaron los actos del presidente con el primer ministro James Callaghan, a quien Pérez le dijo que Venezuela era una democracia activa, «de honda raigambre popular y de amplio contenido social»; y en esa época de tensiones con los países productores de petróleo, le convidó a no ver a la OPEP como «una institución hostil a las naciones industriales», ni «un monopolio que quiere repetir las malandanzas» de las transnacionales. 

En la edición de El Nacional del 25 de noviembre de 1976 se informó sobre una posible visita de la Reina Isabel II a Venezuela.

Los periodistas también reseñaron una anécdota que describe al personaje y al momento en que se encontraba el país. A pesar del invierno londinense, el presidente Pérez había decidido caminar por las calles de la ciudad sin abrigo. Aunque algunos especularon que utilizaba ropa interior térmica, sus funcionarios no vacilaron en desmentir esta suposición. Así lo reseñaba El Nacional en su edición del 24 de noviembre de 1976.

Porque en el primer quinquenio de Carlos Andrés Pérez (1974-1979), la llamada «democracia con energía» exigía a Venezuela y a su mandatario ser y parecer. Ser una nación desarrollada en el menor tiempo posible; iniciar grandes obras apalancadas por el petróleo; formar una nueva generación de venezolanos y hacer de la democracia un sistema irreversible y sinónimo no solo del voto, sino de calidad de vida. Parte de esto se logró, pero otra buena parte quedó en el parecer, en la fachada. La sociedad que había transitado de la pobreza histórica al consumismo frenético, a finales de la década de los setenta inició un lento y luego acelerado declive que continúa hasta nuestros días.

La figura de Carlos Andrés Pérez encarnó en buena medida al venezolano de su época. De una familia dedicada a la actividad agraria en la provincia, llegó a Caracas, en su adolescencia, para hacer de la política y su vida una misma cosa. Escaló las diferentes posiciones de su partido Acción Democrática, padeció prisión y exilio, y se fue formando de manera autodidacta. Albergaba esa característica venezolana de querer conocerlo todo, de asumir los debates internacionales como propios, y la del llamado de la historia. En el resto del mundo se fijaron en él y en su accionar.

Fue popular, y al terminar su primera presidencia lo continuó siendo a pesar de las denuncias de corrupción y de la espiral de crisis que ya estaba allí. Los diez años en los que esperó su retorno al poder los utilizó –como senador vitalicio y vicepresidente de una Internacional Socialista en apogeo– para proyectar una imagen más comedida, de estadista capaz de opinar y mediar en temas como la democratización de América Latina; las relaciones del llamado «Tercer Mundo»; y los problemas de la deuda y el desarrollo. En un artículo publicado en el periódico español El País, del 7 de junio de 1985, reprochó a Estados Unidos su apoyo a las dictaduras latinoamericanas: «En un marco de graves errores políticos y negligencia inexplicable, los latinoamericanos hemos sido arrastrados por una irresistible fuerza centrípeta, sin consideración por las normas más básicas de la justicia y el equilibrio internacional».

En diciembre de 1988 Carlos Andrés Pérez fue elegido para un nuevo periodo. La Constitución de 1961 estipulaba que un expresidente debía esperar una década para volver a aspirar al cargo, un error que ralentizó la dinámica interna de los partidos. Los venezolanos votaron no solo por el candidato, sino por la nostalgia de los buenos tiempos. La papa caliente que recibía la heredaba no solo de las erráticas administraciones anteriores, sino de las propias acciones de su gobierno. Y como el presidente saliente era de Acción Democrática, no podía justificarse con ese cliché que rezaba que cada cinco años salíamos del peor gobierno que había tenido Venezuela.

Para su segundo gobierno (1989-1993), sería un CAP muy distinto al que visitó a la reina Isabel II. Hizo un diagnóstico bastante apropiado de la situación venezolana, pero no supo convertir la superación de la crisis en un acuerdo nacional. Tras el Caracazo y los intentos de golpe de Estado, aunque logró estabilizar la economía en sus grandes números, CAP se convirtió en el villano favorito de buena parte de la sociedad venezolana. Ridiculizado en los medios, con protestas sociales en las calles y una popularidad en caída, en 1993 fue destituido e iniciado un juicio en su contra. Este fue el punto más alto y, a su vez, el canto del cisne del sistema democrático iniciado en 1958. 

El presidente aceptó y entregó el poder. A pesar del chaparrón de críticas recibidas, se mantuvo tolerante, con un sincero sentido de la vida en democracia. Una anécdota de mi padre, quien trabajó en su segunda administración, me cuenta que, durante un Consejo de ministros en Las Cristinas, estado Bolívar, al enterarse que Arturo Uslar Pietri había sido galardonado con el Premio Príncipe de Asturias, pidió a su equipo levantarse y dar un aplauso por lo que esto representaba para el país. Uslar, prolífico escritor, era en ese momento uno de sus acérrimos críticos.

Dos décadas después, atrás habían quedado muchos de los sueños y proyectos de aquella visita al Buckingham Palace en el invierno del 76, así como la hipotética visita de la reina Isabel II a Venezuela, la cual nunca ocurrió.

*Publicado originalmente en Cinco8 el 9 de septiembre de 2022

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Lo que una a Caracas con su león

El relieve del original escudo caraqueño en un edificio que es símbolo de la ciudad y del país, la también abandonada Biblioteca Nacional
Foto: Carlos Arveláiz

Lo que une a Caracas con su león

Por Guillermo Ramos Flamerich

Un león de lengua serpentina me observa desde lo lejos. Con sus patas sostiene un blasón en el que está impresa una cruz. Cuando intento mirarlo fijamente desaparece, se difumina. Pero luego regresa, con más fuerza, entonces empiezo a escribir y allí vuelvo a la realidad. Ese león que ha sido el estandarte de mi ciudad ya no existe, o al menos oficialmente, luego del decreto firmado por el chavismo. De la noche a la mañana ha aparecido un nuevo emblema para Caracas. Es partidista y no cumple con la labor originaria de todo símbolo, el cual es unir y formar comunidad. Sus trazos y figuras son vacíos ya que no nacen ni de la tradición o el debate, sino de la hipocresía de quienes se consideran los únicos dueños de la ciudad. El caraqueño José Ignacio Cabrujas afirmaba que nuestra urbe pertenecía al «ámbito de la destrucción deliberada». Borran su memoria porque no la aceptan. Hoy se utilizan las reivindicaciones decoloniales como antes se barrían las viejas casonas a partir de la idea del progreso.  

A mediados del siglo XX, a punta de asfalto y concreto, se ocultaba todo lo que parecía pueblerino. En el XXI, se desaparece todo rastro de la primera ciudad, pero también de la que construimos los caraqueños en el último siglo. Al principio fue la desidia la que destruyó plazas y esculturas. A eso se unió la mítica locura de quienes quieren cambiarlo todo porque saben que en la desmemoria radica el control social. Los que viven en un continuo presente no pueden reflexionar acerca de lo que hicieron en el pasado y mucho menos tener una idea del futuro que quieren construir.

El escudo de armas del león coronado, es decir de Santiago de León de Caracas, trae consigo dos orígenes. El primero es el que nos lleva a 1591 y a la petición de Simón Bolívar y Castro, antepasado del Libertador, que hiciera al rey Felipe II de una heráldica para la capital de la Provincia de Venezuela. Durante la dominación española este escudo apareció en los planos de la ciudad, en el real pendón de 1789 y el cuadro Nuestra Señora de Caracas, del pintor Juan Pedro López, abuelo de Andrés Bello. Durante la independencia, el león se utilizó en monedas y documentos oficiales hasta 1819. Luego de esta fecha fue completamente olvidado hasta 1883. Nos recuerda el historiador Carlos F. Duarte que fue el gremio de sastres quienes ofrecieron una pintura del escudo en papel de seda, en la celebración del primer centenario del Libertador, y en reminiscencia de que fue el primer Bolívar quien hizo la gestión para obtenerlo.

El segundo origen fue su recuperación, la cual ocurrió en gran medida gracias a la labor de dos grandes amantes de la historia caraqueña, Arístides Rojas y Enrique Bernardo Núñez. «¿Cómo es posible, nos hemos preguntado muchas veces, que una ciudad abandone el más bello recuerdo de sus primeros días?», se preguntó Rojas a finales del siglo XIX en una crónica que tituló «El escudo de armas de la antigua Caracas». Décadas después Enrique Bernardo Núñez, cronista de la ciudad, se empeña en concientizar sobre el patrimonio que representa el escudo leonino. Escribe sobre su historia y lo utiliza para ilustrar la cubierta de uno de sus libros más conocidos: La ciudad de los techos rojos (1947). Esta portada recrea el viejo escudo que se encontraba en la fuente de la Esquina de Muñoz. Era una alerta que enviaba el cronista para evitar su posible destrucción. A los pocos años fue destruida, pero un molde de aquella fuente y su escudo perdura hasta el día de hoy en la Quinta de Anauco.

El escudo caraqueño en esa joya de la ciudad que es la Quinta de Anauco

Después de este trabajo por crear conciencia del patrimonio simbólico de la ciudad, es a partir de 1947 que podemos hablar del uso oficial y popular del escudo. Apareció de nuevo como sello, souvenir, en espacios públicos y uno que a mi me encanta, el relieve que se encuentra en la sede de la Biblioteca Nacional. El león continuó su camino afincándose en un equipo de béisbol nacional, en un canal de televisión, en colegios, centros de salud, locales nocturnos y en el imaginario de una ciudad que lo adoptó como mascota. En abril de 2022 un grupúsculo, prescindible y olvidable, decidió darle sentencia de muerte. Vaya que resulta más fácil destruir que construir.

Porque Caracas no necesita que reescriban su historia, sino que se construya una más incluyente y armónica. Los pasos hacia el futuro que debe dar la ciudad, es a reivindicar todas las facetas de su pasado y atender sus necesidades en el ahora. Esta es una ciudad que requiere más espacios verdes para la recreación y la cultura. Nuevas bibliotecas, canchas deportivas y caminerías. El saneamiento del río Guaire, la integración de la ciudad informal con la formal. Un transporte público de primera, servicios básicos al acceso de todos. Recuperar y reconstruir la ciudad no para que vuelva a un pasado que se revisita como bucólico, sino para no cometer los mismos errores y construir un entorno sustentable.

En estos nuevos lugares se pueden hacer los verdaderos homenajes a los grupos históricamente excluidos, nombrándolos, contando su historia. No con la burda fachada que utilizan desde el poder para ocultar los múltiples crímenes contra la ciudad. Mientras tanto, los caraqueños que la sentimos y la amamos, seguiremos soñándola, descubriéndola en su pasado y su presente. El león, si realmente nos simboliza, volverá con más fuerza en el tiempo. Así pasó en otros momentos y seguramente así ocurrirá. Sin embargo, y pensando en todo lo que se ha hecho, recuerdo también aquello que dijo el caraqueño Aquiles Nazoa en su Caracas física y espiritual: «Pero no hay en Venezuela una ley —ni por lo visto una autoridad que defienda el derecho de las ciudades a ser bellas».

Para conocer más a fondo la historia de este símbolo, recomiendo la obra de Carlos F. Duarte: El Escudo de Armas de la ciudad de Santiago de León de Caracas (Museo de Arte Colonial de Caracas, 2002).

*Publicado originalmente en Cinco8 el 14 de abril de 2022

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De cómo Vicente Emilio Sojo rescató al «Niño lindo»

Vicente Emilio Sojo, aquí en una foto de 1973, fue tanto un renovador como un protector del pasado musical de Venezuela.

De cómo Vicente Emilio Sojo rescató al «Niño lindo»

Por Guillermo Ramos Flamerich

A ti que en estos días decembrinos has montado el arbolito y el pesebre, decorado la casa con tus familiares—juntos o a la distancia—y que quizás estés ayudando a la pequeña del hogar a que toque los primeros acordes del «Niño lindo». A ti a quien la temporada navideña sabe a hallacas y te has dado cuenta de que suena de una manera singular. Es a ti a quien quiero contarte la historia de cómo muchos de los aguinaldos venezolanos estuvieron a punto de perderse. 

Si se salvaron fue por el empeño de un maestro y sus discípulos en las primeras décadas del siglo XX.

Al evocar el nombre de Vicente Emilio Sojo lo primero que recuerdo es la veneración que le tenía mi abuela Dilia. Por eso desde muy pequeño empecé a conocer sobre esta figura casi mítica de bigote de morsa y mirada perdida en la concentración, como lo había dibujado Reinaldo Colmenares, un vecino pintor a quien mi abuela le había encomendado los retratos de mi abuelo Víctor Guillermo y su hermano Pedro Antonio Ramos junto al Maestro Sojo en medio de los dos, como si fuera un integrante principal de la familia. En la biblioteca familiar encontré uno que otro libro con su obra y hasta un cómic acerca de su vida. En los álbumes familiares también estaba presente. Sabía que era un músico, pero su importancia se fue revelando poco a poco mientras más me interesaba en mi identidad como venezolano.

Vicente Emilio Sojo nació el 8 de diciembre de 1887 en Guatire. Este lugar, reconocido por la Parranda de San Pedro y su «conserva de cidra», ha sido cuna de poetas, políticos y de dos personajes esenciales para entender la historia musical del país. El primero de ellos fue Pedro Palacios y Sojo, el «Padre Sojo», un sacerdote que a mediados de la década de 1780 fundó la Escuela de Chacao, donde formó a una generación de músicos que vivieron el paso entre la colonia, la independencia y el nacimiento de la república. El otro Sojo, Vicente Emilio –aunque sin relación familiar– tuvo la triple tarea de salvaguardar el patrimonio, formar a una nueva generación y modernizar la música académica venezolana.

Vicente Emilio Sojo en una foto de 1944 perteneciente a la colección de Dilia Díaz Cisneros.

Sojo se había criado en una familia de músicos. Su abuelo Domingo Castro, además de soldado en la Guerra Federal era el autor de esa canción que reza: «¡Oligarcas temblad, viva la libertad!», tan manoseada en las últimas décadas. Antes de cumplir los diecinueve Vicente Emilio partió a Caracas para continuar con sus estudios en la Escuela de Música y Declamación.

El aguinaldo: entre lo divino y lo profano

Eran los primeros días de diciembre de 1999 cuando mi papá recibió una llamada de mi abuela pidiéndole que le acompañara a la Fundación Vicente Emilio Sojo. Acababan de publicar el álbum Aguinaldos venezolanos del siglo XIX, una recopilación de 28 canciones grabadas por el Orfeón Lamas bajo la dirección del Maestro Sojo. A los días, pude revisar el disco junto a ella, mi papá y mis tíos. Eran canciones que yo había escuchado en el colegio, en la televisión. Entonces le pregunté: ¿qué tiene de especial este disco? Mi abuela se sentó a mi lado y abrimos juntos el cuadernillo que venía inserto en el estuche y empezó a leérmelo. En un breve ensayo, el musicólogo Felipe Sangiorgi nos contaba que el aguinaldo tradicional venezolano tenía como origen el villancico español, pero en el siglo XIX había adquirido características muy propias.

El aguinaldo tomó elementos de la danza y contradanza; luego se fue mezclando con el esquema rítmico del merengue y la guasa; y en su ejecución integró instrumentos populares.

Asimismo, se pueden dividir en dos grupos: los «divinos» –«Cantemos alegres», «Nació el redentor», «Espléndida noche»– y los «profanos» o de parranda –«Si acaso algún vecino», «Tuntún», «Parranda»–. El auge del aguinaldo venezolano comenzó en las décadas finales del siglo XIX gracias a las composiciones de Ricardo Pérez, Rogerio Caraballo, Ramón Montero y Rafael Izaza. Aunque permanecen desconocidos los autores de canciones que se harían tan populares como «Niño lindo» o «La jornada» (Din, din, din, es hora de partir…). Porque, así como tuvieron su apogeo en las noches de fiesta decembrina, con los grupos que se reunían a tocar en las plazas e iglesias de nuestras pequeñísimas ciudades, los aguinaldos parecían no tener lugar en la Venezuela de intensos cambios del siglo XX. Mientras el país iba dando pasos en su camino hacia una modernidad deseada, se desdeñaba su pasado rural.

En 1928, el divertimento de emular a un coro de cosacos que había estado de visita en Caracas llevó a Vicente Emilio Sojo, junto a Juan Bautista Plaza, los hermanos Calcaño y Moisés Moleiro, a fundar el Orfeón Lamas. En 1930 presentaron su primer concierto oficial y en paralelo estaban fundando la Orquesta Sinfónica Venezuela. En la primera etapa se dedicaron a representar piezas del repertorio clásico universal y algunas composiciones propias. Para ese entonces Sojo ya era el creador de un Himno a Bolívar (1911); la Misa cromática (1923) y Palabras de Cristo en el calvario (1925), entre las más resaltantes. En la Escuela Superior de Música fue el mentor de la generación que produjo obras como la Cantata Criolla (de Antonio Estévez), Margariteña (de Inocente Carreño) y Santa Cruz de Pacairigua (de Evencio Castellanos). En la casona contigua a la Santa Capilla se formaron músicos como Blanca Estrella de Méscoli, Antonio Lauro, Ángel Sauce, Gonzalo Castellanos, Teo Capriles, Víctor Guillermo Ramos, Rhazes Hernández López y Pedro Antonio Ríos Reyna. Estos fueron algunos de los representantes de la llamada «Escuela nacionalista» en la música académica venezolana.

El rescate de «Niño lindo»

No sé si Sojo estaba pensando en construir un puente entre la tradición y la modernidad cuando en 1937 comenzó, junto a sus discípulos, la recopilación, transcripción y armonización de canciones populares venezolanas del siglo XIX y comienzos del XX. En esta labor logró salvar unas doscientas, cincuenta de ellas pertenecientes al repertorio de aguinaldos. La misión era conservarlas lo más fiel posible al deseo de sus autores y a cómo se interpretaron en su tiempo. Para ello se apoyó en su alumno Evencio Castellanos, quien precisaba detalles en el piano.

El 24 de diciembre de 1938, en la Santa Capilla, Sojo realizó un primer concierto con el Orfeón Lamas dedicado a los aguinaldos venezolanos. Durante dos décadas fue tradición la realización de tres presentaciones anuales: la primera el 20 de diciembre en la Escuela Superior de Música, y las otras, el 25 de diciembre y 1 de enero, en la Basílica de Santa Teresa. También había presentaciones especiales fuera de la capital.

Después de casi una década de trabajo de campo y revisión de manuscritos, Sojo publicó el primer cuaderno de Aguinaldos populares y venezolanos para la Noche Buena (1945), con piezas recogidas en San Pedro de los Altos, estado Miranda. Al año siguiente apareció un segundo cuaderno y las canciones fueron teniendo pegada e interpretadas por nuevas agrupaciones y solistas, dejando a un lado el olvido y convirtiéndose en referente de la Navidad venezolana.

El escritor cubano Alejo Carpentier dijo en 1951: «Suerte tiene Venezuela de conservar una tradición que le viene de muy lejos, y haber tenido músicos que a tiempo se aplicaron a anotar, armonizar, editar, lo que el debilitamiento de una tradición oral ha dejado de perderse, irremisiblemente, en otros países».

Revisando con mi abuela las fotos del cuadernillo, encontramos una donde salía por entero el orfeón. En la segunda fila, a un extremo, se dejaba ver una muchacha que se parecía a ella. Era ella. Aunque por poco tiempo, mi abuela Dilia había sido parte del Orfeón Lamas, y allí conoció a mi abuelo Víctor Guillermo. Resulta ser que el padrino de la boda había sido el Maestro Sojo.

El aprecio y devoción por su figura siempre estuvo presente en ellos. Vicente Emilio Sojo, el de las dos artes: el de la música y el de vivir con dignidad, como lo definió Ramón J. Velásquez, viajó por primera vez a Europa al llegar a la vejez y con el inicio de la democracia en 1958 fue electo senador. Falleció a los 86 años, el 11 de agosto de 1974. De cumplirse lo que escuchábamos en la infancia, seguramente ese diciembre fue a cenar al Cielo, invitado por el «Niño lindo» como forma de agradecimiento por resguardar los sonidos de la Nochebuena.

*Publicado originalmente en Cinco8 el 23 de diciembre de 2021

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